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21 febrero, 2023La experiencia de la torre


Tercera lección de la serie de enseñanza del Dr. R.C. Sproul «Lutero y la Reforma».
Nunca entenderemos la ferviente defensa de Martín Lutero de la justificación por la fe sola si no tenemos en cuenta su encuentro con el libro de Romanos, que cambió su vida. En esta lección, R.C. Sproul describe cómo Lutero llegó a entender el evangelio por primera vez.
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Transcripción
Vamos a continuar con nuestro estudio de Lutero y la Reforma del siglo XVI. En las sesiones anteriores mencioné que, en los años de juventud de Lutero, él era propenso a tener una crisis seria cada cinco años. En 1505, tuvo la experiencia del rayo que lo envió al monasterio. En 1510, como vimos la última vez, tuvo una experiencia de desilusión en su viaje y peregrinación a Roma. Pero quizás la crisis más importante de toda su vida, el episodio que lo definió como hombre, como teólogo, como reformador y como cristiano, ocurrió en el año 1515, en lo que se ha descrito como su experiencia de la torre.
Antes de analizar la experiencia de la torre, debemos saber cómo Lutero pasó de Erfurt a Wittenberg. Permítanme empezar diciendo que poco después de volver de su experiencia en Roma, fue llamado a mudarse de Erfurt al claustro agustino del pueblo de Wittenberg.
Erfurt era una gran ciudad de Alemania con una universidad importante y Wittenberg era básicamente un pueblito de unos 2000 habitantes y la extensión de la ciudad era menos de 2 km de largo. El nombre Wittenberg significa «colina blanca» o «pequeña montaña blanca» y estaba situada en una franja de arena blanca que bordeaba el río Elba.
La importancia de Wittenberg en ese momento de la historia radica en que el pueblo fue fundado por un hombre llamado Federico el Sabio, Federico elector de Sajonia. Y si no están familiarizados con Federico el Sabio, tengo que decirles, a estas alturas, que él fue uno de los principales protagonistas de la Reforma Protestante, aunque en gran medida fue involuntario. El sueño de Federico era crear un centro cultural e intelectual en Wittenberg que compitiera con la Universidad de Heidelberg y con los mayores centros intelectuales de Alemania.
Y con ese fin buscó y recorrió toda Alemania, pidiendo a varios monasterios que nominaran a sus mejores jóvenes estudiosos a fin de unirse a su nueva facultad en Wittenberg y pudo obtener los servicios de tres académicos jóvenes brillantes, uno de los cuales era Martín Lutero. Lutero aún no había terminado su doctorado. Tenía una maestría en estudios bíblicos y fue llamado a la ciudad para ser el profesor de Biblia en la facultad allí en Wittenberg. Además de fundar la universidad allí, Federico también quería crear el mejor relicario que se pudiera hallar en toda Alemania.
Su sueño era hacer de Wittenberg la Roma de Alemania, a lo largo de un período de diez años más o menos, buscó por todas partes para recolectar varias reliquias que se pudieran guardar en la iglesia de Wittenberg y que atrajeran a los peregrinos, literalmente, de toda Europa para hacer sus peregrinaciones a Wittenberg por el valor de las indulgencias del purgatorio que implicaba tal viaje. Llegó a reunir una colección de reliquias de más de 19 000 objetos, cuyo valor en indulgencias, si consideras a cada uno de ellos durante su peregrinación, era 1 902 202 años y unos siete meses de exención del purgatorio. Así, su sueño de establecer un relicario gigante allí en Wittenberg fue una realidad.
Entre las reliquias que pudo reunir se encontraba un trozo de paja del pesebre de Jesús, pelo de la barba de Jesús, un trozo de la cruz, un pedazo de piedra del monte de la Ascensión, incluso una rama de la zarza ardiente de Moisés, era una colección impresionante. Federico el Sabio es conocido como elector de Sajonia porque fue uno de los varios hombres en Europa que tenía un voto en la selección del santo emperador romano, aquel que presidiría el Sacro Imperio Romano, de quien los estudiosos han dicho que no era ni sacro, ni romano, ni realmente un imperio.
Y, de hecho, en el año 1519, creo que fue así, el emperador del Sacro Imperio Romano, Maximiliano, murió y el trono del emperador quedó vacante y había tres candidatos principales para suceder a Maximiliano. Dos llevaban la delantera y el tercero tenía muy pocas opciones. Los favoritos eran Francisco, quien era rey de Francia en ese entonces; Carlos, quien era rey de España, quien no hablaba español y era considerado como un tonto, incluso por sus contemporáneos; y el tercer candidato que estaba muy por detrás de Francisco y Carlos era el rey de Inglaterra, Enrique VIII.
Así, la trama se complicó a medida que la carrera continuaba y el Papa en Roma, en ese momento, León X, no quería en absoluto que Francisco ni Carlos se convirtieran en el nuevo emperador del Sacro Imperio Romano. Entonces trató de convencer a Federico de que presentara su candidatura al cargo de emperador del Sacro Imperio Romano. Con ese fin, León X honró a Federico dándole el honor más alto que el Papa podía dar a un gobernante secular y ese era la orden de la Rosa de Oro. Le concedió ese honor a Federico, con la esperanza de inducir a Federico a procurar el cargo de emperador del Sacro Imperio Romano.
Federico, sin embargo, una de las razones por las que fue llamado «el Sabio» fue porque declinó la invitación, no estaba interesado en postularse para emperador y, de hecho, emitió uno de los votos decisivos más importantes que puso a Carlos en el trono como el emperador del Sacro Imperio Romano. También es significativo para Federico, además de ser el hombre que llevó a Lutero a Wittenberg, donde comenzó toda la Reforma, fue que, debido a su poder político en Europa, Federico pudo servir como protector de Lutero durante los años críticos. Los historiadores han dicho que, de no ser por la influencia de Federico el Sabio, Lutero, con seguridad, habría sido perseguido y habría sido ejecutado.
Pero a pesar de que Federico permaneció leal a la Iglesia católica romana, también fue leal con su facultad y quería asegurarse de que Lutero no fuera injustamente perseguido ni procesado y ejecutado, así que lo defendió durante muchos, muchos años, aunque irónicamente se ha dicho que Lutero y Federico nunca tuvieron más de tres conversaciones en toda la historia de su relación. Pero, en todo caso, cuando Lutero fue llevado a Wittenberg como profesor de Biblia, comenzó sus clases en 1513, con ponencias largas del libro de los Salmos. Un aspecto que solemos pasar por alto sobre Lutero es que Lutero era un excelente lingüista y un destacado intérprete de la Sagrada Escritura.
De hecho, cuando maduró su método de interpretación bíblica, cambió todo el enfoque de interpretación bíblica medieval a las formas modernas de abordar las Escrituras. En la Edad Media, el método favorito para interpretar la Biblia era a través del uso de lo que se llamaba la «cuadriga». La cuadriga era un método cuádruple de interpretación de la Biblia, de modo que tú veías en primer lugar el sentido literal del texto, y luego encontrabas el sentido ético del texto. Buscabas el significado místico del texto y encontrabas el significado alegórico del texto. Este método condujo a todo tipo de especulaciones descabelladas e interpretaciones imaginativas de la Biblia, a tal punto que Lutero dijo que, bajo ese sistema, la Biblia podía ser una «nariz de cera» moldeable.
Cualquiera podía torcerla y distorsionarla para hacerla encajar en cualquier teoría que quisiera introducir en la Escritura. Lutero poco a poco adoptó la posición de que el método adecuado para interpretar las Escrituras era encontrar lo que él llamaba el sensus literalis. Veamos con detalle esto. El sensus literalis, que traducido significa el sentido literal de la Escritura. Hay personas que me han preguntado de vez en cuando si interpreto la Biblia literalmente, pero, por lo general, no hacen la pregunta en ese sentido. Por lo general, lo hacen más de forma negativa diciendo: «No interpretas la Biblia literalmente, ¿cierto?». Y cuando alguien me dice eso: «No interpretas la Biblia literalmente, ¿cierto?». Nunca digo que sí. Y nunca digo que no. Siempre respondo a esa pregunta de la misma forma.
Si alguien me dijera: «No interpretas la Biblia literalmente, ¿cierto?», mi respuesta siempre es: «Por supuesto». Es decir, ‘obvio’, qué otra forma legítima hay de interpretar la Biblia que no sea interpretarla literalmente. Pero entiendo que cuando la gente me hace esa pregunta no se refieren a lo que Lutero quiso decir con el sentido literal o a lo que yo me refiero. Lo que Lutero quiso decir con el sensus literalis fue que debemos interpretar la Biblia según como está escrita. Si es narración histórica, la interpretas según las reglas de la narración histórica. Si es poesía, la interpretas según las reglas de la poesía. Si es didáctica, interpretas según esos cánones y así.
Pero no existe un griego del Espíritu Santo en la Biblia. Un sustantivo es un sustantivo. Un verbo es un verbo y debes tratar la Biblia en ese sentido como si fuera cualquier otro libro. Desde luego, no es como cualquier otro libro porque ella y solo ella es la Palabra de Dios, pero, de todos modos, Lutero levantó un cerco alrededor de todo intento de tener una interpretación mística y espiritualizada de la Palabra de Dios. Él quería buscar el sentido claro y el significado llano de las Escrituras, para que entendamos la Palabra de Dios tal como fue escrita y entregada originalmente. Y así, este principio de interpretación bíblica lo desarrolló durante los años en que enseñó en Wittenberg, lo cual comenzó con su extensa exposición del libro de los Salmos.
El 1515 es el año en que dije que sufrió la crisis más importante, tal vez de toda su vida, en lo que se llama la experiencia de la torre y comenzó cuando recibió la tarea de enseñar el libro de Romanos. Al inicio de sus sesiones, al leer el primer capítulo de Romanos y llegar a Romanos 1:16, leyó estas palabras: «Porque no me avergüenzo del evangelio, pues es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree, del judío primeramente y también del griego». Después, en el versículo 17, que, según la mayoría de los estudiosos, corresponde al tema de toda la epístola de Romanos, Pablo escribe: «Porque en él (es decir en el evangelio) la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito, mas el justo por la fe vivirá».
Cuando Lutero leyó por primera vez ese texto y comenzó a leer las oraciones de Lombardo y otros, otros comentaristas de la Edad Media, estaba luchando con un concepto del versículo 17 que encontraba personalmente repugnante, y es que tal versículo hablaba del tema que aterrorizaba a Lutero más que cualquier otro, se trataba de la justicia de Dios. Fue para calmar su conciencia que trabajó tan duro en el monasterio, que fue tan riguroso en su ascetismo y en sus peregrinaciones y confesiones y todo eso, porque estaba atormentado por el fantasma de un Dios justo que Lutero sabía que si le juzgaba según el estándar de justicia de Dios, Lutero perecería.
También entendía que, por mucho que se esforzara e hiciera, nunca podría satisfacer las demandas de la justicia de Dios o la rectitud de Dios a fin de lograr entrar al cielo.
Así que la barrera suprema que se interponía entre Lutero y su Dios, era la justicia de Dios. Lutero comprendía en lo más profundo de su alma el abismo que existe entre la justicia de Dios y la injusticia del pecador, y Lutero no veía ninguna forma posible de cerrar la brecha. Pero mientras leía este texto y estudiaba este texto y preparaba sus clases, llegó a comprender de un modo totalmente nuevo y radical lo que Pablo estaba diciendo en Romanos, capítulo 1, versículo 17.
Dice: «Aquí mismo (en el evangelio) la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito, mas el justo por la fe vivirá», un versículo tomado del libro de Habacuc en el Antiguo Testamento, que se cita tres veces en el Nuevo Testamento. Lutero frenó de golpe y se preguntó, ¿qué significa esto, que haya una justicia que es por fe y por fe para fe? ¿Qué significa que el justo vivirá por la fe? Que como dije, de nuevo, fue el versículo temático para toda la exposición del evangelio que Pablo expone aquí en el libro de Romanos. Y así las luces se encendieron para Lutero, cuando comenzó a entender que Pablo estaba hablando aquí de una justicia que Dios en su gracia pone a disposición de los que la reciben de forma pasiva, no de los que la alcanzan de forma activa, sino que la reciben por fe y por lo cual una persona puede ser reconciliada con un Dios santo y justo.
También había una trampa lingüística que estaba presente aquí, y era que la palabra latina para «justificación» que se usó en ese momento, en la historia de la iglesia, era, es decir, es la palabra de donde obtenemos en español la palabra justificación. La palabra en latín justificare proviene del sistema judicial romano y la palabra justificare estaba compuesta por la palabra justus, que es justicia o rectitud, y el verbo infinitivo ficare, que significa hacer. Y así los padres latinos entendían que la doctrina de la justificación es lo que ocurre cuando Dios, a través de los sacramentos de la iglesia hace a personas injustas, justas.
Pero Lutero ahora estaba viendo la palabra griega que aparece en el Nuevo Testamento, no la palabra en latín, la palabra dikaios, dikaiosune, que no significa «hacer» justo, sino más bien «considerar» como justo, «tener por» justo, «declarar» justo. Ese fue el momento del despertar de Lutero. Él dijo: «¿Quiere decir que Pablo no está hablando aquí de la justicia por la cual Dios mismo es justo, sino de una justicia que Dios da gratuitamente por Su gracia a las personas que no tienen justicia propia?». Él ratificó este entendimiento al leer un ensayo de Agustín: «Sobre el Espíritu y la letra», en el que Agustín hizo ese mismo comentario, que en Romanos Pablo no estaba hablando de la justicia de Dios, sino más bien de una justicia que se puso a disposición de los creyentes por la fe.
Así, Lutero concluyó: «Vaya. Quiere decir que la justicia por la cual seré salvo no es mía». Es lo que él llamó una justitia alienum, una justicia ajena, una justicia que pertenece propiamente a otra persona. Es una justicia que es extra nos, externa a nosotros, es decir, la justicia de Cristo. Lutero dijo: «Cuando descubrí eso, nací de nuevo del Espíritu Santo y las puertas del paraíso se abrieron de golpe y yo entré por ellas».
No hay forma de entender la tenacidad de Lutero y su determinación a no negociar la doctrina de la justificación por la fe sola, al margen de esta experiencia que cambió su vida y lo hizo nacer de nuevo, cuando, por primera vez en su vida, entendió el evangelio y lo que significa ser redimido por la justicia de otro.