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Transcripción
Continuando con nuestro estudio de la Trinidad, estamos viendo un panorama histórico de aquellos desarrollos cruciales en la historia de la iglesia donde la doctrina de la Trinidad estaba en juego. Como ya he mencionado, durante los primeros trescientos años de la historia cristiana, el punto central recaía en el concepto de Juan sobre el Logos, o el Verbo, quien se hace carne y habita entre nosotros. Vimos la crisis que fue provocada, en el siglo III, por el modalismo de Sabelio, quien fue condenado en Antioquía en el año 267, y luego una crisis, aún mayor, de la negación de la plena deidad de Cristo por parte de Arrio en los primeros años del siglo IV que culminó en el Concilio de Nicea y la redacción del Credo de Nicea en el año 325.
En un sentido, el Concilio de Nicea fue un momento decisivo para la iglesia. Puso fin en su mayor parte, al menos temporalmente, al adopcionismo, pero sin embargo no fue el final de las luchas por la comprensión de la persona de Cristo por parte de la iglesia. Ahora, se ha dicho que históricamente ha habido cuatro siglos en los que la comprensión de la iglesia de la naturaleza de Cristo, la persona de Cristo, ha sido muy crítica. Y esos cuatro siglos en la historia de la iglesia han sido el siglo IV, que ya hemos visto, el siglo V, que estamos a punto de ver, y luego el siglo XIX y el siglo XX. Menciono esto porque ahora estamos viviendo las secuelas de doscientos años de ataques devastadores contra la comprensión ortodoxa de la iglesia sobre la persona de Cristo. Por eso es tan importante en nuestros días que revisemos todo este concepto de la Trinidad.
A medida que avanzamos más allá de Nicea y la crisis arriana, la iglesia ahora enfrenta una nueva crisis, y la nueva crisis con respecto a la cristología, es una crisis en la que la iglesia tiene que pelear una guerra en dos frentes. He dicho antes, en esta serie, que la tendencia en la historia de la iglesia es que una herejía, cuando es descubierta, en los esfuerzos por corregirla, la tendencia es a caerse del caballo por el otro lado, corregir en exceso. En el celo de evitar un punto de vista herético, uno va a los extremos, en la otra dirección y se equivoca en ese lado también.
Recuerdo haber tenido un curso específico cuando estaba realizando mis estudios de doctorado en Holanda, donde el profesor Berkouwer dio todo un año de conferencias sobre la historia de la herejía. Fue un curso extremadamente valioso, porque una de las mejores maneras de aprender ortodoxia es aprendiendo lo que no es. De hecho, la función que tiene la herejía en la historia de la iglesia es que obliga a la iglesia a ser precisa. Obliga a la iglesia a definir sus doctrinas y a diferenciar sus verdades de las falsedades y corrupciones presentes que acompañan a esa verdad. Ese es uno de los beneficios secundarios de la herejía, uno de los pocos.
Pero en todo caso, como dije, la iglesia ahora está peleando una batalla en dos frentes con respecto a dos herejías distintas. La primera es una herejía desarrollada por un hombre llamado Eutiquio. Y el nombre de Eutiquio está relacionado con la herejía histórica conocida como monofisismo, o la herejía monofisita -lo escribiré: herejía monofisita- la cual aparece en cada generación. El término «monofisita» significa literalmente, mono (de nuevo, este es el prefijo que seguimos encontrando, que significa uno) y la palabra fisita, o física, que proviene del griego phusis, que significa naturaleza, una naturaleza.
Ahora, recuerda la fórmula que la iglesia ha usado a través de los siglos para definir la Trinidad: que Dios es uno en esencia o ser, o naturaleza, y tres en persona. Ahora, justo lo contrario se usa con respecto a la confesión de la iglesia sobre la persona de Cristo. Se confiesa que la persona de Cristo es una sola persona, pero con dos naturalezas: una naturaleza humana y una naturaleza divina. Y ahora, en este problema con Eutiquio y la herejía monofisita, se enseña en la herejía monofisita que Jesús no tenía dos naturalezas, una naturaleza divina y una naturaleza humana, sino que solo tenía una naturaleza. Una persona; una naturaleza. Uno por cliente es lo que obtienes, según Eutiquio.
Ahora, su comprensión de esa naturaleza única de Cristo puede describirse como que ve a Jesús como teniendo una sola naturaleza teantrópica. Esa palabra teantrópica no es muy común en nuestro lenguaje habitual, ¿cierto? Filantrópica, tal vez. Cuando decimos que hay organizaciones filantrópicas o personas filantrópicas, ¿a qué nos referimos? La palabra «antrópico» proviene del griego anthropos, que significa «hombre o humanidad». Estudiamos antropología en la universidad, que es el estudio de las personas, de los seres humanos. La filantropía – ya saben lo que significa «Filadelfia»– «amor al hermano», la ciudad del amor fraternal; la filantropía es el amor por la humanidad.
Entonces, cuando decimos que las personas son filantrópicas, queremos decir que se preocupan y aman a los seres humanos. Ahora, no estamos hablando de filantropía; estamos hablando de teantropía o teantrópico. Algunos de ustedes ya se podrán imaginar el significado del prefijo de esta palabra thea, porque es una que es común en teología. Es la palabra griega para Dios. Lo que tenemos aquí, entonces, es una palabra que se acuña, que es una especie de palabra mestiza en la que dos palabras diferentes se pegan o se entrelazan para crear una nueva palabra. Ustedes tienen la palabra para hombre y la palabra para Dios puestas juntas.
Así que lo que Eutiquio estaba diciendo es que en Cristo hay una sola naturaleza, y es una naturaleza teantrópica, una naturaleza divinamente humana. O bien, se podría concebir al revés, una naturaleza humanamente divina. Pero no es como si tuvieras dos naturalezas distintas, una divina y otra humana. Sino que solo tienes una naturaleza, y de hecho, lo que tienes en esto (y esto es lo que la iglesia se dio cuenta en el siglo V), es que tienes un concepto de Cristo donde Él no es ni Dios ni hombre. Él es más que hombre y menos que Dios. Tienes una especie de humanidad deificada o una deidad humanizada. Entonces, la distinción entre humanidad y deidad se oscurece y ofusca en este tipo de pensamiento. Porque lo que está sucediendo aquí, en la herejía monofisita, es que las dos naturalezas de Jesús están siendo mezcladas o confundidas.
Como dije, en Calcedonia, a mediados del siglo V, en el año 451, la iglesia tuvo que luchar no sólo contra Eutiquio y su herejía monofisita, sino que tuvo que luchar en esta guerra en dos frentes; y el frente oriental, si se quiere, fue la herejía gemela del nestorianismo, llamada así por su fundador, Nestorio. Nestorio básicamente dijo que si tienes dos naturalezas, tienes que tener dos personas. Así que en Cristo tenemos una naturaleza divina y una naturaleza humana, pero también tenemos una persona divina y una persona humana coexistiendo. Y lo que está sucediendo aquí es justo lo opuesto a la distorsión monofisita. En la herejía nestoriana, las dos naturalezas de Cristo no sólo se distinguen, sino que, de hecho, están separadas.
Me gusta enseñar a mis alumnos de seminario las distinciones porque la teología se trata de hacer distinciones. Es prerrogativa del teólogo hacer distinciones finas; así ha sido por siglos. Y yo les digo: «Una de las distinciones más importantes que aprenderán a hacer es la distinción entre una distinción y una separación». Decimos de ti que eres una dualidad (es decir, una unidad en dualidad), que como ser humano estás hecho de una dimensión física y de una dimensión no física, lenguaje que la Biblia describe en términos de cuerpo y alma. Ahora, si distingo tu cuerpo de tu alma, no te he hecho daño; pero si separo tu cuerpo de tu alma, te he matado. Por lo tanto, necesitamos entender la diferencia entre distinguir y separar.
Con esto nos cruzamos todo el tiempo cuando hablamos de Jesús, donde Jesús, por ejemplo, dice que había cosas que Él no sabía. Históricamente decimos, bueno, la naturaleza humana no es omnisciente. La naturaleza humana no lo sabe todo. Ahora, por supuesto, la naturaleza divina es omnisciente, de modo que cuando Jesús habla de algo que no sabe, está manifestando en ese momento las limitaciones de su naturaleza humana. Algunas personas luchan con eso. Dicen: «¡Espera un minuto!». Está claro que cuando Jesús suda, cuando Jesús tiene hambre, cuando Jesús tiene Su costado traspasado, no creemos que la naturaleza divina está teniendo Su costado traspasado, porque la naturaleza divina no tiene un cuerpo.
La naturaleza divina no suda. La naturaleza divina no tiene hambre. Todas esas son manifestaciones de Su humanidad. Por eso decimos que el Dios-hombre, que tiene dos naturalezas, una naturaleza divina y una naturaleza humana, a veces revela su lado humano.
Otras veces revela su lado divino, y estamos distinguiendo los dos sin separarlos. Pero cuando la naturaleza humana suda, esa naturaleza humana todavía está unida a una naturaleza divina que no suda. Eso se vuelve muy importante cuando llegas a la cruz. La naturaleza humana muere, pero la naturaleza divina no muere. Por supuesto, ahora la naturaleza divina está unida a un cadáver humano. La unidad sigue ahí, pero el cambio que ha tenido lugar ha tenido lugar dentro de la naturaleza humana, no en la divina. Es muy importante entender eso.
Pero, en cualquier caso, el nestorianismo no sólo distinguía sino que separaba las dos naturalezas. Ahora, es en contra de estas herejías gemelas que el Concilio de Calcedonia, en el siglo V, en el año 451, se reunió para tratar este problema. Algunas personas sostienen que en toda la historia de la iglesia, el Concilio definitivo de Cristología es Calcedonia, queriendo decir con eso, que la iglesia nunca ha sido realmente capaz de ir más allá de las limitaciones establecidas en nuestra comprensión de la persona de Cristo a partir de lo que se articuló en el Concilio de Calcedonia. Y, francamente, estoy de acuerdo con eso.
Es posible, teóricamente, que se celebre otro concilio en el siglo XXI o en el siglo XXII o en el siglo XXX que nos dé una nueva perspectiva, que no tuvimos en el pasado, pero no he visto nada en la historia de la iglesia que realmente vaya más allá o mejore los límites que se establecen para nuestra reflexión en el Concilio de Calcedonia. Y Calcedonia es famosa por varias cosas. La primera es por la afirmación o confesión de que Cristo es vera Deus, vera homo. Tomemos un segundo y piensen en esto con cuidado. Lo que estos términos gemelos significan es esto: que Jesucristo, en la unidad de las dos naturalezas, que la persona de Cristo es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, que Él tiene una verdadera naturaleza divina y una verdadera naturaleza humana.
Déjame decirte cómo escucho esto verbalizado con frecuencia por personas que deberían saberlo mejor. En nuestra propia cultura de hoy, dicen, bueno, lo que la iglesia confesó en Calcedonia fue que Jesús era completamente Dios y completamente hombre. Ahora sí tienes una contradicción. Si estás diciendo que la persona es completa y totalmente divina, entonces tienes una naturaleza. No puedes tener a una persona que es completamente divina y completamente humana al mismo tiempo y en la misma relación. Eso es absurdo. No, no es eso; es que Él tiene dos naturalezas. Una es divina.
Ahora, lo que quiere decir la gente cuando usa la palabra «completo» o «totalmente», aquí es donde nos volvemos sutiles; la naturaleza divina es completamente divina; no es solo semi-divina, sino que es completamente divina. La naturaleza divina de Cristo posee todos los atributos de la deidad, no carece ninguno de ellos. Y al mismo tiempo, la naturaleza humana de Cristo es plenamente humana, no sólo verdaderamente humana, sino plenamente humana, plenamente humana en términos de humanidad creada. Algo que no tiene es que no hay pecado original. Él es como nosotros en todos los aspectos, excepto en el pecado, pero en ese punto, Él es verdaderamente adánico. Él es tan humano como lo fue Adán en la creación. Todas las fortalezas y todas las limitaciones de la humanidad se encuentran en la naturaleza humana de Jesús.
Ahora, la segunda cosa por la que Calcedonia es conocida, y quizás la cosa más famosa por la que es conocida, son los llamados «Cuatro negativos», los Cuatro negativos del concilio. Cuando el concilio confesó que hay una unidad perfecta entre dos naturalezas en Cristo, la naturaleza divina y la naturaleza humana, que deben entenderse en esta unión, entre lo divino y lo humano, como estando unidos, unidos de tal manera que no hay mezcla, confusión, división o separación. Es decir, la iglesia estableció los límites de la cristología en el siglo V al decir: Sea como sea que entendamos el misterio de la encarnación en la persona de Cristo, y la relación entre la naturaleza divina y la naturaleza humana, no se puede concebir que la naturaleza humana y la divina estén confundidas o mezcladas entre sí, porque terminarías con una naturaleza humana deificada o una naturaleza divina humanizada.
No se pueden mezclar, que es la herejía de los monofisitas. Eran culpables de confundir las dos naturalezas. La idea de Eutiquio de una naturaleza teantrópica, una naturaleza divinamente humana era una violación de este principio. Confunde las dos naturalezas, ya que la naturaleza humana de Jesús de repente adquiere cualidades divinas. La persona tiene cualidades divinas, pero no la naturaleza humana. Ahora, al mismo tiempo que la herejía monofisita es rechazada por los dos primeros negativos, los siguientes dos negativos tienen a Nestorio en sus filas, que están tratando de rechazar la herejía del nestorianismo diciendo que las dos naturalezas están perfectamente unidas. Se puede distinguir entre ellas, pero no se pueden dividir; no se pueden separar.
Así que tienes que caminar por el filo de la navaja entre la confusión y la separación si vas a tener un entendimiento sano de la persona de Cristo. Francamente, creo que algunas de las mentes más grandes en la historia de la iglesia, incluidos dos de mis teólogos favoritos de todos los tiempos, eran fundamentalmente monofisitas en su comprensión de Cristo, al menos tenían elementos monofisitas en su pensamiento, y ustedes quieren que les diga quiénes son: Tomás de Aquino y, para su total asombro en términos de mis héroes, Martín Lutero. Tengo mis amigos luteranos y teólogos con los que hablo todo el tiempo, y siempre me refiero a ellos como «mis amigos monofisitas». Ellos se refieren a mí como su amigo nestoriano, pero les digo: «No, no, no, no. Yo no separo las dos naturalezas; yo solo las distingo».
Todo eso salió históricamente, en gran parte, de la controversia sacramental, porque tenían el concepto de la comunicación, esto se remonta a Roma, la comunicación de los atributos divinos a la naturaleza humana, que hace posible que el cuerpo humano de Cristo esté en más de un lugar al mismo tiempo debido a la ubicación de espacio, histórica y filosóficamente, siempre se entiende como una de las limitaciones de la humanidad. Una naturaleza humana no puede estar en tres lugares al mismo tiempo. Ahora se puede unir a una naturaleza que puede estar en tres lugares al mismo tiempo.
La naturaleza divina podía estar en Perú, Bolivia y Colombia al mismo tiempo, pero la discusión sacramental, históricamente, era sobre si el cuerpo – el cuerpo físico – de Jesús, que pertenece a Su humanidad podría estar en tres lugares al mismo tiempo, y la respuesta de los que sostenían eso era: «Oh, Él podía estar presente porque Él recibe la comunicación del atributo divino de la omnipresencia. El atributo divino se comunica a la naturaleza humana». Una cosa es que la naturaleza divina comunique información a la naturaleza humana; otra cosa es comunicar atributos, porque si comunicas un atributo divino a una naturaleza humana, acabas de deificarla en ese momento. Ahí es donde las controversias han rugido a través de nuestra iglesia. Esto todavía continúa hoy en día, y cuando la gente se opone a eso, se les acusa de nestorianismo.
Permítanme darles el tercer elemento de este concilio que es tan importante, y es que después de los Cuatro negativos (creo que hay un punto y coma, puede ser un punto y coma; pueden ser dos puntos), la cláusula final de esto dice: «Cada naturaleza conserva sus propios atributos», es decir, en la encarnación Dios no renuncia a ninguno de Sus atributos, y tampoco la humanidad renuncia a ninguno de sus atributos en la encarnación. Es por eso que decimos que el cuerpo humano de Jesús, la naturaleza humana de Jesús todavía está sujeta a límites geográficos. Pero una de las grandes herejías del siglo XIX fue la llamada herejía kenótica que decía que en la encarnación la deidad renunció a algunos de sus atributos para unirse a esta naturaleza humana, lo cual es una violación de Calcedonia.
Por cierto, y tengo que decir esto: Esta semana recibí la segunda carta de alguien que leyó mi libro Renewing Your Mind, [Renovando tu mente], que ya va por su tercer título y su tercera edición, cuya última edición fue realizada por un editor de la casa publicadora, y después que lo hicieron, me lo enviaron; después de que hicieron los cambios, me pidieron que diera las correcciones y pruebas finales, lo cual hice rápido, y me perdí algo que alguien que lo leyó me escribió y dijo: «No puedo creer que enseñes la herejía kenótica, porque en una de las páginas de ese libro dice que en la encarnación Jesús dejó a un lado Su naturaleza divina». Cuando vi eso casi me desmayo.
Llamé al presidente de la editorial. Dije: «Esto debe ser mi culpa; no me di cuenta de eso», «¡No diría eso ni en el peor día de mi vida!». Le pregunté: «¿Qué podemos hacer?» ¿Sabes lo que hizo? Sacó de los estantes todos los ejemplares que tenían en inventario y los reimprimió para corregir ese error, eso me pareció algo tremendo de parte de la editorial. También recibí una carta de otra persona que leyó lo mismo de esa edición, lo que quiero decir es que así se cometen esos errores. Es terrible.
Aún en nuestros días tenemos a estas personas corriendo por ahí diciendo con ligereza que en la encarnación Dios ya no retiene Sus atributos divinos. Calcedonia: «verdadero Dios, verdadero hombre, sin confusión, mezcla, separación o división, cada naturaleza retiene sus propios atributos».