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Nota del editor: Este es el primero capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: Una fe razonable
Desde que recibí mi primer cheque a los trece años, trabajé durante mi adolescencia y años universitarios en diversas ocupaciones, desde limpiar y reparar piscinas hasta servir comida en la industria del entretenimiento. En todos los lugares donde trabajé, encontré escépticos de la fe cristiana. La mayoría de esos escépticos eran personas que habían crecido en la iglesia y la habían abandonado. A muchos se les enseñó los fundamentos del cristianismo, pero nunca se arraigaron adecuadamente en los cimientos de la fe. Tenían un conocimiento superficial pero no sabían la teología de la Escritura y, por lo tanto, no tenían respuestas a las preguntas del mundo sobre la fe cristiana.
Una de las cosas que siempre me ha fascinado es cuántos escépticos de la fe utilizan algunos de los mismos clichés críticos para atacar el cristianismo y defender sus dudas. Quizás la afirmación más frecuente es que «la fe es simplemente un salto a lo desconocido», como si los cristianos hubieran saltado a ciegas desde un acantilado hacia un abismo. Aunque la fe es ciertamente creer en las promesas de Dios, algunas de las cuales aún no se han cumplido, la fe no es un salto a ciegas; es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve (He 11:1). Por el contrario, son los escépticos del cristianismo quienes deambulan en un profundo abismo de oscuridad y quienes están en una desesperada necesidad de nacer de nuevo desde arriba por el Espíritu de Dios. Nosotros también, en nuestro estado natural delante de Dios, estábamos en esta posición, muertos en nuestros delitos y pecados. Si Dios no nos hubiera concedido el don de la fe, todavía estuviéramos vagando en la oscuridad.
Sin embargo, aunque el cristianismo es una fe que implica creer, no es una fe sin raciocinio. Es una fe razonable precisamente porque no se origina en nosotros sino que viene de Dios. Es Dios quien nos creó, es Dios quien se reveló a nosotros en la creación y en la Escritura, y es Dios quien nos dio la capacidad de creer lo que nos ha revelado. No hay lugar más seguro en el que estar que en la revelación de nuestro Creador y Redentor. Por eso la fe cristiana no es de ninguna manera un salto en la oscuridad, sino más bien es caer de espaldas en los brazos de nuestro Salvador, Jesucristo, y descansar en Su perfecto amor y sacrificio por nosotros. Saber esto nos permite dar respuestas con mansedumbre y bondad a aquellos que nos preguntan sobre la esperanza que hay en nosotros. Al hacerlo, apuntamos al Dios quien cambia corazones y guía a Su pueblo hacia la fe y el arrepentimiento para que podamos adorar a Dios, coram Deo, delante de Su rostro ahora y para siempre.