La Epístola de Pablo a los Romanos
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3 marzo, 2023Las consecuencias de la justificación
Octava lección de la serie de enseñanza del Dr. R.C. Sproul «Justificados por la fe sola».
La doctrina de la justificación por la fe sola es mucho más que un ejercicio intelectual para los cristianos. En esta lección, R.C. Sproul continúa su estudio de la justificación en el libro de Romanos para identificar las bendiciones y privilegios que son nuestros en el evangelio.
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Transcripción
A veces cuando estamos tratando con temas teológicos, es una buena idea hacer una simple pregunta «¿Y qué?» o, «¿Cuál es el asunto?», «¿por qué eso es tan importante?» Pero cuando vemos la doctrina de la justificación y hacemos esa pregunta, «¿Y qué?», nos estamos preguntando ¿cuál es el significado o las consecuencias de nuestra justificación? ¿Cuán importante es para nosotros ser justificados y qué resultados se derivan de eso? Pablo aborda esa pregunta al comienzo del capítulo 5 de su carta a los Romanos.
Termina el capítulo 4 con las conclusiones que sacó del ejemplo de Abraham cuando dice: «Se le contó por justicia» y luego, en el versículo 23 del capítulo 4, «Y no solo por él fue escrito que le fue contada, sino también por nosotros, a quienes será contada: como los que creen en aquel que levantó de los muertos a Jesús nuestro Señor, el cual fue entregado por causa de nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificación»
Bien, habiendo escrito eso, el apóstol continúa y hace esta conclusión: «Por tanto»; por cierto, cada vez que veas la frase «por tanto» en las Escrituras, debes detenerte y notar que lo que esa palabra indica es que estás a punto de llegar a la conclusión de un argumento o de una enseñanza de cierta importancia. Por eso siempre me sorprende que los nuevos capítulos empiecen con las palabras «por tanto» porque esa frase «por tanto» depende de todo lo que le precedió para hacer esa conclusión.
Pero, en todo caso, quien haya hecho esa división de capítulos allí, empieza el capítulo 5 con esa frase, «Por tanto, habiendo sido justificados por la fe», o sea, que nuestra justificación por la fe es ahora fait accompli; es algo que ya ha ocurrido. Es un evento pasado. Ahora, en vista que tenemos ese evento pasado establecido, ¿qué significa eso para el presente? Pablo dice, «habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» y me detendré allí, en medio de esa oración, de modo que la primera consecuencia de nuestra justificación es la paz con Dios.
Ahora, Pablo y otros escritores del Nuevo Testamento articulan eso con un lenguaje diferente de vez en cuando. Uno de los conceptos más importantes que se relaciona con esta idea de paz con Dios es la idea de reconciliación. Lo único que es absolutamente esencial para la reconciliación, sin la cual la reconciliación nunca podría ocurrir, es el distanciamiento. Las personas que no están distanciadas no necesitan reconciliarse, por lo que, para que la reconciliación suceda, tiene que haber algún tipo de división, algún tipo de distanciamiento, que requiera la reconciliación.
El Nuevo Testamento deja muy claro que, en nuestra condición natural caída estamos en enemistad con Dios, que nuestro estado natural es un estado de alejamiento de Él. No queremos que Él esté en nuestro pensamiento. No queremos que Él gobierne sobre nosotros. Queremos deshacernos de Él. Hace varios años me pidieron que diera una conferencia en una universidad en particular, donde tenían un club ateo y me pidieron desde un punto de vista apologético, que fuera a dar una conferencia al club ateo y lo hice.
Les dije en esa charla que estaba muy dispuesto a tratar de dar respuesta a las objeciones intelectuales que tenían ante las afirmaciones de verdad del cristianismo y a la afirmación de la existencia de Dios. Pero les dije: «Quiero que sepan de dónde vengo. Haré este ejercicio con ustedes, pero estoy convencido de que ustedes ya saben que Dios existe, y su problema no es intelectual, sino que es moral. Su problema no es que no tengan suficiente información o argumentos convincentes para saber que Dios existe, sino que, su problema es que lo odian y lo que necesitan es reconciliarse con Él».
Bueno, se pueden imaginar que no se lo tomaron muy bien. Estaban listos para fusilarme y lincharme. «¿Cómo te atreves a acusarnos de odiar a Dios?», bueno, si sales y le preguntas a la gente en la calle: «¿Odias a Dios?», casi nunca encontrarás a alguien que diga: «Sí, lo odio». Y, sin embargo, Dios dice que sí, que lo odiamos, cada uno de nosotros, en nuestro estado natural estamos en este estado de distanciamiento y la imagen que se usa en toda la Escritura es una de guerra, y las guerras no son agradables. Vivimos en tiempos violentos y todos estamos familiarizados con los estragos de la guerra. Cuando una guerra termina, es una ocasión de gozo.
Tengo recuerdos vívidos como si fuera ayer en el verano de 1945, donde estuve viviendo por un breve período de tiempo en Chicago. Mi padre había luchado en el campo europeo y cuando ese conflicto terminó, volvía para salir del ejército, pero la guerra en Japón todavía estaba en curso. Y yo estaba jugando béisbol en la calle en Chicago, donde jugábamos este juego tonto, pero en medio de este juego, yo estaba con el bate y de repente todo el cielo retumbó, las damas salieron corriendo de los apartamentos de sus edificios, con ollas y sartenes golpeándolas y continuaban con esta cacofonía.
No tenía ni idea de lo que estaba pasando y todos gritaban: «¡Se acabó! ¡Se acabó!». La Segunda Guerra Mundial había llegado a su fin y todavía puedo recordar la euforia que era palpable en el aire con el anuncio de la paz. Pero los tratados de paz casi nunca duran. Los tratados de paz están hechos para ser rotos. Podría avanzar tres años después de 1945, a 1948 y recitarte el terror que conocí durante la Guerra Fría, donde de niños, hacíamos ejercicios en la escuela todas las semanas, acerca de qué hacer en caso de un ataque atómico y esa espada de Damocles de la bomba atómica y que Rusia la tenía y la idea de que estábamos tan cerca de la Tercera Guerra Mundial, de nuevo era algo que nos perseguía.
Pero cuando Dios declara la paz, cuando Dios hace un tratado de paz, nadie agita más la espada. No hay peligro de que otro insulto o incidente vuelva a traer el calor del conflicto de nuevo. Jeremías hablaría de los falsos profetas del Antiguo Testamento que decían: «Paz, paz», cuando no había paz. Lutero habló de una paz carnal, una paz que es solo en palabras, pero no en la realidad. Pero cuando somos justificados, la primera consecuencia de eso, el resultado de eso, es paz con Dios. La guerra ha terminado. Dios ya no está en enemistad con nosotros, y nosotros ya no estamos en enemistad con Él. El distanciamiento ha sido sanado y estamos reconciliados ahora y para siempre. Y, eso casi nunca se discute aún entre los cristianos de hoy, cuán importante es estar en paz con Dios. Tenemos la paz del Príncipe de paz.
¿Recuerdas el legado de nuestro Señor en Sus palabras finales a Sus apóstoles? Les dijo en Su última voluntad y testamento: «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón». Lutero dijo que el pagano tiembla ante el crujido de una hoja, porque en su estado de no reconciliación, teme la ira de Dios. Ahora, de nuevo, voy a agregar a eso, que aquello de lo que somos salvos es de Dios. La salvación es sobre todo y principalmente de Dios. Es por Dios, pero es de Dios. Es de la ira de Dios. Es por el juicio de Dios que somos redimidos y porque estamos reconciliados y porque tenemos paz, no tenemos nada que temer de la ira de Dios, que es lo más temible que cualquier ser humano podría encontrar.
Bueno, más allá de la reconciliación, Pablo dice aquí: «tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por medio de quien también hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes». Así que, la segunda consecuencia es el acceso. No es solo acceso a Su gracia, sino que es acceso a Su presencia. Recuerdas que el castigo de Adán y Eva era el ser desterrados del huerto del Edén. Tenían que vivir al este del Edén y Dios colocó un ángel con una espada en llamas en la entrada del huerto, ¿con qué propósito? Para evitar que Adán y Eva regresen a la presencia de Dios, pero ahora esa espada en llamas ha sido removida.
El velo del templo ha sido rasgado y ahora tenemos acceso a la presencia misma de Dios. Tenemos el acceso de hijos que han sido adoptados en la familia de Dios. Eso es una gran parte de lo que la justificación incluye, es la adopción a la familia de Dios, de modo que ahora podamos llamar a Dios «Padre». Y para el creyente, la Palabra de Dios con frecuencia nos llama a acercarnos. Y esa es la vida cristiana, acercarnos lo más que podamos a Dios. Las barreras han sido removidas. Ahora estamos llamados a venir con confianza, por supuesto sin arrogancia. No es un paseo casual en el parque el entrar en la presencia de Dios.
La Biblia nos llama a prepararnos para venir a la presencia de Dios y también sabemos que Dios está en todas partes y, sin embargo, hay manifestaciones especiales de Su presencia. La manifestación especial número uno de Su presencia está en Su casa, en la iglesia. Francamente, me sorprende cuando miro cómo la gente se viste hoy cuando viene a la iglesia, como si fueran a un partido de béisbol o como si fueran a la playa y empiezo a pensar para mí mismo: «Uff, si esas personas estuvieran invitadas a una cena del gobierno en la Casa Blanca, no se les ocurriría aparecer vestidos así, en presencia del presidente».
Sin importar lo que pienses del presidente, su oficio es tan honorable, que nosotros en nuestra cultura y en todas las culturas, sabemos que hay momentos especiales y eventos especiales, momentos sagrados en los que te vistes de forma apropiada. Y cuando nos acercamos a Dios, estamos entrando en la presencia del santo, del cual habíamos sido desterrados y estábamos prohibidos de entrar. Y así, cuando nos acercamos, debemos estar preparados para venir en un espíritu de asombro, un espíritu de reverencia, un espíritu de gozo, un espíritu de consuelo sabiendo que la guerra ha terminado y ahora tenemos paz con Él.
Quiero agregar a eso el otro concepto bíblico que está aquí, que cuando somos justificados y tenemos ese acceso a la gracia donde podemos acercarnos, nos acercamos en Cristo. Venimos porque Él nos ha imputado Su justicia a nosotros, pero no entramos por nosotros mismos en la presencia de Dios, sino que somos acercados por nuestro Redentor. Tal vez ya lo hayas aprendido en tus clases de griego, pero sabes que son dos de las preposiciones simples en griego: la preposición «eis» o la preposición «en» es la forma españolizada de decirlo, pero ¿cuál es la diferencia? cuando la Biblia nos dice que creamos en Cristo, nos dice que «creamos hacia».
Al estar en este salón en este momento, estamos dentro del salón, pero, para estar en este lugar, tuvimos que pasar por esa puerta y cuando estábamos al otro lado de esa puerta, no estábamos aquí, teníamos que movernos. Tuvimos que movernos de allá afuera hacia aquí adentro y ese movimiento en griego sería «eis», te mueves hacia algo y estamos llamados a creer hacia Jesús, en nuestra justificación. Porque entonces, cuando creemos en Jesús, ¿qué pasa? Ahora estamos, como Pablo dice una y otra vez, «en Cristo», «en Christo». Estamos en Cristo y Cristo está en nosotros. Y esto es parte de la gran consecuencia de nuestra justificación. Porque todo el que es justificado, ahora es traído de afuera hacia adentro y estamos en Cristo.
Yo estoy en Cristo y si eres cristiano, estás en Cristo y eso define cómo debemos relacionarnos unos con otros porque ¿cómo puedo odiar a alguien que está en Cristo, si yo estoy en Cristo? ¿Cómo podemos odiarnos unos a otros? Tenemos que ser capaces de amarnos unos a otros, porque juntos hemos sido justificados y hemos sido traídos a esta familia y yo estoy en Jesús, Él está en mí, tú estás en Él y Él está en ti. No es de extrañar que cuando Pablo se convirtió en el camino a Damasco, cuando Jesús le habló desde el cielo, Él dijo: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues» a mí? Pablo ni siquiera conocía a Jesús. Nunca había conocido a Jesús.
Él nunca había visto a Jesús, pero estaba intensamente comprometido con la destrucción del cuerpo de Cristo y por eso Jesús está diciendo: «Persigues a mi pueblo, persigues a mi iglesia, me persigues a mí, porque yo estoy en ellos y ellos están en mí». Tenemos una unión entre nosotros y en medio de nosotros, lo cual es, de nuevo, parte de las consecuencias de nuestra justificación. Y luego Pablo continúa diciendo: «Hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios».
Podríamos pasar seis semanas solo en esa frase, ¿cierto? ¿Qué significa regocijarse en la esperanza? El Nuevo Testamento habla de la esperanza todo el tiempo, que con la fe y la justificación viene la esperanza y eso es algo difícil de conseguir, porque en nuestra cultura, en la forma en la que usamos, el término esperanza, es radicalmente diferente de cómo se usa en la Biblia. En nuestros términos de esperanza, no estamos seguros de algo, no sabemos cuál será el resultado de un partido de fútbol o qué preguntarán en el examen, cuando tengamos exámenes finales. Cuando digo: «¿Cómo te irá en el examen?». Tú dices: «Espero pasar, espero que me vaya bien». No estás seguro, no sabes, no tienes certeza. De hecho, tienes miedo.
Pero la esperanza en el Nuevo Testamento no es un sentimiento asociado con un anhelo o deseo. Es una certeza de lo que está por venir en el futuro, que se ha prometido en el pasado o en el presente. Por eso se le llama el ancla del alma, le da estabilidad al creyente y esa esperanza que está ahí, es la fe mirando hacia adelante. Es confiar que Dios va a hacer lo que Él dice que Él va a hacer. Y así, con nuestra fe y justificación viene también esta esperanza y es la esperanza de gloria. Lo que quiero ver más que cualquier otra cosa es la gloria de Dios revelada, pura, manifiesta. ¿Te imaginas lo que será mirar el rostro de Cristo en el cielo, tener la visión beatífica, la visio Dei, verlo como Él es en Su gloria, ser cubierto por la gloria de Dios?
Bueno, tenemos esa esperanza y esa esperanza, dice Pablo, no nos avergüenza. Nunca nos avergonzaremos de eso, porque esa esperanza no puede fallar. Eso es lo que nos da las bases para nuestra santificación, porque estamos trabajando en nuestra salvación con temor y temblor, no como personas que no tienen esperanza, como personas que están tratando cada vez más de conformarse a la imagen de Cristo, pero tal vez eso no suceda. No, no, no, sabemos que va a suceder. Nuestra santificación se elabora sobre la base de la seguridad de nuestra justificación. Es por eso que Pedro habla de: « hacer firme vuestro llamado y elección».
Ten la seguridad de tu salvación, para que puedas conformarte a Su imagen en tu santificación. Así que, una vez más, otra consecuencia de la justificación es nuestra santificación, y esa relación entre justificación y santificación es fundamental que la entendamos, y ahí es donde entra el debate, por ejemplo, en la epístola de Santiago, donde parece que está contradiciendo la justificación por la fe sola de Pablo.
Pero lo que está sucediendo allí es una discusión entre la relación de la justificación con la santificación y si Dios quiere, en la próxima sesión veremos en detalle esa relación que es enseñada por Santiago y aquella enseñada por el apóstol Pablo que hemos visto aquí, en Romanos.