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Transcripción
Puede que sea extraño decir algo así, pero he tenido la oportunidad de asistir a algunos de los funerales más magníficos, maravillosos y conmovedores de mi vida. Pero de todos los funerales a los que he asistido, el que recuerdo de forma más vívida ocurrió hace muchos, muchos años en Pittsburgh, cuando un sacerdote episcopal murió repentinamente a los 42 años. Y para el momento de su funeral, todo el sacerdocio de la diócesis de Pittsburgh fue parte del coro en aquella ocasión y la catedral estaba llena. Cada asiento ocupado.
Y, al final de ese servicio fúnebre, el himno final para la salida fue «Todos los santos descansan de su labor». Y todavía puedo sentir que salí flotando de esa iglesia después de ese sermón. Pero mis ojos se llenaron de lágrimas mientras se llevaba a cabo, pues era el funeral de un amigo muy cercano y un compañero en el ministerio cuyo nombre era Don James. Y, en el momento de su muerte, era el director ejecutivo de una organización llamada «El experimento de Pittsburgh». Era una organización que fue fundada por el ya difunto y gran Sam Shoemaker.
Y, «El experimento de Pittsburgh» fue un ministerio dirigido básicamente a hombres de negocios, en el que Sam Shoemaker trató de desafiar a los hombres de negocios en la ciudad de Pittsburgh con un experimento de treinta días de oración, donde desafió a los hombres a orar solo durante treinta días por los mayores problemas que enfrentaban en sus negocios, en sus matrimonios, en sus vidas personales. Y también los desafió a un experimento de treinta días para orar por sus enemigos, porque Sam descubrió que después de treinta días, que, si la gente oraba todos los días por el bienestar de su enemigo, sus corazones se ablandarían hacia los demás.
Bueno, en una ocasión Sam Shoemaker se dirigió a un grupo de hombres de negocios y había un tipo que estaba entre la multitud que era un ex instructor de reclutas de la Marina, él bebía mucho, maldecía e insultaba mucho y era muy escéptico. Cuando Sam dio este desafío, este hombre soltó un improperio vulgar mostrando su desprecio por lo que acababa de escuchar sobre el poder de la oración. Justo en frente de este honorable sacerdote episcopal, Sam Shoemaker, este joven, ya saben, soltó este improperio y Sam se detuvo en seco, volteó hacia ese tipo, se acercó a él y le puso el dedo en la cara y le dijo: «Te reto a hacer esto durante treinta días. Y vuelve aquí dentro de treinta días y repite lo que acabas de decir que era».
Entonces el tipo dijo: «Acepto el reto». Y en esos treinta días este joven ex marine entregó su vida a Cristo y se convirtió en el sucesor de Sam Shoemaker. Ese fue su funeral, al que asistí. Qué guerrero de la fe fue Don James, cuando continuó el ministerio de desafiar a hombres como él en toda la ciudad para que participaran en un experimento de solo treinta días en oración. Lo que estaba tratando de hacer era mentorear a la gente, entrenar a la gente, no solo decir: «Todos ustedes deberían orar», sino darles un experimento de laboratorio de oración, una prueba clínica para ver qué impacto tendría en sus vidas.
Una cosa es decirle a alguien: «Lo que tienes que hacer es orar durante quince minutos o media hora o una hora todos los días por el resto de tu vida». Eso es muy intimidante. Pero pedirle a la gente que ore por treinta días, para obtener la experiencia como principiantes sin grandes expectativas de convertirse, ya saben, en gigantes espirituales en treinta días. Entonces puedes hacer que la gente se mueva en esa dirección.
Bueno, en nuestra primera sesión mencioné que creo que nuestra mayor necesidad hoy, cuando se trata de orar, es aprender cómo hacerlo. Y uno de los métodos o técnicas de oración más simples que he oído hablar y que he aprendido, es uno que usa el viejo acróstico y yo lo llamo el ABC de la oración, los principios básicos, las estructuras elementales de la oración. Por eso utilizo el término ABC. También lo llamo el ABC, porque estamos siguiendo un acróstico usando letras del alfabeto y es el famoso acróstico en inglés: ACTS, A-C-T-S .
Y el acróstico va así: la «A» significa adoración. La «C» significa confesión. La «T» en inglés es thanksgiving o acción de gracias. La «S» es para súplica. Y supongo que puedo decir que aquí tenemos una respuesta a mi oración de que la poca cantidad de tiza que me han dado para esta sesión ha sido, hasta ahora, adecuada para mis necesidades. Pero, veamos estos cuatro elementos. Ahora, digo que estos son el ABC. Esta es una guía simple y pequeña para ayudarnos a recordar los elementos importantes que deben ser parte de nuestra vida de oración. Y también tengo que decirles y confesarles que todavía estoy en el nivel ABC. Cuando oro, todavía paso por este acróstico en mi mente, como una lista.
Me gusta empezar todas mis oraciones con adoración y luego pasar a la confesión, luego pasar a dar las gracias y al final pasar a la intercesión, súplica, lo que toque. Ahora, después de nuestra primera sesión, alguien de nuestro auditorio en el estudio hizo una pregunta que pensé que era una pregunta importante y que debería hablarse en una sesión. Y esta mujer preguntó lo siguiente: «¿Cuál es la postura apropiada para la oración?». ¿Deberíamos estar de rodillas? Había hecho referencia a «Santiago el Justo» y a las rodillas de un camello viejo en el Nuevo Testamento y lo que ella estaba preguntando es: ¿se supone que debemos orar de rodillas? ¿Cuál es la forma correcta de orar?
Y cuando respondí su pregunta, le dije que hablaría de eso en la próxima sesión, porque creo que esto es algo que toca un tema más profundo con respecto a la oración. En realidad, la pregunta debería ser: «¿Cuál debe ser nuestra actitud cuando estamos orando?». Porque, la postura, nuestra postura física, está asociada a una actitud particular. Y le mencioné que no hay nada mágico o sagrado cuando uno ora de rodillas, pero que a través de la historia hay un significado universal cuando un humano se pone de rodillas. Es una postura que demuestra reverencia.
Las personas se arrodillan ante un rey. Pueden arrodillarse ante un gran guerrero. Se arrodillan ante alguien por quien tienen un enorme respeto. Y entonces, ¿qué podría ser más apropiado cuando entramos en la presencia de Dios que mostrar nuestra sumisión y nuestra humildad ante Él al ponernos de rodillas? Luego pasé a explicar también que esa no es la única postura que la iglesia ha conocido en la historia, incluso en los tiempos del Antiguo Testamento. Que una de las formas o posturas comunes de oración, históricamente, era estar de pie y no con los ojos cerrados, sino mirando hacia el cielo con las manos levantadas.
Ahora, esa idea de las manos levantadas ha sido reconstituida y recuperada en el movimiento carismático. Algunas personas están muy nerviosas por eso, pero hay una amplia historia en la fe cristiana de personas que se expresan y se abren a sí mismas cuando miran hacia el cielo. Esas no son las únicas dos posturas de oración. También vemos de manera uniforme a lo largo de las páginas de la Escritura, en particular en el Antiguo Testamento, que cuando las personas vienen a la presencia de Dios, en el Antiguo y Nuevo Testamento, caen de bruces ante Él. Eso es más que arrodillarse, es postrarse delante de Dios en el suelo.
Para ser francos, mi preferencia personal, la forma en que me gusta orar es boca abajo. De hecho, les conté un pequeño secreto. Me gusta construir mi propio pequeño tabernáculo. Me gusta tomar una silla baja o una mesa baja, no sé por qué lo hago y me gusta arrastrarme debajo de una mesa o en algún lugar donde tenga un pequeño escondite, para estar boca abajo. Tengo artritis en las rodillas. No quiero estar pensando que me duelan las rodillas mientras estoy orando.
Por lo tanto, puedo estar cómodo, pero puedo estar boca abajo ante Dios. Eso me encanta. Es mi forma. Pero no estoy diciendo que esa sea una receta para la oración. Pero sí creo que es importante hacer la pregunta: «¿Cuál es una buena postura?». Y yo sugeriría una de estas tres o alguna otra que encuentres significativa. De nuevo, la razón por la que estoy tomando tiempo para esto es que, aunque toda la oración no está dedicada a la adoración, como mencioné, todo el tiempo de oración debe hacerse en un espíritu o postura de adoración.
También dije en nuestra sesión anterior, que hay dos cosas que tenemos que recordar cuando entramos en oración que son absolutamente fundamentales para la oración adecuada. Y esas dos cosas son simples. La primera es que necesitamos recordar a quién le estamos hablando. Esa es la número uno. Y número dos: necesitamos entender y recordar quién está hablando. Es decir, necesitamos recordar quién es Dios y quiénes somos nosotros.
Acabo de hablar con un hombre esta semana que ha leído la Biblia completa, una y otra vez, pero ahora está leyendo la Biblia desde Génesis hasta Apocalipsis, con dos preguntas en mente. Él quiere leer toda la Biblia y solo concentrarse en dos puntos. Me dijo: «Los dos puntos que quiero ver son: lo que dice la Biblia sobre el carácter de Dios y lo que la Biblia dice sobre el carácter del hombre». Dice que ha avanzado solo una cuarta parte, pero que ya se siente abrumado. Porque el patrón es muy, muy claro sobre la bondad y la justicia y la magnificencia y la santidad de Dios, y la pecaminosidad, la inconsistencia y la deslealtad de los seres humanos delante de Él.
Conté esta historia antes, de lo que sucedió cuando Babe Ruth fue presentado al rey de Inglaterra. Se le iba a conceder una audiencia con el rey y se le instruyó en el protocolo adecuado. Y se le dijo que cuando entrara en la cámara del rey, debía inclinarse y se le dijo que se dirigiera al rey como «Su Majestad» y así sucesivamente. Y después de recibir todas estas instrucciones, a Babe Ruth se le concedió la audiencia. Él entró en la habitación. No se inclinó y tampoco dijo: «Su majestad». Tan solo vio al rey de Inglaterra y le dijo: «Hola, rey». Y recuerdo cuando leí esa historia, que eso era típico de los estadounidenses.
Lo mismo me pasó cuando estaba en la escuela de posgrado en los Países Bajos y estábamos sentados en una sala de conferencias y era como un auditorio. Y quizás había como ochenta hombres en ese lugar. Y yo estaba muy arriba en el último peldaño y muy alejado del profesor. Hacía mucho calor. No había aire acondicionado. Me quité la chaqueta, la puse sobre mi … asiento y el profesor se detuvo a la mitad de su oración en su conferencia. Y me miró con desdén. Él no me conocía en absoluto. Él no sabía cómo me llamaba en ese momento; pero dijo esto: «El estadounidense, ¿por favor, podría ponerse de nuevo el abrigo?».
Él no sabía quién era yo, pero sabía que era estadounidense porque sabía que solo un estadounidense tendría la audacia de quitarse la chaqueta en una conferencia formal. Me pregunto qué pensaría si viera a los estudiantes en la universidad hoy y viera la forma cómo se visten en este país. Pero tenemos la reputación de ser casuales, informales y con ello, irrespetuosos. No hemos tenido la experiencia de aprender la etiqueta de la corte. La palabra cortesía proviene de la abreviatura de dos palabras: «corte y etiqueta. No hemos aprendido el protocolo adecuado para entrar en presencia del rey.
A veces escuchas a los cristianos hablar de Jesús como si fuera solo un amigo, no es que no sea un amigo en el sentido de una persona leal y confiable que está comprometida contigo, sino como si fuera un compadre. Es muy casual. «Oye Jesús, ¿a dónde vamos a ir hoy? ¿Vamos a ir a la playa? ¿Qué vamos a hacer?». Cuando nadie, ni un cristiano en su sano juicio se relacionaría con Jesús de esa forma si entrara al salón, porque Él es el Hijo del Dios encarnado. Él es el Rey de reyes y el Señor de señores. Entonces, nuestro acróstico de oración comienza no solo con una expresión de adoración, sino con una postura y una actitud de adoración.
Ahora, la mayor parte del tiempo que oramos, oramos aquí. Traemos nuestra lista de peticiones a Dios. Le decimos a Dios lo que está en nuestros corazones, lo que queremos que haga por nosotros. Y no hay nada de malo en llevar nuestras peticiones ante Dios. De nuevo, el Nuevo Testamento nos deja claro que estamos invitados a venir a la presencia de Dios para darle a conocer nuestras peticiones con acción de gracias. Se nos dice que lo hagamos siempre con agradecimiento. Pero estamos invitados a venir y traer estas peticiones.
Pero es como si no pudiéramos esperar para llegar a las súplicas. Y, sin embargo, cuando leemos las oraciones inspiradas por el Espíritu Santo que están registradas en la Sagrada Escritura, es sorprendente la poca atención que se le da a esto y cuánta atención se le da a la «A». De hecho, lejos esté de mí que, ni en broma, sea yo capaz de corregir al Señor Jesús en Su sabiduría de enseñanza y en Su pedagogía. Pero me sorprendo cuando leo en las Escrituras y en el Nuevo Testamento que cuando Sus discípulos vienen a Él y le dicen: «Maestro, Señor, enséñanos a orar». Realmente me sorprendo con su respuesta.
En realidad, no es la respuesta que esperaba y sin duda no es la respuesta que habría dado. Pero lo que hizo al responder a esa pregunta, fue: «Cuando oren, oren así». Y veremos los elementos del Padre nuestro y veremos lo que podemos aprender de esa oración modelo que Jesús dio a Sus discípulos. Pero lo que espero que Jesús diga cuando alguien viene a Él y le dice: «Enséñame a orar»… Hubiera pensado que Jesús les diría: «¿Quieres saber cómo orar? ¿Quieres aprender a ser articulado en la oración? ¿Quieres que Dios te dé un lenguaje de oración? Sumérgete en los salmos».
Porque los salmos en su mayor parte no son otra cosa, más que una colección de oraciones inspiradas por el Espíritu Santo. Y encuentro que las personas que se sumergen en los Salmos no tienen ningún problema para decir lo que quieren decir a Dios, no hay problemas para adquirir un lenguaje de oración. Ese lenguaje ya está ahí en la Palabra, cuando estás usando las palabras de Dios para hablarle a Dios. Y lees las oraciones de los salmos, los salmos de David. «¡Oh Señor, Señor nuestro, cuán glorioso es Tu nombre en toda la tierra». Ese tema recorre todos los Salmos. Lo vemos en la oración de María: «Mi alma engrandece al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador».
En los salmos en particular, vemos a Dios ensalzado, Su grandeza expresada en un lenguaje fantásticamente hermoso. Y sientes que el salmista conforme ora está expresando reverencia, honor y adoración ante Dios. Y así, es como si tuviera una audiencia con el rey, lo primero que debería hacer es expresar mi humildad ante el rey y darle el honor que se merece. Y entonces, cuando inicio una conversación con el Señor, empiezo la conversación con adoración. Empiezo expresando la profundidad de mi alma, cómo me siento con respecto a Su grandeza, Su majestad, Su excelencia.
Es por eso que creo que, es bueno, cuando estás en esta parte o en esta fase de orar, que pienses en las muchas excelencias de Dios. Piensa en Sus atributos. Piensa en Su carácter. Piensa en Su ser y alábalo por ser quien es. De eso se trata la adoración. Y he descubierto esto, que cuanto más avanzan las personas en sus vidas de oración, más tiempo pasan aquí. De hecho, es difícil conseguir que se muevan de aquí. Quieren pasar todo su tiempo en adoración. Así que esa es la primera parte.
La segunda parte es la confesión, seguida de la tercera parte, gratitud y la cuarta parte la súplica. Y como estoy teniendo una carrera con el reloj y la estoy perdiendo, voy a dejar estos tres elementos del acróstico para nuestra próxima sesión. Pero por ahora, vamos a recapitular diciendo que el ABC de la oración comienza y se sostiene con un espíritu de adoración.