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Transcripción
Cuando era estudiante de posgrado en Holanda, lo único que me distraía de estudiar todo el día era jugar al béisbol, así que empecé a jugar béisbol con el club de béisbol de la ciudad de Bussum. En Holanda no hay béisbol profesional, pero sí dan importancia al béisbol amateur, es muy importante. Cuando ya llevaba cierto tiempo jugando, un día me llamó por teléfono el redactor de deportes del periódico más importante de Holanda y me preguntó si estaría dispuesto a darle una breve entrevista. Acepté, pero me sorprendió que alguien tuviera interés en entrevistarme sobre el béisbol. Tuve la entrevista con él y él trajo a un fotógrafo y me tomó una foto. Lo que esperaba era que si esto se publicaba, quedaría enterrado en las últimas páginas de la sección de deportes de ese periódico.
Bueno, un par de días más tarde estaba leyendo el periódico y fui a la sección de deportes y, para mi sorpresa vi mi foto, una foto mía enorme, en la portada de la sección de deportes con un titular de cinco centímetros. Vi que esta entrevista era el artículo principal del informe del periódico de ese día y el titular de cinco centímetros decía esto, «Amerikaans Dominee “Honkbal” Spieler» que significa simplemente, «Ministro americano es jugador de béisbol» y mientras leía el artículo, de repente me di cuenta de lo que estaba pasando. El artículo no tenía nada que ver con mis proezas como jugador de béisbol. Lo que me convertía en noticia en aquel momento de la historia y que resultaba tan sorpresivo para el pueblo holandés era que un ministro, un ministro ordenado, se deslizara por la tierra jugando al béisbol, públicamente.
Esto era absolutamente impensable para esa cultura. Yo estaba un poco sorprendido cuando empezamos a ir a la iglesia en Holanda con lo formal que era todo. El ministro predicaba vestido de esmoquin con frac y no había cántico al inicio del servicio religioso, sino que se entonaba un himno de apertura y cuando llegaba el momento en el que el dominee o ministro empezaba el servicio, entraba en el santuario por una puerta lateral y en el momento en que aparecía, la congregación se ponía de pie y cuando el ministro se sentaba, todos los demás se sentaban y al final del servicio, después de que él pronunciaba la bendición, todos se ponían de pie en su honor y después que él salía por la puerta lateral, eso era todo. No se le volvía a ver. Eso no me chocó tanto porque ya había aprendido el protocolo en la universidad porque era lo mismo.
Cuando iba a la Universidad Libre de Ámsterdam yo asistía a las clases del profesor Berkouwer, los estudiantes entraban y se sentaban en un gran anfiteatro y cuando el profesor Berkouwer entraba en la sala, todo el mundo se levantaba y chasqueaba los talones y él subía al estrado, luego asentía con la cabeza y todo el mundo se sentaba y él empezaba su clase, que nunca debía ser perturbada o interrumpida por una pregunta de los estudiantes. Solo una vez vi al Dr. Berkouwer interrumpir su propia clase y fue en un día muy caluroso del año y yo estaba sentado en la parte alta del anfiteatro y estaba sudando con el abrigo puesto, así que me quité la chaqueta deportiva, la coloqué sobre el respaldo de mi silla y de repente Berkouwer se detuvo en la mitad de su clase, me miró y dijo: «¿Podría el estudiante estadounidense volver a ponerse el abrigo, por favor?».
No me conocía en lo absoluto, pero supuso que era estadounidense porque solo un estadounidense se atrevería a quitarse el abrigo en medio de una clase en la universidad. Así que morí de vergüenza, pero luego, a medida que avanzaba la clase, cuando él llegaba al final de su clase, terminaba su clase y cerraba su cuaderno y esa era la señal para que todo el mundo se levantara y luego salía por la puerta y no se nos permitía salir hasta que él se hubiera ido. No se hacían preguntas, no había reuniones individuales con el profesor. La única vez que tenía contacto personal con mi profesor era cuando teníamos exámenes, los cuales eran exámenes orales, y entonces pasaba a ser extremadamente cordial y te invitaba a su casa.
Toda esta atmósfera de formalidad era un choque cultural para mí como estadounidense, porque nuestra costumbre es, sobre todo en la iglesia los domingos por la mañana, que el ministro vaya a la puerta trasera del santuario y salude personalmente a cada uno de los miembros de la congregación, normalmente dándoles la mano y diciéndoles algo agradable al final del día. Pensé en esto al encontrarme en un entorno en el que el ministro estaba tan alejado de cualquier interacción con la gente que era un asunto de interés periodístico mencionar que un ministro jugaba al béisbol, y eso me asombró grandemente, viniendo de este país, que alguien pensara que eso era interesante.
Y pensé en esto en términos de nuestra comprensión del concepto bíblico de adoración, y como ustedes saben, hemos estado viendo la estructura de adoración del Antiguo Testamento y hemos visto que en el sistema de adoración del Antiguo Testamento, no solo la mente estaba involucrada en la experiencia de adoración, sino como he mencionado, los cinco sentidos: El sentido de la vista y del oído, del gusto, del olfato y el que no hemos visto todavía es el sentido del tacto. Me di cuenta de que en las Escrituras, había disposiciones en la adoración donde tocar se convertía en un elemento importante en el drama de la adoración.
Por ejemplo, si vamos a una iglesia americana hoy en día y al final del servicio de adoración, se pronuncia la bendición, con frecuencia, cuando el ministro pronuncia la bendición, levanta ambas manos en el aire, extendidas hacia fuera, con las palmas hacia abajo y luego pronuncia la bendición: «Que el Señor los bendiga y los guarde» o algo por el estilo. ¿Cuál es la importancia de este gesto? ¿Cuál es la importancia simbólica del gesto de los brazos levantados? Esto se desarrolló muy pronto en la iglesia antigua, porque cuando la comunidad del Nuevo Testamento empezó y los cristianos se reunían en lo que se llamaba la ecclesiola, pequeñas iglesias en casas, la congregación era tan pequeña que, al final de la adoración, se pronunciaba una bendición individual.
Una bendición es la palabra derivada del latín benedictio. Bene significa «bien» y dictio es la palabra de la que obtenemos la palabra «hablar» y así una bendición es un buen dicho y al final del servicio de adoración, el obispo o el oficial que preside la congregación iba alrededor y físicamente imponía sus manos sobre la cabeza de cada adorador y pronunciaba una bendición especial para esa persona. Leemos en el Nuevo Testamento sobre la liturgia de la imposición de manos que tiene sus raíces en el Antiguo Testamento con la práctica, en primer lugar, de ungir a personas particulares para ministerios particulares, donde el rey sería coronado por el profeta, ungiendo la cabeza del rey con aceite.
De hecho, el término «mesías» significa «el ungido» y el símbolo de que el aceite se colocaba sobre la cabeza del rey o sobre la cabeza del sacerdote o sobre la cabeza del profeta para consagrarlos, para apartarlos para su vocación sagrada, indicaba una transferencia o una imputación de la gracia divina o un otorgamiento del don del Espíritu Santo a esa persona en particular a fin de que pudiera ser capacitada para su cargo. No creían que hubiera algún poder mágico que pasara por los dedos de quien imponía las manos. Era un símbolo para la transferencia del poder de Dios a un ser humano e incluso en la iglesia de hoy, la mayoría de las iglesias que ordenan a personas para cargos eclesiásticos, al clero o al ancianato tienen algún tipo de servicio de ordenación que implica este gesto de la imposición de manos.
Tengo que decir que nunca olvidaré mi propio servicio de ordenación, en el que en el momento de la consagración al ministerio, los miembros del presbiterio pasan al frente y hay una larga oración y todos los miembros del presbiterio se reúnen alrededor del ordenando y le imponen las manos sobre la cabeza. En las iglesias de tipo episcopal, lo hace el obispo; pero ese símbolo de imputación de la gracia se expresa de esa manera. Negativamente, en el Antiguo Testamento, en el día de la expiación, también existía la imposición de manos del sacerdote sobre la cabeza del macho cabrío expiatorio, donde simbólicamente, el sacerdote ponía los pecados del pueblo sobre la cabeza del macho cabrío expiatorio antes de que fuera expulsado al desierto para ser exiliado de la comunidad.
Así que todo este drama comunica algo sobre la naturaleza de Dios que tiene que ver con el toque humano. Podemos verlo a lo largo del Antiguo Testamento. Toma la experiencia que vivió Isaías en el templo cuando tuvo la visión de la santidad de Dios y se sintió abrumado por el sentimiento de culpa. ¿Qué hace Dios? Dios ordena a uno de los serafines que vaya con unas tenazas al altar y tome un carbón encendido del altar, vuele sobre él y coloque ese carbón sobre los labios de Isaías, con el propósito de purgar a Isaías de sus pecados.
En el Nuevo Testamento, vemos el ministerio de Cristo y con qué frecuencia sanaba a las personas y las tocaba y cuando las tocaba, se producía esta expresión de poder sanador. En la ocasión, cuando iba de camino a resucitar a la hija de Jairo, ¿recuerdas a la mujer con el flujo de sangre que se abrió paso entre la multitud para poder tocar el borde del manto de Cristo? En medio de aquella multitud, Jesús se detuvo, se dio la vuelta y dijo: «¿Quién es el que me ha tocado?». Los discípulos se molestaron por la pregunta. «¿Cómo vamos a saber quién te ha tocado? Hay toda clase de gente chocando y empujándose por aquí». Jesús dijo: «Alguien me tocó porque sentí el poder que salía de mí».
Si te detienes a pensar en esto desde una perspectiva meramente humana, se han hecho estudios interesantes por parte de médicos, psiquiatras y psicólogos sobre la importancia del contacto humano y que a los bebés, si se les deja en la guardería de un hospital, sin contacto humano, pueden llegar a morir si nadie nunca los toca. Los seres humanos necesitan que los toquen. No comprendo todas las profundidades de lo que eso implica espiritual o psicológicamente, pero el contacto humano es algo extremadamente importante. No sé cuántas parejas han vivido durante su matrimonio sin alguna vez haber discutido y a veces se oye esta frase cuando una pareja está enfadada y uno de los dos se acerca al otro para intentar comunicarse más íntimamente y ¿cuál es la respuesta? «No me toques; no me toques». Me pregunto cuántas mujeres han dicho eso alguna vez a sus maridos en medio de una discusión, porque hay veces que no queremos que nada nos toque y otras sí queremos que nos toquen.
Otros estudios que me parecen fascinantes se han hecho sobre el espacio corporal de las personas, la idea es que no solo tenemos cuerpos que definen nuestra ubicación, sino que hay una cierta zona alrededor de nuestros cuerpos físicos que consideramos nuestra zona personal. Es nuestro espacio corporal y no nos gusta que la gente se entrometa en ese espacio corporal. Todos hemos conocido a personas que, cuando vienen a hablar contigo, se ponen, literalmente, en tu cara. Se te acercan tanto que empiezas a retroceder porque te sientes incómodo, porque es un acto hostil y agresivo. ¿Cómo te sientes cuando vas conduciendo por la carretera y ves por el retrovisor y hay otro auto muy pegado al parachoques trasero de tu auto? Eso me vuelve loco.
Cuando leí esto por primera vez, tenía una secretaria y mi esposa y yo la invitamos a cenar una noche. Nunca lo olvidaré. Ella estaba sentada a mi lado en la mesa y estábamos teniendo una conversación informal, no recuerdo de qué se trataba la conversación, pero mientras hablábamos, disimuladamente estaba haciendo este experimento. Tomé mi vaso y, en lugar de dejarlo justo delante de mi plato, lo puse delante del suyo, invadiendo su espacio. Continuamos nuestra conversación; era una conversación agradable. Tomé mi tenedor y lo puse junto a su plato y seguí haciéndolo. Seguí poniendo pequeñas elementos en su zona. Ella veía hacia abajo y lo notaba con el rabillo del ojo, pero nunca decía nada.
Yo no lo mencionaba; simplemente continuaba la conversación. Cuando de repente, hubo este arrebato. Se produce una explosión, ella salta de la mesa, me mira, tiembla y dice: «Muy bien, si no me quieres en tu casa, me voy» y se paró. Le dije: «Cele, espera un momento. Ven aquí». Volvió y le pregunté: «¿Qué pasó?». Empezó a llorar. Yo me estaba muriendo. Empezó a llorar y dijo: «No lo sé, solo tuve la sensación de que no me querías aquí». Le dije: «Siéntate. Déjame explicarte lo que pasó». Le expliqué y para ella esto fue una reacción subconsciente porque la estaba vulnerando por este pequeño juego, en el que jugaba a invadir su espacio.
Así que hay un cierto sentido en el que no queremos que la gente nos toque, en el que queremos tener una pequeña zona de seguridad que sea nuestra y sin embargo, no podemos vivir en esa zona para siempre. Anhelamos el contacto humano. Anhelamos especialmente el toque de Cristo. Anhelamos que se nos exprese esa bendición. Estuve en la Catedral de Cristal hace varios años hablando en un servicio vespertino. No era para esa congregación, sino para una asamblea de clérigos; pero la persona que asistía al servicio era uno de los pastores asociados de esa iglesia en California y era un amigo mío de la escuela de posgrado, el Dr. Sinezio Leara.
Ellos tenían una pequeña tradición en esa iglesia que consistía en que al final del servicio, en lugar de que el ministro pronunciara la bendición de la manera acostumbrada, se hacía la invitación a la congregación de esta manera: Cualquiera que deseara tener una oración, por favor que se acerque. Tenían como un reclinatorio enorme en la parte delantera de la iglesia y unas setenta y cinco personas se acercaron y se arrodillaron en el reclinatorio. Eso me sorprendió. Mi amigo Sinezio Leara recitó la oración final que estaba anunciando a toda la congregación, pero la oración duró unos cuatro o cinco minutos y, mientras oraba, caminaba por la fila de esas setenta y cinco personas que estaban en el reclinatorio, tocándoles la cabeza. Me dije: «Esto es extraordinario». Esto es recuperar, en cierto sentido, la antigua tradición de tener un toque físico que forma parte del servicio de adoración.
Creo que una de las razones para el gran interés en la adoración carismática es la recuperación del toque humano en la imposición de manos. Les digo a mis estudiantes en el seminario: «¿Saben? Es un arte el saludar a la gente en la puerta después del servicio de la iglesia». Les dije: «Es de vital importancia que a cada persona que pase delante tuyo al final del servicio le extiendas tu mano o al menos le ofrezcas darle la mano. Algunas personas te pasarán de largo y te ignorarán y eso pasa, pero la gran mayoría de la gente quiere detenerse y estrechar la mano del pastor» y les dije además: «Esta es la otra regla: “Si tienes a una persona mayor y en particular si tienes a una viuda anciana saliendo por la puerta, nunca, nunca le des la mano con una sola mano. Tomen su mano y tómenla con ambas manos, porque lo necesitan, porque se están muriendo de soledad” y estarán haciendo lo que Lutero le pidió al pastor que hiciera: “Ser Cristo para la gente, dar el toque del Maestro en Su nombre a gente que tiene miedo, a gente que está sola, a gente que está sufriendo, porque Dios es un Dios que nos ministra a toda la persona, a nuestras mentes, a nuestros cuerpos y a nuestras almas”».
CORAM DEO
Hemos hablado del papel del tacto en la adoración. No me refiero a una forma grosera de contacto físico. Estoy hablando del toque de misericordia, el toque de bondad. Sé que a todo cristiano le encantaría que Cristo entrara en la habitación y que pudiéramos arrodillarnos en Su presencia y sentir el toque de Su mano sobre nuestras cabezas y que nos dijera: «Tus pecados están perdonados» o «Estás sanado, vete en paz o ve con fe». Les pido que piensen en las formas en que el toque humano es importante para ustedes y para sus hijos. Vemos los stickers en la parte trasera de los autos: «¿Has abrazado hoy a tus hijos?». Eso minimiza un poco todo este escenario, pero comunica una verdad de vital importancia. Los niños necesitan ser tocados; pero los adultos también necesitan ser tocados y entendemos la diferencia entre el toque sensual y el toque de misericordia. Conocemos esa diferencia y deberíamos ser capaces de ser lo suficientemente reflexivos y sensibles como para ministrar a la gente de esa manera.