La Gran Comisión en el Antiguo Testamento
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13 septiembre, 2018Toda autoridad en el cielo y en la tierra
Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie «La Gran Comisión», publicada por la Tabletalk Magazine.
¿Quién tiene la autoridad para mandar a otros? ¿Qué le da a alguien el derecho de mandar a otra persona? Esta pregunta puede plantearse con respecto a cada área de la vida: la vida familiar (padres), la vida de la iglesia (pastores, ancianos), la vida civil (gobernantes, presidentes, etc.). ¿Quién autoriza a los padres, pastores, ancianos y gobernadores a presidir en sus respectivas esferas?
Es de destacar que antes de que Jesús comisionara a Sus discípulos en Mateo 28:18-20, afirmó Su autoridad para hacerlo. Habiendo cumplido la obra de redención, anticipó Su ascensión y coronación, ese punto en el cual se sentaría a la diestra del Padre y se le daría el nombre que está sobre todo nombre en los cielos y la tierra (Ef. 1:20-23).
Jesús, siendo el eterno Hijo de Dios, tiene autoridad en Sí mismo.
Autoridad es el derecho a ejercer dominio, a gobernar, a mandar. La palabra griega exousia, que se traduce como la palabra en español autoridad en Mateo 28:18-20, significa literalmente «lo que surge de ser». Es el derecho a gobernar que surge de las condiciones presentes (estado de ser) o de la relación en la que uno se encuentra. Un padre tiene el derecho de gobernar en virtud de la relación ordenada por Dios que el padre tiene con su hijo. Jesús tiene el derecho de gobernar en virtud de Su estado actual de ser, o condición, como el vencedor del pecado, la muerte y el infierno.
Por lo tanto, antes de que el Señor Jesús comisionara a Sus discípulos, afirmó Su autoridad para hacerlo. Aquí tenemos un reclamo de autoridad universal e ilimitada. Debemos notar primero la fuente de Su autoridad: la recibió de Su Padre. En Su estado de humillación (Su vida terrenal antes de Su resurrección), Él poseía autoridad, pero voluntariamente limitó el ejercicio de la misma. Sin embargo, a veces la afirmaba con gran poder.
Durante Su ministerio, Su autoridad fue manifestada en la manera en que enseñaba (Mt. 7:29), en conceder perdón de los pecados (9:6), en calmar el mar (8:26), en sanar todo tipo de enfermedad y dolencia (9:35), en expulsar demonios (12:22) y en obtener victoria sobre la misma muerte (Jn. 11:43).
Pero todos estos ejercicios de autoridad no fueron más que débiles manifestaciones de la autoridad ilimitada y universal que le fue restaurada por el Padre en Su exaltación. Ahora Jesús afirma: «toda autoridad en el cielo y en la tierra». Más adelante el apóstol Pablo escribe a los filipenses que Dios el Padre ahora «exaltó hasta lo sumo» al Hijo para que en Su nombre «se doble toda rodilla». Todas las cosas han sido puestas bajo Su autoridad (Flp. 2:9-10).
Por supuesto, Jesús, siendo el eterno Hijo de Dios, tiene autoridad en Sí mismo. Él posee autoridad de acuerdo a Su deidad junto con el Padre y el Espíritu. Él, junto con el Padre y el Espíritu, es el creador soberano y sustentador de todo lo que existe.
Sin embargo, en Su encarnación y en Su humillación, Él eligió no ejercer Su autoridad de la misma manera que lo hizo antes. Como dice el Catecismo Menor de Westminster: Él nació «sujeto a la ley» (Pregunta y Respuesta 27). Él, quien con el Padre y el Espíritu expresó Su soberana voluntad en la autoridad de Su santa ley, ahora estaba sujeto a esa ley. Jesús en Su encarnación experimentó la humillación de estar bajo la autoridad de simples hombres: padres, gobernantes civiles, etc. Eligió no ejercer todos los privilegios de Su autoridad y se permitió ser gobernado, incluso abusado, por hombres mortales y malvados.
Pero, después de haber realizado la obra que el Padre le dio, fue exaltado en lo alto como el Dios-hombre, el Mesías. Jesús entonces recibió autoridad dada por el Padre. Su autoridad pre-encarnada fue restablecida ya que fue investido con autoridad desde lo alto como Señor y Cristo. La profecía mesiánica del Salmo 2 se cumplió en Jesús (Hch. 13:33, He. 1:5, 5:5). A lo largo del Antiguo Testamento, a Israel se le prometió un Mesías que sería exaltado al lugar de suprema autoridad y dominio. El Salmo 2:6-8 declara que al Mesías le son dadas las naciones mismas de la tierra como Su herencia. Todos los seres angélicos, los santos, los profetas y los apóstoles se postran ante Él, reconociendo que Él es el Rey de reyes y el Señor de señores. Y un día todos Sus enemigos serán conquistados y puestos por estrado de Sus pies (Sal. 110:1).
Ten en cuenta también el alcance de Su autoridad. Es ilimitada. Su autoridad no está restringida por jurisdicción o geografía. Él ha recibido del Padre toda autoridad, sin limitaciones o restricciones. Sabemos que este es el caso porque Jesús agrega la frase aclaratoria «en el cielo y en la tierra», en todas partes del universo en que cualquier autoridad puede ser ejercida. A Él se le otorga toda la autoridad en los ámbitos espiritual y material, en los cielos y en la tierra. No hay lugar en este universo sobre el cual no se le haya dado autoridad. Su autoridad penetra en cada reino y esfera de influencia.
Es sobre este fundamento que Jesús comisionó a Sus discípulos. No sería la Gran Comisión si no descansara sobre esta gran alegación de autoridad universal e ilimitada. Y siendo autorizados por el Señor mismo, los discípulos salieron y transformaron el mundo.