Recibe programas y guías de estudio por email
Suscríbete para recibir notificaciones por correo electrónico cada vez que salga un nuevo programa y para recibir la guía de estudio de la serie en curso.
Transcripción
La Biblia no dice que delante de la caída va el orgullo, lo que la Biblia dice es que «Delante de la destrucción va el orgullo, / Y delante de la caída, la arrogancia de espíritu. Debería ser consciente de eso porque uno de los juegos que jugamos en Ligonier es trivia al prepararnos para estas sesiones. Por lo general, es trivia sobre béisbol, pero a veces jugamos con temas históricos y mi orgullo fue herido porque en la primera sesión cometí un grave error sobre Elmer Gantry.
Atribuí el papel de la hermana Sharon Falconer a Shirley Jones cuando en realidad fue interpretado por Jean Simmons. No sé cómo lo hice, pero la única forma en la que puedo corregirlo es disculparme ahora en esta sesión por lo que hice en la última. Habiendo hecho eso, me levanto de la destrucción y de la caída, continuemos con nuestro estudio del amor de Dios, cuyo gran amor es tal que incluso Sus tiernas misericordias cubren errores como ese.
Dije en la primera sesión que es muy importante que entendamos el amor de Dios en conjunción con los otros atributos de Dios y mencioné brevemente la santidad de Dios y que el amor de Dios es amor santo. El siguiente atributo del que quiero hablar con respecto al amor de Dios es que el amor de Dios, como Dios mismo es, es eterno. Cuando hablamos de que Dios es eterno, estamos hablando de algo más grande que la simple duración de Su existencia. Cuando decimos que Dios es eterno, estamos diciendo con eso, que Dios es auto existente.
Es decir, que Dios no tiene principio. Él no deriva Su existencia o Su ser de alguna otra fuente, sino que tiene el poder de ser, en y por Sí mismo y he dicho muchas veces que mi término teológico favorito, mi término técnico favorito en teología es la palabra «aseidad». He dicho que esta palabra me da escalofríos de arriba a abajo por mi columna vertebral cuando contemplo la naturaleza de Dios. Esto tan solo significa que Dios es auto existente. Que tiene Su ser en y por Sí mismo. No depende de nada fuera de Sí mismo para Su propia vida o ser.
Ahora, lo que estamos diciendo es que, durante todo el tiempo, nunca hubo un momento en el que Dios no existiera. No hay ningún punto de inicio de Dios. La primera página de la Escritura dice: «En el principio Dios». Hay un contraste enorme ahí mismo entre nosotros, el mundo y el Creador. Porque cuando dice: «En el principio», lo que está diciendo es que este mundo no es eterno. Este mundo tiene un inicio. Tenemos un inicio. Porque tener un inicio es la característica de la criatura.
Pero no dice: «En el principio Dios empezó». Sino que dice: «En el principio Dios creó». Lo que significa que antes de que algo fuera creado, Dios ya estaba allí. Esto llama la atención sobre Su eterna autoexistencia. Pero antes de que Dios hiciera un mundo, Él ya existía. Lo que las Escrituras dejaron claro es que como Él existió desde toda la eternidad, ya existía en Su naturaleza desde toda la eternidad el atributo del amor. Así que Dios no se convirtió en un Dios de amor en el momento de la creación, sino que siempre ha sido un Dios de amor.
Bueno, si ese es el caso y si no hubiera nada más aparte de Dios, desde toda la eternidad y antes de que el mundo fuera hecho, tendríamos que hacer la pregunta: ¿Cuál fue entonces el objeto del amor divino? ¿Cuál fue el objeto del afecto de Dios desde toda la eternidad? Esa es una pregunta muy complicada y tiene una respuesta algo compleja. Porque cuando pensamos en la creación, hacemos una distinción en la Biblia entre la creación y la redención.
Dios crea Su mundo en un estado de bondad, el mundo se hunde en la ruina a través de la caída de la raza humana y luego el resto de las Escrituras después del tercer capítulo del Génesis narra para nosotros la obra de redención de Dios por la cual está rescatando a Su pueblo de este enorme colapso de la caída. Pero antes de que hubiera una creación, antes de que hubiera redención, estaba Dios. Dios, antes de la creación, sabía sobre la caída y sabía que iba a ejecutar un plan de redención.
Así que desde toda la eternidad, Dios ha tenido un plan de redención. Ese plan de redención incluía dentro de Él la comprensión de Dios de Su carácter trino y de la obra de redención que se llevaría a cabo entre los tres miembros de la Deidad. Así que, en teología hablamos del pacto de redención, que se refiere a un pacto que Dios hace, no con nosotros, sino al pacto que Dios hace, que Dios el Padre hace con Dios el Hijo y con Dios el Espíritu Santo desde toda la eternidad.
Leemos que es el Padre quien envía al Hijo al mundo. Pero cuando envía al Hijo al mundo, envía al Hijo al mundo porque el Hijo ha acordado desde toda la eternidad venir al mundo. No es que la segunda persona de la Trinidad fuera reacia a entrar en este mundo caído para afectar nuestra redención, pero desde toda la eternidad se complació en hacer la voluntad del Padre. Entonces, este acuerdo se remonta a antes de la creación entre el Padre y el Hijo de que el Padre enviaría al Hijo y el Hijo descendería voluntariamente del cielo y tomaría sobre Sí el manto de una naturaleza humana, se sometería a humillación, se haría siervo obediente hasta la muerte a fin de redimir a Su pueblo.
Así que, Su papel en la redención fue cumplir la tarea que el Padre puso delante Suyo. Luego el papel del Espíritu Santo, desde toda la eternidad, el Espíritu está de acuerdo con el Padre y el Hijo para aplicar la obra de Cristo al pueblo de Dios, de modo que la obra de redención no sea tan solo la obra del Padre o tan solo la obra del Hijo o tan solo la obra del Espíritu Santo. Es una obra trinitaria, así como la obra de la creación es una obra trinitaria.
La Biblia nos dice que Dios crea el cielo y la tierra, pero lo hace a través del Hijo eterno que es el primogénito de toda la creación e incluso en el relato de la creación vemos que es el Espíritu quien se movía sobre el agua y separa la luz de la oscuridad. Entonces, la creación y la redención, ambas, son obras llevadas a cabo por la Trinidad divina. El punto es que están de acuerdo en esto desde toda la eternidad.
Ahora, la Biblia nos dice también que uno de los aspectos que motiva a Dios, desde toda la eternidad, a implementar un plan de redención es Su amor por Su creación. Es porque Dios ama tanto al mundo que da a Su Hijo unigénito. Es de Su amor eterno que nace el plan de redención. Pero estaríamos equivocados si pensáramos que el objeto primario o exclusivo del amor de Dios es el mundo, o las personas a las que Él se complace en redimir. Es cierto que Dios nos ama y es a través de Su amor que ha enviado a Cristo, como Juan dice que Él es la propiciación por nuestros pecado, pero el objeto principal del afecto del Padre es el Hijo.
Eso es algo que a menudo se pasa por alto en nuestro estudio de las Escrituras y necesitamos llamar nuestra atención a todas las veces que el Nuevo Testamento habla del amor del Padre por el Hijo. Porque, aunque es absolutamente cierto que Dios nos ama, debemos recordar que Él nos ama en el Hijo. Estamos incluidos en Cristo y toda la obra de redención es una obra en la que el Padre nos ve como pertenecientes al Hijo y es debido a Su gran amor por Su Hijo que estamos incluidos en la redención.
Veamos por un momento ahora la segunda carta del apóstol Pedro en el primer capítulo que empieza en el versículo dieciséis. Esto es lo que Pedro dijo: «Porque cuando les dimos a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo, no seguimos fábulas ingeniosamente inventadas, sino que fuimos testigos oculares de Su majestad. Pues cuando Él recibió honor y gloria de Dios Padre, la Majestuosa Gloria le hizo esta declaración: “Este es Mi Hijo amado en quien me he complacido”. Nosotros mismos escuchamos esta declaración, hecha desde el cielo cuando estábamos con Él en el monte santo».
Ahora no hay duda de lo que Pedro está recordando aquí cuando les escribe a sus amigos. Se refiere al episodio en la vida de Jesús que ocurrió muy cerca del final de Su ministerio terrenal cuando se había retirado de Jerusalén y viajó al norte con Sus discípulos y después de la confesión de Cesarea de Filipo, solo unos días después, fue transfigurado en el monte de la transfiguración en la presencia misma de Pedro, Jacobo y Juan, quienes fueron testigos oculares de la aparición de Elías y Moisés junto a Él, cuando las vestiduras de Cristo se transformaron en esta luz radiante y brillante, que era más resplandeciente que el sol del mediodía y el aspecto mismo de Cristo cambió y Pedro quiso construir una enramada y quedarse allí para siempre y se sintieron abrumados por el peso de la gloria y la majestad de Cristo, por cuanto el resplandor de Su naturaleza divina atravesó el manto de Su naturaleza humana y se reveló ante los ojos de Sus discípulos íntimos.
Y oyeron la voz audiblemente desde el cielo. Cuando Dios dijo: «Este es Mi amado. Este es Mi Hijo amado». La misma voz que había hablado en voz alta en el momento del bautismo de Jesús en el río Jordán cuando la paloma descendió visiblemente del cielo como señal o símbolo del descenso del Espíritu Santo para ungir a Cristo para Su ministerio terrenal, nuevamente los cielos se abrieron y la voz de Dios habló audiblemente, «este es Mi Hijo amado». Así que vemos en el Nuevo Testamento el tema recurrente de Jesús como el que es amado por el Padre.
De hecho, los apóstoles ven esto como una consecuencia natural de la relación íntima en la Trinidad entre el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Sin embargo, al mismo tiempo, las Escrituras hablan del amor de Dios por nosotros, un amor eterno por nosotros que está arraigado y cimentado en el amor del Padre por el Hijo. Esto no es tan evidente de forma clara como el amor del Padre por el Hijo y de hecho este amor por nosotros evoca asombro apostólico por aquellos en el Nuevo Testamento que lo contemplan. Vemos esto de nuevo al volver a la primera epístola de Juan, donde escuchamos la declaración de que Dios es amor. Lo vimos antes en el texto, en el tercer capítulo.
El tercer capítulo de primera de Juan empieza con estas palabras: «Miren cuán gran amor nos ha otorgado el Padre: que seamos llamados hijos de Dios. Y eso somos. Por esto el mundo no nos conoce, porque no lo conoció a Él. Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que habremos de ser. Pero sabemos que cuando Cristo se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos como Él es. Y todo el que tiene esta esperanza puesta en Él, se purifica, así como Él es puro».
Noten el tono de asombro y perplejidad que Juan expresa aquí cuando dice: «Amados, ¿qué clase de amor es este? ¿Qué clase de amor es este para que seamos llamados hijos de Dios?». No puede comprenderlo. No es algo que da por sentado, no es que cualquiera que sea una criatura del Creador es automáticamente un hijo de Dios. Él entiende que ser considerado miembro de la familia de Dios es un privilegio que se concede por gracia y por gracia sola, y es el mayor privilegio que cualquier mortal podría experimentar.
De nuevo el Nuevo Testamento desarrolla el punto de que ser llamados hijos de Dios como una expresión del asombroso e increíble amor de Dios está arraigado y cimentado en nuestra adopción. No somos por naturaleza hijos de Dios. La Escritura desarrolla el punto de que por naturaleza somos hijos de ira. Por naturaleza somos hijos de Satanás. Pero es por adopción que entonces somos considerados hijos de Dios. Creo que el mayor pasaje que articula esto se encuentra en la carta de Pablo a los Romanos. En el capítulo ocho empezando en el versículo nueve.
El capítulo ocho de Romanos, comenzando en el versículo nueve Pablo dice esto: «ustedes no están en la carne sino en el Espíritu, si en verdad el Espíritu de Dios habita en ustedes». Noten lo que Pablo ha dicho antes, que por naturaleza somos carne. No tenemos el Espíritu de Dios en nosotros por nuestro nacimiento biológico. «Ustedes no están», dice a los creyentes en Roma, «en la carne sino en el Espíritu, si en verdad el Espíritu de Dios habita en ustedes. Pero si alguien no tiene el Espíritu de Dios o el Espíritu Cristo, el tal no es de Él. Y si Cristo está en ustedes, aunque el cuerpo esté muerto a causa del pecado, sin embargo, el espíritu está vivo a causa de la justicia. Pero si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, el mismo que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos, también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de Su Espíritu que habita en ustedes».
Ahora, aquí viene: «Así que, hermanos, somos deudores, no a la carne, para vivir conforme a la carne. Porque si ustedes viven conforme a la carne, habrán de morir; pero si por el Espíritu hacen morir las obras de la carne, vivirán. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios». Ser un hijo de Dios no es natural. Ser un hijo de Dios es sobrenatural. Y a nadie que no haya sido regenerado, a nadie que carezca de la presencia del Espíritu Santo en su alma se le concede el privilegio de ser hijo de Dios. Pero todos los que tienen el Espíritu Santo son contados en la familia de Dios. Sigue diciendo así: «los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios pues ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino que han recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos: “¡Abba, Padre!”.
El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si en verdad padecemos con Él a fin de que también seamos glorificados con Él». Una de mis historias favoritas en el Antiguo Testamento que creo que ilustra poderosamente este principio de adopción tiene que ver con la historia de Mefiboset. Si recuerdan a Mefiboset, él era el hijo cojo de Jonatán, él era cojo de ambas piernas.
Recordamos el amor poco común que David tenía por Jonatán y Jonatán tenía por David. El amor de Jonatán por David era tan grande que Jonatán estaba dispuesto a renunciar a su derecho natural dinástico al trono de su padre, Saúl, para que David pudiera ser ungido rey. Cuando Saúl buscó la vida de David, Jonatán ayudó a David a escapar, así de grande era el vínculo de amor entre ellos. Y luego leemos sobre esa fatídica batalla donde Saúl es asesinado. No solo Saúl es asesinado, sino que Jonatán también es asesinado y el mensaje es llevado hasta David y David clama: «Oh, ¡cómo han caído los valientes!».
Él dice: «No lo anuncien en Gat, / No lo proclamen… en Ascalón», para que el pueblo enemigo no se regocije en esta destrucción de su amado amigo. Entonces los generales de David fueron tan celosos en proteger a David de cualquier interferencia de su ascenso al trono que mataron a todos los parientes de la familia de Saúl, para asegurarse de que no quedaran pretendientes al trono y en medio de eso, este hijo lisiado de Jonatán escapó. Su nodriza se lo llevó.
David entonces envió un decreto haciendo la pregunta: «¿Queda alguien de la casa de Saúl? ¿Queda alguien de la familia de Jonatán? E hizo que sus siervos recorrieran la nación buscando en cada rincón y escondite y encontraron al niño Mefiboset y lo llevaron al palacio. Mefiboset estaba aterrorizado porque pensó que estaba siendo llevado a David para ser ejecutado. ¿Y qué hizo David? Él le dijo a Mefiboset: «Tú eres parte de mi casa. Comerás en la mesa del rey todos los días.
Eleva a Mefiboset básicamente al estatus real en su propio imperio. ¿Por qué? No porque David tuviera algún amor por Mefiboset. Ni siquiera conocía a Mefiboset. Pero honró a Mefiboset y rescató a Mefiboset y derramó bendición tras bendición sobre Mefiboset. ¿Por qué? Por su amor por Jonatán. Debido a que David amaba a Jonatán, prácticamente adoptó a Mefiboset para ser parte de su casa. Eso es lo que Dios ha hecho por nosotros.
Debido a Su amor por Cristo, nos ha adoptado en la familia real y nos ha hecho herederos con Cristo, coherederos con Cristo, pues Dios nos ama a causa de Jesús. Somos amados por el Padre porque Él es amado por el Padre y nunca debemos olvidar eso. Él es aquel que es la niña de los ojos del Padre y por el gran amor que el Padre tiene por el Hijo; Él le da regalos a Su Hijo, que somos tú y yo, que somos adoptados en Su familia.