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Nota del editor: Este es el capítulo 18 de 25 en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Preguntas claves sobre la oración.

Nunca he conocido a un cristiano que haya dicho: «Creo que oro lo suficiente». A la mayoría de nosotros nos cuesta orar. Esto puede ser por diversas razones, pero a veces es que simplemente no deseamos orar. Nuestra falta de deseo no solo se debe a la pereza, sino que radica en una incredulidad mucho más profunda. Muchas veces no deseamos orar porque no creemos verdaderamente que orar nos ayudará. Somos incrédulos, como suele demostrar el hecho de que orar no es lo primero que hacemos normalmente, pues lo vemos como el último recurso. Para poder cultivar una pasión por la oración tenemos que recordar el poder de la oración.
El poder de la oración no depende de tus deseos de orar, sino de la fe en las promesas de Dios.
La oración es uno de los medios principales por los cuales descubrimos el plan soberano de Dios para nuestras vidas. No siempre tendremos deseos de orar, pero cuando lo hacemos, las cosas cambian. Jesús dijo: «Porque en verdad os digo que si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: «Pásate de aquí allá», y se pasará; y nada os será imposible» (Mt 17:20). Observa la relación que hay entre la fe y la oración. La fe produce oración. Así como un recién nacido comienza a balbucear, al que ha nacido de nuevo se le concede un nuevo deseo de tener comunión con Dios a través de la oración. Sin embargo, la debilidad de nuestra carne (la misma debilidad que impedía que los discípulos de Jesús oraran, Mt 26:41) a menudo apaga el deseo de orar. Esa debilidad, junto al diluvio de las circunstancias de la vida, puede acabar completamente con nuestra vida de oración.
Necesitamos avivar las llamas de las brasas de la oración. Estas brasas son encendidas por medio de la predicación fiel que escuchamos los domingos y por nuestra propia lectura privada de la Escritura durante la semana. La fe produce oración, pero la Palabra de Dios con Su Espíritu produce fe (Rom 10:17). En mi propia vida, he notado que existe una correlación directa entre estar llenos de la Palabra de Cristo y tener el deseo de una comunión con Dios por medio de la oración. La falta de oración resulta de una falta de fe, lo cual suele significar que hemos dejado de contemplar la gloria de Dios revelada en la Escritura.
Así que para el cristiano que dice: «Es que nunca tengo deseos de orar» (el tipo de cristiano que me encuentro todo el tiempo), mi exhortación es esta: disciplínate para orar comoquiera. Acepta que el poder de la oración no depende de tus deseos de orar, sino de la fe en las promesas de Dios. Sumérgete en esas promesas y notarás que hay momentos en tu vida en los que la oración se enciende como un fuego. También podrías notar que a veces orar es como encender un carro durante el invierno: toma tiempo para que el motor se caliente. Eso está bien. No te des por vencido cuando te sientas frío; más bien, excava más profundo en los tesoros del evangelio. Ese evangelio produce fe, y esa fe producirá un corazón de oración.