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Transcripción
En una sesión anterior de nuestro estudio de la oración, mencioné que nuestra vida de oración está íntimamente relacionada con la providencia de Dios. Y dijimos que dentro de la provisión de Dios está el que oremos e intercedamos cuando le suplicamos al comunicarnos en oración. Pero cuando vemos la doctrina de la providencia divina reconocemos que Dios gobierna todo el universo y todo lo que está en él y que Él es soberano sobre todo lo que llega a suceder.
Y tan pronto como empezamos a luchar con la soberanía de Dios sobre Su creación y de verdad examinamos las sutilezas de la doctrina de la providencia, una de las primeras preguntas que encontramos es: «Si Dios es soberano y si Él ordena todo lo que sucede, en cierto sentido, ¿para qué sirve entonces orar?». ¿Por qué debemos orar en realidad? Me hacen esa pregunta todo el tiempo.
Y, por supuesto, la respuesta simple, la respuesta fácil, la cual no satisface a muchas personas es: que Dios no solo ordena los fines del universo y de la historia humana, sino que también ordena los medios para esos fines. Y, así como Él, de forma soberana, tiene un plan de salvación que está desarrollando en la historia, parte de la forma en la que Él lleva a cabo Su plan de redención es a través de la predicación de la Palabra.
Es Dios quien hace que la predicación de la Palabra prospere, pero Él usa ese medio para Su fin. Por lo tanto, tenemos la responsabilidad a la luz de la soberanía divina y a la luz de Su providencia de dedicarnos a la predicación. Lo mismo se puede decir de la oración. Dios obra en y a través de las oraciones de Su pueblo. Entonces, no es que el Nuevo Testamento dice: «Dios es soberano, así que puedes recostarte, apoyar tus pies y tomar una siesta y no dedicarte a predicar, a orar o a cualquier otra actividad».
Por el contrario, es porque Dios es soberano que nos entusiasmamos tanto con todo el rol que tiene la oración, porque en Su soberanía Él ha diseñado Su plan de salvación de tal manera que obrará a través de las oraciones de Su pueblo. Y es por eso que la Biblia una y otra vez nos anima, y no solo nos anima, sino que nos ordena a participar de forma activa en la oración. Entonces surge la pregunta: «¿Entonces quieres decir R.C. que la oración cambia la mente de Dios?». Me hacen mucho esa pregunta. Veamos eso. ¿Cambia la oración la mente de Dios?
Si hacemos la pregunta de esa manera, es obvio que hacer la pregunta así, es responderla. La única respuesta que puedo dar no es tan solo decir: «No, la oración no cambia la mente de Dios». La única respuesta real que puedo dar a esa pregunta es: «Por supuesto que no». ¿Qué podría estar más lejos de nuestra imaginación que tu oración o mi oración tenga el poder o la influencia para cambiar la mente del Todopoderoso?
Pensemos en eso por solo dos minutos y verán que hacer la pregunta es responderla. Porque, ¿qué tendría que suceder para que Dios cambiara de opinión? ¿Qué clase de postura tenemos sobre Dios cuando asumimos que Dios ha elaborado un plan y Él tiene Su plan A? Y Él está a punto de implementar este plan que surge de Su perfecto conocimiento, de Su sabiduría absoluta y de Su total justicia e integridad. De modo que es completamente incapaz de tener un diseño malvado, y es incapaz de tener un plan tonto, ¿no es así?
Entonces, Él tiene Su plan A y lo va a implementar y luego, de repente, algo que no anticipó ocurre: tú empiezas a orar. Y dices: «Dios ¿podrías por favor cambiar un poco este plan? Preferiría que lo hicieras de una manera diferente. ¿Has considerado esto y has considerado aquello?». Y de repente te vuelves el consejero que guía a Dios. Y consigues que Él cambie de opinión porque lo persuades de que su primer plan no era bueno. O, le das información con la cual Él no contaba antes de que hablaras con Él.
Piensen bien, ¿qué clase de Dios tenemos si creemos que tenemos que informarle de los detalles de lo que está sucediendo aquí abajo? Las Escrituras nos dicen que el Señor sabe lo que necesitas antes de pedirlo. ¿Cuál es la conclusión? ¿Por lo tanto, no necesitamos molestarnos en pedirle? ¿No es eso increíble? Que el Padre que lo sabe todo sobre ti… Él conoce cada cabello de tu cabeza, Él conoce cada pensamiento de tu mente, cada palabra, incluso antes de que salga de tus labios, Él sabe lo que vas a decir antes que lo digas.
No hay ningún lugar donde puedas escapar de Su presencia. Él te conoce por dentro y por fuera. Él sabe lo que necesitas, pero aun así dice: «Ven y dime lo que necesitas». Amado, cuando Él hace eso, no es para Su beneficio. No es para Su educación. Y no es para Su edificación. ¿Para quién lo hace? La respuesta es obvia, ¿no? Cuando nos pide que vengamos y le digamos cuáles son nuestras preocupaciones y nuestras necesidades, nos está invitando a la sagrada presencia del Todopoderoso en el cielo mismo, a decir: «Ven y habla conmigo». Para nuestro beneficio.
Porque nos alejamos de esa comunicación, de esa experiencia de hablar sobre nuestras necesidades y preocupaciones ante el Señor, animados y en paz porque hemos estado con Él en esa conversación. Pero, no nos adulemos hasta el punto de pensar que nuestra sabiduría es mayor que Su sabiduría o que nuestro conocimiento es tal que podemos darle información que Él no tenía antes.
De nuevo, cuando doy este tipo de respuesta a la gente, a la pregunta: «¿Cambia la oración la mente de Dios?». Cuando digo: «No, no cambia la mente de Dios, porque la mente de Dios sabía lo que ibas a orar antes de que lo oraras. Y ese conocimiento lo tenía en cuenta en Su plan todo el tiempo». Entonces me dicen: «Una vez más, eso suena como si todo estuviera programado y no hay razón para orar».
Hagamos la pregunta de otra manera. No digamos «¿cambia la oración la mente de Dios?». Sino «¿cambia la oración las cosas?». ¿Tiene la oración algún impacto en lo que de verdad sucede? Y, la respuesta a eso según la Biblia es sí. Y no solo un simple sí, sino un «por supuesto». Tomemos un momento para ver la enseñanza de Santiago sobre este tema en el quinto capítulo de su libro, empezando en el versículo 13 leemos estas palabras:
«¿Sufre alguien entre ustedes? Que haga oración. ¿Está alguien alegre? Que cante alabanzas. ¿Está alguien entre ustedes enfermo? Que llame a los ancianos de la iglesia y que ellos oren por él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor. La oración de fe restaurará al enfermo, y el Señor lo levantará. Si ha cometido pecados le serán perdonados. Por tanto, confiésense sus pecados unos a otros, y oren unos por otros para que sean sanados. La oración eficaz/ferviente del justo puede lograr mucho. Elías era un hombre de pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviera, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Oró de nuevo, y el cielo dio lluvia y la tierra produjo su fruto».
Ahora, en primer lugar, tienen que entender algo sobre el tipo de literatura que acabo de leer en este libro. Santiago, el libro de Santiago es conocido como el único libro que encaja en el género o la categoría literaria sapiencial del Antiguo Testamento. Es muy hebreo en su orientación. No obtienes largos argumentos abstractos desarrollados en Santiago. Más bien, obtienes en su mayor parte aforismos: declaraciones cortas y concisas que incorporan verdades que se dan sin todas las calificaciones detalladas que podrías encontrar en la literatura didáctica, por ejemplo, en el estilo del apóstol Pablo.
Así que deben tener cuidado cuando leen esto. Porque algunos lo leen y dicen: «Espera un minuto, dice que la oración de fe restaurará a los enfermos. El Señor lo levantará», como si esto fuera una promesa absoluta a toda petición. Sabemos que en el Nuevo Testamento hubo oraciones de los santos a las que Dios dijo: «No». Por ejemplo, por inferencia, echemos un vistazo a lo que sucedió cuando Pedro fue arrojado a la prisión y los discípulos se reunieron para orar con fervor por el rescate de Pedro. ¿Recuerdan ese evento?
Y mientras oraban, tocaron la puerta. Alguien va a la puerta y abre la puerta y ve a Pedro parado allí, ¿y qué sucede? ¡Cierra la puerta en su cara! Él dice: «El fantasma de Pedro está ahí fuera». O sea, que Dios contesta la oración y cuando la respuesta a la oración está justo delante de sus ojos, todavía no la creen. Pero, es ahí donde vemos cómo la iglesia primitiva oró por la liberación de Pedro y Dios les respondió. Pero, la misma narrativa nos habla del martirio de Jacobo. ¿Debemos creer que la iglesia, que los primeros líderes de la iglesia no oraron por Jacobo?
Se nos dice en las epístolas de Pablo de aquellos que habían estado enfermos y no habían sido sanados. Incluso Pablo habló de cómo había orado varias veces por alivio ante el aguijón en la carne, lo que haya sido, y la respuesta de Dios al apóstol fue ¿qué? «Mi gracia es suficiente para ti». Algunas veces Dios dice: «No» incluso cuando estamos enfermos. Pero, al mismo tiempo, lo que Santiago está alentando es: «Oigan, entendemos, es un hecho que Dios no siempre dice “sí”. Pero no pierdas la oportunidad. Oren por los enfermos. Oren por aquellos que sufren porque Dios contesta esas oraciones.
Dios sana a los enfermos. Él alivia nuestro sufrimiento». Pero no se presenta como una garantía absoluta. Si ese fuera el caso, quiero decir, tengan en cuenta que cada cristiano que vivió en este mundo antes de (digamos solo para estar seguros) 1880, ha muerto porque los cristianos mueren, no solo los incrédulos, sino que los cristianos mueren. Y, cuando los cristianos se enferman, siempre hay cristianos que oran por los cristianos que se enferman. Y en algún momento los cristianos mueren. Y eso era cierto para cada apóstol en el Nuevo Testamento.
No hay garantía absoluta de que los cristianos escaparán del sufrimiento, del dolor y de la enfermedad. Lo sabemos. Sin embargo, todavía debemos ser animados porque hay un impacto masivo de esa oración en la que Dios a veces sana a las personas y las restaura y también alivia su sufrimiento. A veces dice «sí». A veces dice «no». Ahora, una de las cosas que de verdad se interpreta mal en este texto es que Santiago dijo que «la oración de fe restaurará al enfermo». Y entonces, tenemos toda una teología que brota en la cultura popular asociada con la llamada «sanación por fe».
De modo que, si no eres rescatado de tu dolencia y sanado de tu enfermedad, entonces es obvio que el problema era que no tenías fe. Y si tienen verdadera fe, nunca estarán enfermos. Siempre serán curados y demás. Dios siempre quiere sanar. Escuchamos ese tipo de teología. Solo tienen que «proclamarlo y recibirlo» y todo eso. Eso es una distorsión muy burda del cuadro general de lo que se supone que la oración debe ser y hacer según la Biblia.
He tenido personas que me dicen que si oras por alguien y dices: «Si es tu voluntad, oh Señor, por favor levanta a esta persona», que eso es pecado. Que es una afrenta contra Dios decir: «Si es la voluntad de Dios», porque Dios siempre quiere eso. Les digo, espera un minuto, si es una falta de fe decir: «Si es tu voluntad», ¿qué dice eso sobre la actitud de la oración de Cristo en el huerto de Getsemaní? El maestro más grande que tenemos sobre cómo orar es Cristo mismo.
Y cuando se vio cara a cara ante Su gran pasión, Su sufrimiento final… porque ninguno de nosotros puede imaginar lo que era tener la copa de la ira de Dios delante de Él. No podemos imaginar eso. Y Él, en agonía, sudando gotas de sangre, está sobre Su rostro delante de Dios en el huerto de Getsemaní y dice: «Oh Señor, si es Tu voluntad, deja que esta copa pase de mí». ¿Fue eso un acto de incredulidad por parte de Jesús? De ninguna manera.
Y se apresuró a añadir: «Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya». Lo cual también se menciona en Santiago, esas dos pequeñas palabras, Deo volente. No digas que vas a hacer algo la próxima semana o el próximo mes o el próximo año sin decir al mismo tiempo, Deo volente. Si Dios quiere, te veré la próxima semana. Puede que Dios no quiera. Dios puede llevarme antes de ese día. O Dios puede inmovilizarme sobre mi espalda e incapacitarme para que los planes que he preparado para la próxima semana no se lleven a cabo, porque Dios no quiere.
Como ven, la oración fiel, la fe verdadera, lo que la fe es en esencia, es confianza. Y, la oración de fe es una oración que confía en Dios para el resultado, incluso si Él dice: «no». Esto es lo que Jesús nos enseña en Getsemaní. «Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya». De modo que, si quieres que tome esa copa, voy a confiar en ti mientras bebo la copa. Esa es la actitud de Job: «Aunque Él me mate, en Él esperaré». Una vez más, volvemos al inicio, la premisa que he estado repitiendo: que cuando oramos, recordemos con quién estamos hablando.
Recuerden de quién es aquella voluntad que es soberana. Y la voluntad de Dios no siempre estará de acuerdo con mi voluntad. ¿Y no les alegra eso? Porque si lo hiciera, eso me haría Dios. Y les garantizo que sería un sustituto muy pobre para el que ya ocupa ese cargo. Decir, entonces, «si es tu voluntad», no es un acto de incredulidad. Es un acto de confianza: confiar en Dios y en Su voluntad.
Sin embargo, habiendo dicho todo eso, una vez más, Santiago no nos permitirá entregarnos al fatalismo, donde solo decimos: «Que será, será, lo que será, será. Y no tengo que estar haciendo oraciones serias». Pero continúa diciendo que la «La oración eficaz o ferviente del justo puede lograr […]» ¿qué? ¿Todo? No, «puede lograr mucho». Y eso responde a la pregunta: «¿Cambia la oración las cosas?». Sí, un montón de cosas. ¿Sirve para algo? Sí, sirve de mucho. Pero, una vez más, él no dice que la oración despreocupada, casual e insípida de una persona injusta sirva de mucho.
Es la oración eficaz la que sirve y la oración ferviente de una persona justa, una persona justa, hablando en términos relativos. ¿Qué con respecto al fervor en la oración? Bueno, no es que tengamos una escala de Richter que mida la intensidad emocional de cada oración. Pero, el fervor significa orar con cierto grado de pasión. Y esa pasión debe estar en relación proporcional a la severidad de la necesidad y la seriedad de la causa. No se trata de chillar, gritar y de montar un show en la iglesia el domingo por la mañana para exhibir pasión sobre quién va a ganar el partido de fútbol esa tarde. No. La oración apasionada debe cuadrar con las necesidades serias y severas.
Vemos otro comentario sobre la importancia del fervor de la oración en la parábola del «juez injusto» o a veces llamada la parábola de «la viuda inoportuna. Recuerdan la historia. Jesús dice que había un juez en cierta ciudad que no consideraba ni a Dios ni al hombre. Y estaba esta pobre mujer que había sido agraviada y llegó a la puerta en búsqueda de justicia, pero el juez no tenía tiempo para ella. Estaba demasiado ocupado. No quería que lo molestaran con ella. Pero ella siguió llamando a su puerta. Ella seguía pidiendo ser escuchada. Ella persistió en su oración hasta que al final él no pudo soportarlo más y solo para quitársela de encima, para deshacerse de esa peste, escuchó su caso y la despidió. ¿Y qué dice Jesús? ¿Cuál es el punto de la parábola?
Jesús no dice: «Bien, al igual que esta mujer molestó a este juez corrupto hasta que al final obtuvo lo que quería, así tienes que molestar al juez injusto que gobierna en el cielo y la tierra hasta que por fin puedas obtener una audiencia». Ese no es Su punto. Su punto es este: si incluso los jueces corruptos en este mundo de vez en cuando escucharán la oración de alguien, cuánto más, el verdadero juez del cielo y la tierra que no tiene corrupción en Él en lo absoluto, escuchará tus oraciones. Y hace la pregunta retórica: «¿No reivindicará Dios a Sus elegidos que claman a Él día y noche?».
De nuevo, Jesús está hablando de la eficacia de la oración. De hecho, al principio se nos dice, «Jesús les contó una parábola para enseñarles» ¿qué? «Que ellos debían orar en todo tiempo, y no desfallecer». Ese era el punto de esta parábola. Ese es el punto de esta serie que queremos enfatizar: lo que Jesús enseñó en esa parábola. Que siempre debemos orar y no desfallecer. Y si de vez en cuando nos sentimos al borde de desfallecer, si sentimos que estamos a punto de rendirnos, lo más probable es que hayamos sido flojos en nuestra oración.
Porque, hay una correlación entre la oración y el coraje, la oración y la esperanza. La próxima vez que estés pensando en desfallecer, recuerda que la oración ferviente y eficaz de una persona justa puede mucho. Y es un mandato, pero de nuevo es uno de los mayores privilegios que Dios le ha dado a Su pueblo que podamos venir a Él, cuando a nadie más le importa y nadie más quiere escuchar; a Él le importa y Él escuchará.