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La tendencia en la iglesia de hoy no dista mucho en contraste a lo que la iglesia siempre ha tenido que luchar con respecto a los dones del Espíritu Santo. Nuestro interés alcanza su punto máximo cada vez que algo inusual, extraordinario o incluso espectacular sucede en medio de nosotros. Y, entonces, queremos poner nuestra atención en la novela, en lo emocionante, en lo extraordinario, buscando algún tipo de manifestación especial de la presencia de Dios. Y por esa razón, debido a esta inclinación dentro de nosotros a gravitar hacia lo emocionante, tenemos una tendencia a pasar mucho más tiempo centrándonos en el tema de los dones del Espíritu Santo que centrarnos en el tema del fruto del Espíritu Santo. Y, sin embargo, el objetivo principal del Espíritu Santo es aplicar los frutos del Evangelio de tal manera que cumpla el mandato de Dios que es la voluntad de Dios: “Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación”.
Y la mayor manifestación de nuestro progreso en las cosas de Dios nunca será a través de las manifestaciones de dones espectaculares que tengamos, sean cuales sean los dones. Una persona hoy, por ejemplo, podría ser un predicador extremadamente talentoso o un maestro talentoso y, sin embargo, mostrar muy poca evidencia de crecimiento en la madurez de las cosas de Dios. Amados, vamos a ser examinados y evaluados al final de nuestra vida, no por el número de dones que mostramos ni por los talentos que Dios nos ha dado, sino que seremos juzgados en el tribunal de Cristo por la cantidad de frutos que hemos producido como cristianos. Y demos un vistazo a este tema del fruto del Espíritu, el cual no despierta tanto interés ni estudio como lo hace el tema de los dones del Espíritu.
Pablo habla del fruto del Espíritu en su carta a los gálatas en el capítulo 5, empezando en el versículo 16. “Digo, pues: Andad por el Espíritu.” ¡Paremos ahí! Aquí está el primer mandato apostólico que como pueblo cristiano estamos llamados a caminar en el Espíritu. Eso no significa que nuestra tarea principal sea perseguir el misticismo o quedar atrapados en formas de magia o en atajos hacia la espiritualidad. He mencionado en el pasado una de las cosas que me molesta en toda mi carrera como maestro; he tenido innumerables alumnos que se acercan a mí en el seminario y otros lugares y me dicen: “Dr. Sproul, ¿cómo puedo llegar a ser más espiritual”, o “¿cómo puedo llegar a ser más piadoso”, o “¿cómo puedo tener más dones?” Todavía no he tenido un estudiante que se acerque y diga: “Lo que realmente necesito saber es ¿cómo llego a ser justo?” Y, sin embargo, en el Nuevo Testamento Jesús mismo dice: “Pero buscad primero el reino y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”.
Ahora, quizás sea por mi estilo de vida o quizá sea por mi testimonio que nadie me pregunta cómo llegar a ser justo. No me ven como un buen ejemplo particular de justicia. Pero eso es lo que se supone que estamos buscando. Se supone que debemos demostrar nuestro crecimiento espiritual, nuestro andar en el Espíritu de Dios, que la demostración de este andar en el Espíritu no tiene que ver con la manifestación de los dones. La demostración de nuestro andar en el Espíritu debe manifestarse por el fruto del Espíritu Santo. Pablo continúa diciendo: “Andad por el Espíritu, y no cumpliréis el deseo de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues estos se oponen el uno al otro, de manera que no podéis hacer lo que deseáis. Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley”. Este es un segmento muy importante de la epístola. Porque Pablo hace una distinción aquí, y no sólo una distinción, sino un contraste entre la carne y el espíritu.
Es un poco difícil porque la palabra que usa aquí en griego para carne es la palabra ‘sarx’, y la palabra para espíritu es la palabra ‘pneuma’. Ahora, la palabra sarx, que se traduce ‘carne’, a veces se distingue de otra palabra griega, que es la palabra ‘soma’, que generalmente se traduce por la palabra ‘cuerpo’. Y entonces, aún así, el término sarx a veces funciona como sinónimo exacto de soma, es decir, a veces el término sarx simplemente se refiere al carácter físico o la naturaleza de nuestro cuerpo. Sin embargo, muchos, muchos casos en que el Nuevo Testamento habla de nuestra naturaleza corrupta, nuestra caída, utiliza el término sarx.
Permítanme mostrarles un ejemplo de las dos maneras en que se utiliza el término sarx. Pablo, en una ocasión dijo que no conocía a Jesús, ‘kata sarka’, según la carne. ¿Qué significa eso? No conocí a Jesús durante su encarnación terrenal, cuando Él caminaba físicamente y corporalmente por la zona aquí. Yo no lo conocí; nunca me vi con él. Pero luego vemos – o antes vemos a Jesús decir: “Lo que es nacido de la carne, carne es, y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Y en tu carne, dentro de tu carne no puedes hacer nada. Allí no está hablando de tu cuerpo físico. Está hablando de tu naturaleza humana caída, que incluye no sólo tu cuerpo sino tu mente, tu voluntad, tu corazón, etc.
Entonces, ¿cómo sabemos cada vez que nos cruzamos con esta palabra sarx en el Nuevo Testamento si se refiere a nuestra naturaleza humana caída o si está simplemente haciendo una referencia a nuestra capacidad física? Bueno, si hay una regla general, es esta: Cuando encuentras que sarx o carne se discute en contraste directo con el pneuma, o con el espíritu, entonces esa es una clave para nosotros que indica que lo que se está discutiendo aquí no es la diferencia entre el cuerpo físico y la mente, sino entre la naturaleza vieja, la naturaleza corrupta, la naturaleza caída y el nuevo hombre que ha sido vivificado en nosotros por el Espíritu Santo que nos habita. Y si hay algún texto en el Nuevo Testamento donde esto sea claramente el caso, es aquí en la epístola de Gálatas.
Ahora, antes de que Pablo hable de lo que significa ser guiado por el Espíritu, y antes de que el apóstol nos detalle el fruto del Espíritu, primero nos muestra cuál no es el fruto del Espíritu. Porque recuerden, él está haciendo un contraste aquí entre la carne y el espíritu. Así que comienza con un negativo. Él dice: “Ahora bien, las obras de la carne son evidentes, las cuales son: inmoralidad, impureza, sensualidad, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, enojos, rivalidades, disensiones, sectarismos, envidias, borracheras, orgías” y esta vez el apóstol no deja duda que esta lista no es exhaustiva, porque agrega: “y cosas semejantes, contra las cuales os advierto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”. Este es uno de los pasajes más aterradores de la Biblia: “que los que practican tales cosas”, inmoralidad, impureza, sensualidad, pleitos, celos, ira, disensiones, idolatría, borrachera, y todo lo demás, “que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”.
Ahora, ¿por qué es tan aterrador? Bueno, porque conocemos a todo tipo de personas que han hecho profundas profesiones de fe en Cristo que caen en el adulterio, que luchan contra el alcohol, que luchan contra el orgullo y los pleitos, y cosas de este tipo a lo largo de toda su vida. Y si miras este texto podrías llegar a la conclusión, bueno, cualquiera que alguna vez caiga en cualquiera de estos pecados no tiene esperanza de salvación. Pero cuando Pablo habla de practicar estas cosas, no está diciendo que si te emborrachas una vez, no irás al cielo. Eso no es lo que está diciendo. Él está diciendo que si estas cosas definen tu estilo de vida, si pones un espejo a tu vida y así es como se ve tu vida, que si esta es tu práctica regular, entonces eso es una indicación de que estás en la carne, que no eres del Espíritu de Dios, y que todavía no eres regenerado, y no serás incluido en el reino de Dios.
Creo que es importante que entendamos eso porque aquí, contra todo tipo de antinomianismo, que dice: “Bueno, creo en Jesús, ahora puedo vivir como yo quiera, y que no hay ningún cambio en mi vida desde mi regeneración”. Esas personas necesitan leer esta porción de Gálatas para ver que Pablo da la advertencia muy seria de que si esta es su práctica, entonces “los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”. Ahora, en contraste con las obras de la carne, Pablo da el fruto del Espíritu. “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio; contra tales cosas no hay ley. Pues los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también en el Espíritu. No nos hagamos vanagloriosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros”.
Ahora noten que está dando una amonestación a las personas de la iglesia que son creyentes, no para caer en las obras de la carne, sino para manifestar el fruto del Espíritu. Y eso les dice, ¿cierto?, que incluso los cristianos, mientras sean cristianos, todavía tienen que luchar con la vieja naturaleza, todavía tienen que luchar con la carne. Así que hay un elemento de carne que permanece en la vida cristiana que tiene que estar bajo el escrutinio constante de la palabra de Dios, que tiene que estar bajo la disciplina constante del Espíritu Santo para que podamos ser convencidos de pecado y huir de estas cosas y tratar de cultivar el tipo de práctica opuesta. Y lo que se cultiva es lo que da fruto. Y recuerden que nuestro Señor dijo: “Por sus frutos los conoceréis”.
Ahora, ¿qué quieres que diga tu lápida? ¿Quieres que diga que ganaste tanto dinero, o que ganaste tantas batallas, o que mostraste tantos talentos, y fuiste prodigioso en hazañas extraordinarias? ¿O quieres que diga en tu lápida: “Aquí yace una persona que manifestó amor, gozo y paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad”? Sin embargo, el asunto es que estas son las cosas que Dios quiere de nosotros. Estas son las cosas en las que Dios se deleita, y sin embargo no las hacemos una prioridad en nuestras vidas. Ahora, todos sabemos que debemos ser más amorosos y que de ese fruto en particular se ha gastado tinta y escrito mucho y, sin embargo, incluso a veces, tenemos una comprensión muy superficial de lo que significa el amor. Pero el amor en su dimensión espiritual está inseparablemente relacionado con el otro fruto.
Ahora, noten la diferencia aquí entre el fruto del Espíritu y los dones del Espíritu. En los dones del Espíritu Pablo trabaja el punto de unidad y diversidad, y él va a esa larga secuencia retórica cuando dice: ‘¿Acaso todos tienen el don de predicar; todos tienen el don de enseñar, ¿acaso todos tienen este don o ese don?’ Y la respuesta obvia es, ‘No’. Él no hace eso con el fruto del Espíritu. No es que el apóstol está enseñando aquí que así como el Espíritu distribuye dones individuales a personas particulares en la iglesia para la edificación de todo el cuerpo donde una persona puede tener el don de la administración, la otra persona puede tener el don de dar, la otra de ayuda, o lo que sea, y de la misma manera, le da a una persona el fruto del amor, a otra persona el fruto de la bondad, a otra el fruto de la paciencia y a otra el fruto del gozo. No. El fruto del Espíritu en toda su plenitud debe manifestarse en la vida de todo cristiano.
Todos estamos llamados a dar el fruto del amor. Todos estamos llamados a la bondad, o a la mansedumbre. Ahora, una cosa es ser llamado a ‘mensolandia’. Muy a menudo en nuestra cultura la idea de ser mansos o humildes significa que carecemos de fuerza o que somos conocidos como debiluchos y cobardes. No. Una persona mansa es una persona que tiene fuerza pero que restringe el uso de esa fuerza. Recuerdo haber tenido una conversación con un joven que había sido puesto en un alto cargo de autoridad en una organización, y era muy joven para estar en una posición de tal autoridad. Y las quejas de sus subordinados eran continuamente que era un tirano en la forma en que estaba manejando a sus subordinados.
Así que tuve una conversación con él al respecto. Le dije: “¿Por qué es esto?” Y él dijo: “Bueno, no respetan mi autoridad porque piensan que soy demasiado joven. Así que tengo que mostrarles quién es el jefe”. Él dijo: “Tengo que mostrarles quién tiene el poder”. Le dije, “Espera”. Le dije, “No, no lo hagas. Tú tienes la autoridad y con la autoridad tienes el poder”. Le dije: “Uno de los secretos del liderazgo es que cuando tienes el poder, tienes una gran responsabilidad de cómo usas ese poder, y aquí está lo bueno; cuando tienes el poder, puedes permitirte ser cortés. No necesitas ser un tirano. Cuando tú no estás seguro de tu poder es que empiezas a golpear a la gente en la cabeza y no eres cortés”. Ahora la mansedumbre es algo parecido a la sensibilidad. Y de nuevo, ser manso significa usar menos fuerza de la que podrías usar en una situación dada. No significa que nunca uses tu fuerza. Creo que podemos tomar el ejemplo de Jesús aquí.
Una de las cosas que encuentro notables sobre el patrón de comportamiento de Jesús en la forma en que trata con la gente es que Él es extremadamente sensible con los débiles y los indefensos de su mundo. La mujer atrapada en adulterio, todo el mundo estaba listo para destrozarla, y Él fue sensible y manso con ella. Pero cuando los poderosos de la época, los fariseos, vinieron a Jesús tratando de ejercer su fuerza, Él respondió con gran fuerza. En otras palabras, Él era fuerte con los fuertes, firme contra los poderosos, pero manso con los débiles. Y tenemos una tendencia a pensar que se supone que debemos tratar a cada persona que conocemos de la misma manera. No. Tenemos que aprender a monitorear y controlar las fuerzas que tenemos. El fruto del Espíritu es gozo. Saben, debe ser una marca de la vida cristiana, que como pueblo cristiano que camina en el Espíritu de Dios, que no somos unos amargados, que tenemos verdadero gozo en nuestras vidas.
Me refiero incluso a que el gozo del Espíritu no impide el duelo; no impide experimentar dolor y aflicción. Pero el punto es como el apóstol explica, en especial, en su epístola a los filipenses: ‘Que en todas las cosas aprendamos a regocijarnos’. Porque el conducto básico para nuestro gozo es nuestra relación con Dios, y la redención que tenemos, la cual nunca se ve amenazada por la pérdida de un ser querido o la pérdida de posesiones, o la pérdida de un trabajo, o la pérdida de cualquier otra cosa. Podemos sufrir todo tipo de contratiempos y aflicciones en este mundo que son dolorosos, pero esas cosas no son para robarnos el gozo fundacional que tenemos en Cristo, para que podamos regocijarnos en todas las cosas, porque el resto de estas cosas son insignificantes en comparación con la maravillosa plenitud del Espíritu que disfrutamos en presencia de Dios. Pero eso es algo que hay que cultivar. Cuanto más comprendemos nuestra relación con Dios, más entendemos sus promesas en nuestra vida, mayor será el gozo que comenzaremos a dar como fruto de nuestra vida cristiana. Amor, gozo, mansedumbre, paz, longanimidad y bondad. La longanimidad está relacionada con la paciencia.
Noten que en estos frutos que estamos llamados a emular, que estos frutos imitan el carácter mismo de Dios. Es Dios quien es amor; es Dios quien es el autor del gozo, es Dios quien manifiesta mansedumbre suprema a su pueblo. Y si se puede decir que alguien es paciente, ese es Dios. Dios no se apresura a la ira, no se apresura al juicio. Pero él es paciente; es benigno, y le da a la gente tiempo para arrepentirse. Él no les vuela la cabeza a la primera oportunidad que ellos hacen algo que le molesta o que lo irrita. El fruto del Espíritu es fidelidad, benignidad y bondad. Saben, la bondad es una de las virtudes más difíciles que hay en el mundo para definir. Y, sin embargo, hay un sentido en el que no necesita ser definida, porque todo el mundo sabe lo que es. Lo sabes cuando alguien está siendo amable contigo, ¿no? Y lo sabes cuando alguien está siendo malo contigo. Y lo contrario de la mezquindad es la bondad. Y eso simplemente significa que nos importa, que somos considerados, y que somos amables con la gente, y eso es parte del fruto que debemos manifestar.
Bueno, el tiempo no nos permite ser más detallados con el fruto del Espíritu, pero creo que tienen la idea de que aquí es donde está la prioridad del Espíritu Santo. Esto es lo que Dios desea de nosotros. No es que seamos triunfadores. No es tanto lo que hacemos, pero es lo que somos como personas, que complaceremos o disgustaremos y entristeceremos al Espíritu Santo.