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Transcripción
Recuerdo que cuando era niño, el primer trabajo que tuve de verdad, no cuenta el repartir periódicos ni cortar el césped, el primer trabajo oficial que tuve, fue trabajar de limpiabotas en el taller de reparación de calzado y solía bajarme del autobús todos los días, después de la escuela, e ir directo al trabajo y trabajar hasta las nueve de la noche y los sábados de nueve a nueve.
Recuerdo que el precio para limpiar zapatos en esos días era quince centavos. La mayoría de mis clientes eran amables y me daban propina, así que normalmente recibía veinticinco centavos por limpiar zapatos. Yo me tomé el cuidado de ahorrar el dinero de esas limpiezas porque con quince centavos no haces mucho dinero en una semana de trabajo.
Recuerdo que trabajaba y trataba de ahorrar, literalmente, centavos y trataba de acumular suficiente dinero para comprar aquello que necesitaba. Recuerdo un día haber ido a la escuela, y después de la escuela haber ido a la práctica de baloncesto. Me vestí, salí a la cancha para entrenar por un par de horas y cuando volví al camerino descubrí que me habían robado el dinero de mi casillero y que habían forzado los casilleros de todos los demás y que a todos los del equipo de baloncesto les habían robado objetos de valor, dinero y otras cosas.
Esa fue la primera vez que experimenté lo vulnerable que uno se siente cuando es víctima de un robo; y recuerdo lo terrible que fue esa experiencia puesto que lo más difícil fue pensar en toda esa cantidad de horas que había trabajado para poder lograr juntar todo el dinero que tenía el día que me robaron. Esa noche pensé en lo que había pasado y me dije: «¿Qué clase de persona entraría a un camerino o a cualquier otro lugar y simplemente toma la propiedad de otra persona?». Pensé: «¿Cómo puede verse esa persona en el espejo por la noche y no darse cuenta de que está viendo a alguien increíblemente egoísta?».
Porque es el colmo del egoísmo apropiarse de lo que pertenece legítimamente a otra persona, ser tan desconsiderado con la propiedad ajena y el trabajo de otra persona como para tomar para sí mismo algo que no has trabajado para adquirir, y quitárselo de las manos a alguien que sí ha trabajado para disfrutar de esa posesión en particular y, sin embargo, el robo es uno de los vicios más comunes que encontramos en nuestra sociedad. Por supuesto, las estadísticas al respecto han aumentado dramáticamente desde que nos encontramos con el problema de la drogadicción, en el que los consumidores de drogas se desesperan cada vez más por adquirir los recursos necesarios para seguir comprando sus drogas.
Bueno, no creo que haya sido por accidente que Dios, en Su sabiduría, cuando dio la ley, por la cual no solo Israel debía ser gobernado, sino por la cual todas las naciones deben rendir cuentas, que Dios incluyera en los Diez Mandamientos, la ley: «No hurtarás». Esta es una de las leyes que otra vez se menciona explícitamente en el Nuevo Testamento, donde Pablo, en sus cartas, dirigiéndose a aquellos que han salido del paganismo del mundo gentil y ahora están creciendo como creyentes cristianos dentro de la iglesia. Él dice: «El que roba, no robe más». Es una declaración muy simple donde el apóstol simplemente está diciendo: «Deja de robar», porque robar es completamente inconsistente con la vida cristiana.
Una vez más, el mandamiento que se nos da en el Decálogo se da en términos sucintos y concisos, simplemente: «No hurtarás», y eso es axiomático para una vida piadosa. Al igual que el resto de los mandamientos que hemos visto, tiene implicaciones mucho más profundas, como Jesús expuso la ley en el Sermón del monte, donde utilizó la ley contra el adulterio y contra el asesinato para mostrar sus ramificaciones más profundas, del mismo modo podemos ver más ampliamente el mandamiento «no hurtarás» porque robar puede tomar todo tipo de formas diferentes. La más obvia es que alguien irrumpa en tu casa y se lleve algo que te pertenece o que le arrebate el bolso a una persona mientras camina por la calle o que un ladrón venga y te robe la billetera. Son formas obvias de robar, pero hay otras mucho más sofisticadas donde también ocurre el robo.
Vemos que se produce un robo cuando firmamos un contrato de trabajo y aceptamos trabajar una cantidad de horas al día y realizar una cantidad de trabajo y recibir una cantidad de compensación a cambio, y el incumplimiento de lo que nos hemos comprometido a hacer mediante la realización de la labor para la que hemos sido contratados es una especie de robo.
Recuerdo que me enfadé mucho cuando empecé a lustrar zapatos y me robaron el dinero, pero también miro en retrospectiva y me doy cuenta de que un par de años después de trabajar en la zapatería, conseguí un empleo en la fábrica y trabajé en una línea de ensamblaje en la fábrica.
En una ocasión, el jefe vino y nos reunió a todos los que trabajábamos en la línea de ensamblaje y nos explicó que iban a empezar a fabricar un nuevo producto y que querían que aprendiéramos a ensamblar este producto en particular. Se pararon con cronómetros para medir el tiempo de la producción de este material, de modo que luego pudieran establecer cuotas de producción sobre la base de este experimento, de modo que si alcanzábamos esa cuota, todo lo que produjéramos en un día determinado por encima de esa cuota sería bonificado y recibiríamos una paga extra por el trabajo adicional que estábamos haciendo en la fábrica.
Mientras íbamos a nuestros puestos de trabajo, uno de los veteranos de la fábrica se acercó y nos susurró al oído: «Más despacio. Más despacio. Más despacio», así que nos creímos muy listos y, bajo la atenta mirada de los directores de la fábrica, hacíamos todo lo que estábamos supuestos a hacer para producir ese producto en particular, pero intencionadamente reducíamos el ritmo y hacíamos que pareciera más difícil de ensamblar de lo que en realidad era, para que nos dieran un tiempo de producción que resultara en una cuota fácil de alcanzar.
Cuando engañamos a los jefes y establecieron la cuota, de repente nos volvimos muy eficientes en la producción de estos materiales en la línea de ensamblaje y si trabajábamos de ocho a cuatro de la tarde, recuerdo que a la una de la tarde alcanzábamos nuestra cuota y entonces trabajábamos como locos de una a dos para superar la cuota y conseguir nuestra bonificación.
Cuando llegaban las dos, nos poníamos a dar vueltas por la fábrica y perdíamos dos horas de tiempo porque no queríamos producir tanto por encima de la cuota, que llevara a la gerencia a sospechar y a darse cuenta de que les habíamos engañado a la hora de establecer la cuota.
¿Ven lo que les digo? Eso era un robo intencionado y cuando yo estaba en la secundaria y participaba en esa labor en la fábrica, nunca se me ocurrió que lo que estaba haciendo era robar.
Todos pensábamos que éramos listos y que simplemente éramos más astutos que la gerencia; pero ahora me doy cuenta de que en nuestra astucia estábamos tomando dinero sin producir lo que se esperaba que produjéramos y poníamos nuestras tarjetas de tiempo diciendo que trabajábamos ocho horas cuando en realidad solo trabajábamos seis. Le estábamos robando a la empresa y ese tipo de situaciones ocurren de muchísimas formas diferentes y sofisticadas cada día en nuestra sociedad, pero siguen siendo robos.
¿De qué otra forma robamos? ¿De qué otra forma quebrantamos el mandamiento contra el robo? ¿Cuántos de ustedes tienen problemas para pagar sus facturas a tiempo? Recuerdo que hace un par de años en Ministerios Ligonier, tuvimos una crisis financiera de enorme magnitud y algunos de los que estamos en esta sala lo recordamos; y recuerdo que lo que más me molestó fue que nos retrasamos en los pagos a los proveedores y a la gente que nos suministraba material para cintas y ese tipo de materiales. Nos daban treinta días para pagar la factura y no podíamos pagar al cabo de los treinta días, así que teníamos que ir a hablar con ellos e intentar llegar a un acuerdo para pagar nuestras deudas.
Tuvimos que despedir personal de nuestro ministerio y recortar gastos de planilla y hacer todo tipo de acciones para hacer frente a ese déficit. Nunca lo olvidaré. Pero lo que me molestó aún más que tener que despedir a gente fue la pérdida de integridad de nuestro ministerio cuando no podíamos cumplir con nuestras obligaciones, porque cuando conseguimos material de un proveedor y el proveedor, de buena fe, nos vendió ese material y dijo: «Su plazo para pagar vence a los treinta días», la persona que nos vendió esos bienes esperaba, contaba y dependía de nuestra buena fe de pagar nuestras cuentas a tiempo. Y no lo hicimos. Incumplimos y, a mi juicio, fuimos culpables de robo porque habíamos utilizado bienes que no habíamos pagado. ¿Entienden lo que digo?
Me he dado cuenta de que en este país tenemos todo tipo de formas legales de evitar este tipo de compromisos. Hace poco me llamó un amigo que me explicó que se había metido en una serie de dificultades por no poder pagar la cuenta de su tarjeta de crédito y que tampoco podía pagar los intereses de la cuenta de la tarjeta de crédito porque los intereses eran enormes y me dijo: «Bueno, ¿puedo declararme en quiebra?». Y yo le dije: «No sé si puedes declararte en quiebra legalmente porque no conozco las leyes de la quiebra». Le dije: «Supongo que podrías, pero si me haces la pregunta desde el punto de vista ético, te diría que no, porque lo único que hace la quiebra es darte la oportunidad de eludir tu responsabilidad de pagar lo que debes y lo que acordaste pagar».
La persona tragó en seco, pero entendió el punto y le dije: «Tienes que entender que por el hecho de que la ley nos da ciertas salidas en la sociedad secular no significa que podemos defraudar a la gente con sus pagos justos y lo que les debemos. De todas las personas los cristianos deben ser especialmente escrupulosos sobre el cumplimiento de la ley de Dios porque marchamos a un ritmo muy diferente». Esta persona entendió y dijo, «Supongo que tendré que negarme varias cosas y hacer todo lo que pueda para salir de deudas y pagar lo que debo».
Cuando las iglesias tienen reuniones de miembros y esperan que la congregación haga promesas anuales para apoyar el ministerio de la iglesia, la regla general es que cuando se planea el presupuesto, nunca se espera recibir más del ochenta por ciento de lo que la congregación promete. ¿Se imaginan que alguien le prometa a Dios una determinada cantidad de dinero y no la pague? Obviamente hay circunstancias atenuantes. Hay situaciones en las que una persona tiene una enfermedad catastrófica o una pérdida catastrófica de fondos en la que simplemente no es capaz de cumplir con su compromiso y hay provisiones para eso, por supuesto. Pero eso no explica al veinte por ciento de las promesas y compromisos que no se pagan.
¿De qué otras maneras robamos? Bueno, la más obvia en las Escrituras está estrechamente relacionada con el ejemplo que acabo de dar. En Malaquías, el profeta, que habla en nombre de Dios, plantea la pregunta a la nación de Israel: «¿Robará el hombre a Dios?». Hacer una pregunta como esa, parecería que fuera retórica, es decir que se responde sola y la respuesta obvia que uno esperaría es: «¡Por supuesto que no!». Es decir que podemos ser propensos a robarnos unos a otros, pero ¿quién tendría la osadía de intentar robarle a Dios mismo? Entonces llega el juicio sobre la casa de Israel, donde Dios declara a través del profeta Malaquías que el pueblo estaba robando a Dios y ellos dicen: «¿En qué te hemos robado? En los diezmos y en las ofrendas».
La última estadística que vi que se refería a la llamada iglesia evangélica, no a la comunidad cristiana en general, sino al ala evangélica de la iglesia, era que el cuatro por ciento de los miembros de las iglesias evangélicas diezman. Dios ordena que el diez por ciento de nuestros ingresos sea dado a la obra de Su reino. Noventa y seis por ciento de nosotros los que profesamos ser cristianos sistemática, regular y consistentemente le robamos a Dios. Yo sé que este es un tema altamente controversial y con frecuencia cuando soy un expositor invitado en otra iglesia le digo al ministro: «¿Por qué no me deja predicar sobre el diezmo, porque puedo salir de la ciudad después de predicar y usted no tiene que soportar la presión. Deja que yo lo haga», porque a los predicadores no les gusta predicar sobre eso porque la queja es que los ministros siempre están tratando de recaudar dinero y siempre están tratando de poner sus manos en los bolsillos de la gente.
Realmente es una acusación hueca cuando se ve la realidad, que hemos sido negligentes en nuestro deber de apoyar la obra de Dios de esa manera, y cuando he hablado con la gente sobre eso, la excusa más frecuente que recibo de la gente es simplemente: «Me gustaría diezmar, pero no puedo. No me puedo dar ese lujo» y entonces le digo a la gente: «Déjame traducir lo que me acabas de decir en palabras más sencillas. Lo que me estás diciendo es: “No puedo darme el lujo de diezmar y hacer todo lo demás que estoy haciendo con el dinero que tengo”». Eso es lo que me estás diciendo y si me atreviera a traducirlo aún más osadamente, «No puedo diezmar» en realidad significa: «No quiero diezmar».
Lo maravilloso del principio del diezmo en el Antiguo Testamento es que Dios, a diferencia del gobierno americano, tenía un impuesto único, que Dios tasa a cada persona en la comunidad el mismo porcentaje, no la misma cantidad, de modo que la viuda que echó sus dos blancas era tan obediente, o quizás más obediente, que el millonario que daba el cinco por ciento. El millonario dio mucho más dinero y fue más aclamado y respetado en la vida de la iglesia que la viuda, pero la viuda fue obediente y el millonario no, porque no importa lo mucho o lo poco que tengamos. Todos tenemos la misma obligación y es una obligación porcentual. La persona más rica tiene que dar más dinero pero el mismo porcentaje. Es maravilloso. Todos tenemos la misma responsabilidad. Nadie está exonerado de este tipo de impuesto a los ingresos en el reino de Dios.
No hay politización de la economía del reino de Dios. Todos tenemos la misma responsabilidad ante Dios. Así que estas son algunas de las muchas maneras en las que regularmente quebrantamos el mandamiento: «No hurtarás».
CORAM DEO
De vez en cuando tenemos que evaluar nuestro propio comportamiento y preguntarnos: «¿Somos ladrones?». ¿Hemos estado robando a nuestro empleador? ¿Hemos estado robando a los proveedores…A los que le compramos cosas? ¿Hemos robado a Dios? ¿Robamos no solo dinero, sino también trabajo? ¿Robamos el buen nombre de una persona calumniándola? Hay muchas maneras de tomar para nosotros lo que no nos pertenece propiamente.
Tenemos un sistema de gobierno que ahora habla abiertamente sobre la responsabilidad del gobierno de redistribuir la riqueza de la nación, y eso se basa en el principio de la llamada «justicia social» donde usamos la fuerza del gobierno como una forma legalizada de robo. Cada vez que votamos a favor de un impuesto a otra persona que no es un impuesto para nosotros mismos, lo que estamos haciendo es utilizar el poder del gobierno y transferir legalmente algo que le pertenece a otra persona para dármelo a mí mismo, votando por intereses creados para nosotros mismos. Los llamados grupos de interés especial se han convertido en una forma de vida americana y en muchos casos, si no en todos, se ha convertido en una licencia para robar.