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Juan Calvino, el reformador del siglo XVI, es uno de mis héroes. Al estudiar sus comentarios y sus Instituciones de la Religión Cristiana, me siento confrontado por su pasión por la verdad y humillado por su preocupación pastoral por su congregación. Él amaba al Señor y creía que su amor por Dios estaba fundamentado en el amor que el Señor tenía por él.
Sin embargo, aunque Calvino es mi héroe y aunque estoy de acuerdo con él respecto a muchas doctrinas de la religión cristiana, no acostumbro a referirme a mí mismo como un «calvinista». Al igual que Calvino, soy un estudiante de la Palabra de Dios, y como tal, creo únicamente en lo que está fundamentado en la Escritura sola. Por eso, cuando me enfrento a doctrinas particulares que Calvino sostuvo, primero me dirijo, no a él, sino a la Escritura. Por ejemplo, en muchas ocasiones me han pedido que explique ciertos aspectos de la doctrina «calvinista» de la predestinación. Y en cada ocasión, he hecho un esfuerzo consciente por depender únicamente de la Palabra de Dios para ofrecer las respuestas.


Una pregunta planteada con frecuencia, se refiere al concepto del amor de Dios. A menudo preguntan, como yo también lo hice una vez, si el amor de Dios se extiende a todas las personas sin excepción. Muchos pasajes de la Escritura hablan del amor de Dios y muchos de ellos usan palabras para describir la naturaleza y el alcance de Su amor. Uno de esos pasajes es Juan 3:16, al que muchas personas se refieren cuando intentan demostrar que el amor de Dios está sobre todas las personas. Muchos, no entendiendo la doctrina de la predestinación, han apelado a este pasaje y a otros similares que contienen palabras como todo y mundo, haciendo todo el esfuerzo posible para desacreditar la doctrina de la predestinación y así descalificar la enseñanza de que el amor de Dios ha sido colocado sobre ciertos individuos escogidos por Dios.
Sin embargo, lo que algunos entienden como un problema teológico muy complejo, no lo es en absoluto. Porque cuando consideramos todo el consejo de la Escritura, observando cada pasaje dentro de su contexto particular, somos llevados a concluir que términos generales como mundo solo son universales cuando el amor de Dios se define bíblicamente. Sencillamente, el amor salvador de Dios es un amor especial. Es un amor que es demostrado a aquellos a quienes Dios disciplina (Heb 12:6); es un amor que protege a los hijos de Dios de todos los males (Rom 8:35 sigs.); es un amor que está sobre personas de todas las clases sociales (1 Tim 2:2 sigs.); es un amor que ha sido derramado en los corazones de aquellos a quienes se les ha dado el Espíritu Santo (Rom 5:5) y es un amor que no solo está sobre los judíos étnicos, como suponía erróneamente Nicodemo (Jn 3:16), sino sobre todas las personas sin distinción de raza, origen étnico o color.
De hecho, el amor de Dios es asombroso y es por Su amor tan especial que podemos cantar: «¡Oh, Cuánto amo a Cristo! Él me amó primero a mí».

