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Transcripción
Hemos estado estudiando la forma en la que los cinco sentidos de la persona humana están implicados y comprometidos en la adoración que Dios prescribe en el Antiguo Testamento. Le hemos dedicado tiempo a la dimensión visual y mucho tiempo al aspecto auditivo, la dimensión musical de la adoración. Ahora quiero centrar nuestra atención en los otros tres sentidos: el gusto, el tacto y el olfato. Empecemos este segmento con una breve mirada a este asunto del gusto.
Oímos decir que el gusto de una persona está en su boca, pero yo me refiero al sabor físico, en el que hay alimentos que nos gustan su sabor y otros que no y no hay un acuerdo homogéneo al respecto. A algunos les gusta la vainilla, a otros el chocolate, a otros los pistachos. A algunos les gusta el brócoli. A algunos les gustan los espárragos; a mí no; no me gusta su sabor. Pero en la Biblia hay referencias constantes a este aspecto de nuestra humanidad que se utilizan, a menudo de forma metafórica, cuando la Biblia dice: «Prueben y vean que el Señor es bueno» y esa imagen, por supuesto, se toma prestada de la experiencia humana común de probar elementos que creemos que tienen un sabor dulce y que diríamos que son deliciosos.
Recordamos la ocasión en el Antiguo Testamento donde Dios llamó a Ezequiel a comer un rollo y las palabras del rollo contenían un oráculo de juicio por el cual Dios estaba llamando a Ezequiel a digerir la palabra de juicio de Dios, donde Dios estaba anunciando el derramamiento de su ira y de sus maldiciones sobre la nación. En esa orden de comer el rollo, cuando Ezequiel lo puso en su boca, se asombró al descubrir que tenía un sabor dulce e hizo la similitud de que sabía tan dulce como la miel. Si quieren divertirse, revisen sus concordancias y vean cuántas veces se utiliza el término «miel» en la Biblia.
Recuerdo que alguien, no sé qué clase de persona hace este tipo de actividades, revisó todos los escritos de Jonathan Edwards y excluyó las palabras como «y», «en», «el», «pero» y otras más y observó los sustantivos y los verbos y los adjetivos y contó qué palabras usaba Edwards con más frecuencia que cualquier otra palabra en sus escritos. Algunos supusieron que usaría palabras como «ira» o «soberanía» o «justicia» o «infierno», cuando en realidad, las dos palabras que aparecen con más frecuencia de la pluma de Jonathan Edwards son las palabras «excelencia» y la palabra «dulzura». ¿No es interesante? Estaba abrumado por un sentido permanente de la excelencia de Dios y de la excelencia de Cristo y esta palabra salía de su pluma cuando escribía teología; pero, de nuevo, volvía a la palabra «dulzura» para describir la belleza de Cristo y es una palabra tomada prestada del sentido del gusto.
El oído no puede discernir la diferencia entre lo dulce y lo amargo, aunque metafóricamente hablemos de melodías amargas. Es un préstamo del fenómeno fisiológico del gusto. En las Escrituras vemos que hay ciertos sabores que están asociados con las cosas de Dios. En el Antiguo Testamento, Dios se sale de Su camino para prescribir ciertas comidas y bebidas que deben ser usadas anualmente en conmemoración de la Pascua que incluyen vino, hierbas amargas y otras más. Porque Él vio una especie de continuidad entre el sabor físico de estos tipos de comida y bebida que eran comunes para el pueblo judío que Él quería que el pueblo asociara con una experiencia histórica real, para recordar la amargura de su estancia en Egipto y la dulzura de su redención que se llevó a cabo en el éxodo. Cada año, la Pascua debía ser celebrada y hoy en día, el pueblo judío todavía observa el Séder, la comida que se asociaba con la fiesta de la Pascua. Repiten el mismo menú de generación en generación, en generación, de modo que ciertos alimentos y ciertos sabores se asocian con la obra de Dios y con la Palabra de Dios.
Recuerdo cuando estaba enseñando en el seminario en Filadelfia hace mucho tiempo y estaba enseñando la doctrina de la iglesia y los sacramentos, y llegamos a las clases concernientes a la Cena del Señor y había un estudiante en mi clase que se oponía enérgicamente a todo tipo de ritual o simbolismo y se oponía, en principio, a los sacramentos en la iglesia. Un día se alteró y dijo: «Profesor Sproul, ¿qué diferencia hay si comemos pan y vino en la Cena del Señor o Coca Cola y sándwiches de mantequilla de maní y mermelada?». Nunca lo olvidaré porque era mi deber como profesor mantener la calma y no reaccionar ante una pregunta de un estudiante como esa, pero hubo algo visceral que surgió en mí cuando el estudiante dijo eso. Lo miré y con los dientes apretados, le respondí a ese alumno: «Porque Cristo no consagró la Coca Cola y los sándwiches de mantequilla de maní y mermelada».
Entiendo que en una circunstancia extrema, la gente está en un campo de concentración y los únicos elementos que ellos pueden encontrar para celebrar la Cena del Señor sean Coca Cola y mantequilla de maní y mermelada, no creo que Dios estaría afligido si ellos lo hicieran de esa manera. Pero históricamente, la iglesia ha tratado de mantener una conexión cercana con lo que Cristo instituyó en realidad. Por supuesto, esa es una controversia que todavía continúa en muchas iglesias protestantes que, por ejemplo, no utilizan vino real en la celebración del sacramento. De hecho, yo diría que la mayoría de las iglesias no lo hacen; la mayoría de ellas utilizan una forma de jugo de uva, el fruto de la vid y mucho de eso ha ocurrido por el problema del alcoholismo y por tratar de proteger a la congregación de una tentación innecesaria. Otras tienen la opinión de que Jesús realmente no hizo vino real y todo lo que está relacionado al caso.
Pero recuerdo que Calvino en el siglo XVI se entusiasmó analizando la importancia del uso del pan y el vino en la celebración de la Cena del Señor. En primer lugar, cómo el propio Cristo habló del pan de cada día y la historia de la redención vinculada a una sustancia tan común como el pan. Pensamos, por ejemplo, en el maná que era una sustancia parecida al pan que Dios proporcionó a sus hijos durante el tiempo que deambularon por el desierto, en el libro de Éxodo, y pensamos luego en el discurso de Jesús en el Nuevo Testamento, en el que Cristo se refiere a sí mismo como el pan de vida, el pan que ha bajado del cielo; pero lo más importante es la asociación que Jesús hizo entre este elemento común del pan con su propio cuerpo.
No soy pastor de una iglesia local. Cuando me ordenaron hace veintiséis años, me ordenaron para el ministerio docente de la iglesia; no tenía congregación. He trabajado en congregaciones de vez en cuando, pero no tenía una congregación local y aunque fui ordenado como ministro y por lo tanto, estaba autorizado para administrar los sacramentos, rara vez tengo la oportunidad de administrar los sacramentos y lo extraño mucho. En la iglesia a la que asisto, cuando se celebra el sacramento de la Cena del Señor, con frecuencia, el pastor de la iglesia me invita a ayudarle en la administración del sacramento de la Cena del Señor.
En nuestra liturgia, la gente se acerca al altar para la comunión y el ministro parte un trozo de pan y se lo entrega a la persona que está participando y dice algo como: «El cuerpo de Cristo partido por ti» y no puedo decirte lo que eso me hace sentir y todo lo que estoy haciendo es tomar un pan ordinario y partirlo. ¿Qué podría ser más común que eso? Bueno, lo que lo hace poco común y no ordinario, sino extraordinario; no profano, sino sagrado, es que antes de morir, Jesús anhelaba una vez más comer la cena de la Pascua con sus amigos. En medio de la cena de la Pascua, Él cambió la liturgia y de repente, la iglesia cambió de una situación del antiguo pacto a una del nuevo pacto. Cuando tomó ese pan que ya había sido consagrado y asociado con otro acto redentor e histórico de la Pascua, Jesús partió ese pan, vio a Sus discípulos y dijo: «¡Un momento! Este es mi cuerpo partido por ustedes» y Jesús atribuyó un significado redentor a ese símbolo, a esa imagen, a ese pan y le dijo a su iglesia que lo hiciera una y otra y otra vez. El pan, por supuesto, simboliza la vida misma. El pan de cada día es lo que necesitamos para nuestro sustento, y nuestra vida espiritual se sustenta en el poder y la presencia de Cristo.
Cuando celebramos el sacramento de la Cena del Señor, el sabor está implicado; probamos el pan de vida, ¿no es así? Luego está el vino y Calvino, como he dicho, en el siglo XVI, cuando hablaba de esto, reflexionaba sobre lo extraordinariamente adecuado que es el vino como vaso de comunicación, para comunicar algo sobre la expiación de Cristo por nosotros. Calvino continuó diciendo que en la historia cultural de Israel, se consideraba que el vino tenía un sabor amargo que puede quemar al bajar y por eso se utilizaba para recordar la amargura de la experiencia del pueblo en la servidumbre y en la esclavitud en Egipto.
Sin embargo, el vino también se utilizaba de manera festiva para fiestas magníficas y celebraciones en Israel. La Biblia dice: «Y vino que alegra el corazón del hombre». Así que también existía esta larga tradición en Israel de utilizar el vino para expresar gozo, utilizar el vino para expresar momentos de celebración y experiencias de alegría y por lo tanto tenía este doble significado que al menos en la superficie, parecen ser significados que se contradicen entre sí, y Calvino dijo: «Míralo. Mira la cruz: El momento más amargo de la historia de la humanidad, el acto más diabólico que jamás se haya cometido en este planeta y, sin embargo, el momento más grandioso de la historia de la humanidad, el momento que afectó nuestra salvación, el momento que da motivos y razones de alegría al pueblo de Dios».
De modo que cuando celebramos la Cena del Señor, al mismo tiempo estamos recordando la muerte de Cristo en una especie de luto sobrio por la muerte de nuestro Salvador, mientras temblamos al pensar en su ejecución. Sin embargo, anticipamos en la comida de esa cena el futuro prometido del pueblo de Dios cuando nos sentaremos juntos en el gran banquete de nuestro Padre, en las bodas del Cordero, con su esposa y en ese gran banquete, Jesús será el anfitrión y nos sentaremos con Él y con los cristianos del oriente y occidente y disfrutaremos de una alegría sin igual. Así que cuando celebramos la Cena del Señor, por un lado, estamos viendo hacia atrás, al viernes negro, pero luego empezamos a ver que el viernes negro fue el Viernes Santo y vemos hacia adelante a la plenitud del gozo que está almacenado para nosotros en el cielo y todo esto se comunica a través de estos medios comunes y corrientes.
Estoy de acuerdo con Calvino. El verdadero vino comunica a nuestras papilas gustativas ambos elementos: dolor y gozo, tristeza y alegría; y de alguna manera, en mi opinión, el jugo de uva no lo hace. En la adoración de Israel, Dios asociaba ciertas verdades con ciertos sabores. Hizo lo mismo con el sentido del olfato. De nuevo, recorran la Biblia y cada vez que vean la palabra aroma, márquenla o la palabra fragancia, márquenla. Creo haber mencionado que los científicos han descubierto que el sentido del olfato de un ser humano es capaz de discernir o discriminar entre, literalmente, miles de aromas distintos. Tenemos tendencia a asociar gran parte de nuestras vidas con determinados aromas. Me encanta entrar en un estadio de béisbol y oler los maníes cocinándose y el aroma de hotdogs que es parte de eso. Me encanta entrar en una pastelería e invocar todo tipo de recuerdos en mi mente de mi tía y de mi abuela horneando en nuestra casa, cuando era niño, no con cajas de mezcla de bizcocho, sino horneando desde cero. ¿Quién no asocia el aroma de las agujas de pino con la Navidad? Nuestros sentidos tienen vínculos y conexiones con toda nuestra experiencia humana.
Cada persona tiene un olor distinto, aunque hagamos todo lo posible por ocultarlo y borrarlo con loción para después del afeitado y desodorantes y todo lo demás, pero sigue habiendo una sensación discernible y distintiva que relacionamos con ciertas personas. Dios entendió eso y cuando construyó el tabernáculo y el templo, uno de los elementos que había allí era el altar del incienso. ¿Cuál era el propósito del incienso? Era un símbolo, donde el humo del incienso se elevaba en el aire, simbolizando la elevación de las oraciones del pueblo, no solo las oraciones de súplica y peticiones, sino también las oraciones de adoración se elevaban al cielo para honrar a Dios. Siempre usaban la misma fragancia, de modo que el pueblo empezó a asociar la presencia de Dios con cierta fragancia y cierto aroma.
Ahora difícilmente una Iglesia protestante, aparte de la Iglesia episcopal, hay muy pocas iglesias protestantes que todavía incorporan incienso en la adoración y si voy a la iglesia de mi amigo bautista, entro a la iglesia y digo, «Oigan, ¿por qué no empiezan a poner incienso en su adoración del domingo por la mañana?». Es probable que me linchen. Dirán: «Eso es católico romano», pero también sucedió en la Iglesia presbiteriana y lo que pasó fue que hubo tal revuelta contra la forma romana de adoración en el siglo XVI, que ahora hemos eliminado lo bueno al querer deshacernos de aquello que no queremos. Sería casi imposible introducir eso en tu experiencia de adoración hoy, pero cuando Dios diseñó la adoración, lo incluyó, así que debemos tener cuidado de no hacer una objeción basada en principios al uso del incienso en la adoración.
Me parece relevante que cuando se le dieron los regalos al niño Jesús para celebrar su nacimiento, se incluyeron elementos utilizados para la fragancia, que acompañaron su nacimiento y acompañaron su entierro, donde nuestro Señor fue ungido con especias costosas y perfumes. De modo que incluso en la iglesia primitiva, había una fragancia que estaba vinculada a Jesús. Hemos perdido eso y lo hemos perdido en nuestra adoración de hoy.
CORAM DEO
Les voy a hacer una pregunta que puede parecerles fuera de lugar, pero es una pregunta seria. ¿A qué huele tu iglesia? Una vez estábamos hablando de estos elementos de los sentidos en un curso de doctorado, en el seminario, y un ministro que había sido anteriormente mi ministro en otra ciudad estaba en la clase y le dije: «¿Cómo va todo en la iglesia?». Él dijo: «La iglesia está viva», dice: «Hay crecimiento y gran vitalidad espiritual. Pero hay algo que no puedo entender». Le dije: «¿Qué es?». Él dijo: «Tenemos la reputación en la ciudad donde estamos, de ser una iglesia muerta y sin embargo nuestra asistencia está aumentando y la vitalidad espiritual está ahí». Dijo: «No puedo entenderlo». Le dije: «Oye, he estado en tu iglesia muchas veces, puedo decirte por qué es así» y él dijo: «¿Por qué?». Le dije: «La próxima vez que vuelvas a casa, entra por la puerta principal y respira hondo». Le dije: «Tu iglesia huele a muerte, está mohosa. Hay que pintarla. Si yo fuera pastor de esa iglesia, sé que no podría colocar incienso, pero iría hasta el ático, el sábado por la noche, y pondría algún tipo de fragancia de pino o algo así, algo para superar ese olor de esa iglesia porque está tan vieja, huele a humedad y está llena de hongos». Añadí: «La primera vez que una persona entra en tu templo, sus narices son agredidas y salen de allí diciendo: “La iglesia está muerta” y ni siquiera saben por qué lo dicen». Lo digo en serio. ¿A qué huele tu iglesia? ¿Qué comunica a la gente que está allí? Porque la gente asocia aromas y fragancias con tu iglesia.