¿Qué es la Reforma protestante?
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Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo XVI
Algunas personas piensan que la Reforma protestante fue una restauración milagrosa del cristianismo apostólico producida por Dios en la historia directamente desde lo alto. En su momento, esta postura dominó especialmente el pensamiento protestante de Estados Unidos. Sin embargo, fue impugnada de forma eficaz a mediados del siglo XIX por dos gigantes del pensamiento histórico y teológico: John Williamson Nevin y Philip Schaff, del Mercersburg Seminary, de Pensilvania. Desde entonces, no hemos vuelto a aquella vieja postura. Aunque es cierto que Dios obró con poder en el siglo XVI, no lo hizo pasando por alto la historia ni las causas humanas (por cierto, los ocho volúmenes de History of the Christian Church [Historia de la iglesia cristiana] de Schaff siguen siendo una obra maestra que merece nuestro afecto y atención).
LA INFLUENCIA DEL RENACIMIENTO
En muchos sentidos, la Reforma fue la cara espiritual del Renacimiento. Los filósofos renacentistas del siglo XV reaccionaron contra buena parte de la cultura medieval, y llamaron a volver a la cultura del período clásico de Grecia y Roma, que era más antigua y, según ellos, más saludable. Su famoso lema era ad fontes, «a las fuentes», y llevó a algunos a rechazar casi toda la teología y la espiritualidad medieval para volver a las fuentes originales del cristianismo, es decir, a la Biblia y a los padres de la Iglesia primitiva. Pensaban que los padres eran mejores intérpretes del evangelio que los teólogos escolásticos medievales.
Este retorno a la Biblia y a los padres se vio con muchísimo poder en la vida y obra de Erasmo, célebre por su devoción académica hacia el Nuevo Testamento griego, a la luz del cual evaluó y halló defectos en la Vulgata Latina, la Biblia oficial de la Iglesia medieval de Occidente (los apóstoles escribieron el Nuevo Testamento en griego). El descubrimiento renacentista del idioma griego, y el impulso hacia las fuentes del cristianismo derivado del principio ad fontes, llevaron a Erasmo a imprimir su edición del Nuevo Testamento griego en 1516. Ese volumen fue un puente por el que muchos alumnos pasaron del Renacimiento a la Reforma. Lo encontramos en las primeras dos tesis de las noventa y cinco que redactó Martín Lutero:
Cuando nuestro Señor y Maestro Jesucristo dijo «arrepiéntanse», quiso decir que toda la vida de los creyentes debe ser de arrepentimiento. No podemos pensar que esa palabra se refiere al sacramento de penitencia administrado por los sacerdotes, es decir, a la confesión y la satisfacción.
Aquí, Lutero apela a la palabra griega traducida como «arrepiéntanse», que, debido a la traducción de la Vulgata Latina, poenitentiam agite, «hagan penitencia», se entendía antes como una referencia al sacramento de penitencia.
La devoción de Erasmo por el Nuevo Testamento griego es bien conocida. Tal vez es menos conocido que tenía casi la misma devoción, tanto a nivel académico como espiritual, por los padres de la Iglesia primitiva. Editó y reimprimió muchos escritos de los padres, invitando a los lectores a hallar en ellos un cristianismo más puro que el que estaba disponible en las fuentes medievales. El modelo a seguir del propio Erasmo era el gran Jerónimo, el erudito célibe que consagró sus dones intelectuales para promover la causa de la fe verdadera.
El conocimiento más amplio y preciso de los padres de la Iglesia primitiva que Erasmo promovió llevó a muchos a cuestionarse el cristianismo contemporáneo. ¿Era el cristianismo del siglo XVI la misma fe que se había expresado en los grandes credos de la iglesia, por ejemplo, en el Credo Apostólico, el Credo Niceno y la Definición de Fe de Calcedonia?
En esta defensa renacentista de los padres como los mejores intérpretes del evangelio, un padre en específico cobró mucha relevancia: Agustín. En parte, esto se debió al simple hecho de que Agustín superó a todos los otros padres de la Iglesia occidental por su genio teológico, su influencia formadora y su prolífica autoría. Sin embargo, muchos también hallaron alimento para sus almas en las obras devocionales y doctrinales de Agustín. Martín Lutero y Ulrico Zuinglio se convirtieron en sus discípulos fervientes y un aspecto notable de esto fue que abrazaron su postura sobre la soberanía de la gracia divina. Una generación después, Juan Calvino dijo que se alegraría si toda su fe se expresara de acuerdo a las enseñanzas de Agustín. Esta, pues, es otra forma muy específica en la que el Renacimiento se infiltró en la Reforma. Al crear un nuevo nicho para Agustín, el Renacimiento alimentó el «movimiento de renovación» agustiniano, que era muy cercano al corazón de la Reforma.
El propio Erasmo también avivó la llama de la Reforma. Su disgusto por los defectos del catolicismo romano medieval tardío, que a menudo expresaba con sátiras desoladoras, contribuyó a preparar la mente de la gente para que estuviera dispuesta a adoptar medidas drásticas. Por lo general, su Elogio de la locura es visto como el mayor ejemplo de los escritos de Erasmo en ese género. En mi opinión, su ensayo Julio excluido del reino de los cielos es mucho más divertido. Allí, el alma del papa Julio II (1503-1513) llega a las puertas del cielo, solo para descubrir que san Pedro no lo reconoce y se niega a dejarlo entrar, por lo que Julio amenaza con excomulgar al apóstol.
En términos más positivos, Erasmo trató de implementar un programa para reformar la sociedad. Incluía la centralidad de la educación, el conocimiento del idioma griego, el estudio de la Biblia y una espiritualidad enfocada en la fe del corazón, no en meros rituales externos. Con mucha frecuencia, vemos que los reformadores protestantes de Europa estaban impregnados de estos ideales erasmianos. Les añadieron una dimensión teológica que no estaba en el programa de Erasmo (por ejemplo, la doctrina agustiniana de la gracia), pero esos dos aspectos —el erasmismo y el agustinianismo— terminaron siendo poderosamente compatibles. En algunos casos, incluso podemos ver que la influencia directa de los ideales positivos y los escritos de Erasmo llevaron a la gente a tomar el camino de la Reforma, especialmente en el caso de Zuinglio, quien siempre afirmó que le debía su conversión a un poema religioso escrito por Erasmo:
En 1514 o 1515, leí un poema sobre el Señor Jesús escrito por el profundamente erudito Erasmo de Róterdam, donde, con muchas palabras hermosas, Jesús alega que la gente no busca toda la bendición en Él para que Él sea su fuente de toda bendición, su Salvador, su consuelo y el tesoro de su alma. Entonces pensé: «Bueno, si esto es cierto, ¿por qué habríamos de buscar ayuda en cualquier ser creado?».
LA IMPRENTA
Tan importante para la Reforma como el propio Renacimiento fue la creación de un nuevo modo revolucionario de difundir la información: la impresión con tipos móviles. Quizás, una de las razones básicas por las que los movimientos previos de reforma evangélica no habían capturado el pensamiento colectivo (pensamos en los valdenses, los lolardos y los husitas) fue que entraron en escena antes de la invención de la imprenta. En una Europa dominada por la jerarquía católica romana, la difusión intelectual de ideas nuevas y «no oficiales» era mucho más difícil antes de la introducción de los tipos móviles.
La invención de la impresión con tipos móviles fue la revolución informática de la Baja Edad Media. Johannes Gutenberg, de Maguncia, Alemania, fue su gran precursor durante la década de 1450. Para la llegada del siglo XVI, había más de doscientas imprentas produciendo libros en toda Europa. Habían acabado los días en que los escribas (por lo general monjes) debían copiar a mano las obras literarias. Por primera vez, los editores podían producir miles de copias de un libro con facilidad y rapidez, y hacerlas circular de forma masiva. Eso significó que las ideas podían expandirse mucho más rápido que antes. También significó que la capacidad de leer empezó a ser más valorada.
En consecuencia, las ideas reformadoras del Renacimiento lograron expandirse por Europa con relativa sencillez y, de paso, también las ideas de Lutero, Zuinglio y otros, que eran aún más radicales en su carácter reformador. Podríamos decir que la imprenta permitió que la Reforma «se viralizara» de un modo que simplemente habría sido imposible en una época anterior. Esta nueva tecnología de la información terminó siendo un regalo de Dios para Su pueblo.
Vemos el vínculo entre la revolución de la imprenta y la difusión de la Reforma en un solo hecho: las ciudades y universidades fueron las primeras en abrazar la Reforma. Por ejemplo, en Inglaterra, Londres se convirtió rápidamente en el semillero del protestantismo para la nación. Allí estaban las grandes imprentas. Además, allí había un puerto floreciente al que los buques mercantes podían llevar literatura protestante desde el continente europeo.
Hallamos un fenómeno similar cuando analizamos la Suiza del siglo XVI. La Confederación Suiza estaba compuesta por trece estados miembros conocidos como cantones. Cuatro de ellos eran cantones urbanos: Zúrich, Basilea, Berna y Schaffhausen. Los otros nueve eran cantones agrícolas que giraban en torno al campo y las aldeas, y estaban dominados por cinco cantones forestales centrales. ¿Será un mero accidente histórico que la Reforma haya triunfado en los cuatro cantones urbanos mientras que los cantones forestales siguieron siendo bastiones del catolicismo romano? Las ciudades, con sus centros de educación superior y sus industrias de impresión, fueron lugares ideales para que se diseminara el pensamiento reformado.
Del igual modo, en Alemania, la mayoría de las ciudades imperiales libres (ciudades autogobernadas sin alianzas superiores al margen del emperador del Sacro Imperio Romano) se convirtieron al protestantismo. No fue una simple conversión política y superficial, como descubrió para su pesar el emperador Carlos V al tratar de reimponer el catolicismo romano en esas ciudades usando la fuerza armada a fines de la década de 1540. El pueblo de las ciudades alemanas actuó en desacato y siguió siendo protestante. La espada podía conquistar sus territorios, pero no sus almas. Carlos finalmente tuvo que admitir su derrota y retirarse.
REFORMADORES MENOS CONOCIDOS
También debemos contextualizar a Lutero y Zuinglio como figuras destacadas pero no aisladas de la Reforma protestante. Lutero solo habría sido la mitad de lo que fue sin Felipe Melanchthon. Más que Lutero mismo, fue Melanchthon quien aportó la pericia lingüística de la Reforma alemana. Su conocimiento del idioma griego era fenomenal, y es posible que Melanchton haya sido el primero en ver y recalcar que, en el Nuevo Testamento, el vocablo griego traducido como «justificar» significa «declarar justo» en un sentido judicial, no «hacer justo» en el sentido de la santificación. Esa terminó siendo la piedra angular de la doctrina de la justificación por la fe. Sin duda alguna, Melanchton fue quien escribió la Confesión de Augsburgo, que terminó transformándose en el estándar internacional de la doctrina luterana. Lutero estaba muy consciente de su deuda con Melanchton, su colaborador más íntimo:
Yo soy tosco, revoltoso e impetuoso, nacido para pelear contra ejércitos de diablos y monstruos. Mi labor es quitar troncos y piedras, arrancar espinas y cardos, despejar bosques silvestres. Entonces llega el maestro Felipe, con gentileza y suavidad, sembrando y regando con gozo, según los dones que Dios le ha concedido en tanta abundancia.
Otros colaboradores de Lutero fueron Johannes Bugenhagen, quien tuvo un papel clave contribuyendo a reformar la Iglesia en Dinamarca; Justus Jonas, quien dejó huella como escritor de himnos; Nikolaus von Amsdorf, un teólogo escolástico de profesión que abrazó la Reforma; y varios otros hombres que eran conocidos en su época, aunque ahora han quedado eclipsados tras la sombra de Lutero. Por grandioso que haya sido, Martín Lutero no fue un hombre orquesta.
Zuinglio tampoco lo fue. Contó con la hábil asistencia de hombres como Leo Jud, Oswald Myconius y Juan Ecolampadio. Tras la muerte prematura de Zuinglio en 1531, lo sucedió el brillante Heinrich Bullinger, quien se transformó en el «gran anciano» de la Reforma y murió en 1575.
Otras regiones de Europa tuvieron sus propios grandes reformadores. Martín Bucero en Estrasburgo (ahora está en Francia, pero entonces estaba en Alemania) trató de combinar lo mejor de la Reforma de Lutero con lo mejor de la Reforma de Zuinglio. El resultado fue enormemente atractivo para un joven francés llamado Juan Calvino que, como parte de la segunda generación de reformadores, fue discípulo de Bucero. Puede que hoy discutamos quién es un verdadero calvinista, pero el propio Calvino no era más que un verdadero bucerista.
En Dinamarca, hallamos a Hans Tausen, el «Lutero danés», cuya predicación difundió el evangelio como un incendio forestal a partir de 1524. En Suecia, los hermanos Olaf y Lars Petersson tuvieron un ministerio evangelizador de impacto similar. En Inglaterra, William Tyndale publicó su traducción inglesa del Nuevo Testamento en 1525; ni la religión ni el lenguaje de Inglaterra volvieron a ser iguales.
Podríamos seguir hablando así. Lutero y Zuinglio tal vez lideraron el camino, pero no estuvieron solos. Por toda la faz de la Europa romanista, inspirada por los ideales de Erasmo y la teología de Agustín, una generación completa se separó de las corrupciones de una iglesia que se había descarriado. Deberíamos invertir algo de tiempo y energía en aprender sobre los reformadores menos conocidos.
REFORMAS MÚLTIPLES
Los historiadores modernos también enfatizan correctamente que la Reforma protestante solo fue una de las reformas que experimentó la gente del siglo XVI. El contexto más amplio nos fuerza a tomar en consideración la Reforma radical y la Contrarreforma de la Iglesia católica romana. Los reformadores radicales eran un grupo muy diverso. En la actualidad, es común dividirlos en anabaptistas, racionalistas y espiritualistas, pero algunos historiadores también mencionan a los milenialistas apocalípticos. En muchos casos, comenzaron como seguidores de Lutero y Zuinglio, pero después se desataron y tomaron un curso propio.
A pesar de su diversidad, los reformadores radicales rechazaron al unísono la visión protestante de la Escritura y la justificación por la fe sola. El grupo anabaptista evangélico que más ha perdurado, los menonitas, tenía una postura romanista sobre el canon de la Escritura (aceptaban los libros apócrifos). Todos los reformadores radicales repudiaron el bautismo de infantes, pero no estuvieron de acuerdo sobre lo que debían colocar en su lugar (¿el credobautismo? ¿El bautismo en el Espíritu?). También rechazaron toda conexión entre la Iglesia y el Estado, por tenue que fuera. Tal vez la mayoría de los protestantes modernos empatizan con ellos en ese punto.
La Contrarreforma fue la reforma interna que efectuó la Iglesia romana, en parte para responder a la Reforma protestante. Algunas corrientes reformadoras dentro de Roma eran muy positivas (desde la perspectiva protestante), en especial el movimiento evangélico católico, que abrazó la justificación por la fe. Sin embargo, lo que terminó emergiendo fue una Iglesia romana consolidada en su postura de antiprotestantismo militante. En el plano teológico, eso ocurrió en el Concilio de Trento, donde se codificó la doctrina romanista durante más de veinte años con una nueva precisión y claridad antiprotestante. A nivel más básico, esta hostilidad militante contra la Reforma protestante fue encarnada con vigor desenfrenado por la nueva orden monástica conocida como la Compañía de Jesús o los jesuitas.
Cuando las cosas se calmaron, Europa quedó dividida por la mitad en torno a cuestiones religiosas. El norte era (generalmente) protestante y estaba enfrentado al sur, que era católico romano. Los radicales, que estaban esparcidos a ambos lados de la división, eran perseguidos dondequiera que vivieran. Vendrían ciento cincuenta años de «guerra fría» religiosa, que a veces se acaloraba y se convertía en conflictos militares devastadores que asolaban el suelo de Europa y lo empapaban de sangre. Al menos en Gran Bretaña, la causa protestante se alió con la causa del gobierno constitucional, lo que tuvo grandes efectos para el futuro de los Estados Unidos de América.
En conclusión, el estudio cuidadoso de la Reforma nos muestra que, lejos de ser un rayo caído inexplicablemente del cielo, fue un fenómeno inmerso en la historia de sus tiempos en todo sentido. Tuvo raíces y antecedentes, tuvo canales de influencia identificables y quedó profundamente entrelazado con la política y cultura de su propia época singular (que ahora está a quinientos años de nosotros). Si me lo permites, quisiera cerrar citando algo que dije una vez:
En muchos sentidos, los reformadores protestantes fueron personas profundamente influenciadas por su época, tal como nosotros por la nuestra. No debemos esperar encontrar perfección en ellos más de lo que las generaciones futuras podrán encontrar en nosotros. Sin embargo, si nos sumergimos en la época de la Reforma, de seguro veremos que, como solía decir Hollywood de sus películas, «toda la vida está aquí». Además, tal vez veamos que esa vida, tan fresca, agitada y valiente, tiene mucho que ofrecernos hoy, cuando, en comparación con ellos, estamos en el hastío y la superficialidad.