Paz en la iglesia
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Nota del editor: Este es el sexto capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: La paz
Al convertirnos en cristianos, experimentamos un cambio radical. Nacemos de nuevo a una esperanza viva mediante la fe verdadera en Jesucristo. Dejamos de ser ciudadanos de este mundo y nos convertimos en ciudadanos del cielo. Seguimos estando en el mundo, pero ya no somos del mundo. Nuestra ciudadanía en el cielo implica el distanciamiento del mundo. Nuestros compromisos cristianos ahora difieren radicalmente de los compromisos de los que viven en el mundo que nos rodea. Ya no compartimos las mismas lealtades y prioridades.
El Salmo 120 capta vívidamente la realidad de estos compromisos divergentes. Este salmo es el primero de una colección en que cada salmo lleva el título de «Cántico de ascenso gradual» (Sal 120-134). La palabra «ascenso» simplemente significa «subir». Es probable que estos salmos recibieran estos títulos porque los peregrinos los utilizaban mientras subían a Jerusalén para sus fiestas sagradas (como Jerusalén está en un monte, la gente siempre sube a Jerusalén). En el Salmo 120, encontramos al salmista al comienzo de su peregrinación. Está lejos de casa (v. 5), rodeado de un mundo de «labios mentirosos» y «lengua[s] engañosa[s]» (v. 2). Y el salmista ora, expresando el deseo de ser liberado de un mundo de personas que «odian la paz» y que «están por la guerra» (vv. 6-7).
Desde luego, damos gracias al Señor cada domingo porque podemos «subir» a la iglesia y a nuestro culto celestial, en comunión con creyentes de ideas afines. Sin embargo, después del Día del Señor, la mayoría de nosotros estamos llamados a «descender» al mundo por los siguientes seis días. Nuestros trabajos, nuestras escuelas, nuestras actividades voluntarias y recreativas, e incluso nuestras actividades digitales y en las redes sociales nos ponen en contacto con el mundo. Entonces, ¿cómo podemos aplicar la paz de Cristo a un mundo que odia la paz?
El pueblo de Dios debe comenzar con el llamado que hemos recibido en Romanos 12:18: «Si es posible, en cuanto de ustedes dependa, estén en paz con todos los hombres». Este pasaje es importante porque nos recuerda la responsabilidad que Dios nos ha dado. Debemos hacer lo posible por vivir en paz con todos, incluso con el mundo. Siempre que los cristianos podamos hacer la paz sin transar la piedad, debemos hacerlo.
En primer lugar, vivimos en paz cuando nos esforzamos por no ser nosotros los que interrumpimos la paz. La paz es un aspecto del fruto del Espíritu (Gá 5:22) y una característica de la sabiduría de lo alto (Stg 3:17). El Salmo 120 nos recuerda que el mundo odia la paz y es belicista. El odio por la paz y el amor por la guerra son características de la carne maldita por el pecado y se manifiestan en enemistades, pleitos, celos, enojos, rivalidades, disensiones y herejías (Gá 5:19-20). Lo que Samuel Miller les decía a sus nuevos estudiantes de teología respecto a su conducta en la iglesia, indudablemente se aplica a todos los cristianos y a su conducta con el mundo: Si se hace la guerra y se rompe la paz, «procuren que ninguno de ustedes sea hallado entre los que obran el mal…. No presten su influencia a la obra impía de corromper y dividir». La responsabilidad que Dios nos ha dado de vivir en paz comienza con no ser nosotros los que rompemos la paz con nuestra conducta pecaminosa.
Esto no significa que tratemos de mantener la paz con el mundo a toda costa. Hacer eso sería abandonar otras responsabilidades importantes que Dios nos ha dado. El Espíritu Santo nos dice claramente que vivamos en paz «si es posible». No es posible hacer las paces con el mundo cuando este hace la guerra contra el Dios vivo. Entonces, ¿cómo mantenemos fielmente este balance, conservando la paz donde debemos y sin ceder donde no debemos? Una vez más, el consejo de Miller es útil: «Procuren no buscar incesantemente “sus propios intereses” (cp. Fil 2:21), su propio engrandecimiento, su propio honor, sus propias fantasías o sus propias especulaciones, sino “los de Cristo Jesús”». A la hora de evaluar cómo mantener la paz con el mundo, simplemente debemos preguntarnos: «¿Estoy buscando mis propios intereses o los de Cristo?». No vale la pena que haga la guerra con el mundo basándome en los intereses que son solo míos, como mi reputación, honor, opiniones o pensamientos. Pero no podemos ceder ante el mundo respecto a los intereses que son de Cristo, como Su ley, Su sabiduría, Su evangelio y Su gloria.
Vivir en paz no solo significa que tratemos de mantener la paz, sino también que tratemos de reparar la paz cuando se rompe. En este sentido, debemos estar conscientes de las limitaciones que Dios nos ha impuesto y de las responsabilidades que Él nos ha dado. Romanos 12:18 reconoce que la paz no depende únicamente de nosotros. Debemos buscar la paz «si es posible, en cuanto de [nosotros] dependa». Estas palabras contienen una responsabilidad explícita y también una limitación implícita. Explícitamente, debemos buscar la paz al vivir en paz con todos. Implícitamente, nos recuerdan que vivir en paz es una responsabilidad mutua. Para que hagamos las paces con el mundo, el mundo debe estar dispuesto a hacer las paces con nosotros. Además, es importante saber que esta verdad nos recuerda que —como dijo alguna vez uno de mis mentores— Dios nos llama al negocio de la fidelidad, no al de los resultados. En otras palabras, aunque puedo esforzarme por ser pacificador, no puedo hacer la paz por mí mismo. En el plano horizontal, no puedo hacer las paces con alguien que no está dispuesto a hacer las paces conmigo. En el plano vertical, no podemos hacer las paces en absoluto sin la bendición soberana de Dios. Nuestro negocio no son los resultados. Ningún truco o técnica garantizará la paz con el mundo. Pero podemos esforzarnos por ser pacificadores primeramente en nuestras oraciones por la paz, suplicando a Dios que bendiga nuestros esfuerzos.
También debemos consolarnos al recordar que la pacificación no es una cuestión de trucos o técnicas, sino que implica la aplicación cuidadosa de la ley y la sabiduría de Dios contenidas en las Escrituras. El mundo, con toda su perversidad y depravación, sigue siendo el mundo de Dios. Fue hecho por Su designio, así que Su voluntad y sabiduría son perfectamente adecuadas para Su mundo. Y aunque la imagen de Dios en los seres humanos ha sido terriblemente desfigurada y corrompida por la caída de Adán, el hombre aún tiene «alguna luz de la naturaleza, mediante la cual conserva algún conocimiento de Dios, de las cosas naturales, de la distinción entre lo lícito y lo ilícito, y también muestra alguna práctica hacia la virtud y la disciplina externa», como nos dicen los Cánones de Dort (III – IV.4). Posteriormente, los cánones nos recuerdan que los seres humanos ni siquiera usan esta luz «rectamente en asuntos naturales y civiles», pero aun así la presencia de la imagen de Dios en todos los seres humanos es motivo de esperanza. Podemos aplicar la voluntad de Dios respecto a la pacificación, que involucra mantener y reparar la paz, incluso en nuestros trabajos, escuelas, comunidades y espacios digitales del mundo. Puede que ya no nos sintamos como en casa en este mundo, pero sigue siendo el mundo de Dios y está lleno de personas que portan Su imagen.
Por último, si nos vemos tentados a cansarnos de la labor de la pacificación en un mundo roto y caído, debemos mantener siempre ante nuestros ojos la bendición de Cristo: «Bienaventurados los que procuran la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5:9).