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Transcripción
El apóstol Pablo, en su carta a los Filipenses, da una exhortación que encuentro extremadamente difícil de obedecer y estoy seguro de que no soy el único. En el capítulo 4 de Filipenses, versículo 6 leemos estas palabras. «Por nada estén afanosos», coma. «Por nada estén afanosos». Ahora, la palabra «afanoso» es una de las palabras peor usadas en el idioma español. A menudo se confunde con la palabra «entusiasmado». A veces la gente dice: «Oh, estoy ansioso porque llegue la Navidad». Y lo que quisiera decirles es: «¿Qué es lo que les preocupa?». Lo que quieren decir es que están entusiasmados con la Navidad, están deseosos de que llegue, pero la palabra afanoso es una palabra que proviene del concepto de ansiedad que implica preocupación, angustia, nerviosismo y demás.
Entonces, el apóstol Pablo está diciendo: «No te preocupes por nada. No estés afanoso, no tengas miedo ante nada». Esa es una exhortación muy difícil de obedecer porque hay muchas cosas en este mundo que nos asustan y que nos preocupan. Jesús mismo dijo: no te preocupes por nada, no pienses en qué debes vestir, lo que debes comer y beber, etc. También nos llamó a dejar de lado nuestras ansiedades para que podamos confiar y descansar en la provisión de Dios para nuestra seguridad y para nuestras vidas.
Pablo dice aquí que, «Por nada estén afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer sus peticiones delante de Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará sus corazones y sus mentes en Cristo Jesús». Noten aquí que el contraste con la ansiedad es la paz de Dios. En otra parte se nos dice que el perfecto amor echa fuera el temor. Entonces, si tenemos temor, si estamos ansiosos, ¿cuál es el antídoto?
Lo primero que debemos hacer es ponernos de rodillas. Porque, no hay mayor cura para el miedo y la ansiedad en la vida cristiana que la oración rigurosa. La oración nos pone de rodillas, perdón, la ansiedad nos pone de rodillas muchas, muchas, muchas veces, pero es una buena postura en la cual estar. Lo que Pablo está diciendo, si estás afanoso, no estés afanoso, pero si estás afanoso, ¿qué puedes hacer? Sean dadas a conocer vuestras peticiones ante Dios. Deja que tus súplicas… ven a Él con tus súplicas, esta parte. Trae tus peticiones, trae tus súplicas a Dios, pero ¿con qué? Con acción de gracias.
Creo que es importante que aquí el apóstol nos invite a traer todas nuestras peticiones, todo lo que nos ha estado turbando, todo lo que nos preocupa, para ponerlos delante el Señor en oración, pero hacerlo con una postura de acción de gracias. Es por eso que quiero incluir la acción de gracias en cada oración que hacemos al Señor. Hay otras dos razones además de este mandato apostólico para incluir la acción de gracias en nuestras oraciones. Y esas otras dos razones son estas.
En primer lugar, cuando el apóstol Pablo escribe a los Romanos en el primer capítulo y habla sobre el juicio universal de Dios, su ira que se derrama del cielo contra todos los hombres debido a esta situación universal de injusticia e impiedad; y cuando explica la razón de la ira de Dios, él ve dos elementos principales de los que todo ser humano es culpable. Y uno de esos es la negativa a honrar a Dios como Dios o a ser agradecido. Así que los dos pecados más fundamentales y fundacionales del corazón humano son: el pecado de negarse a honrar a Dios como Dios en la adoración y en segundo lugar un espíritu de ingratitud. Y, ese espíritu natural y corrupto de ingratitud no se cura al instante por la conversión.
Seguimos dando las bendiciones de Dios, la gracia de Dios y la bondad de Dios por sentadas. Cada vez que oramos, cuando entramos en su presencia, necesitamos pensar en expresar nuestro agradecimiento por las bendiciones que hemos recibido. Ahora, cuando Pablo nos dice que nos acerquemos con acción de gracias a Dios, no está predicando esta doctrina corrupta de «proclámalo y recíbelo» que escuchamos en todo el mundo religioso hoy en día, donde se exhorta a las personas a agradecer a Dios por la respuesta a su oración antes de recibirla.
Vas a un servicio de sanación y la gente te dice que tienes que creer que estás sanado para ser sanado, que tienes que reclamarlo de antemano. Si eres ciego y le pides a Dios que te sane, reclama tu sanación. Eso es algo malicioso, porque las personas son instruidas a creer algo que simplemente no es cierto. Si aún no han sido sanados de su ceguera y no pueden ver, les estamos diciendo que digan: «Yo creo que puedo ver, yo creo que puedo ver» Y eso es magia, eso no es fe y eso no honra a Dios. Cada vez que nos presentamos ante Dios, reconocemos que Dios tiene el derecho de decir «no» a nuestras oraciones.
Ahora, hay ciertas cosas que Él ha garantizado que responderá de manera positiva. Él garantiza, por ejemplo, que, si confesamos nuestros pecados de una manera legítima, justa y genuina, Él perdonará nuestros pecados. Y entonces, si Dios ha garantizado que hará algo de esa manera, entonces, por supuesto, que es perfectamente apropiado agradecerle por ese perdón. Pero si le pido a Dios por un trabajo en un lugar determinado o le pido a Dios que este problema en particular salga de mi vida, yo no le agradezco de antemano para que diga «sí», porque su respuesta puede ser «no».
Así como nuestro Señor luchó con el Padre en el huerto de Getsemaní y pidió que la copa pasara de Él y el Padre le dijo al Hijo: «No». El Hijo aceptó esa respuesta. Se regocijó. Él seguía teniendo un corazón agradecido por todo lo demás que Dios le había dado. Está bien y es bueno estar agradecido incluso cuando Dios dice que no. Pero no podemos manipular a Dios con magia. Eso es lo que estoy tratando de aclarar.
La otra razón por la que debemos recordar la importancia de dar gracias es debido a la enseñanza de Jesús en la historia de los diez leprosos que el Nuevo Testamento registra. Diez leprosos que fueron sanados. Y solo uno volvió a Jesús para agradecerle por la sanación. Como he dicho muchas veces, no sé cuántas veces he escuchado sermones sobre ese texto donde los ministros dicen que Jesús sanó a diez leprosos y solo uno de ellos estaba agradecido. Es imposible. Damas y caballeros, nadie en el mundo antiguo podría tener lepra, ser sanado de ella y no estar agradecido. No me importa lo duro que sea tu corazón, si eres sanado de lepra, vas a estar agradecido.
No se trata de si esos leprosos estaban agradecidos. Todos estaban agradecidos. Pero solo uno se dignó a demostrar su gratitud a Cristo. Los demás estaban tan emocionados de haber sido sanados, que se fueron directo a su casa para ir con sus familias, sus esposas. Pero un hombre se desvió de su camino para decir: «Antes de irme a casa, antes de disfrutar de la compañía de mi familia, tengo que ir al hombre que me sanó y darle las gracias», para mostrarle su gratitud.
Ahora, si diez de diez personas estaban agradecidas, pero nueve de diez no hicieron nada para manifestar su gratitud por algo tan extraordinario como fue el ser sanados de lepra, ¿cuánto más nosotros estamos dispuestos a recibir todo tipo de beneficios de la mano de Dios, todos los días, quizá sin tanto dramatismo como es ser curado de lepra, y nunca nos tomamos el tiempo de dar gracias? Entonces, lo que dice el apóstol Pablo, es que cada vez que vengas con tus pedidos de oración, ven con un espíritu de acción de gracias. Creo que hay una razón psicológica por lo que eso también es importante. Y es por esto, que a veces, amados, Dios dice «no» a nuestras oraciones.
Es como el ministro que predica el domingo por la mañana y al final del servicio va a la parte de atrás de la iglesia para estrechar la mano a la congregación. Y un centenar de personas salen, le dan la mano y le dicen: «Gracias por el sermón de esta mañana pastor. Se lo agradezco. Fue útil, me pareció edificante, bla, bla, bla». Y luego se van. Y solo una persona se le acerca a la puerta y le dice: «Me sentí realmente ofendido por su sermón de esta mañana. No me gustó esto, esto y esto». Entonces el pastor se va a casa a cenar. ¿En qué está pensando? ¿En las cien personas que dijeron «gracias» o en la única persona que lo criticó? Si es humano, con lo que se quedó es con el espíritu de crítica que escuchó. Eso le quedó dando vueltas.
Ahora, lo mismo se aplica a nosotros en términos de nuestras oraciones. Si le pedimos a Dios diez cosas y Él nos da nueve de ellas y dice «no» a una de ellas, nos alejamos diciendo: «¿Para qué oramos?». De pronto hasta tenemos una crisis de fe porque Dios nos dijo que no. Es por eso que es importante que cuando oremos recordemos los «sí», para recordar las cosas a las que Él ha respondido. Y esa es una parte importante de la oración. También cuando pasamos a la súplica, Pablo dice: Sean tus súplicas, sean tus peticiones, en todo, mediante oración y súplica, que tus «peticiones sean dadas a conocer a Dios. Y la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, guardará sus corazones y sus mentes a través de Cristo Jesús».
Hay mucho en este simple texto. Las súplicas y las peticiones son básicamente sinónimos. Cuando estamos suplicando por algo con nuestras peticiones. Eso es lo que es una súplica. Y esa súplica puede ser una petición para nosotros mismos o puede ser para otras personas. Es por eso que a veces este cuarto elemento de la oración se llama «intercesión», en lugar de súplica. Pero la súplica es el concepto más amplio porque está haciendo peticiones ya sea para nosotros o para otras personas. Pero aquí es cuando llegamos al último paso en la oración, cuando oramos por algo o por personas. Cuando presentamos nuestras peticiones a Dios.
Lo que nos anima en este punto es que cuando hacemos nuestras peticiones, lo hacemos a través de Cristo, siendo conscientes de que Él es nuestro intercesor. Él es nuestro gran Sumo Sacerdote. Él está llevando nuestras oraciones al Padre. Hay un sentido en el que la oración es un ejercicio trinitario. Nos dirigimos a Dios en última instancia en oración: el Padre. Pero venimos al Padre a través de nuestro Sumo Sacerdote, a través del Hijo. Quien ha sido designado como nuestro Sumo Sacerdote para siempre, quien administra en el santuario celestial, quien es nuestro intercesor.
Pero también entendemos que, en la obra de redención, el Espíritu Santo ha sido enviado tanto por el Padre como por el Hijo para ayudar a aplicar la obra de redención en nuestra vida. Y esa aplicación de la redención no se limita simplemente a la regeneración y la santificación y las otras cosas que el Espíritu Santo hace por nosotros, sino que también el Espíritu Santo es muy importante para nuestras vidas de oración. Porque, el Espíritu Santo nos ayuda a orar como deberíamos hacerlo.
De modo que, en este plano inmediato en el que estoy orando, estoy dependiendo del Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad para ayudarme a orar como corresponde, para ayudarme a orar de una manera piadosa, para ayudarme a orar no de una forma egoísta o pecaminosa, sino de una manera adecuada. Y entonces el Espíritu me ayuda en ese punto y luego mi oración es entregada, por así decirlo, al Hijo, quien luego lleva la oración al Padre. Así que todo el asunto es trinitario. Y, el Espíritu nos ayuda a suplicar y ser intercesores y eso se le da al Hijo y así sigue.
Ahora, como dije antes, cuando estamos tratando de aprender a orar, estamos en una escuela que fue fundada por los propios discípulos. Mencioné que los discípulos vinieron a Jesús y le preguntaron: «Señor, enséñanos a orar». Y cuando Jesús dio esa lección a los discípulos, le dio a ellos y por lo tanto a través de ellos, a la iglesia, la oración modelo, que no es el acróstico de ACTS, aunque en muchos sentidos refleja eso, sino más bien la oración modelo que llamamos «el Padre nuestro».
A menudo el nivel de nuestra oración es tan solo una repetición o recitación del Padre nuestro. Jesús no dijo: «Cuando ores, repite esta oración». Pero Él dio el Padre nuestro en respuesta a los discípulos que pedían que se les enseñara a orar. Y así, Jesús dijo: «Cuando oren, ustedes oren así». El Padre nuestro fue un «por ejemplo». Era un modelo a seguir. Y, en ese sentido, necesitamos mirar los elementos constitutivos del Padre nuestro para ver lo que está siendo comunicado por Jesús en el Padre nuestro como una instrucción, como un modelo pedagógico para Su pueblo.
El Padre nuestro comienza con las líneas iniciales, que dice a quién está dirigida la oración, «Padre nuestro que estás en los cielos». Cuando oren, oren de esta manera. Lo primero que hizo Jesús fue recordarnos de nuevo con quién estamos hablando. Y, como he dicho en otras ocasiones, esta declaración aquí mismo es una de las enseñanzas más radicales de Jesús en el Nuevo Testamento, cuando dice: «Cuando ores, di: Padre nuestro».
Por esta razón, es que, en el Antiguo Testamento, en toda la literatura rabínica de los tiempos del Antiguo Testamento, hasta el siglo X en Italia no hay un solo ejemplo de un judío que se dirija a Dios en oración directamente como «Padre», excepto en el caso de Jesús de Nazaret, quien, en el registro bíblico de la vida de oración de Jesús, cada oración que Él hace, que está registrada en el Nuevo Testamento, excepto una: Se dirige a Dios directamente como «Padre».
Ahora, te imaginas la respuesta que provocó de sus contemporáneos quienes eran hostiles hacia Él. Estaban listos para matarlo porque se había atrevido a llamar a Dios, «Padre». Esa fue una innovación radical. Y llamó a Dios «Padre» porque era el monogenes, el Hijo unigénito del Padre. Y cuando los discípulos dijeron: «Enséñanos a orar», Jesús dijo: «Bien, cuando oren, oren así: “Padre nuestro”. Él está diciendo: “Gracias a mí, han sido adoptados en la familia de Dios. Y ustedes, al igual que yo llamo a Dios ‘Padre’, ahora pueden llamar a Dios ‘Padre’.
Pueden decir que Él es ahora nuestro Padre gracias a la adopción”» Y así, esta es una atribución de asombro al poder redentor de Dios tan pronto como lo llamamos «Padre». Lo llamamos «el que mora en los cielos». Él es el Dios Altísimo. Ves que, en esta forma de dirigirnos a Él, Dios está siendo honrado. En cierto sentido, el inicio del Padre nuestro refleja la «A» del acróstico ACTS, A-C-T-S, porque implica adoración. Es breve, pero es adoración. Y la primera petición del Padre nuestro es ¿cuál? «Santificado sea Tu nombre».
A menudo esto se malinterpreta, porque muchas personas piensan que esa es parte de la invocación inicial. Es como decir «Padre nuestro que estás en el cielo, tú eres Santo». No. No estamos diciendo simplemente: «Santificado es tu nombre», lo que sería una declaración de adoración, sino que es más bien una súplica. Es una petición. La primera petición por la que Jesús dice que oremos es que el nombre de Dios sea tratado con reverencia, que sea considerado como santo. Él dice que eso es por lo que necesitas orar, en primer lugar.
Ahora, algo que quiero decir por añadidura a esto es que, con poca frecuencia en nuestras oraciones, en nuestras peticiones, en nuestras súplicas oramos por el honor de Dios, oramos por el éxito de la misión de la iglesia. Oramos por nuestras necesidades personales, las necesidades de nuestros amigos. Pero rara vez oramos por el avance del reino. Sin embargo, Jesús está diciendo: «Cuando oren, quiero que primero oren para que el nombre de mi Padre sea considerado santo por todos. Y entonces oren «Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, así en la tierra como en el cielo».
De nuevo, la prioridad para la oración según Jesús en el Padre nuestro es para el éxito del reino de Dios que Jesús inauguró aquí en la tierra. Creo que hay una progresión lineal involucrada aquí: «Santificado sea Tu nombre. Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, así en la tierra como en el cielo». Permítanme solo decir esto. Ahora mismo, mientras hablo, el nombre de Dios siempre se considera santo en el cielo. Nadie en el cielo blasfema el nombre de Dios. Su nombre nunca se profana en el cielo. Su reino ya existe en plenitud de gloria, honor y poder en el cielo. Jesucristo ya ha sido coronado como el Señor de señores y el Rey de reyes.
Y cada persona en el cielo, cada ángel en el cielo y cada persona justa, hecha perfecta en el cielo se inclina ante el Rey. No hay ningún pecado en el cielo. Toda persona que está en el cielo ha sido glorificada. Y así, todos en el cielo hacen voluntariamente la voluntad de Dios. Así que las personas en el cielo no tienen que ver a Dios en el cielo y decir: «Por favor, Dios, haz que tu nombre sea santificado. Y por favor que venga tu reino y por favor que tu voluntad se haga aquí», porque ya se hace.
Pero Jesús dijo: «Quiero que oren estas cosas para que puedan tener lugar en la tierra como ya suceden en el cielo». Porque, donde vivimos hoy, el nombre de Dios no es considerado como santo. El reino es ignorado y la voluntad del Padre no es obedecida. Y por lo que deberíamos orar de nuevo es por el triunfo del reino de Dios. Eso debería estar en el centro de nuestra oración, si seguimos el modelo del Padre nuestro. Bueno, hay otros elementos del Padre nuestro que veremos en nuestra próxima sesión juntos.