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Transcripción
Continuamos con nuestro estudio de la obra de Cristo. En nuestra última sesión vimos brevemente Su muerte expiatoria en la cruz y hoy vamos a ver la resurrección. Puede parecer un poco extraño hablar de la resurrección de Cristo como parte de Su obra porque todo el evento de Su resurrección fue uno en el que Jesús fue completamente pasivo. Él no se resucitó a sí mismo de entre los muertos, sino que fue resucitado, por el poder del Espíritu Santo, de entre los muertos. Para comprender lo que sucedió allí en la resurrección, lo primero que tenemos que entender es que cuando Jesús murió en la cruz, estaba muerto de verdad. Y cuando fue enterrado en la tumba, estaba realmente muerto.
Esta fue una ocasión en la que el cuerpo de Jesús era un cadáver. Su espíritu o Su alma había dejado Su cuerpo y estaba con el Padre, pero Su cadáver físico fue colocado en la tumba y en el caso de ese cadáver, así como con cualquier otro cadáver, no había latidos de corazón, no había ondas cerebrales, no había sangre palpitando por Sus venas. Él estaba muerto y como un hombre muerto en Su humanidad, Él era completamente impotente para hacer cualquier obra importante.
Sin embargo, hablamos de la resurrección como parte de la obra de vital importancia de Cristo.
Para entender eso, permítanme tomarme un momento para ver la frase de Pablo sobre esto en 1 Corintios, capítulo 15, empezando en el versículo 20, donde Pablo escribe estas palabras: «Pero ahora Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicias de los que durmieron. Porque ya que la muerte entró por un hombre, también por un hombre vino la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo en Su venida. Entonces vendrá el fin, cuando Él entregue el reino al Dios y Padre, después que haya terminado con todo dominio y toda autoridad y poder. Pues Cristo debe reinar hasta que haya puesto a todos Sus enemigos debajo de Sus pies. Y el último enemigo que será eliminado es la muerte. Porque Dios ha puesto todo en sujeción bajo Sus pies».
En esta porción de la interpretación apostólica sobre la importancia de la resurrección, vemos la idea que notamos previamente en esta serie del vínculo existente entre Jesús y Adán en la función de Cristo como el nuevo Adán o como el segundo Adán. El primer Adán trajo la muerte al mundo. El nuevo Adán trae la resurrección de entre los muertos. De modo que, el enemigo supremo que aflige la vida humana, la muerte misma, es vencida con la resurrección. Aquí vemos a Christus Victor, Cristo la Victoria, no Cristo el Vencedor, no solo sobre Satanás, no solo sobre el pecado, sino que también es victorioso sobre la muerte misma, y no solo para sí mismo.
Sino que lo que el apóstol nos dice aquí es que Él se convierte en las primicias, de modo que en la resurrección Dios no solo levanta a Jesús de entre los muertos, sino que también levanta a todos los que están en Cristo, que participarán en ese triunfo sobre la muerte.
Por eso la resurrección de Cristo es tan importante para la fe cristiana, el que nos unamos para adorar todos los domingos en lugar del viernes es porque Cristo resucitó de entre los muertos el domingo. A eso llamamos el día del Señor y eso se ha convertido en el nuevo Sabbat, la nueva garantía de vida eterna para todos aquellos que ponen su confianza en Él. Pero volvamos al tema de la resurrección. Como dije, el cuerpo de Jesús era completamente pasivo. Ustedes pueden ver una analogía con Lázaro a quien Jesús resucitó. Cuando Lázaro resucitó de entre los muertos, Lázaro no aportó nada a ello. Recuerden que Lázaro había estado muerto por cuatro días y cuando Cristo vino y lo resucitó de entre los muertos, ¿cómo lo hizo? No entró en la tumba y le dio reanimación boca a boca. Tampoco le suplicó al cadáver y persuadió al cadáver y le dijo: «Vamos, Lázaro, recomponte». No. En cambio, lo llamó en voz alta diciendo: «Lázaro, sal fuera».
Así que, por orden del Hijo de Dios, ese cuerpo muerto cobró vida. Uso esa analogía porque nos remonta al principio de la creación y ¿cómo se creó todo el universo? ¿Cómo apareció la vida en primer lugar? ¿A través de un choque casual de átomos en este gran lodo? No. Sino a través del imperativo divino, por mandato del Dios eterno, el omnipotente que dijo: «Sea la luz» y las luces se aparecieron. Solo el poder de Su mandato fue lo que se necesitó para traer vida a la existencia en primer lugar y lo que se requiere para traer a Lázaro de vuelta de entre los muertos, el mismo poder de Dios el Espíritu Santo que se movía sobre las aguas al principio para producir la concepción de todo, de modo que ese mismo Espíritu ahora entra en la tumba donde se encuentra el cadáver de Jesús quien está atado en la tumba con paños de lino y el Espíritu de Dios lo resucita de entre los muertos.
Piénsenlo. Muy temprano, aquel domingo por la mañana, de repente los párpados se movieron, las ondas cerebrales se activaron, el corazón empezó a latir, la sangre empieza a fluir por las venas del Jesús inmolado y en el poder del Espíritu Santo, Él sale de esos paños funerarios, del estado de muerte y sale vivo, victorioso sobre la muerte. Es interesante el comentario que el Nuevo Testamento hace sobre la resurrección de Jesús, que tanta gente cree que es el milagro más increíble. La gente en el mundo secular… el escéptico, dice que si hay algo que sabemos con certeza es que cuando las personas mueren, permanecen muertas. Por tanto, si hay algo mitológico en el cristianismo, es esta premisa central de la resurrección, porque dicen: «Ese evento es simplemente imposible».
Y, sin embargo, el Nuevo Testamento lo ve desde una perspectiva muy diferente y dice que no era posible que la muerte lo retuviera. La muerte no tenía derecho sobre Él. La muerte es el castigo que Dios da a los seres vivos por el pecado, pero Jesús no tenía pecado. Ahora, por supuesto, cuando tomó nuestro pecado por imputación en la cruz, estaba lleno de pecado, pero no eran de Él. Su propia ausencia de pecado inherente, no le da autoridad a la muerte para retenerlo. Así que ¿imposible? Era imposible que Él no resucitara de entre los muertos. ¿Cómo puede la muerte retener a un ser humano sin pecado? No puede. Y así Jesús es vindicado en este acto de resurrección.
El Nuevo Testamento nos dice que Jesús fue resucitado para nuestra justificación. ¿No les parece extraño? Él vivió para nuestra justificación. Él murió para nuestra justificación, pero también fue resucitado para nuestra justificación. Así que todo ese proceso por el cual somos hechos justos con Dios en la justificación descansa sobre la persona de Jesús a través de Su vida, Su muerte y Su resurrección. ¿Por qué? ¿Cómo influye la resurrección en nuestra justificación? Bueno, supongamos que todo lo que Jesús hizo fue vivir una vida de perfecta obediencia, lo cual ya hemos considerado, además de ofrecerse a sí mismo como un sacrificio perfecto de una vez por todas en Su muerte.
Pero ¿cómo sabemos que el sacrificio satisfizo a Dios? ¿Cómo sabemos que ese sacrificio perfecto en la cruz fue aceptable para Dios? ¿Cómo sabemos que esta ofrenda de propiciación en realidad produjo propiciación con el Padre? En la resurrección, el Padre dice que Él recibe el sacrificio perfecto de Cristo. Lo acepta como Su obra para justificar a los impíos. El Padre está diciendo en la resurrección: «Estoy satisfecho» y quita la maldición de nosotros en la resurrección de entre los muertos. Más adelante aquí en 1 Corintios, empecemos en el versículo 42, «Así es también la resurrección de los muertos. Se siembra un cuerpo (cualquier cuerpo) corruptible, se resucita un cuerpo incorruptible».
De nuevo, se hizo más evidente con el entierro de Lázaro, donde se nos dice que después de los cuatro días había este mal olor escapando de la tumba. La RV60 dice: «hiede». El hedor que acompaña a la corrupción de la carne fue parte de la realidad de la muerte y el entierro de Lázaro. ¿Por qué las mujeres fueron a la tumba el domingo temprano por la mañana, sino para llevar sus ungüentos y su perfume para ungir el cuerpo de un hombre que en la muerte empezaría a ver corrupción? Por tanto, el cuerpo es puesto en la tumba. Está sembrado en corrupción. Pero cuando Jesús resucitó de entre los muertos, no fue solo una reanimación. No fue como era antes de morir, Él entró a la tumba y ahora Dios lo resucita de entre los muertos y sale en la misma forma en la que estaba antes. No. Sí, había continuidad entre el cuerpo que entraba allí y el cuerpo que salía. Era el mismo cuerpo. Y todavía era identificable por las marcas de los clavos y la espada y eso. Podía ser reconocido.
Pero también hubo un cambio dramático en el cuerpo de nuestro Señor… Entre el momento en que entró en la tumba y el momento en el que salió. Cuando Él salió resucitado, no es simplemente que Su cuerpo anterior fue restaurado. No. Sino que Su antiguo cuerpo fue glorificado. Escuchen una vez más cómo Pablo lo describe. Se siembra en corrupción, en corruptibilidad. Se resucita incorruptible. El cuerpo que salió de esa tumba nunca más podría sufrir descomposición o corrupción en la carne. Nuestros cuerpos cuando salgan de la tumba en nuestra resurrección nunca más se deteriorarán. Nunca más estarán sujetos a los estragos del tiempo y de la enfermedad. Serán incorruptibles. El cuerpo «se siembra en deshonra, se resucita en gloria».
Hemos visto a lo largo de este estudio que la vida de Cristo siguió el patrón de humillación que se movía constantemente en dirección hacia la exaltación. Incluso el cuerpo de Jesús fue sembrado en deshonor, humildad, crucificado, pero es resucitado en gloria. Es verdad que no sé cómo se ve un cuerpo humano glorificado, pero sé que es diferente a como son nuestros cuerpos ahora. Hace un instante el apóstol Pablo había dicho: «No toda carne es la misma carne». Hay una especie de carne de hombres, otra carne de animales, otra de peces, otra de aves. También hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres, pero la gloria de lo celestial es una, la gloria de lo terrestre es otra. Hay una gloria para el sol, otra gloria de la luna, otra gloria de las estrellas, porque una estrella difiere de otra estrella en gloria.
Vemos niveles, grados de gloria a nuestro alrededor. Lo que no hemos visto es humanidad glorificada. Y eso fue lo que salió de la tumba. «Sembrado en deshonra, resucitado en gloria».
Continúa: «Se siembra en debilidad». Ustedes saben que la Biblia exalta nuestra creación. El salmista dice que hemos sido «asombrosa y maravillosamente hechos». A veces, cuando reflexiono sobre mi propia vida, de más de siete décadas, 1.17.27 a veces me sorprendo y digo: ¿cómo puede este cuerpo frágil haber sobrevivido setenta años en este mundo, en este planeta con todas las enfermedades, todos los accidentes, todo aquello que ocurre? ¿Nunca se han preguntado sobre eso? ¿Cómo hemos vivido tanto tiempo? Porque estamos muy cerca de la muerte cada segundo, a un latido de distancia, porque nuestros cuerpos son esencialmente débiles. No tienen la capacidad de sostenerse indefinidamente.
En cuanto a vivir para siempre, somos absolutamente impotentes, en nuestra condición natural. Somos sembrados en debilidad, así como el cuerpo de Jesús fue puesto en la tumba, en la debilidad de la carne humana. Pero el cuerpo que salió dejó atrás esa debilidad. El cuerpo que salió, salió en poder y en fuerza. Hay un cuerpo natural y hay un cuerpo espiritual. «Así también está escrito: “El primer hombre, Adán, fue hecho alma viviente”. El último Adán, espíritu que da vida. Sin embargo, el espiritual no es primero, sino el natural; luego el espiritual. El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre es del cielo. Como es el terrenal, así son también los que son terrenales; y como es el celestial, así son también los que son celestiales. Y tal como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial».
He aquí el meollo de la obra de Cristo en la resurrección, que Él nos da una nueva humanidad, Él restaura la imagen original de Dios en Su pueblo y los ha preparado para vivir para siempre.
Pablo concluye diciendo: «Esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios; ni lo que se corrompe hereda lo incorruptible. Así que les digo un misterio: no todos dormiremos, pero todos seremos transformados en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la trompeta final. Pues la trompeta sonará y los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Pero cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: “Devorada ha sido la muerte en victoria [la muerte es devorada, consumida en victoria]. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde, oh sepulcro, tu aguijón?”. El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley; pero a Dios gracias, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo».
Ese es el punto de Su obra, que Él es resucitado por el Padre, por el poder del Espíritu, no simplemente para Su propia vindicación, sino que fue levantado por nosotros. Él puede ser el primero en ser resucitado de esta forma, levantado en un estado glorificado, pero de ninguna manera será el último. Todos los que están en Cristo Jesús compartirán esta gloria de resurrección. Esa es nuestra esperanza. Esto está en el corazón y centro de la fe cristiana.