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Transcripción
Al retomar nuestro estudio sobre la oración, veamos de nuevo el Padre nuestro, el cual iniciamos en la última sesión y recordarán que Jesús dio el Padre nuestro a los discípulos en respuesta a su petición cuando fueron a Él y le dijeron: «Señor, enséñanos a orar». Entonces, cuando Jesús respondió su petición, dijo: «Cuando oren, oren así». Les recuerdo que Jesús no nos dio esta oración solo como algo para ser recitado una y otra y otra vez por Su pueblo. No hay nada de malo en orar el Padre nuestro. Él no dijo: «Cuando ores, ora esta oración». Más bien dijo: «Cuando oren, oren así».
Entonces, ahora, estamos examinando los elementos de la oración del Padre nuestro para ver qué valor instructivo tiene para guiarnos en una vida de oración más amplia. Cuando estudiaba en el seminario, teníamos un profesor de Nuevo Testamento bastante cínico, quien, cuando llegó a este texto en el Nuevo Testamento, dijo que solo se necesitan unos 28 segundos para recitar el Padre nuestro.
Y que parte de lo que Jesús nos estaba diciendo era que cuando ores, sé breve y anda al grano y no pases más de medio minuto, más o menos, en tu vida de oración, lo cual creó una gran controversia en el aula ese día, pues le recordamos al profesor que Jesús estableció un ejemplo pasando horas en oración en su propia vida. Y que, obviamente, lo que nuestro Señor estaba comunicando aquí en Su respuesta a los discípulos no era la duración de la oración, sino más bien los elementos que deben incluirse en una respuesta de oración normal.
Entonces, continuemos observando lo que vemos en la oración. Vimos que la parte inicial de la oración, las peticiones de apertura eran peticiones que se referían al avance del reino de Cristo. Luego leemos en el versículo 11 de la versión de Mateo, del capítulo 6 de Mateo, del Padre nuestro, la primera petición con respecto a nuestras propias necesidades. Y esta es la petición: «Danos hoy el pan de cada día».
De nuevo, si vemos la oración como un paradigma para instruirnos, Jesús no está diciendo que la única necesidad que tenemos por la que debemos orar es el pan. Sino que el uso del pan aquí en la oración indica que tenemos una dependencia diaria de la providencia de Dios para suplir las necesidades que tenemos, que son básicas y fundamentales para nuestras vidas. Él podría haber dicho danos este día nuestra agua o nuestro descanso diario o cualquier otro elemento que necesitemos para sobrevivir como seres humanos.
Pero Él usa la referencia al pan para simbolizar, creo yo, o para indicar esta referencia más amplia, en la que Jesús está diciendo: vienes ante el Padre y le pides que provea para tus necesidades. Jesús había entregado en el Sermón del Monte una enseñanza más amplia sobre nuestra dependencia en la providencia de Dios para nuestras necesidades diarias. Entonces, eso se incorpora aquí como parte del Padre nuestro. Y permítanme sugerir de nuevo la importancia de la palabra aquí: «hoy».
No se trata de que vengamos ante Dios una vez al año y digamos: «Amado Señor, por favor cuídanos el próximo año». O, una vez al mes, «danos este día nuestro, danos este mes nuestras necesidades mensuales». O «Danos esta semana nuestras necesidades semanales». Sino que Jesús quiere que prestemos atención a nuestra dependencia diaria, momento a momento, dependiendo de la bondad de la providencia de Dios para nuestro bienestar. Y, hablaremos un poco más sobre esa providencia respecto a la oración más adelante.
Pero permítanme recordarles que la palabra «providencia» es la misma, proviene de la misma raíz en el idioma español que la palabra «provisión». La providencia de Dios tiene que ver con cómo Dios provee para las necesidades de Su pueblo. Entonces, lo que Jesús está diciendo es que necesitamos ser conscientes en el día a día de que vivimos y nos movemos y existimos por Su misericordia, por Su gracia y por Su provisión y no caer en la trampa de pensar que nos creamos a nosotros mismos y que somos capaces de satisfacer todas nuestras necesidades por nosotros mismos.
Luego Jesús continúa diciendo: «Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores». Me parece que esta es la parte más aterradora del Padre nuestro. De hecho, me parece francamente aterradora. Porque, aquí tenemos una inclusión del elemento de confesión que ya hemos examinado en nuestro acróstico «ACTS», que la confesión debe ser parte de nuestra experiencia de oración normal. Pero ¿te das cuenta de la forma en que Jesús lo proyecta aquí en el Padre nuestro?
Cuando Él dice: Al pedir a Dios que perdone sus pecados, ¿qué dicen? «Perdónanos nuestros pecados o nuestras ofensas o nuestra deuda, como nosotros perdonamos a nuestros deudores». ¿Qué tiene eso de aterrador? Pongámoslo de otra manera y digamos: «Dios, por favor, sé tan misericordioso conmigo como yo lo soy con aquellos que me han ofendido y herido. O, «Amado Dios, por favor dame la misma cantidad proporcional de misericordia que le doy a mis enemigos».
Entonces, dices: «Un momento, eso es exagerar un poco, porque en realidad no somos enemigos de Dios, ¿cierto?». Bueno, por naturaleza somos enemigos de Dios. Y cuando pecamos contra Dios, creamos actos hostiles contra Su carácter y contra Su señorío y luego venimos a Él y le pedimos que nos perdone. Pero Jesús dijo: «Pídele al Padre que te perdone de la misma manera que tú perdonas a los hombres que transgreden contra ti». ¿Qué tiene eso de aterrador?
De nuevo, en el análisis final, si la gracia de Dios está limitada al perdón de mis pecados según yo perdono las ofensas de otros contra mí, me temo que estaré en serios problemas. Pero de nuevo, si pensamos en esta enseñanza, estamos siendo instruidos no solo sobre nuestra dependencia del perdón de Dios, sino en nuestra responsabilidad como personas perdonadas para manifestar la gracia de Dios en nuestro trato con otras personas que nos están ofendiendo.
Ahora, hay una inferencia extraída de este texto por muchas personas con las que francamente no estoy de acuerdo y tengo que decirlo. No escucho a Jesús decir aquí que el cristiano está obligado a dar perdón unilateral a cada persona que ofende al cristiano. Si alguien peca contra ti, lo que estás llamado a hacer es estar listo para perdonar a esa persona en el momento en que esa persona se arrepiente. Pero eso no es lo mismo que decir que debes perdonarlos, ya sea que se arrepientan o no.
No encuentro en ninguna parte de la Escritura que requiera que el cristiano perdone a alguien unilateralmente. Aunque, sí vemos el ejemplo de Jesús que cuando fue agraviado e incluso desde la cruz, Él clama: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Ellos no estaban arrepentidos y mientras estaban involucrados en este acto destructivo contra Él, Jesús oró por su perdón porque amaba a Sus enemigos. Oró por Sus enemigos. Y estamos llamados a orar por nuestros enemigos. Y estamos llamados a orar por el bienestar de nuestros enemigos.
Pero al mismo tiempo, Dios, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, estableció todo tipo de procedimientos donde las personas agraviadas en este mundo pueden ir a los tribunales de la iglesia e incluso a veces a los tribunales civiles, para buscar reparación por los errores sufridos por las manos de otra persona. Por lo tanto, necesitamos entender que no estamos obligados a cubrir a todos con perdón si permanecen impenitentes. Sin embargo, si se arrepienten, entonces no nos queda otro camino que perdonar.
Recuerdo una experiencia que tuve con esto hace muchos años, al inicio de mi ministerio. Había dicho algo que ofendió a una persona. Y, cuando esa persona me dijo que estaba ofendida, me sentí muy mal por eso y dije: «Oh, nunca debí haberle dicho eso a esa persona». Entonces fui a esa persona y me disculpé por lo que había dicho. Y la persona se negó a aceptar mis disculpas; se negó a hablar conmigo. Entonces, fui por segunda vez y de nuevo confesé que había ofendido a esa persona y le pedí perdón a esta persona, hasta con lágrimas. Y, aun así, la persona se negó a aceptar mis disculpas.
Esto sucedió en el contexto de una iglesia en la que yo estaba como estudiante del seminario y el moderador de nuestra reunión era un misionero jubilado de 85 años que era un santo. Había pasado cinco años en un campo de prisioneros en China durante la Segunda Guerra Mundial, separado de su esposa y demás. Yo tenía una enorme admiración por este hombre, por su sabiduría espiritual y gracia. Fui donde él y le conté lo que había hecho. Le dije: «Lamento decirte esto, pero le dije tal y cual cosa a esta señora y en realidad la ofendí. Entonces fui a ella, le pedí perdón y demás».
Le conté la historia. Y me dijo: «Bueno, cometiste dos errores». Yo dije: «¿Cuáles?». Él dijo: «Bueno, el primer error es obvio que lo entiendes. Nunca debiste decir lo que le dijiste a esa mujer en primer lugar». Le dije: «Sí señor. Tiene razón». Y dijo: «Tu segundo error fue ir dos veces. Cuando te arrepentiste y te disculpaste y ella se negó a perdonarte, habías cumplido con tu deber y desde ese momento y a partir de entonces, el carbón encendido estaba sobre su cabeza por su negativa a conceder el perdón». Y nunca olvidé lo que él me dijo allí.
Debemos estar listos para perdonar. Y cuando decimos que perdonamos a la gente, no podemos hacerlo con ligereza. Tiene que ser real. Y a veces es muy difícil hacer eso. Es por eso que creo que necesitamos entender que Jesús aquí une nuestra relación vertical con el Padre y nuestra relación horizontal con las personas con las que estamos involucrados en nuestra vida diaria. Pero luego va más allá de la confesión y dice: «Y no nos dejes caer en tentación, sino líbranos del mal». Esta es una de las partes más incomprendidas del Padre nuestro, debido a la frase: «Líbranos del mal».
La idea aquí en la primera parte de la declaración, «no nos dejes caer en la tentación», puede sugerir a algunas personas que Dios está buscando atraernos al pecado. Pero Santiago, por supuesto, advierte contra esa conclusión en su epístola cuando dice: «Que nadie diga cuando es tentado: “Soy tentado por Dios”». Porque, la tentación en ese sentido viene del interior, cuando tenemos estos deseos que se encienden, avivados en llamas por nuestras predilecciones internas. Ahora, el punto es que Dios nunca atrae a las personas al pecado. Entonces, ¿por qué dice: «Dios no nos dejes caer en la tentación?».
Bueno, hay dos formas en las que este término se usa en el Nuevo Testamento. Y una de ellas es «para probar». Recuerden que cuando Jesús fue bautizado en el río Jordán, tan pronto como los cielos se abrieron y el Espíritu de Dios descendió sobre el Hijo y la voz del cielo dijo: «Este es Mi Hijo amado en quien me he complacido», al final de ese episodio leemos en el Nuevo Testamento que el Espíritu llevó a Jesús al desierto para ser tentado por Satanás por cuarenta días.
Ahora, no era como si Dios estuviera tentando a Jesús para pecar. Y de cierto no era el Espíritu Santo quien estaba tentando a Jesús. Pero esta tentación implicó a Dios probando a Jesús, poniendo a Jesús a prueba. Vemos este concepto abundantemente a través de las Escrituras. Al principio de la creación, Adán y Eva son puestos en el ambiente del huerto —ellos son nuestros representantes y están, por así decirlo, en un período de prueba.
Y son colocados ante la encrucijada de la prueba que les fue presentada allí por la serpiente. Y si pasan esta prueba, un gran beneficio vendría a ellos y a sus generaciones. Si no pasan esa prueba, entonces vendrían consecuencias catastróficas para ellos y para todos sus descendientes. Y eso fue exactamente lo que sucedió. Fallaron en su prueba. Y por su pecado el mundo entero se sumerge en la ruina. Pero fue Dios quien diseñó que esa prueba se llevara a cabo.
Recuerden también la historia del libro, que se encuentra en el libro de Job. Donde tienes este diálogo que tiene lugar en el cielo, donde en su arrogancia, Satanás viene de caminar de un lado a otro sobre la tierra y empieza a burlarse de Dios diciendo: «Mira a tu pueblo allá abajo. Todos están en mi bolsillo. Todos me están siguiendo. Nadie de verdad te obedece. Dios le dice a Satanás: «¿Has considerado a mi siervo Job?». ¿Y cuál es la respuesta de Satanás? Se ríe. Él dice: «Tu siervo Job. Claro, es realmente obediente. ¿Por qué no debería serlo? Ha nacido con una cuchara de plata en la boca. Has puesto una cobertura de protección a su alrededor.
Le has dado riqueza. Le has dado felicidad. Le has dado todo lo que su corazón podría desear. ¿Job te sirve de balde? Quítale esa protección. Derriba la protección física que tienes sobre él. Déjame llegar a él y veremos cuánto tiempo es fiel a ti. Entonces, ahora todo el drama del libro de Job tiene que ver con la pregunta de si Job mantendrá su integridad, si mantendrá su lealtad a Dios en medio de esta prueba.
Y, por supuesto, la prueba suprema es la que ya hemos mencionado antes, cuando Jesús mismo es enviado al desierto para ser probado. ¿Qué es lo que nuestro Señor está diciendo aquí cuando dijo: «No nos dejes caer en tentación»? Él no está diciendo, no dice que debas pedirle a Dios que no te tiente ni te incite a pecar. Sino que deberías decirle: «Dios, por favor, no me pongas a prueba. Señor, no me pongas en ese lugar donde me quedo totalmente expuesto a los ataques del mundo, la carne y el diablo. No me quites el sistema de apoyo de la gracia que me das».
Una persona, por ejemplo, que está bajo disciplina en la iglesia, que está amenazada con la excomunión, debería estar orando esa oración cada minuto, diciendo: «Oh Señor, por favor no dejes que me corten de los beneficios de la comunidad del pacto donde tu gracia está tan concentrada. No me envíes a la oscuridad exterior. No me entregues a las manos de Satanás donde soy indefenso contra él».
Recuerden cuando Jesús le dijo a Pedro que negaría a Cristo. Y Pedro insistió en que nunca haría algo así y Jesús le dijo: «Simón, Simón, mira que Satanás los ha reclamado a ustedes para zarandearlos como a trigo. Eres pan comido en sus manos. Pero, he orado por ti para que cuando regreses, fortalezcas a tus hermanos». ¿Qué está diciendo aquí en esta oración? Él está diciendo: «Nunca sobreestimes tu fuerza espiritual contra las fuerzas del mal. Y ora para que digas: “Oh Señor, por favor, nunca me pongas en una situación en la que esté expuesto y desprotegido al ataque de Satanás”». Y que esté hablando de Satanás aquí, lo deja muy claro, porque en la segunda parte de esta estrofa, «no nos dejes caer en la tentación», la antigua traducción decía: «sino líbranos del mal».
Ahora, esa es en realidad una mala traducción. Porque, el término que se usa aquí en el griego es la palabra poneros, que se usa en la forma singular masculina del sustantivo. «Mal» es la palabra griega poneron, que es la forma neutra del mismo sustantivo. Ahora, cuando lo tienes en la forma masculina, la traducción adecuada no es «mal» en lo abstracto, sino que es, «el maligno»; que es un título en los tiempos bíblicos para Satanás. Así que lo que Jesús dice es: «No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del maligno», líbranos de Satanás.
Una vez más, pidiéndole que ponga una protección a nuestro alrededor para que podamos estar protegidos de las artimañas del enemigo. Y eso debería ser parte de nuestra oración. Porque más vale prevenir que estar lamentándose. Entonces, pedimos perdón, pero también pedimos por fortaleza y protección contra la gran tentación de pecar.
Para terminar, el final de la oración tal y como la encontramos en Mateo es el siguiente: «Porque Tuyo es el reino y el poder y la gloria para siempre. Amén». En cierto sentido, esta puede ser la parte más importante de la oración. Recuerden que dije, en términos simples, que hay dos elementos que siempre deben recordar cuando oren. El primero es: a quién le están hablando, y el segundo es: quién está hablando. Tienen que recordar quién es Dios y tienen que recordar quiénes son ustedes.
Y al final de la oración hay una frase, que se vislumbra apenas, de adoración y de humildad, una actitud de humildad con la que toda oración debe ir acompañada ante el Dios todopoderoso. La remembranza final, el recordatorio que Jesús da es este: que cuando terminen de orar reconozcan que el reino no les pertenece. Tú no eres el rey. Este no es tu reino. Tú no reinas aquí. El poder no te pertenece, no es tu poder. Y la gloria no te pertenece a ti.
Pero al orar y al recordar a quién se dirigen, están recordando que se están dirigiendo a aquel que es absolutamente soberano, que es el rey sobre todas las cosas, cuyo poder todopoderoso gobierna cada ápice del universo. Y necesitan reconocer que Él es el Dios de gloria absoluta y que no compartirá Su gloria con ningún hombre.
Uno de mis villancicos navideños favoritos es el que dice, «Ángeles cantando están», que termina con el coro que se repite, la «Gloria en excelsis Deo», que es un estribillo que se toma prestado de la narración navideña de Lucas 2, cuando las huestes celestiales se aparecieron a los pastores fuera de Belén cantando ¿qué? «Gloria a Dios en las alturas». Eso es lo que Jesús está diciendo. Cuando terminen su oración, terminen glorificando a Dios. Es Su reino. Es Su poder. Es Su gloria.