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Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo XVII
En nuestros días, muchos cristianos tienen una visión de la historia de la iglesia que, aunque popular, es una caricatura desafortunada. Creen que la iglesia comenzó en el siglo I, pero que pronto cayó en la apostasía. Que la fe verdadera se perdió hasta que Martín Lutero la recuperó en el siglo XVI y que luego no ocurrió nada significativo hasta el siglo XX cuando Billy Graham comenzó a realizar sus cruzadas evangelísticas. Lamentablemente, nos formamos caricaturas de la historia a causa de nuestra ignorancia de la misma. Con frecuencia, nuestra conciencia histórica es muy deficiente. Es más, no sabemos del todo dónde estamos ahora, porque no sabemos dónde hemos estado antes. Puede que conozcamos algunos personajes y acontecimientos históricos, pero a menudo desconocemos lo que nuestro soberano Señor ha hecho en toda la historia, sobre todo en los períodos que nos resultan menos familiares.
Este es el decimoséptimo año que en Tabletalk nos centramos en un siglo específico de la historia de la iglesia y lo hacemos para que la iglesia del siglo XXI comprenda mejor cómo el Señor ha obrado a lo largo de la historia para cumplir Sus promesas, pues Cristo ha prometido edificar Su iglesia y que las puertas del infierno nunca prevalecerán contra ella (Mt 16:18). Cada siglo tiene una historia que contar sobre la fidelidad de Cristo a Su promesa, incluso aquellos siglos que quizás nos resulten menos conocidos.
Celebramos con razón las vidas y los ministerios de Martín Lutero, Juan Calvino y otros reformadores a los que el Señor utilizó para devolver a la iglesia la fe que de una vez para siempre fue entregada a los santos. Sin embargo, la Reforma no terminó con el paso del siglo XVI. La semilla evangélica plantada por los precursores de la Reforma del siglo XV fue regada y cuidada por los reformadores del siglo XVI. Sin embargo, es en el siglo XVII cuando empezamos a ver el pleno florecimiento de la doctrina, la piedad y la práctica reformadas. Durante el siglo XVII, gran parte de lo que significa ser protestante y reformado se codificó en los credos y las confesiones que hoy afirmamos y confesamos.
Roma no se construyó en un día y tampoco la iglesia confesional, reformada y protestante. Los hombres y mujeres fieles del siglo XVII continuaron la labor de los reformadores del siglo XVI, al traer toda doctrina, toda práctica y todo pensamiento cautivo a la Palabra de Dios. Que ellos nos sirvan de modelo al continuar con la obra, manteniendo firmemente las verdades divinamente reveladas que proclamaron fielmente por el bien de la iglesia, el reino y la gloria de Cristo.