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Transcripción
En la sesión de hoy, veremos de forma rápida la crucifixión de Cristo. Todos estamos familiarizados con la frase del apóstol Pablo de que nada se propuso saber excepto a Cristo, y Este crucificado. Por supuesto, ese fue un ejemplo de una hipérbole apostólica porque Pablo también sabía mucho más, y escribió sobre muchos otros temas además de la cruz de Cristo. Pero lo que Pablo estaba diciendo con ese comentario era que en la crucifixión alcanzamos la cúspide de la obra de Cristo, la cima, el punto más alto de la misión a la que fue enviado a cumplir.
Ahora, si hubiéramos sido testigos oculares de la crucifixión el Viernes Santo, creo que es poco probable que nos hubiéramos dado cuenta de que estábamos viendo un acto de importancia cósmica, que estábamos viendo una expiación. Las personas que estaban reunidas allí en el Gólgota tenían diferentes perspectivas sobre lo que estaban viendo. Desde el punto de vista de Caifás, la ejecución de Jesús fue una oportunidad política para mantener a los romanos lejos del Sanedrín judío. Para Pilato también fue un acto de conveniencia política para calmar a la tumultuosa multitud que gritaba por la sangre de Cristo. Para el ladrón en la cruz, quien reconoció la identidad de Jesús, lo vio como un acto de injusticia. Pero ¿quién como observador vería en este acto una expiación que tendría implicaciones de tan largo alcance?
Para entender la profundidad de lo que sucedió en la cruz, tenemos que ver las epístolas del Nuevo Testamento, en las que recibimos la interpretación del significado del evento de la cruz. De forma breve permítanme buscar en Romanos, capítulo 3, donde el apóstol Pablo dice estas palabras en el versículo 21, «Pero ahora, aparte de la ley, la justicia de Dios ha sido manifestada, confirmada por la ley y los profetas. Esta justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo es para todos los que creen. Porque no hay distinción, por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios. Todos son justificados gratuitamente por Su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió de forma pública como propiciación por Su sangre».
Hay dos comentarios que el apóstol hace aquí en referencia a nuestra justificación, que se relacionan con la obra de Jesús. Una es con respecto a la palabra «redención» que veremos de cerca en unos momentos. Pero la que quiero que veamos ahora es su referencia a este acto de propiciación de que, en la muerte de Jesús, en el derramamiento de Su sangre, hubo un acto de propiciación. ¿Qué significa eso? El judío que lea este material lo entendería a la luz de la celebración del día de la expiación en el Antiguo Testamento. Se discute en cuanto a importancia cuál era el día más importante del año: la celebración de la Pascua o la celebración del día de la expiación.
Pero el día de la expiación anual, Yom Kippur, tenía lugar cuando el sumo sacerdote era consagrado para una tarea especial. Él mismo tenía que hacer una ofrenda de un novillo como sacrificio y luego debía tomar dos machos cabríos, uno que sería enviado como macho cabrío expiatorio al desierto y el otro que lo matarían. Y luego el sumo sacerdote, después de hacer los rituales de limpieza, se le permitía entrar en el lugar más sagrado de Israel, en el sanctus santorum, el Lugar Santísimo, detrás del velo en el borde del lugar santo, donde solo el sumo sacerdote podía ir. Y entraría en el Lugar Santísimo llevando consigo la sangre del sacrificio que había sido muerto. ¿Y qué debía hacer con él? Debía tomar esa sangre y rociarla sobre el propiciatorio. Y el propiciatorio, que estaba en el Lugar Santísimo, era el trono de Dios.
Y el propiciatorio era la tapa de este trono y dentro del trono estaba, por ejemplo, la vara de Aarón y los Diez Mandamientos o la ley de Dios. Y así, en este ritual, la sangre se rocía sobre el trono de Dios indicando un sacrificio de sangre a fin de satisfacer las demandas de la justicia de Dios. Así que, lo que estamos viendo en un acto de propiciación, es en un acto de satisfacción. Este concepto es algo extraño para nosotros porque se nos ha dicho con frecuencia que Dios es un Dios de amor. Es un Dios de misericordia. Él es un Dios de gracia que nos perdona, libremente, de nuestros pecados y la idea que tenemos entonces de Dios es que todo lo que Dios tiene que hacer para reconciliarnos con Él es simplemente otorgarnos Su perdón. Pero cuando pensamos así, olvidamos que Dios es santo. Olvidamos que Dios es justo.
Y al final del pasaje que acabo de leer en Romanos 3, dice que «fue exhibido como una propiciación por Su sangre a través de la fe para demostrar Su justicia porque en Su tolerancia, Dios había pasado por alto los pecados que se cometieron antes para demostrar en este tiempo Su justicia a fin de que Él sea justo y sea el que justifica». Entonces, cuando Dios justifica a Su pueblo, no lo hace solo mediante un acto unilateral de perdón, porque hacerlo así, sin satisfacción, sin expiación, sin propiciación sería una completa violación de Su propia justicia. Dios no le guiñará el ojo al pecado. Dios no pasará simplemente por encima de él sin exigir un castigo por ello. De modo que, en todo el ritual elaborado del día de la expiación, vemos el simbolismo del sacrificio de sangre que se da para propiciar la ira de Dios para satisfacer Su justicia.
Ahora, llegamos al Nuevo Testamento y leemos el libro de Hebreos y el libro de Hebreos nos recuerda que la sangre de toros y machos cabríos no puede expiar nuestros pecados. Toda esa acción elaborada de matar al macho cabrío y rociar su sangre en el propiciatorio no va a salvar a nadie de sus pecados porque no hay ningún valor inherente e intrínseco en la sangre de un macho cabrío para efectuar la propiciación. Entonces, ¿cómo fueron perdonados los pecados de la gente en el Antiguo Testamento? No sobre la base de la sangre del macho cabrío, sino sobre la base de la sangre de Cristo, quien estaba por venir. Todas estas observaciones y rituales en el tabernáculo y más tarde en el templo apuntaban más allá de sí mismos, a la realidad futura que vendría, que de hecho satisfaría las demandas de la rectitud de Dios y Su justicia.
También mencioné aquí, en este texto, que Cristo fue enviado para traer la redención y este concepto de redención también está vinculado a toda la obra de Jesús en la cruz. La redención tiene que ver con redimir algo. Tenemos la experiencia en nuestra historia pasada en Estados Unidos de tener supermercados y otras tiendas que repartían cupones de ahorro y esa costumbre simplemente ha desaparecido en los últimos años, pero solía ser que en cada centro comercial, había una pequeña tienda que se llamaba «centro de redención» y en ese centro de redención, había todo tipo de electrodomésticos y herramientas, bicicletas, lo que sea y cuando tenías muchos cupones acumulados, podías cambiarlos por algún objeto de uso real porque en realidad no hacías efectivos los cupones. Redimías los cupones para comprar lo que sea que tú querías.
Y eso es lo que está pasando aquí con la redención. La redención es un acto de compra. Es un acto económico, por así decirlo. Y Jesús en la cruz está comprando algo. Está comprando a alguien redimiéndolo o pagando el precio de la redención. Una vez más, en el Antiguo Testamento, tenemos situaciones en las que cuando las personas no podían pagar sus deudas, ellos podían entregarse a su deudor y empezar el proceso para ser contratados como servidumbre hasta que la deuda fuera pagada. Y si un hombre, por ejemplo, se convertía en un sirviente contratado y tenía que trabajar durante cinco, seis o siete años para pagar su deuda y mientras estaba en esta servidumbre, se casaba con una mujer y llegaba el momento en que terminaba su período de servicio, él debía ser liberado, pero no la mujer.
Porque a fin de proteger a la mujer, de estar casada con una persona insolvente, quien en primer lugar no podía ocuparse de sus propios asuntos, sin mencionar el cuidado de una mujer o de cualquier hijo, la mujer o los niños se quedarían hasta, o a menos que, el sirviente liberado pagara el precio de la novia para redimir a su novia. Y cuando él pagaba el dinero, su novia era liberada. Esa representación también corre por el Nuevo Testamento cuando Jesús compra a su novia que estaba en esclavitud, que estaba en servidumbre al mundo, a la carne y al diablo. Es por eso que Pablo les dirá a sus lectores, ustedes no son suyos, sino que han sido comprados por precio. Han sido comprados.
Y el precio era la sangre de Cristo o deberíamos decir la vida de Cristo, porque en las categorías judías la vida estaba en la sangre. Y la razón por la que se requería la sangre, no era tan solo que ellos podían raspar al animal y sacarle un poco de sangre y eso cumpliría con lo necesario para el sacrificio. No, la sangre era derramada porque la vida era requerida en pago por el pecado, porque en el principio el castigo por todo pecado era la vida. Es decir, en el proceso de redención del Antiguo Testamento, muchas veces el que compraba a alguien para sacarlo de la esclavitud era un pariente y ese pariente era conocido como «el pariente redentor», el pariente que pagaría por la liberación de su hermano o hermana o madre o quien fuera. Por eso en las categorías del Nuevo Testamento, Jesús es el supremo pariente Redentor y Él hace el pago por ese precio en la cruz.
Si vemos también la carta de Pablo a los Gálatas, en el capítulo 3 de Gálatas, vemos una declaración asombrosa donde Pablo escribe en el capítulo 3, versículo 10 estas palabras: «Porque todos los que son de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: “Maldito todo el que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas”. Y que nadie es justificado ante Dios por la ley es evidente, porque “El justo vivirá por la fe”. Sin embargo, la ley no se basa en la fe. Al contrario, “El que las hace, vivirá por ellas”. Luego leemos en el versículo 13. Esto es asombroso. «Cristo nos redimió de la maldición de la ley».
Permítanme parar allí por un segundo. «Cristo nos redimió de la maldición de la ley». Pablo acaba de volver a los términos del pacto del Antiguo Testamento que Dios hizo con Moisés y que se renovó en el libro de Deuteronomio, recuerdan que Dios le dijo a Su pueblo, cuando los reunió en asamblea solemne, dijo: «Si guardas estas leyes que te he dado, obedeces mis preceptos y mis mandamientos, entonces bendito serás en la ciudad, bendito serás en el campo, bendito serás cuando te levantes, bendito serás cuando te vayas a la cama por la noche, bendito serás por todas partes. Pero si no cumples mi ley, entonces maldito serás en la ciudad, maldito serás en el campo, maldito serás cuando te levantes, maldito serás cuando te vayas a la cama por la noche. La maldición, mi maldición, te alcanzará».
Algo que me gusta cuando canto villancicos de Navidad es que, en «Al mundo paz» hay una frase en el himno que se refiere a la eficacia de la obra de redención de Cristo. Esta se lleva a cabo donde sea que se encuentre la maldición. Esa maldición aparece en los primeros capítulos del Génesis, tan pronto como el pecado entra en el mundo a través de la tentación de la serpiente.
El hombre es maldito. La mujer es maldita. La serpiente es maldita. La tierra es maldita. Y toda la creación gime con dolores de parto hasta que esa maldición sea eliminada. Pero ¿cuál es esa maldición? Me gusta explicarlo en estos términos. Todo el mundo conoce la bendición hebrea: «El Señor te bendiga y te guarde; el Señor haga resplandecer Su rostro sobre ti y tenga de ti misericordia; el Señor alce sobre ti Su rostro y te dé paz».
Ahí tenemos un caso de poesía hebrea de paralelismo sinónimo, donde cada frase significa la misma cosa. De modo que, para el judío, «El Señor te bendiga», significa lo mismo que, «El Señor haga resplandecer Su rostro sobre ti», porque la bendición suprema para el judío era poder algún día ver a Dios cara a cara. «Que el Señor alce la luz de Su rostro sobre ti, el resplandor de Su rostro. Que ese resplandor descienda sobre ti y te dé Su paz». Ese es el sentido supremo de la bendición, pero la bendición es la antítesis, es el polo opuesto de la maldición. Entonces, ¿qué significaría ser maldecido por Dios? En lugar de decir: «Que el Señor te bendiga y te guarde», diría: «Que el Señor te maldiga y te abandone».
En lugar de hacer que Su rostro brille sobre ti, «Que el Señor te dé la espalda y te dé solo juicio. Que el Señor aparte Su rostro de ti y quite la paz de tu vida». Pablo continúa diciendo aquí, usando estas categorías de bendición y maldición, dice: «Cristo nos redimió de la maldición de la ley, habiéndose hecho maldición por nosotros, porque escrito está: “Maldito todo el que cuelga de un madero”, a fin de que en Cristo Jesús la bendición de Abraham viniera a los gentiles, para que recibiéramos la promesa del Espíritu mediante la fe». A fin de que la bendición que fue prometida a Abraham y a su simiente sea recibida, el pecado debe ser castigado primero.
Y ahora Jesús no solo toma la maldición sobre Él, sino que Él se convierte en la maldición. Él encarna la maldición. Él tiene que ser completamente abandonado por Dios. La agonía por la que Él grita en la cruz: «Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has abandonado?», ocurrió cuando Dios apagó las luces. El Padre le da la espalda a Jesús. Una vez se imputan a Jesús todos nuestros pecados, Él vino a ser el espectáculo más repugnante del universo, y Dios es demasiado santo como para ver el pecado, por lo que le dio la espalda, para que fuera maldecido, para que no seamos maldecidos y en su lugar podamos ser bendecidos. Pero gracias a Dios, la maldición de Cristo no duró por la eternidad. Fue solo por un momento allí en el Gólgota. Saben, he dicho esto muchas veces que cuando la gente habla de la crucifixión, hablan y hablan sobre el dolor físico que soporta alguien que está sujeto a los clavos y espinas y la lanza en el costado.
Me pregunto si es que Jesús llegó a sentir todo esto. Miles de personas murieron así, pero solo una recibió la plenitud de la maldición de Dios en medio de Su crucifixión. Y finalmente, antes de entregar su espíritu, dijo: «Tetelestai». Consumado es. Y se entregó en las manos de Aquel que acababa de maldecirlo y fue recibido una vez más en la presencia del Padre. La humillación, el sufrimiento, la maldición había terminado y, sin embargo, Jesús todavía tenía más trabajo por hacer. Es por eso que la historia no termina el viernes. La historia no termina en la cruz. El domingo está por llegar porque la obra de Jesús continúa.