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Transcripción
Fue hace unos veinticinco años que había reservado un vuelo de Pittsburgh a San Francisco y cuando llegué al aeropuerto descubrí que el vuelo había sido sobrevendido y, como resultado, me dejaron en tierra. La aerolínea, para compensar los inconvenientes causados, hizo un par de cosas muy buenas. En primer lugar, me reembolsaron el costo total de mi boleto de ida y vuelta. Y luego, me pusieron en el siguiente vuelo a San Francisco que salió tres horas más tarde y, como no tenía mucha prisa, eso no fue un problema. Pero ese vuelo a San Francisco fue gratis y lo siguiente que hicieron fue que me ascendieron a primera clase para ese viaje.
Esa fue la primera vez que tuve la oportunidad de volar en primera clase en una aerolínea importante. Cuando me senté reconocí al hombre que estaba sentado a mi lado porque era un famoso capitán de la industria estadounidense cuyo nombre estoy seguro de que reconocerían si se los dijera, pero no lo haré. Así que entablé una conversación con él y en ese vuelo largo a San Francisco hablábamos sobre contratar personas para puestos de personal ejecutivo en nuestras empresas y en un momento dado le dije: «¿Qué es lo primero que buscas en un ejecutivo para tu compañía?». Y él no dudó. Me sorprendió con su respuesta. Lo primero que él me dijo fue esto: «Lealtad».
Pensé: «Wow, eso es extraño». Como sabes, los libros de negocios dicen que no quieres rodearte de personas que solo te dicen sí, que harán lo que sea que les pidas, y no puedes ser tan inseguro que solo necesites rodearte de personas a tu lado que sean leales, lo primero que debes buscar es que sean competentes. Pero este hombre estaba imperturbable. Dijo: «No puedo funcionar como jefe de mi compañía si no puedo confiar en mis subalternos inmediatos de quienes dependo para nuestra operación». Eso me quedó grabado porque pensé en los muchos aspectos en los que la verdadera lealtad es un bien poco común.
Luego, hace unos años, vi la película «Corazón valiente» y era la crónica, la versión de Hollywood de William Wallace y su lucha por la independencia de los escoceses. Recuerdo ese momento conmovedor en la película cuando el aliado de confianza de William Wallace, Robert de Bruce, lo traicionó y no sabías en ese momento quién era el traidor, pero cuando se reveló que era su aliado de confianza, Robert de Bruce, me congelé en mi asiento y miré la pantalla y vi el retrato del hombre que interpretaba a Robert de Bruce y su rostro se transformó en el de un amigo mío en el que había confiado profundamente en mi vida y que me había traicionado.
Tuve esta terrible sensación en el estómago. Ese sentimiento que viene cuando te das cuenta de que te han traicionado. Estoy seguro de que todas las personas han experimentado alguna vez ese profundo dolor de haber sido traicionado. Lo desesperanzado que puede hacerte sentir al menos a corto plazo. También recuerdo que hace muchos años leí una biografía de la vida de San Agustín y Agustín menciona hacia el final de su vida que había sido traicionado tantas veces por sus amigos más cercanos que había llegado al punto, sin cinismo y creo que, sin amargura, donde resolvió confiar su vida a Cristo y a Cristo solo. Porque, a fin de cuentas, hay muy, muy pocas personas que se quedarán contigo en tiempos de gran dificultad.
Y la razón por la que estoy hablando de esto es que una de las cosas que la Escritura revela sobre el carácter de Dios, ya hemos visto que el amor que Él muestra es un amor que es eterno, es un amor para siempre, es un amor santo, pero también tenemos que entender que el amor de Dios es un amor leal. De hecho, es el amor más leal que alguien puede experimentar y es una lealtad que supera toda comprensión humana. Quiero que hoy pasemos tiempo viendo el lado opuesto del amor leal de Dios antes de ver la dimensión positiva del mismo, y me centraré en algunos actos de deslealtad y sus consecuencias tal como las encontramos en las Escrituras.
De nuevo, si puedo recordar de mis viajes, hace un par de años tuve la oportunidad de hacer un viaje a Italia, donde pasé un tiempo considerable en Roma y tuve la oportunidad de visitar los lugares famosos de la antigua ciudad, el coliseo y el Vaticano y la iglesia de Letrán y todos estos lugares diferentes, las ruinas del templo de los Césares y sin embargo, en toda esa visita, la experiencia más importante que tuve fue visitar un sitio donde no tenía que hacer cola porque estaba siendo ignorado por todos y era el sitio tradicional donde el apóstol Pablo sufrió su último encarcelamiento antes de su ejecución bajo Nerón.
Se llama la «prisión Mamertina». Que está justo al otro lado de la calle de las ruinas del foro romano donde el senado solía reunirse en la Roma imperial. Esta prisión no era más que una antigua cisterna que había sido cortada de roca sólida y era una habitación de dos o tres metros de alto y unos casi cinco metros de ancho. Era subterráneo porque se había utilizado originalmente para almacenar agua. Tenías que bajar escaleras. Entré a ese lugar que se parecía a una cueva, piedra sólida, oscura, húmeda, solitaria y tuve la imagen del apóstol Pablo pasando sus últimos días y sus últimas horas en este terrible lugar esperando la espada de la ejecución.
Sospecho, aunque no sabemos con certeza que fue desde este sitio que el apóstol Pablo escribió su última carta, aquella que está incluida en el Nuevo Testamento, la despedida a su amado amigo y discípulo, Timoteo. Leemos en 2 Timoteo al final del libro estas palabras, en el capítulo 4, Pablo dice, en el versículo 6, a Timoteo: «Porque yo ya estoy para ser derramado como una ofrenda de libación, y el tiempo de mi partida ha llegado. He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe. En el futuro me está reservada la corona de justicia que el Señor, el Juez justo, me entregará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman Su venida».
Ahora escucha lo que dice. Tengo que decir que, como sabes, los editores de varias versiones de la Biblia a menudo ponen subtítulos en el texto, así que a medida que avanzas en el texto y estás buscando un pasaje en particular y no sabes exactamente dónde está, estos subtítulos te darán una pista sobre cuál es el contenido del siguiente párrafo más o menos. El subtítulo en la Nueva King James para los versículos 9 en adelante es este: «El apóstol abandonado»
Así es como captura la esencia de lo que Pablo está a punto de decir. En el versículo 9 le dice a Timoteo: «Procura venir a verme pronto». Timoteo, ven rápido. Como sabes, su tiempo se está acabando. Timoteo todavía está allá en Éfeso y tiene que recibir esta carta y apurarse tan rápido como pueda para estar al lado de Pablo. Pero escucha la angustia de esta súplica: «Procura venir a verme pronto, pues Demas me ha abandonado, habiendo amado este mundo presente, y se ha ido a Tesalónica.
Crescente se fue a Galacia y Tito a Dalmacia. Solo Lucas está conmigo. Toma a Marcos y tráelo contigo, porque me es útil para el ministerio. Pero a Tíquico lo envié a Éfeso. Cuando vengas, trae la capa que dejé en Troas con Carpo, y los libros, especialmente los pergaminos. Alejandro, el calderero, me hizo mucho daño; el Señor le retribuirá conforme a sus hechos. Tú también cuídate de él, pues se opone vigorosamente a nuestra enseñanza. En mi primera defensa nadie estuvo a mi lado [nadie estuvo a mi lado], sino que todos me abandonaron; que no se les tenga en cuenta».
Antes de continuar desde allí, echemos un vistazo a lo que dice: «Procura venir a verme pronto, pues Demas me ha abandonado». Si lees las epístolas del apóstol Pablo con cuidado, verás que Demas no solo era un conocido cualquiera de Pablo. Se le menciona en dos de las epístolas de Pablo como colaborador y colega. Fue uno de los compañeros de Pablo que estuvo con él en sus viajes misioneros. Se paró junto a él cuando Pablo estaba predicando. Fue testigo de la fidelidad del apóstol Pablo. Fue testigo de cómo Pablo había sufrido brutalmente en manos de sus enemigos y cómo Pablo se había mantenido firme.
Cuando Pablo dice: «He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe», Demas lo sabía. Demas lo vio todo. Pero cuando llegó el momento, Pablo dice esto: «Demas amó este mundo presente y me ha abandonado». ¿Te imaginas cómo se sintió Pablo cuando Demas salió, lo dejó en esta cisterna, esperando su ejecución? Luego continúa diciendo que otros se han ido: «Crescente se fue a Galacia y Tito a Dalmacia. Solo Lucas está conmigo». Lucas es el único. Lucas, el que fue con él a sus viajes misioneros. Lucas, quien narró el ministerio de Pablo en su libro de Hechos. Lucas fue leal a Pablo hasta el último minuto.
Pero luego continúa diciendo: «Toma a Marcos y tráelo contigo, porque me es útil para mí», ¿no es esto asombroso? Pablo despidió a Marcos de los viajes misioneros. Sin embargo, a pesar de que lo despidió porque Marcos no era adecuado para ese trabajo en particular, todavía tenía mucho que era útil para contribuir al ministerio apostólico y ahora en su hora final, Pablo dice: «Toma a Marcos». Trae a Marcos aquí. «A Tíquico lo envié a Éfeso». «Trae la capa que dejé… con Carpo». Es decir, Pablo está en esta cueva húmeda y tiene frío. Trae mi capa. «Y los libros», trae mis libros, «especialmente los pergaminos».
Hay una historia de un antiguo César que tenía una preciada colección de libros y estaba huyendo de los enemigos y tuvo que saltar al río y cruzar nadando. Estaba vestido con estas preciosas prendas de la realeza y no pensó en ellas, pero agarró sus libros y se zambulló en el agua, sostuvo los libros sobre su cabeza mientras se abría paso a través del canal, y su ropa fue destruida. Pero salvó sus libros y se hizo famoso como un emperador que amaba aprender más de lo que amaba el esplendor de su ropa. Este es el apóstol Pablo. Está listo para morir, dijo: «Tráeme mis pergaminos, quiero la Palabra». «Alejandro, el calderero, me hizo mucho daño; el Señor le retribuirá conforme a sus hechos. Tú también cuídate de él». Luego dijo: «En mi primera defensa nadie estuvo a mi lado, sino que todos me abandonaron; que no se les tenga en cuenta».
Pero ahora escuchen lo que Pablo dice. «Pero el Señor estuvo conmigo y me fortaleció, a fin de que por mí se cumpliera cabalmente la proclamación del mensaje y que todos los gentiles oyeran. Y fui librado de la boca del león. El Señor me librará de toda obra mala y me traerá a salvo a Su reino celestial. A Él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén». Todos se fueron, todos me abandonaron en mi primer juicio, excepto Jesús. Él estaba allí. Él estaba conmigo. Tal como dijo que estaría. Él fue leal y me fortaleció. Pablo ahora sale de su depresión, por así decirlo, en un estado de exaltación y de doxología donde canta alabanzas a la gloria de su Señor que lo fortaleció, que promete no abandonarlo y que estará con él y será quien lo lleve a Su reino eterno.
Lo que sostuvo al apóstol Pablo a lo largo de su vida fue su completa confianza en el amor leal de Cristo, el amor que no lo soltaría. Ahora, este Cristo podría identificarse con la misma experiencia de la que Pablo escribe tan conmovedoramente al final de su vida. Si nos remontamos al capítulo 14 del Evangelio según San Marcos, vemos a Jesús entrando en Su pasión en el huerto de Getsemaní. Cuando lucha con el Padre sobre la copa que ha sido puesta delante de Él. La copa del juicio divino. Le suplica al Padre que deje pasar esa copa de Él y reúne a Sus amigos íntimos, a Sus discípulos para que estén con Él y dice: «Velen conmigo». Los invita a venir y estar con Él mientras atraviesa la agonía de Su lucha en Getsemaní.
Leemos esto. Versículo 32 del capítulo 14 del Evangelio de Marcos: «Llegaron a un lugar que se llama Getsemaní, y Jesús dijo a Sus discípulos: “Siéntense aquí hasta que Yo haya orado”. Tomó con Él a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a afligirse y a angustiarse mucho. Les dijo a ellos: “Mi alma”». Este es el Señor Jesús diciéndole a Sus amigos más cercanos: «“Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte”, les dijo; “quédense aquí y velen”. Adelantándose un poco, se postró en tierra y oraba que si fuera posible, pasara de Él aquella hora. Y decía: “¡Abba, Padre! Para Ti todas las cosas son posibles; aparta de Mí esta copa, pero no sea lo que Yo quiero, sino lo que Tú quieras”. Entonces Jesús vino y los halló durmiendo».
Les pidió que velaran y en lugar de velar se fueron a dormir y no velaron. «Le dijo a Pedro: «Simón, ¿duermes? ¿No pudiste velar ni por una hora? Velen y oren para que no entren en tentación; el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil. Él se fue otra vez y oró, diciendo las mismas palabras». Ahora, pueden imaginar la profunda vergüenza y humillación cuando Jesús viene y encuentra a Simón Pedro profundamente dormido. Él lo despierta, «Pedro, ¿estás durmiendo? ¿No puedes velar conmigo por una hora?». ¿Se imaginan lo culpable que se sentiría Pedro en ese momento? Se despierta a toda velocidad. «Esto nunca volverá a suceder, Señor. Puedes contar conmigo. Velaré».
«Vino otra vez Jesús y los halló durmiendo, porque sus ojos estaban muy cargados de sueño»; y no sabían qué responder. Vino por tercera vez, y les dijo: «¿Todavía están durmiendo y descansando?». ¡Basta ya!; «Vean ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Miren, está cerca el que me entrega». Mientras señala la llegada de Judas, quien, en el mayor acto de traición, le dará a Jesús el beso de la muerte. Ustedes conocen el resto de la historia, como cuando Jesús fue arrestado y llevado al pretorio para ser juzgado por Pilato, los discípulos que habían huido y abandonado lo siguieron a una distancia segura.
La noche era fría y encontraron a algunas doncellas sirvientas que se habían reunido afuera alrededor de un fuego y se acercaron para calentarse frente al fuego y esta sirvienta escuchó a Pedro hablar con sus amigos y detectó su acento, que era de Galilea y esta sirvienta le dice a Pedro, no era uno de los oficiales o funcionarios, dice: «¡Ja! ¿Estás con el galileo?». «Yo no». Tres veces niega a Cristo. En público. La tercera vez con maldiciones. «Nunca conocí al hombre del que hablan. No me asocies con Él». En ese mismo momento, la tercera vez que niega a Jesús, de repente Jesús aparece moviéndose a través del patio y la Escritura nos dice que Sus ojos se posaron en Pedro.
No creo que en la historia del mundo haya habido un cruce de miradas más doloroso que esa noche entre Jesús y Pedro. Jesús no dice nada, solo lo ve. Pedro está devastado. Felizmente, por supuesto, Pedro se arrepintió y fue restaurado y vivió su título como la roca, pero esa noche, la roca no era más que arena tamizada. Dado que amaba más este mundo presente que a su Salvador. Pero entonces, si quieres hablar de traición, la peor experiencia de traición y una sensación de deslealtad fue en la cruz. Cuando Dios le da de beber esa copa a Su amado Hijo, le da la espalda, envía a Cristo al infierno en la cruz, pone la plenitud de la maldición sobre Él y en ese horrible momento Cristo grita en agonía: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».
Una cosa es ser abandonado por Pedro, otra cosa es ser abandonado por Demas, ¡pero ser abandonado por Dios! Pero, por supuesto, Jesús sabía lo que había en esa copa. Él sabía que, si iba a cumplir el plan de redención, era necesario que el Padre lo sometiera a este castigo por el pecado, porque el castigo final por el pecado es la separación de Dios del pecador. Leemos en Isaías 53: «Pero quiso el Señor quebrantarlo, sometiéndolo a padecimiento». Suena casi diabólico que el Señor se complaciera en herir al siervo.
Pero el placer del que habla aquí no es que el Padre disfrutó del dolor del Hijo por el dolor del Hijo, sino que complació al Padre herir al Hijo por tu causa y por mi causa por el gran amor con el que el Padre nos amó y el gran amor con el cual el Hijo nos amó, el Hijo tuvo que ser herido por el Padre y molido por Su mano. Él tenía que recibir la maldición. Él tuvo que ser abandonado. Pero fíjate que ese no es el final de la historia. Jesús pasa por el proceso de abandono y tiene un punto final. Cuando dice por fin: «Consumado es. [Ahora] En Tus manos encomiendo Mi espíritu». Porque conocía el amor leal del Padre. Eso es lo que significa ser amado por Dios. En última instancia, Él nunca abandonará a Su pueblo.