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Transcripción
Hoy vamos a empezar una nueva serie de sesiones y vamos a centrar nuestra atención en esta serie en la persona de Cristo. Recordemos la ocasión en la que Jesús se reunió con sus discípulos en Cesarea de Filipo y les hizo a sus discípulos la pregunta: «¿Quién dicen las multitudes que soy Yo?». Le contaron lo que la gente en los alrededores estaba diciendo sobre Jesús. Luego volteó hacia los discípulos y dijo: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?». Y fue en esa ocasión que Pedro hizo lo que se llama la gran confesión cuando dijo: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente».
Pero lo que vamos a ver en este curso no es tanto las posturas de otras personas sobre Jesús, sino que vamos a hacer la pregunta ¿quién dijo Jesús que Él era? Al declarar Su identidad al pueblo durante Su ministerio terrenal, Él usó una estructura muy inusual para identificar las características de Su persona que están registradas para nosotros. Estas frases están registradas en el Evangelio de Juan y solo en el Evangelio de Juan. Estas frases se llaman los «Yo soy» de Jesús, porque Él presenta estas declaraciones con las palabras «Yo soy». Frases como que Yo soy el pan de vida; Yo soy la luz del mundo; Yo soy el buen pastor; Yo soy la puerta y otras más.
Estaremos viendo cada una de estas declaraciones de Jesús para ver lo que nos revelan sobre Su propia autocomprensión. La primera que veremos hoy es la declaración «Yo soy el pan de vida», que se encuentra en el Evangelio de Juan, capítulo 6. En el versículo 30 del capítulo 6 de Juan leemos estas palabras: «Le dijeron entonces: “¿Qué, pues, haces Tú como señal para que veamos y te creamos? ¿Qué obra haces? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: ‘Les dio a comer pan del cielo’”». Ahora, en esta discusión que Jesús está teniendo con Sus contemporáneos y ellos están discutiendo Su identidad y están pidiendo alguna señal que les demuestre la verdad de las afirmaciones que Él había estado haciendo sobre Sí mismo.
Ellos se remontan a las páginas del Antiguo Testamento donde Dios manifestó Su presencia con los hijos de Israel al proporcionarles comida para comer sobrenaturalmente. Fue el maná que Dios dio en el desierto y por eso están diciendo que Dios le dio una señal a la gente del pasado. Ahora, «¿qué señal nos vas a dar para indicar tu identidad?». Es en el contexto de esa pregunta que Jesús responde diciendo: «En verdad les digo, que no es Moisés el que les ha dado el pan del cielo, sino que es Mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo». Entonces dijeron, bueno «Señor, danos este pan siempre». Jesús les dijo: «Yo soy el pan de la vida; el que viene a Mí no tendrá hambre, y el que cree en Mí nunca tendrá sed».
Este es el primer «Yo soy» en el que Jesús, en el contexto de esta discusión sobre el maná del cielo, dice a los que están a su alrededor: «Yo soy el pan de vida». Ahora, lo que notamos que es extraordinario, no solo en este «Yo soy», sino en todos los «Yo Soy» que están registrados para nosotros en el Evangelio de Juan es la estructura de la declaración de Jesús. Normalmente, en el griego, cuando alguien quiere decir «yo soy», usa la palabra ego. Tenemos la palabra en español «ego», que es nuestra personalidad o nuestra identidad personal.
En griego esa palabra simplemente significa yo soy. Pero el idioma griego tiene otra forma gramatical de expresar el verbo «ser» que también puede ser traducido por el español como: yo soy. Esa es la palabra eimi. Otra vez, en griego, eimi significa: yo soy. Lo extraño sobre esta declaración particular de Jesús es que Él no dice: ego el pan de vida, yo soy el pan de vida; ni Él dice: eimi el pan de vida, yo soy el pan de vida, sino que Él pone estas dos palabras juntas diciendo: «Ego eimi el pan de vida». Suena como una redundancia. Suena como si Jesús estuviera tartamudeando porque literalmente lo que Él está diciendo aquí es que «Yo soy, Yo soy el pan de vida».
De nuevo, lo más importante sobre esto es que esta estructura del verbo es extremadamente rara. Pero uno de los lugares más importantes donde lo encontramos también es en la Septuaginta, que es la traducción griega del Antiguo Testamento. En la traducción griega del Antiguo Testamento, cuando los traductores griegos llegaron al capítulo 3 del libro de Éxodo, donde Dios revela Su nombre a Moisés en la zarza ardiente, cuando dice: «Yo soy el que soy». La forma en la que esa extraña frase que Dios usa para revelarse se traduce en el griego es con esta precisa expresión: ego eimi. Así que hay una referencia apenas velada al nombre sagrado de Dios cuando Jesús se refiere a sí mismo con este lenguaje: ego eimi.
Hay algo más sobre la gramática cuando esta estructura aparece. Si yo dijera: «Yo soy el pan de vida», «yo soy» sería el sujeto o «yo» sería el sujeto y «el pan de vida» sería el predicado. Pero cuando esto ocurre en el idioma griego, eso se invierte. Así que, en realidad, la traducción literal sería: el pan de vida soy yo o yo soy. De modo que Él es el punto central de la afirmación en lugar del concepto de pan. De todas formas, estas declaraciones en el Evangelio de Juan han sido usadas históricamente para llamar la atención sobre las afirmaciones de deidad de Jesús, que Él conscientemente usa en un lenguaje que generalmente se asocia con pronunciamientos divinos.
Por supuesto, eso no fue pasado por alto por sus contemporáneos. Ellos eran conscientes de eso, lo cual provocó tal hostilidad en muchas ocasiones cuando habló de esta manera. Pero aparte de la construcción real del lenguaje, lo que quiero que veamos en los «Yo soy» es principalmente el contenido. ¿Qué es lo que está diciendo sobre sí mismo? y esto que Él dice sobre sí mismo, ¿qué indica sobre Su identidad? Así que volvamos al texto donde Jesús dijo en primer lugar que, a sus contemporáneos, al referirse al maná del Antiguo Testamento, recuerda a sus oyentes que el maná en Israel no fue provisto por Moisés.
Moisés fue el mediador del pacto del pueblo; Él era el líder en el momento en que se le dio el maná. Anunció la entrega del maná, pero no fue Moisés quien proporcionó el maná. Fue Dios quien envió el maná. El maná no vino de la tierra; no vino de Moisés. Vino de Dios; vino del cielo. Es crucial que Jesús se identifique a sí mismo con este mismo tipo de provisión que Dios había hecho en el Antiguo Testamento, cuando dijo: «Moisés no es el que les ha dado el pan del cielo, sino que es Mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo, y da vida al mundo». ¿Qué está diciendo? Él está hablando de Su propio origen.
Este es el punto crítico para nuestra comprensión de la autoconciencia de Jesús, Jesús no dice: oye, yo vengo de Belén o yo vengo de Nazaret. Más bien está diciendo: yo vengo del cielo. Yo soy el mismo que el Padre envió desde el cielo mismo. Yo soy el verdadero pan, el pan que da vida a todos los que participan de él. Otra vez, el Nuevo Testamento está muy interesado en la exaltación de Cristo después de Su muerte y resurrección y en Su entrada en Su gloria. En el centro mismo de ese concepto de la exaltación de Cristo está Su ascensión al cielo. La palabra ascensión no significa tan solo subir a alguna parte, aunque hay momentos en que el verbo ascender solo significa subir. La gente ascendió a Jerusalén; subieron a Jerusalén.
Pero cuando el Nuevo Testamento habla de la ascensión de Jesús, no están hablando solo de un punto que está elevado al que Jesús va. Están hablando de que Él va a un lugar en particular por una razón particular. De modo que Su ascensión es ir a la diestra del Padre donde entonces Él tiene Su coronación como el Rey de reyes y como el Señor de señores y donde Él entra en el santuario celestial como nuestro gran sumo sacerdote. Es por eso que Jesús puede decir: «Nadie asciende al cielo». Cuando dice que nadie asciende al cielo, no está diciendo que Su pueblo no lo seguirá en la resurrección. De hecho, a todos se nos promete que en algún momento subiremos al cielo, en el momento de nuestra muerte.
Entonces, cuando Jesús dijo que nadie asciende al cielo, no quiere decir que nadie más irá allí, quiere decir que nadie ascenderá en este sentido único en que Él asciende a ese lugar de autoridad cósmica. Pero cuando Él habla de la singularidad de Su ascensión, ¿qué dice? «Nadie asciende al cielo, sino el que ha descendido del cielo». De modo que, en la comprensión de Jesús, Su ascensión está vinculada a Su descenso previo. Cuando asciende al cielo, simplemente está regresando al lugar de donde vino en primer lugar. Por tanto, aquí, en este discurso, Jesús está llamando la atención sobre Su origen celestial, que el lugar del cual ha venido es el cielo mismo.
Así que continuemos, entonces, con nuestro análisis del texto. Cuando Él dice: «El pan de Dios es el que baja del cielo, y da vida al mundo», ellos dicen: «Señor, danos siempre este pan». Él dijo: «Yo soy el pan de la vida; el que viene a Mí no tendrá hambre, y el que cree en Mí nunca tendrá sed. Pero ya les dije que, aunque me han visto, no creen. Todo lo que el Padre me da, vendrá a Mí; y al que viene a Mí, de ningún modo lo echaré fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer Mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del que me envió: que de todo lo que Él me ha dado Yo no pierda nada, sino que lo resucite en el día final. Porque esta es la voluntad de Mi Padre: que todo aquel que ve al Hijo y cree en Él, tenga vida eterna, y Yo mismo lo resucitaré en el día final».
En este instante, los judíos empiezan a murmurar y dicen: «Él dijo: “Yo soy el pan que descendió del cielo”». Dicen: «¿No es este Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo es que ahora dice: “Yo he descendido del cielo?”». Entonces Jesús responde y dice: «No murmuren entre sí. Nadie puede venir a Mí si no lo trae el Padre que me envió, y Yo lo resucitaré en el día final». Ahora, en la disputa histórica entre la teología agustiniana y la teología pelagiana, Juan capítulo 6 ha sido un punto central de la discusión con respecto a la dependencia del creyente de la gracia de Dios para la salvación. En otras palabras, el capítulo 6 de Juan en general y este pasaje en particular huele fuerte a la doctrina de la predestinación.
Es interesante ver cuántos comentaristas, cuando llegan al capítulo 6 de Juan, bailan alrededor de este. Pero en el corazón de estas frases que Jesús usa aquí, está la afirmación que Él repite en Su oración sumosacerdotal de Juan 17, está el punto de que hay un cuerpo de personas que el Nuevo Testamento llama los elegidos, que el Padre da al Hijo. Y Jesús dice aquí que todo lo que el Padre le da a Él, ¿hará qué cosa? Vendrá a Él, porque Dios está decidido a que Cristo tenga una herencia. Volvamos a Isaías 53 donde escuchamos las declaraciones en el capítulo 53 de Isaías de que «Debido a la angustia de Su alma, Él lo verá y quedará satisfecho».
Y así, Dios el Padre envía al Hijo al mundo como el pan de vida para dar vida a Su pueblo, a aquellos a quienes el Padre le da a Él. Cada una de esas personas que el Padre le da al Hijo, viene al Hijo. Todos los que vienen al Hijo, de ningún modo los echará fuera. Reciben su alimento de Aquel a quien el Padre envió en su favor. Esto, al igual que la declaración de Sus orígenes, está provocando una discusión nada pequeña. Cuando Jesús dice en el versículo 43: «No murmuren entre sí. Nadie puede venir a Mí si no lo trae el Padre que me envió». Dos veces en el capítulo 6 de Juan Jesús habla sobre la capacidad natural del hombre para responder a Jesús por su cuenta.
Y en otra parte Jesús dice: nadie, ningún hombre, «Nadie puede venir a Mí si no lo trae el Padre». Tenemos la suposición, en nuestros días, de que Jesús fue enviado al mundo por Dios como un Salvador potencial para todos, y todos en el mundo tienen la capacidad de venir a Jesús o de no venir a Jesús. Se nos dificulta cuando Jesús mismo dice: espera un momento, nadie puede venir a Mí si no […]. Esa pequeña frase «si no» enfatiza lo que llamaríamos una condición necesaria, una condición que debe cumplirse para que ocurra una consecuencia deseada.
Jesús les recuerda a estas personas; Él les dice: no pueden venir a mí; no vendrán a Mí, porque no pueden venir a Mí. No porque no tengan voluntad, no porque no tengan una mente, no porque no tengan corazón, sino porque están muertos en pecado, están en esclavitud a su pecado. Al igual que el leopardo no puede cambiar sus manchas ni el etíope el color de su piel, así tú, en tu estado natural, en tu corrupción caída, eres impotente para venir a mí a menos que Dios haga algo, a menos que Dios te lo dé para que vengas, a menos que Dios te dé un regalo. Algunas personas dicen que eso es cierto, pero que Dios les da ese regalo a todos. Pero recuerden a Jesús diciendo que todo lo que el Padre le da a Él, viene a Él.
Ahora Él refuerza esto con la frase en esta parte del texto cuando dice: «De nuevo les digo que nadie puede venir a Mí si no lo trae el Padre». No puedo creer cuánto debate ha habido en la historia de la iglesia sobre la importancia, el significado y la aplicación de la palabra que Jesús usó aquí, que es la palabra atraer. Siempre me ha fascinado que esa sea incluso la palabra en español que ha sido escogida en la mayoría de las traducciones porque la misma palabra se usa en otros lugares cuando las personas son encarceladas, y que el diccionario teológico del Nuevo Testamento traduzca la palabra atraer como la palabra obligar.
Cuando pienso en atraer, pienso en seducir, cortejar, ya saben, tratar de persuadir a la gente para que venga y podríamos interpretar esto diciendo que Jesús está diciendo que: nadie puede venir a Mí a menos que el Padre lo corteje, a menos que lo atraiga, a menos que lo persuada. Pero el verbo es mucho más fuerte que eso. El cortejo, si se quiere, el atraer que Dios hace es efectivo. Cuando Dios el Espíritu Santo atrae activamente a una persona a Jesús, esa persona viene a Jesús.
Permítanme decirlo de nuevo. La persona que Dios el Espíritu Santo atrae a Jesús viene a Jesús, no porque sea violado, no porque sea coaccionado, no porque sea arrastrado pateando y gritando contra su voluntad, sino porque Dios el Espíritu Santo en ese acto de atracción efectiva cambia el corazón de la persona. Cuando esa persona antes estaba ciega a las cosas de Dios, ahora las escamas de los ojos han sido removidas y lo que era desagradable para el alma ahora se muestra dulce, atractivo y algo que es totalmente deseable.
Así que la atracción celestial de Dios es aquella por la cual Dios cambia la actitud o la disposición interna del alma de la persona para que cuando el Padre la atraiga a Su Hijo, vengan a Su Hijo. Y comen este pan que les da esta vida espiritual que es para siempre. «Nadie puede venir a Mí si no lo trae el Padre que me envió, y Yo lo resucitaré en el día final. Escrito está en los profetas: «Y todos serán enseñados por Dios». Todo el que ha oído y aprendido del Padre, viene a Mí». Todo lo que el Padre enseña, todo lo que el Padre abre, por así decirlo, viene a Jesús. «No es que alguien haya visto al Padre; sino Aquel que viene de Dios, Él ha visto al Padre. En verdad les digo: el que cree, tiene vida eterna». Otra vez, «Yo soy el pan de la vida. Los padres de ustedes comieron el maná en el desierto, y murieron».
Ese es el maná en el desierto que los sostuvo día a día o de semana en semana, pero al final murieron. Este pan es diferente. «Este es el pan que desciende del cielo, para que el que coma de él, no muera. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguien come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que Yo también daré por la vida del mundo es Mi carne». A algunos les parece que esto obviamente está vinculado con La Cena del Señor. No creo que fuera la intención en ese momento, pero no se puede evitar establecer paralelismos de este discurso sobre el pan de vida con lo que Jesús enseña en el aposento alto cuando dijo de Su propio cuerpo y cuando se refiere al pan: «Esto es Mi cuerpo que por ustedes es dado». Porque el pan del cielo da Su carne como sacrificio por Sus ovejas. Los que participan de este pan celestial, los que participan del pan de vida de Jesús mismo, tienen vida eterna.
Así que, en resumen, Jesús está diciendo Yo soy un ser celestial, soy enviado por el Padre. Vengo para nutrirte, para alimentarte, para darte la vida que es eterna. No hay otra fuente para eso en ningún lugar bajo el cielo que en Cristo mismo.