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Transcripción
Hemos estado hablando de la música como parte de la adoración del pueblo de Dios y en la última sesión, cuando se acababa el tiempo, estuvimos hablando del papel del canto en la iglesia y hablé de cómo las canciones que ahora forman parte del repertorio clásico y tradicional de la selección musical de la iglesia, en su día fueron novedosas. Sin embargo, en cada generación, parece que hay una cierta resistencia y protesta contra nuevos himnos o nuevas formas y nuevos estilos de música.
Hay un conflicto ahora mismo en la iglesia entre las formas contemporáneas de música frente a las formas clásicas y tradicionales de música y creo que en cierto sentido, este conflicto se puede plantear de otra manera. Es un conflicto entre la buena y la mala música. Tengan cuidado con lo que acaban de oírme decir o con lo que deducen de lo que acabo de decir, porque podría parecer que acabo de decir que toda la música clásica es buena y que toda la música contemporánea es mala o quizá me hayan oído decir que toda la música clásica y tradicional no es buena porque es anticuada, trillada, pasada de moda y que la única música buena es la contemporánea. Eso no es lo que he dicho; no he dicho ninguna de las dos.
Lo que digo es que el verdadero problema al que nos enfrentamos es qué tipo de música debemos tener en la adoración que realmente honre a Dios, y una forma sencilla de decirlo es, ¿debemos tratar de honrar a Dios con mala música? Eso es evidente. No honramos a Dios al ofrecerle lo peor de nosotros en el servicio de adoración, pero entonces la pregunta es: ¿Qué es la mala música, qué es la buena música y cómo podemos distinguirlas? Creo que la mayoría de nosotros, si no todos, estaríamos de acuerdo en que lo que queremos en la adoración es buena música, no mala música.
Para algunos, eso significa que lo que queremos es música clásica y tradicional y no música contemporánea. ¿Crees que esta generación, que esta época es la primera generación en la historia de la iglesia que es totalmente incapaz de producir buena música? Creo que decir eso sería llegar al colmo de la arrogancia, asumir que toda la buena música que se ha escrito y que podría usarse para la iglesia ya se hizo en el pasado y que solo las innovaciones del pasado valen la pena para usarse en la iglesia. Creo que eso sería un grave error. Sin embargo, también hay quienes piensan que la única buena música es la nueva y que si no es nueva, no es buena. Pues bien, no creo que podamos determinar el valor estético de la música en función de cuán reciente o lejana ha sido escrita o compuesta.
Una de las ventajas de la música tradicional o de la música clásica es que, con el paso del tiempo, el tiempo es el crisol más eficiente para identificar el oro y las gemas verdaderas. El producir un diamante es algo que toma mucho tiempo, y toma mucho tiempo el producir una obra de arte clásica; y uno de los aspectos que definen la música clásica es que ha resistido la prueba del tiempo; es la que tiene la capacidad de trascender los gustos culturales en un momento dado o en un lugar determinado. Tiene una capacidad de duración que lo rápido y fácil no tiene. ¿Por qué pasa esto? Estoy seguro de que hay música que se está componiendo hoy en día, que si el Señor se demora doscientos años a partir de hoy, será considerada música clásica porque es muy buena y durará mucho y perdurará por la fuerza que tiene en sí misma por su poder musical.
Pero volvemos a la pregunta: ¿Está la belleza en los ojos del que la mira y está el sonido hermoso en los oídos del que lo escucha? ¿Qué hace que la música sea gran música? ¿Cuál es la diferencia entre una sinfonía y una cacofonía, entre una cancioncilla efímera y una pieza que perdurará por las edades? No es una pregunta fácil de responder. Ya he mencionado que hay quienes piensan que una definición de belleza es totalmente subjetiva, mientras que otros han buscado normas, principios y reglas trascendentes que definan la belleza, no solo la belleza visual, sino también la musical y la artística.
Si nos remontamos a través de los tiempos en el estudio de la estética, que es la teoría de la belleza, encontramos a Aristóteles ahondando en ese asunto, a Santo Tomás de Aquino en la Edad Media y a Jonathan Edwards, que escribió un magnífico estudio sobre estética y todos estos hombres tenían ciertos aspectos en común. Estaban tratando de aislar los elementos de la belleza que distinguen la belleza de la fealdad. Los asuntos que siguen surgiendo de sus reflexiones, con las que puedes no estar de acuerdo pero que a mí me impresionan enormemente, como estándares de belleza incluyen ideas de armonía, de proporcionalidad y de complejidad. Estos tres elementos, armonía, proporcionalidad y complejidad.
Sé que me estoy volviendo algo abstracto, pero espero volver a lo concreto en un momento. En primer lugar, no toda música que es buena es armoniosa en el sentido de que haya personas cantando partes diferentes o cantando en armonía. A veces, la música que se canta en la iglesia no tiene acordes. Se puede cantar sin acompañamiento musical. Puede ser a capella o podemos cantar al unísono, es decir, todos cantamos la misma nota o podemos cantar en armonía, es decir, con diferentes tonos: Tenor, bajo, soprano, contralto, etc. También sabemos que algunas de las melodías más grandes de la historia de la iglesia se encuentran en los cantos gregorianos, donde no había armonía y muy poco movimiento de la nota melódica, de hecho. A veces es la misma nota la que se canta una y otra y otra vez y sin embargo tiene una belleza inquietante y duradera.
Así que no estoy sugiriendo que la única música buena sea la que está en armonía, porque la armonía no se utiliza simplemente para distinguirse del canto al unísono, sino también de la disonancia o la cacofonía, donde las partes cantadas chocan entre sí, en lugar de relacionarse de manera proporcionada. Recuerda que la segunda idea era la de la proporcionalidad. Existe una diferencia y todos la reconocemos, aunque quizá nos cueste expresarla, entre la música y el ruido. Ambas implican sonido, ambas son recibidas por nuestros oídos y a veces, cuando oímos sonidos que nos resultan agradables, utilizaremos la expresión: «Ah, eso es música para mis oídos».
Hace poco fui de caza y estaba muy cerca de un hombre que disparaba un rifle de venado. De hecho, el rifle, cuando lo disparó, estaba como a 30 cm de mi oreja izquierda y nunca he tenido a nadie que disparara un arma tan cerca de mi oreja y cuando lo hizo, sentí un dolor instantáneo y me dolió el tímpano y mi oído empezó a zumbar y a zumbar y casi me volví loco. Aquello no era música para mis oídos. Era sonido y era fuerte, pero yo no lo consideraba armonía. Lo consideraba ruido. Eso es lo que era y me agredía físicamente el tímpano. Sabemos que el sonido puede hacer eso, que el sonido puede realmente causar daño físico a nuestros cuerpos, pero cuando hablamos de la relación entre armonía y desarmonía, estamos hablando de lo bello y lo feo.
Hay un elemento subjetivo aquí. Esto no es completamente objetivo, pero déjame preguntarte esto. ¿Te gusta el jazz? ¿Te gusta el sonido del jazz moderno, en que el artista presenta en su música disonancias intencionadas, pero no disonancias no resueltas? Escuchamos la disonancia como acordes que suenan extraños y que a primera vista parecen estar fuera de armonía, desafinados, por así decirlo. Uno de los grandes principios del jazz y la palabra «jazz» puede definirse en una palabra, a mi juicio: la palabra «improvisación» porque hay tres elementos en la música, como he dicho, melodía, armonía y ritmo.
¿Qué hace un músico de jazz? Juega con uno de esos tres elementos o con los tres; puede alejarse de la línea melódica normal y corriente e improvisar una melodía por encima de la armonía normal o puede tocar la melodía normal pero ofrecerte diferentes combinaciones de sonidos de acompañamiento armónico o puede simplemente cambiar el ritmo al que estás acostumbrado a escuchar en una canción determinada. Si no tiene ese swing, no pasa nada. Ni te das cuenta cuando el músico de jazz hace eso, sino que incluso cuando el músico de jazz presenta disonancias, lo hace respetando la proporcionalidad.
No quiero ponerme demasiado técnico, pero creo que todos saben que la música se construye sobre ciertos tonos de una escala. Todos aprendimos a leer las partituras en escala y las escalas simplemente miden la relación matemática de dos o más sonidos o melodías entre sí. Subimos por la escala cromáticamente o, ya sabes, como queramos hacerlo y tratamos de mantener cada aspecto en proporción y sabemos que hay un símbolo de acorde dominante para una pieza particular. Puede estar en «fa sostenido» o puede estar en clave de «sol» o puede estar en clave de «do», la que sea y si estamos en la nota «do», sabemos que el sonido subdominante es el acorde «fa», que está a cuatro pasos del acorde que se está usando y la séptima dominante está a cinco y todos esos aspectos son parte de nuestra historia del sonido.
Un acorde dominante se llama dominante porque cuando escuchas a alguien tocar algo en clave de «do» y se aleja de ese acorde «do» y sube a un acorde de «sol séptima», por ejemplo, que es el acorde dominante en la escala de «do», ¿qué sucede? Tu oído anticipa que el siguiente sonido que oirás será ¿qué? Un acorde «do», porque el acorde dominante se llama dominante porque pide a gritos ser resuelto de vuelta al acorde que se está usando, de vuelta a casa, de vuelta al punto de partida. Entonces, ¿qué hace el músico de jazz? Pasa del «do» y va al cuarto acorde, al «fa» y va al «sol séptima» y todo el mundo está esperando que llegue el «do» y en vez de darle al «do», va a un acorde de «mi menor». ¡Uy! Te sorprendes. Luego irá de ahí a un acorde «la séptima» y oh y sigue así, hasta que finalmente retorna al punto de origen. Aquello se llama resolución retardada.
Hago hincapié en eso por esta razón: Aunque este tipo de música experimental presenta sonidos que son extraños para nuestros oídos y nos sorprende que nunca se aleje de la proporcionalidad. Sigue habiendo una armonía matemática. Solo que no es la armonía, no es la proporción que estamos acostumbrados a oír. Permítanme hacer esto simple. Si yo tuviera un piano aquí y empezara a tocar música china u oriental, ¿crees que serías capaz de reconocer que es música oriental con solo oír el sonido? Claro que sí, porque ya has oído bastante música oriental.
Dirás: «Ajá, eso es chino o es música oriental». ¿Qué es lo que nos grita al oído que esto no es música occidental, sino oriental? ¿Es porque la gente de oriente ha abandonado las matemáticas cuando se trata de música, ha abandonado la armonía, ha abandonado la proporcionalidad y simplemente se sienta y toca ruido? No. La diferencia básica es ésta: En occidente, la relación matemática básica entre acordes es un tercio (tres pasos), mientras que en oriente, su música se basa en relaciones de cuartas, en lugar de tercios y si yo tocara esas partituras en un piano, las reconocerías al instante. Pero el asunto es que siguen siendo armónicas y proporcionadas. Solo son diferentes de nuestro rango acostumbrado de audición.
Muy a menudo, lo que hacemos cuando respondemos a la música es responder positiva o negativamente basados en nuestro nivel de comodidad, basados en lo que estamos acostumbrados dentro de nuestra propia experiencia de la música, pero recuerden que Dios debe ser honrado con la música no solo en América, sino también en China, en Japón, en África, que tiene formas y estructuras diferentes a las que estamos acostumbrados. Creo que debemos tener mucho cuidado de no llegar a la conclusión de que la música occidental es buena y la oriental mala o que la música americana es buena y la africana mala. No. No creo que Santo Tomás de Aquino hubiera hecho eso. Santo Tomás de Aquino habría reconocido, por ejemplo, diferentes formas, diferentes estructuras, pero seguiría preguntándose si hay armonía. ¿Hay complejidad?
Permítanme terminar hablando de este último elemento de complejidad en la música o en el arte. En la primera clase de piano que recibí de niño, tenía que colocar el dedo índice de la mano derecha y el profesor me enseñó dónde estaba el «do central» y yo tenía que seguir tocando el «do central» con el meñique de la mano derecha y tenía que cantar con él y era algo así: «Estoy tocando el do central». Luego tenía que pasar al dedo índice de la mano izquierda: «Puedo tocarlo bien, ya ves». Eso sí era fácil y después de terminar mi primera lección en el libro de música de John Thompson, no estaba precisamente preparado para tocar en la sinfónica, y creo que todo el mundo que ha empezado alguna vez clases de piano ha superado esa primera lección.
Dudo que alguien abandone después de una lección porque era demasiado difícil. Todo iba muy bien hasta que ese profesor me hizo tocar el «do central» y el «mi de arriba» al mismo tiempo. Ahora tenía que tocar dos notas y tenía que mantener la armonía. Luego el asunto se puso aún más espantoso cuando me hizo tocar con la mano izquierda al mismo tiempo que tocaba con la derecha y luego tres notas juntas en la mano izquierda y tres notas juntas en la mano derecha y tenían que estar todas en la misma clave. Lo que ocurría era que la música se volvía cada vez más y más compleja y cuanto más compleja se volvía, más difícil era de interpretar, y cuanto más difícil se volvía, más estudiantes abandonaban al llegar a su tope y a su nivel. Veremos esto con mayor detenimiento en nuestra próxima sesión.
CORAM DEO
Permítanme pedir a mi audiencia que levante la mano aquellos que han tomado clases de piano. Levanten la mano. Estoy contando: uno, dos, tres, cuatro, cinco… más de la mitad de las personas de esta sala han recibido clases de piano alguna vez en su vida, pero no veo un Chopin aquí. ¿Cuántos de ustedes siguen tomando clases de piano? Nadie. ¿Por qué la dejaron? Me pregunto cuántos niños cada año en Estados Unidos empiezan a tomar clases de piano o de algún otro instrumento musical y luego lo dejan. ¿Por qué lo dejamos? Creo que lo que normalmente pasa es que perdemos interés y la forma más rápida de perder interés es sentirnos frustrados porque nuestro nivel de evolución se detiene. Tendemos a llegar a una meseta en la que seguir avanzando requiere muchísimo trabajo, muchísimo esfuerzo y simplemente pensamos: «No puedo hacerlo» o «ni siquiera quiero intentarlo». Nos frustramos y renunciamos, simplemente debido a que hay un aumento de la complejidad.
Todos podemos disfrutar de la música que produce la persona que ha ido más allá de esos niveles en los que abandonamos y ha alcanzado un punto cúspide de dominio de la música, en el que, en sus arreglos más complejos, alguien puede sentarse y escribir una magnífica sinfonía que reúne todas esas notas y todos esos instrumentos diferentes y produce un sonido que es trascendentalmente majestuoso. No solo apreciamos la destreza de los intérpretes, sino sobre todo, disfrutamos el sonido y es en esos sonidos en los que quiero profundizar en nuestra próxima sesión.