Recibe la guía de estudio de esta serie por email
Suscríbete para recibir notificaciones por correo electrónico cada vez que salga un nuevo programa y para recibir la guía de estudio de la serie en curso.Transcripción
Quisiera leer un pasaje, que es familiar para ustedes, del Nuevo Testamento en el capítulo 26 del evangelio de Mateo, empezando en el versículo 36, donde leemos lo siguiente: “Entonces Jesús llegó con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí mientras yo voy allá y oro. Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y angustiarse. Entonces les dijo: Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte; quedaos aquí y velad conmigo”.
En teología nos gusta usar frases en latín y expresiones en latín, y una que yo siempre he encontrado particularmente significativa son las palabras “passio magna”, que significan “el gran sufrimiento”. Hablamos de la gran pasión de Cristo, que fue la vocación de Cristo desde el mismo momento en que nació que fue llamado por Dios a sufrir y morir.
Recuerdas a su madre, María, cuando Jesús era solo un bebé y María y José llevaron a Jesús al templo para la circuncisión y la purificación. Y allí se encontraron con la vieja profetisa y con el viejo profeta al que Dios le había dicho que no moriría hasta que él viera al Mesías del Señor. Su nombre era Simeón.
Cuando Simeón cantó el Nunc Dimittis, el cántico, él dijo, “Ahora, Señor, permite que tu siervo se vaya en paz… porque han visto mis ojos… (la) gloria… de… Israel”. Y luego estalló en una profecía donde habla sobre cómo el bebé de esta mujer se establecería para levantamiento y para caída de muchos en Israel y sería una señal para las naciones y cosas semejantes.
Entonces, al mismo inicio de la vida de Jesús, este antiguo profeta dijo que a María una espada le iba a traspasar el alma. El anuncio a la madre de Cristo en sus dos primeras semanas de vida era que este niño estaba destinado a la muerte y al sufrimiento.
Ahora, no sabemos en qué punto del desarrollo de la consciencia de Jesús él estuvo totalmente consciente de su vocación. Sabemos que cuando él tuvo 12 años fue a Jerusalén y que estuvo maravillando a los doctores en el templo, y sus padres lo echaron de menos y estuvieron muy nerviosos.
Ellos pensaron que lo habían perdido y se apresuraron a regresar y encontraron a Jesús hablando con los teólogos en el templo y los maravilló a todos con su conocimiento. Y ellos regañaron a su hijo y dijeron: ‘Qué estás haciendo? Te hemos estado buscando por todas partes. Nos has causado gran preocupación’.
Y les dijo a sus padres: ‘No saben que debo ocuparme de los asuntos de mi padre?’ Él tenía un sentido de vocación. Pero, ¿cuáles eran esos asuntos? No fue sino hasta que tuvo unos 30 años que empezó su ministerio público y mantuvo cierto perfil bajo, a lo que los teólogos llaman el secreto mesiánico.
Jesús no salió corriendo y mostró su poder de una vez a todos. Y en una ocasión se apartó a un lado con sus discípulos y los reunió alrededor; Pedro, Jacobo y Juan. Y dijo: ‘Díganme ahora’, ‘ustedes van de un lado a otro con la multitud; ¿qué se rumorea?, ¿qué dice la gente de mí?, “¿quién dicen las multitudes que soy yo?”
Y ellos… los discípulos empezaron a responder y dijeron: ‘Bueno, algunos dicen que tú eres un profeta increíble; algunos dicen que eres Elías. Algunos dicen que eres Juan el Bautista, te están confundiendo con él, y así por el estilo’. Ellos dan todas estas respuestas de lo que las encuestas de opinión pública están diciendo de Jesús. Y finalmente Jesús dijo: ‘Está bien, es interesante saber lo que están diciendo. “Y vosotros ¿quién decís que soy yo?”
Se acuerdan de Simón Pedro en Cesarea de Filipo viendo a Jesús y que dijo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Tú eres el Mesías. Y Jesús miró a Simón y dijo: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo reveló carne ni sangre”.
Esto no es algo que tú hayas indagado a través de tu especulación, sin ayuda; carne ni sangre te lo han revelado, sino que mi Padre te ha revelado esto. Fue un momento maravilloso. Este fue el mejor momento de Pedro y Jesús le dio un nombre nuevo allí. Él dijo: “te digo que eres Pedro”, Pedro significa roca, “y sobre esta roca edificaré mi iglesia”.
Y puedes imaginarte a Pedro empezando a inflarse de orgullo… ese cumplido de Jesús. Cinco minutos después, si recuerdan la historia, Jesús miró a Pedro, a quien había felicitado y dijo: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!”. ¿Recuerdan eso? Él no estaba hablando con el diablo. Le estaba hablando a Pedro. Y miró a Pedro y llamó a Pedro el diablo. Él dijo: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!”
¿Por qué hizo eso? Porque en esos cinco minutos ocurrió algo muy significativo en la conversación. Después de que Pedro dijo ‘bien, tú eres el Mesías’, Jesús dijo: ‘Sí, yo soy el Mesías; bienaventurado eres por entenderlo, pero hay… hay algo que tú debes aprender y eso es que, como Mesías, tengo que sufrir muchas cosas’. Pedro dijo: “¡No lo permita Dios!”
¿Saben qué respondió él? En el texto aquí, leemos esto, que Pedro miró a Jesús y le dijo: “Eso nunca te acontecerá”, Señor; que tú tengas que sufrir. Imaginen eso. Es decir, si alguien debió haber entendido que Dios se especializa en sufrimiento y que Dios hace esta vocación de llamar a una persona a sufrir, debería haber sido un judío del primer siglo.
Pero incluso en ese momento, Pedro estaba diciendo que eso es impensable. Nuestro Mesías es un Mesías que vendrá y ciertamente no sufrirá. Jesús dijo: ‘tienes que entender que la única forma en que puedo ser el Mesías es caminando por la Vía Dolorosa. Tengo que sufrir y tengo que morir porque ese es el llamado de Dios para mi vida’.
Pedro quería que Cristo se alejara del sufrimiento, que fuera el Salvador de otra manera. Allí es donde digo que, en el corazón mismo de la fe judeo-cristiana, está la realidad del sufrimiento y de la muerte. Sería bueno decir que cuando llegó el momento de que Jesús cumpliera su destino, Él sonrió, saludó al Padre y le dijo que ya estaba listo, sigamos adelante. ¡No es así!
Leemos aquí, en este texto, que cuando Cristo entró al jardín de Getsemaní, dijo que este era el comienzo de su dolor y entró en gran angustia. Y Él dijo: “Mi alma está muy afligida”. Aquellos de ustedes que están en lechos de dolor y aquellos de ustedes que están ministrando a los que están muriendo, déjenlos dolerse. Déjenlos llorar. Dios encarnado expresó y articuló su miedo y su dolor.
Mientras Él estaba en el jardín, sus amigos se quedaron dormidos, Él se retiró y empezó a orar; eso es lo que las Escrituras nos dicen de cuando él pasó por su agonía en Getsemaní. Ahora, pausemos por un segundo. A veces pienso de esta manera. Pienso que, bueno, Jesús sufrió, sí; pero terminó en un par de días. Él no tuvo que pasar por 10 años como Judy Griese.
De hecho, su muerte solo tomó unas horas en la cruz. Y escuchamos a los predicadores decirnos en Viernes Santo, esta es la peor muerte posible, el de estar colgado en la cruz y ser estirado y clavado y todas esas cosas sangrientas que escuchamos, lo que de hecho es altamente doloroso.
Pero hay personas en un hospital, ahora mismo, hoy, que han sufrido mucho más sufrimiento físico que eso y durante un período de tiempo más largo. Pero, damas y caballeros, Jesús no fue afligido con clavos, martillos y madera, sino que, las Escrituras nos dicen, con cada enfermedad que hay; que era su destino tener cáncer terminal, sufrir un derrame.
Todo el pecado, toda enfermedad, todo el dolor que está debajo del cielo fue puesto sobre Él al mismo tiempo. Y esa fue su vocación desde el principio de su vida. Y no es de extrañar entonces que cuando entró al jardín y se retiró para orar, Él dijo: “Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa”. Ciertamente no quiero ser voluntario para beber una copa como esa y no quiero ser voluntario para contraer alguna enfermedad terrible.
Y aquellos de ustedes que padecen enfermedades muy difíciles estoy seguro de que no fueron voluntarios para eso. Y han gritado muchas, muchas veces como Cristo: ‘por favor, deja pasar esta copa. Sin embargo, no se haga mi voluntad sino la tuya’. Y Dios dijo: ¡No! El Padre dijo: ‘bebe de esa copa’. Esa es tu vocación. Tú dijiste bien, si eso es lo que quieres entonces la beberé.
Él no fue riendo y bailando a la cruz. Él fue gritando a la cruz. Pero la única forma en que pudo soportar lo que soportó fue entendiendo que no fue el diablo quien lo puso allí y no fue una casualidad que lo puso allí y que no fue la hostilidad de las personas que lo puso allí. Todas esas cosas tal vez podrían estar incluidas en la naturaleza de las cosas, pero finalmente lo que lo puso allí fue una vocación. Él fue enviado por el Padre.
Pero lo que veremos antes de terminar es que cuando Dios le da a un ser humano una vocación de sufrir y morir, nunca, nunca, nunca, nunca termina allí. La fe cristiana no empezó el Viernes Santo. Nos detendremos en este punto y veremos otro aspecto del sufrimiento en nuestra próxima sesión juntos.
APLICACIÓN
En este momento, mientras me dirijo a ustedes por… por cámaras de grabación, en un estudio de televisión, rodeado de cámaras y camarógrafos y directores de piso y todo ese tipo de cosas y mientras estoy parado aquí, recuerdo una experiencia que tuve hace unos años en Pittsburgh con Wayne Alderson.
Estuvimos participando en un programa llamado “El valor de la persona en los negocios y en la industria”, donde íbamos a entrar en un terreno en que había serias disputas y conflictos entre trabajadores y gerencias, y donde no teníamos que dirigir nuestra atención a los problemas económicos que estaban dividiendo a la gente, sino a los temas centrales de la dignidad humana.
Y la razón por la que pensé en eso fue que Wayne y yo estábamos siendo entrevistados en el Canal 2 de Pittsburgh, un día. Y yo empecé a hablar sobre este tema de la dignidad. Wayne siempre preguntaba en sus seminarios, él se paraba frente a grupo y decía: “¿Cuántos de ustedes aquí desean ser tratados con dignidad?” Y cada uno de los asistentes levantaba su mano.
Es decir, no podrías lograr que un grupo de 200 personas esté de acuerdo en algo, a no ser que sea excepto en ese punto. Todos quieren ser tratados con dignidad. Lo que me hizo pensar en eso fue que, en esa entrevista en televisión, estaba hablando con el presentador del programa de entrevistas sobre este tema de la dignidad humana.
Y uno de los camarógrafos del set quedó tan absorto en su interés y fascinación por el tema de la dignidad humana, que abandonó su puesto; él dejó su cámara, salió de detrás de la cámara, yo miré hacia abajo y estábamos sentados en una plataforma elevada y aquí está este hombre que empieza a gatear hacia la plataforma de nosotros.
Era como un perrito jadeando por agua y luego él dijo: “Sabes, me gustaría que pudiéramos implementar ese programa de dignidad humana aquí”. Bueno, continuamos y llevamos a cabo este programa con dignidad, no solo en fábricas de acero o en oficinas corporativas, sino que lo hicimos en un hospital.
Y fue entonces cuando me di cuenta que probablemente no haya un lugar en nuestras vidas donde nuestra dignidad está más amenazada o donde seamos más vulnerables con respecto a nuestra dignidad que en lugares como hospitales o cárceles, lugares donde estamos bajo la autoridad de otras personas.
Estamos bajo la observación y escrutinio constantes de otras personas y, peor aun, si estamos enfermos, si nuestros cuerpos nos causan dolor. Ahora, cuando vimos en nuestra segunda sesión sobre la idea de vocación, recuerdo que Jesús, en su sufrimiento y muerte, tuvo que haber tenido incluida en eso una medida, una medida profunda, de humillación personal.
Normalmente, cuando vemos el arte que sobrevivió hasta nuestros días, que nos da las representaciones de la ‘Pieta’ o del sufrimiento de Jesús, vemos a Jesús en la cruz vestido con algún tipo de lienzo primitivo donde realmente la tradición de la iglesia, si es exacta, nos da muchos indicadores que sugerirían que, de hecho, Jesús fue crucificado desnudo.
Así que, además de atacar su cuerpo en esta situación de persecución y ejecución, hubo un asalto directo a su dignidad personal. Recuerdo con humor la forma en que mi madre solía ser, cuando iba en el auto y veía que estaba rota o descocida su enagua.
Ella solía decirle a mi papá, “Oh, tengo que cambiarme la enagua. No podemos ir así”. Mi papá decía: “¿Quién va a ver tu enagua?”. Y ella decía: “¿Qué pasa si tenemos un accidente y la policía viene y me levanta y ve el hueco en mi enagua?” Ella decía: “Simplemente, me muero”
Es decir, imaginen cuán sensible es la gente con respecto a cómo se visten. Bueno, esa es la realidad. Cuando vamos al hospital donde nos encontramos en una situación como esta, es aún más importante esforzarse duro para proteger la dignidad de una persona.
Charles Coleson me dijo que una de las circunstancias más difíciles que tuvo cuando fue a prisión, cuando se entregó para empezar su sentencia, fue la escena de ingreso a la prisión, la cual era una revisión totalmente desnudo. Y dijo que parecía que desde ese momento hubo un intento sistemático de despojarlo, no de su ropa, sino de su dignidad. Pero eso era parte de la sentencia.
Pero eso puede suceder muy fácilmente cuando estamos enfermos, donde no somos tan cuidadosos de cómo lucimos; no estamos bien peinados o no tenemos cuidado de la ropa que nos cubre. Y las personas quizás, en una situación médica, puedan tratarnos como un producto de línea de ensamblaje al cual atender.
Y a veces, obviamente en la crisis del tratamiento médico, no podemos esperar que los médicos y enfermeras están tan preocupados por nuestra dignidad cuando estamos desangrando. Ellos quieren detener el flujo de sangre y no preocuparse si solo estamos parcialmente cubiertos o parcialmente descubiertos. No se preocupan de cosas como esas.
Pero, damas y caballeros, aquellos que visitamos a los enfermos y ministramos a los enfermos y ministramos a gente en medio de la aflicción… tenemos que recordar que el dolor no es meramente físico, que la dignidad de la persona puede ser más importante para ellos que la sangre que vienen derramando en la calle, y que el ministro que ministra en el nombre de Jesús, me refiero a un ministro laico y un ministro ordenado, debe recordar que nuestro ministerio para aquellos que sufren, la protección de la dignidad humana es una de las cosas más importantes que podemos hacer porque la dignidad humana es más frágil que nuestros huesos, que nuestra piel y que nuestros órganos que pueden perecer.
Eso tiene que ser una prioridad si realmente vamos a ministrar a las personas que sufren.