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Ahora vamos a centrar nuestra atención en las obras de los profetas canónicos y los profetas canónicos son llamados canónicos porque son los profetas que han escrito libros que se encuentran dentro del canon del Antiguo Testamento.
Cuando vemos estos profetas, por lo general distinguimos entre los profetas mayores y los profetas menores. Ahora bien, es importante que entendamos lo que esa distinción no quiere decir.
Esto no quiere decir que los profetas mayores eran importantes y los profetas menores no lo eran. La única relevancia de esa distinción entre mayores y menores tiene que ver con el tamaño de los libros que escribieron. Entonces cuando nos fijamos en la obra de Isaías y Jeremías, Ezequiel y Daniel, se les puede llamar profetas mayores porque sus libros son bastante largos, mientras que los libros de Oseas, Miqueas, Nahúm, Joel y otros son mucho más pequeños, pero todos estos profetas tuvieron un papel muy importante que desempeñar en la historia de la nación judía.
La mayoría de los profetas que vamos a estudiar ministraron durante siglos VIII y VII antes de Cristo. Algunos de ellos, por supuesto, vinieron después de eso, pero la razón por la que los siglos VIII y VII fueron tan importantes para la era de la profecía es que este era el tiempo en que el juicio de Dios sobre su pueblo era inminente.
Entonces Dios envió a sus profetas para advertir al pueblo del juicio inminente, primero al reino del norte (como recordarán, la capital de Samaria cayó en el año 722), y más tarde las advertencias vinieron para Judá, el reino del sur De los profetas del Antiguo Testamento que son llamados profetas mayores, sin duda uno de los más importantes, si no el más importante fue el profeta Isaías.
Sabemos poco sobre la vida de Isaías en contraste directo con Jeremías. Sabemos más de Jeremías por la Escritura que de cualquiera de los otros profetas. Pero Isaías se distingue porque de todos los profetas de la antigüedad, Isaías fue el hombre más refinado.
Era un hombre sofisticado, probablemente de una familia acomodada, cosa que era inusual porque la mayoría de los profetas vinieron del desierto o de la comunidad agrícola de la época.
Pero Isaías tuvo un papel en Judá que sería similar al de un embajador. Tenía acceso a la casa del rey y fue consejero de al menos cuatro reyes importantes en el reino del sur.
Recibió su llamado como profeta alrededor del año 740 antes de Cristo, lo que, irónicamente, fue quizás exactamente el mismo año en que la ciudad de Roma fue fundada.
Siempre me sorprende la intersección de estos eventos en la historia. En el mismo momento en que Dios llama a su profeta para anunciar el juicio venidero sobre la nación judía, algo más está empezando allí en esa parte del mundo en todo el Mediterráneo, este pequeño pueblo que apenas se está estableciendo, que en pocos siglos va a tener un importante encuentro con los descendientes del pueblo de Israel.
Pero, en cualquier caso, leemos del llamado de Isaías en el capítulo 6, donde él tiene la visión de la santidad de Dios y él mismo se siente abrumado por el esplendor de la majestad de Dios y al final de esta experiencia, Dios lo envía y lo designa para ser un profeta. Dios le encarga: «Ve y di a este pueblo: ‘Escuchad bien, pero no entendáis; mirad bien, pero no comprendáis.’ Haz insensible el corazón de este pueblo, endurece sus oídos y nubla sus ojos, no sea que vea con sus ojos, y oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se arrepienta y sea curado».
¡Qué terrible misión Dios le da a Isaías desde el principio! Le dijo, te voy a enviar a este pueblo y voy a poner mis palabras en tu boca, pero me voy a asegurar de que nadie escuche.
Haré insensible el corazón de estas personas; voy a cerrar sus oídos y sus ojos para que sean ciegos y sordos a mi verdad, pues los estoy preparando para el juicio.
Cuando Isaías oye esto, él clama: “¿Hasta cuándo, Señor? Y El respondió: Hasta que las ciudades estén destruidas y sin habitantes, las casas sin gente, y la tierra completamente desolada; hasta que el Señor haya alejado a los hombres, y sean muchos los lugares abandonados en medio de la tierra».
Ahora, con este resumen del mensaje que Dios da a Isaías, que es un mensaje de pesimismo, de juicio y destrucción, pensarías que no queda nada positivo; sin embargo, cuando consideramos el tesoro que se encuentra en el libro de Isaías para la vida del pueblo de Dios, casi nos olvidamos que el motivo central de su profecía era de juicio, porque en el próximo aliento Dios dice que a pesar de que las ciudades van a quedar indefensas, desoladas y sin habitantes; sin embargo, Él va a guardar para sí mismo un diezmo, un décimo del pueblo o lo que se hace famoso en la literatura judía, ya que se le conoce como el remanente.
Dios va a preservar para sí una semilla santa en la que, a pesar de toda esta fatalidad que se prevé, más allá de las nubes y más allá de la tormenta de juicio que está a punto de caer sobre este pueblo, está la promesa futura de la redención.
Por eso es que Isaías es recordado hasta este día principalmente como el profeta del redentor. No hay profeta en el Antiguo Testamento que sea citado con más frecuencia que Isaías.
Y también, nuestro Señor mismo a menudo citó a Isaías porque en Isaías se obtiene la imagen más completa de la venida del Mesías, el cordero de Dios, que llevará el pecado del mundo, quien es llamado el Siervo del Señor; y este siervo llevará el pecado del pueblo y será el instrumento de su redención.
Estas profecías futuras de la venida del Mesías se encuentran a lo largo de todo el libro de Isaías, pero miremos un par de ellas que nos son más conocidas. Veamos el capítulo 7 de Isaías, empezando en el versículo 10, y leemos esto: «El Señor habló de nuevo a Acaz, diciendo: Pide para ti una señal del Señor tu Dios que sea tan profunda como el Seol o tan alta como el cielo. Pero Acaz respondió: No pediré, ni tentaré al Señor.
Entonces Isaías dijo: Oíd ahora, casa de David: ¿Os parece poco cansar a los hombres, que también cansaréis a mi Dios? Por tanto, el Señor mismo os dará una señal: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel. Comerá cuajada y miel hasta que sepa lo suficiente para desechar lo malo y escoger lo bueno».
Esta es una de las profecías más controversiales en todo el Antiguo Testamento, pues Isaías registra la promesa de que Dios enviará a uno nacido de una virgen, cuyo nombre será Emmanuel, que quiere decir «Dios con nosotros».
Leemos más de esta clase de profecía en el capítulo 9, versículo 2 que dice: «El pueblo que andaba en tinieblas ha visto gran luz; a los que habitaban en tierra de sombra de muerte, la luz ha resplandecido sobre ellos.
Multiplicaste la nación, aumentaste su alegría; se alegran en tu presencia como con la alegría de la cosecha, como se regocijan los hombres cuando se reparten el botín. Porque tú quebrarás el yugo de su carga, el báculo de sus hombros, y la vara de su opresor, como en la batalla de Madián.
Porque toda bota que calza el guerrero en el fragor de la batalla, y el manto revolcado en sangre, serán para quemar, combustible para el fuego». y, antes de leer el siguiente pasaje, quería leer esa sección introductoria de la misma, porque no estamos tan familiarizados con él, tanto como con lo que sigue.
Pero ustedes ya ven este rayo de esperanza que prevé el profeta Isaías, al igual que leemos en otros lugares: «Consuelen, consuelen a Mi pueblo,” dice su Dios».
Él continúa diciendo que la visita del Señor ha terminado, que habrá una nación reestructurada después de que este periodo de purificación y juicio sea llevado a cabo».
En el versículo 6 leemos estas palabras: «Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado, y la soberanía reposará sobre sus hombros: y se llamará su nombre Admirable Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz. El aumento de su soberanía y de la paz no tendrán fin sobre el trono de David y sobre su reino, para afianzarlo y sostenerlo con el derecho y la justicia desde entonces y para siempre».
La última línea de “esta profecía dice lo siguiente: El celo del Señor de los ejércitos hará esto”. Así que, en medio de la predicción de guerra y de cautiverio viene la promesa de un príncipe que es el príncipe de la paz, cuyo gobierno estará sobre sus hombros.
Él será la misma presencia del poder de Dios en medio del pueblo. Él restaurará el trono de David, y ese trono permanecerá por todas las generaciones. Y lo que me entusiasma de esto es que aunque no hay razón inmediata para esperar que tal profecía pueda llegar a cumplirse en estos días amargos, la profecía termina con esta declaración.
«El celo del Señor de los ejércitos hará esto». Dios es celoso de mantener su palabra y asegurará que la profecía se cumpla. Una vez más, en el capítulo 11, leemos al inicio del capítulo 11, esta profecía: «Y brotará un retoño del trono de Isaí, y un vástago sobre Él es Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor del Señor.
Se deleitará en el temor del Señor, y no juzgará por lo que vean sus ojos, ni sentenciará por lo que oigan sus oídos; sino que juzgará al pobre con justicia, y fallará con equidad por los afligidos de la tierra; herirá la tierra con la vara de su boca, y con el soplo de sus labios matará al impío. La justicia será ceñidor de sus lomos, y la fidelidad ceñidor de su cintura.»
Así que, ahora, la idea de la venida del Mesías, este niño que será rey será uno que gobernará y reinará con rectitud, con justicia, y con equidad.
Luego se nos dice, «El lobo morará con el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito: el becerro, el leoncillo y el animal doméstico andarán juntos, y un niño los conducirá. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas, y el león, como el buey, comerá paja».
Ahora bien, esto está escrito en un estilo poético y sería fácil para nosotros ignorar las imágenes y perder el significado de estas formas particulares de descripción gráfica, pues lo que Isaías está profetizando aquí es la venida del redentor quien no solo redimirá a Israel, sino que la redención que traerá será cósmica en su alcance.
Que Dios está prometiendo no sólo renovar este pueblo, sino renovar toda la tierra, tal como Pablo nos dice en el Nuevo Testamento: «La creación entera a una gime y sufre dolores de parto” esperando la manifestación de los hijos de Dios, y esta redención será efectuada por este justo que vendrá.
Ahora, para aprender más sobre los planes o la misión del Mesías que vendrá, volvemos al capítulo 61, ya que en el capítulo 61 encontramos el texto que revela en gran medida la propia consciencia de Jesús sobre su papel y su misión.
Recordarán que cuando Jesús fue bautizado en el río Jordán inmediatamente después de su bautismo, el Espíritu Santo condujo a Jesús al desierto, para ser tentado.
Allí, el hijo de Dios se preparó para su vocación, para su ministerio público, para su misión como el Mesías. Después de soportar la tentación de Satanás y salir del desierto, comienza su ministerio público. Y cuando empieza su ministerio público, entra en la sinagoga, y sucede que en ese día que Jesús visita la sinagoga, la lectura prevista para ese día es Isaías capítulo 61.
Y Jesús, luego que se leyera la Escritura, es tratado como un rabino que está visitando, y este rabino visitante debía dar la exposición del texto; y este es probablemente el sermón más breve de la historia porque Jesús se sienta, lo cual es asumir la postura de enseñanza, y cuando hablamos, o cuando enseñamos, nos ponemos de pie, pero en la antigüedad el predicador se sentaba como en una silla y todo el mundo se sentaba en el suelo a sus pies.
Así que, cuando Jesús se sentó, él estaba asumiendo la postura del rabino que explicaría el texto y su sermón fue simplemente esto: ‘Hoy se ha cumplido esta Escritura que han oído’. Lo cual es decir, ‘yo soy el que Isaías está describiendo. Yo soy al que le ha sido dada esta misión’.
Ahora, leamos el texto de Isaías 61 para recolectar su significado. Inicia con estas palabras: «El Espíritu del Señor Dios está sobre mí, porque me ha ungido el Señor”. El Señor me ha ungido. Recuerden que la palabra «Mesías» significa «ungido», y la palabra del Antiguo Testamento para Mesías se traduce de la palabra griega «christos» y que el título “Cristo” significa «el Mesías», o más específicamente «el ungido».
Así que aquí, Isaías está hablando del que dirá: «El Espíritu del Señor me ha ungido para traer buenas nuevas a los afligidos o para predicar el evangelio a los pobres.
“Me ha enviado para vendar a los quebrantados de corazón, para proclamar libertad a los cautivos y liberación a los prisioneros; para proclamar el año favorable del Señor, y el día de venganza de nuestro Dios; para consolar a todos los que lloran, para conceder que a los que lloran en Sion se les dé diadema en vez de ceniza, aceite de alegría en vez de luto, manto de alabanza en vez de espíritu abatido; para que sean llamados robles de justicia,
plantío del Señor, para que Él sea glorificado. Entonces reedificarán las ruinas antiguas». Como vemos, Dios no ha terminado con su pueblo, con la destrucción de Jerusalén en el año 586. La promesa de la redención futura está aquí y se centra en que Dios enviará a uno que será ungido por su Espíritu para dar buenas nuevas a los pobres.
Esta es la descripción de la cual Jesús dice: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que han oído».
Y luego, recordarán, cuando Juan el Bautista estaba en prisión y él estaba preocupado. Y se pregunta: «¿Qué pasa? ¿Por qué Jesús no ha proclamado su poder? ¿Por qué no ha tomado el control de la situación mientras que Juan languidece en la cárcel? Juan envía un mensaje a Jesús desde su celda, y el mensaje es una breve pregunta: «¿Eres tú el que ha de venir, o esperaremos a otro?» Qué crisis de fe. El mismo hombre que había anunciado la llegada del Mesías, quien era el heraldo del rey, quien cantó el Agnus Dei, quien dijo: «he aquí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo», ahora está pasando por una crisis de fe. Y él dijo: «Jesús, eres realmente el que esperamos, o debemos esperar a otro?»
Jesús envía una respuesta, «Ve a decirle a Juan que los ciegos ven, los sordos oyen, y al pobre se le predica el evangelio». ¿Qué está haciendo Jesús aquí? Está diciendo: «Ve y dile a Juan que lea Isaías 61, para que pueda comprender la vocación que tengo».
Sin duda, la dimensión más conmovedora de esa vocación es la que se registra en Isaías capítulo 53, que es la canción del siervo, el Siervo del Señor. Esto es tan fundamental en el Nuevo Testamento para la comprensión de la obra de Cristo en la cruz.
Versículo 4: «Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades, y cargó con nuestros dolores; con todo, nosotros lo tuvimos por azotado, por herido de Dios y afligido. Mas Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz cayó sobre Él, y por sus heridas hemos sido sanados».
Este pasaje, la totalidad de Isaías 53 se lee casi como el informe de un testigo ocular de la crucifixión de Cristo. Una de las profecías más asombrosas de toda la palabra de Dios es esta profecía, sobre la venida de uno que va a cargar los pecados de su pueblo, y este mensaje de la redención se cumple en todo detalle, por la venida de Cristo predicha por Isaías.