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Nota del editor: Este es el cuarto capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: Sabiduría y necedad
Una de las formas en que la Escritura nos enseña acerca de la sabiduría es dándonos ejemplos de necedad. La Escritura nos llama a fijarnos no solo en la hormiga, sino también en el perezoso, para comprender la sabiduría de la planificación y el trabajo, en contraposición a la necedad de la pereza (Pr 6:6-11). Aprendemos la sabiduría de dar gracias a Dios no solo al observar al único leproso que volvió a Jesús para expresar su gratitud por haber sido curado, sino también al considerar a los otros nueve que neciamente no lo hicieron (Lc 17:11-19). A veces, la mejor manera de ver la sabiduría es a través de la lente de la insensatez. En consecuencia, un cristiano sabio presta atención a los necios descritos en las Escrituras. Examinemos tres tipos distintos de necios expuestos en la Biblia.
Necio número uno: el que niega a Dios
La forma más atroz y mortal de necedad es definida por el salmista en el Salmo 14:1: «El necio ha dicho en su corazón: “No hay Dios”». Los que niegan la existencia de Dios son, según la Escritura, los necios por excelencia. Después de todo, ¿qué puede ser más insensato que rechazar al Dios que te hizo a ti y a todo lo demás?
El comienzo del Salmo 14 nos ofrece la perspectiva celestial sobre la naturaleza de la humanidad. No solo habla del corazón del ateo, sino que también, en última instancia, de todos nosotros. Todas las personas (excepto Cristo) nacen con un corazón que declara que no hay Dios. En la mente hebrea, el corazón no era el músculo que bombea la sangre a través de nuestro sistema circulatorio. En cambio, representaba la sede misma del entendimiento humano. Actualmente, tendemos a dividir mente y corazón, pero no era así para el antiguo hebreo. Decir en el corazón que Dios no existe, es decir con todas las facultades emocionales, psicológicas y racionales que Dios no existe.
Las Escrituras nos dicen que todos nacemos con un corazón que dice que no hay Dios. Por ejemplo, considera Romanos 3:10-11: «Como está escrito: / “NO HAY JUSTO, NI AUN UNO; / NO HAY QUIEN ENTIENDA, / NO HAY QUIEN BUSQUE A DIOS”». El apóstol Pablo, basándose en el Antiguo Testamento, hace una declaración universal sobre la naturaleza de la humanidad apartada de la gracia redentora de Dios, y lo que dice, en esencia, es que todos nacemos diciendo en nuestros corazones: «No hay Dios». En otras palabras, todos nacemos necios.
En la teología reformada nos referimos a este fenómeno como depravación total o, como dijo R. C. Sproul, corrupción radical. Esta idea no significa que la humanidad sea tan mala como podría ser o que sea incapaz de hacer algún tipo de bien a los demás. En cambio, se refiere a una corrupción radical de nuestras mentes, corazones y voluntades que hace que los pecadores seamos incapaces de valernos por nosotros mismos a la hora de conocer a Dios y recibir Su salvación. En otras palabras, sin la gracia interventora de Dios, estamos condenados a seguir diciendo en nuestros corazones: «No hay Dios».
Nuestra corrupción radical comenzó cuando nuestros primeros padres neciamente eligieron desobedecer a Dios en el huerto. En esencia, con su acto de desobediencia, dijeron en su corazón: «No hay Dios». La historia de la humanidad no es más que una repetición cronológica de esa insensatez en las generaciones posteriores. Eso es algo que vemos a nuestro alrededor. Nuestra cultura no solo dice en su corazón que no hay Dios; lo grita a los cuatro vientos y lo codifica en las políticas sociales. Se trata de una tendencia alarmante y peligrosa. Como sabemos por la Escritura, la insensatez no acaba bien. Pero al criticar justamente a nuestra cultura por su necio rechazo de Dios, no olvidemos que nosotros también nacimos necios.
Necio número dos: el que desprecia a Dios
Un segundo tipo de necio que encontramos en la Escritura es el que desprecia las prerrogativas, los privilegios y los dones de Dios. Mientras el primer tipo de necio se encuentra generalmente fuera de la iglesia visible, este segundo tipo de necio también puede residir dentro de sus filas. Este tipo de necio se describe en Hebreos 6:4-6:
Porque en el caso de los que fueron una vez iluminados, que probaron del don celestial y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, que gustaron la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, pero después cayeron, es imposible renovarlos otra vez para arrepentimiento, puesto que de nuevo crucifican para sí mismos al Hijo de Dios y lo exponen a la ignominia pública.
Este tipo de necio fue «iluminado», ha «probado el don celestial», ha sido «hecho partícipe del Espíritu Santo± y ha «gustado la bondad de la Palabra de Dios», pero a pesar de haber estado expuesto a estos beneficios y bendiciones, ha elegido rechazarlos.
El libro de Hebreos se basa en gran medida en la experiencia en el desierto del Israel del Antiguo Testamento. Este fue el periodo posterior al éxodo, pero anterior a la conquista de Canaán. Durante este periodo, todo Israel estuvo expuesto a muchas bendiciones, como la luz de la columna de fuego, el maná para comer, el liderazgo espiritual del mediador designado por Dios (Moisés) y la presencia misma de Dios. Aunque todo Israel estuvo expuesto a estos privilegios, no todo Israel los abrazó. Por el contrario, algunos los menospreciaron y rechazaron. Esta fue la generación que murió en el desierto. El escritor a los Hebreos recurre a esta imaginería del Antiguo Testamento y la aplica a un contexto del nuevo pacto. En esencia, Hebreos 6:4-6 nos recuerda que no todos los que son criados con los privilegios del pacto de la iglesia abrazan esos privilegios. Al igual que algunos en el Israel del Antiguo Testamento, algunos en el Israel del Nuevo Testamento (la iglesia) están expuestos a la luz de la presencia de Dios, participan del pan que Él proporciona, oyen la proclamación relativa al Mediador del nuevo pacto, Jesucristo, y sin embargo neciamente prefieren despreciar y rechazar estos buenos dones.
El ejemplo clásico de este tipo de necio es Esaú, hermano gemelo de Jacob e hijo del patriarca Isaac. El libro de Génesis narra el conflicto entre Jacob y Esaú, que se centraba en cuál de ellos poseería los privilegios del hijo primogénito. Estos privilegios incluían la primogenitura (que proporcionaba al hijo primogénito una doble porción de la herencia) y la bendición patriarcal (que designaba la sucesión del hijo primogénito en el liderazgo de la familia). Esaú tenía derecho a ambas cosas, pero Jacob y su madre, Rebeca, las querían para Jacob. Mediante una hábil intriga, una manipulación oportunista y un engaño descarado, Jacob y Rebeca consiguieron arrebatar estos privilegios a Esaú. Ciertamente, Jacob y Rebeca compartieron cierta culpabilidad moral relacionada con privar a Esaú de estos privilegios y engañar a Isaac, pero las Escrituras se centran más en el fracaso moral de Esaú. Considera, por ejemplo, la dura sentencia aplicada a Esaú por el escritor de Hebreos:
Cuídense de que nadie deje de alcanzar la gracia de Dios; de que ninguna raíz de amargura, brotando, cause dificultades y por ella muchos sean contaminados. Que no haya ninguna persona inmoral ni profana como Esaú, que vendió su primogenitura por una comida (He 12:15-16).
Aquí se describe a Esaú como profano porque, en un momento de hambre extrema, cambió su primogenitura por un plato de guisado (Gn 25:29-34). Esaú, aunque no haya dicho en su corazón que «No hay Dios», afirmó efectivamente ese sentimiento mediante sus acciones al despreciar los privilegios del pacto.
A diferencia del ateo, Esaú estuvo expuesto a las bendiciones de la vida en pacto con Dios. Se crió en un hogar creyente. A pesar de ello, prefirió despreciar y rechazar estos privilegios.
Las consecuencias de este tipo de insensatez son extremas. El escritor de Hebreos reflexiona sobre estas consecuencias al advertir a sus lectores que eviten el ejemplo de Esaú: «Porque saben que aun después, cuando quiso heredar la bendición, fue rechazado, pues no halló ocasión para el arrepentimiento, aunque la buscó con lágrimas» (He 12:17). Este versículo debería hacernos temblar, pues revela que, aunque Esaú más adelante se dio cuenta de las consecuencias de su insensatez, ya no pudo dar marcha atrás. Fue «rechazado» y no encontró «ocasión para el arrepentimiento». Esta descripción de la falta de oportunidad para arrepentirse concuerda con las advertencias descritas anteriormente en Hebreos 6:4-6. Aquellos versículos advertían de la imposibilidad de «arrepentimiento» para aquellos que «fueron una vez iluminados» y que luego rechazaron los privilegios de la vida de pacto con Dios. Despreciar las cosas de Dios es necedad, y la necedad conduce a la destrucción.
Del ejemplo de la necedad de Esaú, aprendemos que si despreciamos las bendiciones de estar expuestos al pacto, estas pueden convertirse en maldiciones. La necedad de Esaú sirve de advertencia a todos los que se sientan en las sillas de la iglesia el domingo por la mañana. La vida de pacto es siempre una espada de doble filo. Abrazar a Cristo y el pacto de gracia trae la vida, pero rechazarlos y despreciarlos trae la muerte. Deberíamos compartir el ejemplo de Esaú con nuestros hijos del pacto como recordatorio de que no deben despreciar los privilegios del pacto. Pero esta advertencia no es solo para nuestros hijos. Es para todos los que afirmamos formar parte del pueblo del pacto de Dios. El ejemplo de Esaú debería hacer que todos los cristianos examinen sus vidas y evalúen si están despreciando neciamente los privilegios de la vida del pacto con Dios.
Necio número tres: el que no tiene en cuenta a Dios
Un tercer tipo de necio que se encuentra en la Escritura es el que ignora a Dios. Al igual que el segundo tipo de necio, este también puede encontrarse entre las filas de la iglesia visible. El necio que ignora a Dios no es como el ateo que niega a Dios diciendo en su corazón que no existe. En cambio, el necio que no tiene en cuenta a Dios profesa creer en Él, pero con sus acciones y su mentalidad vive como si Dios fuera irrelevante. Un ejemplo clásico de esto se encuentra en la parábola del rico insensato (Lc 12:13-21).
En esta parábola, Jesús habla de un agricultor rico que poseía tierras fértiles. La tierra del hombre rico producía una cosecha abundante, lo que le planteaba el problema de qué hacer con su excedente, pues sus graneros no daban abasto. El hombre rico decidió resolver este problema derribando sus graneros y construyendo otros nuevos y más grandes. El hombre hizo esto porque deseaba asegurarse un futuro confortable: «Y diré a mi alma: alma, tienes muchos bienes depositados para muchos años; descansa, come, bebe, diviértete» (v. 19).
Llegados a este punto, quizá te preguntes en qué sentido este rico granjero es un necio. Después de todo, parece prudente. Está planificando para su futuro. ¿No nos anima el libro de los Proverbios a ser planificadores? ¿No almacenó José grano para prepararse para los años de hambruna? ¿Por qué, entonces, se le considera necio a esta persona?
A primera vista, las acciones de este hombre parecen sabias, y es cierto que la Escritura nos anima a planificar el futuro. Pero cuando profundizamos en esta parábola, vemos por qué se hace referencia a este hombre como el rico insensato. Escucha la conclusión de la parábola:
Pero Dios le dijo: «¡Necio! Esta misma noche te reclaman el alma; y ahora, ¿para quién será lo que has provisto?». Así es el que acumula tesoro para sí, y no es rico para con Dios (vv. 20-21).
Estas palabras no dejan lugar a dudas sobre la condición de este hombre ante Dios. Dios se refiere a él explícitamente como un necio. Pero ¿por qué? ¿Qué hizo que fuera tan insensato? Bueno, no fue tanto lo que hizo, sino lo que dejó de hacer. Este hombre era un necio porque no era rico para con Dios.
El granjero rico, lo era para sí mismo. De hecho, podríamos decir que este granjero rico estaba totalmente ensimismado. Considera todos los comentarios autorreferenciales que hace en Lucas 12:17-19:
Y él pensaba dentro de sí: «¿Qué haré, ya que no tengo dónde almacenar mis cosechas?». Entonces dijo: «Esto haré: derribaré mis graneros y edificaré otros más grandes, y allí almacenaré todo mi grano y mis bienes. Y diré a mi alma: alma, tienes muchos bienes depositados para muchos años; descansa, come, bebe, diviértete».
En la vida de este hombre, todo giraba en torno a él mismo. Su problema no era que fuera rico o que poseyera grandes riquezas, sino que centraba su vida en sí mismo en vez de en Dios y en el prójimo. Jesús aclara este juicio al final de la parábola, cuando condena al hombre, no por ser rico, sino por no ser rico en verdad, es decir, rico para con Dios: «Así es el que acumula tesoro para sí y no es rico para con Dios» (v. 21). Aunque esta parábola nos advierte sobre el materialismo, su objetivo principal es amonestarnos para que no menospreciemos a Dios al no ser ricos para con Él.
¿Qué significa no ser rico para con Dios? Significa omitir a Dios del cálculo de nuestras vidas, despreciar a Dios al vivir nuestras vidas y planificar nuestro futuro y ser egocéntricos en nuestra manera de pensar en lugar de centrarnos en Dios. Este tipo de insensatez es sutil porque no requiere que neguemos a Dios ni que le despreciemos. Todo lo que tenemos que hacer para menospreciar a Dios es simplemente centrarnos en nosotros mismos en vez de en Él. Eso es lo que hizo el granjero rico y por eso Dios le llamó necio.
Todo cristiano se enfrenta al riesgo de ser este tipo de necio. Esto es especialmente cierto para los cristianos que viven en el mundo occidental, cada vez más próspero y más secularizado. Nuestra cultura nos incita constantemente con mensajes para que nos amemos y nos sirvamos a nosotros mismos. Nos bombardean con homiléticos culturales que nos instan a planificar nuestra jubilación segura. Nuestra cultura nos anima a hacer que nuestras vidas giren en torno a nuestra comodidad y a nosotros mismos, en vez de en torno a Dios y al prójimo. Si somos sinceros con nosotros mismos, debemos admitir que somos susceptibles de consumir esos mensajes. La apatía y el egoísmo prevalecen entre los cristianos contemporáneos, y a menudo la propia iglesia consiente y fomenta estos atributos en sus miembros. El ejemplo del rico insensato nos advierte que no debemos hacer que nuestra vida gire en torno a nosotros mismos. Nos recuerda que solo un necio se desentiende de Dios.
La Escritura nos presenta muchos ejemplos de necedad, como el necio que niega a Dios, el necio que desprecia a Dios y el necio que no tiene en cuenta a Dios. Estos ejemplos no son para desalentarnos, sino para llevarnos hacia la sabiduría. Dios nos proporciona ejemplos de necedad porque es un Padre amoroso que desea que Sus hijos busquen la sabiduría que conduce a la vida abundante. Así que sé sabio, rechaza lo necio y abraza la sabiduría de Dios que se encuentra en Jesucristo, Aquel «en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento» (Col 2:3).