Recibe la guía de estudio de esta serie por email
Suscríbete para recibir notificaciones por correo electrónico cada vez que salga un nuevo programa y para recibir la guía de estudio de la serie en curso.
Transcripción
Creo que uno de los capítulos más fascinantes de toda la historia de la iglesia es, por supuesto, los acontecimientos que rodearon la destrucción de Jerusalén. No tenemos un registro bíblico de ese momento tan, tan importante que ocurrió en el año 70 d. C. Pero lo que sí tenemos es una descripción fascinante detallada de testigos oculares del asedio de Jerusalén y de todos los eventos que ocurrieron en su destrucción, escrita para nosotros por el famoso historiador judío Josefo.
Uno de los aspectos que me sorprende, es cómo pocos cristianos se han tomado el tiempo para leer la historia de estos eventos que fue compilada por Josefo. Cada persona que he conocido, que se ha tomado el tiempo de leer Las guerras de los judíos, ha comentado que estaban absolutamente envueltos por la lectura de esta historia, porque es muy fascinante. Así que lo que quiero hacer en nuestra sesión de hoy, es ver de forma breve algunos de los puntos principales del informe que nos llega de la historia, de la pluma de Flavio Josefo.
Josefo nació en el año 37 d. C. durante el reinado del emperador Calígula y no sabemos el año exacto de su muerte, pero sabemos que fue después del año 100 d. C. También sabemos que Josefo nació en una familia sacerdotal de judíos, pero, cuando creció, no se convirtió en sacerdote, sino en miembro del partido de los fariseos. Se distinguió a sí mismo, en sus primeros años, como gobernador, un gobernador territorial de Galilea. También era conocido como estratega militar y sirvió como general en el ejército judío. Sabemos, por supuesto, que también fue historiador y durante el asedio de Jerusalén operó como intermediario entre los ejércitos romanos y los oficiales que resistían en Jerusalén. ¿Cómo sucedió eso? Lo veremos en un momento.
Pero en el siglo XIX la confiabilidad histórica de Josefo fue fuertemente atacada por estudiosos críticos de la escuela liberal. Tradicionalmente, Josefo ha sido uno de los historiadores más respetados de la antigüedad, pero los críticos del siglo XIX lo acusaron de exagerar los detalles y de estar involucrado en una especie de autoengrandecimiento en sus propios escritos en los que se decía que estaba alardeando de sus logros. Sin embargo, parte de eso está relacionado con el espíritu general de crítica hacia los escritores antiguos y aunque no estamos seguros de la exactitud detallada y precisa de todos los eventos que Josefo nos informa, al menos tenemos el beneficio de un testigo ocular quien fue un escritor conocido de su época y que estaba en una posición única para informar sobre ambas partes del conflicto.
De modo que los escritos que nos ha proporcionado son de extrema relevancia para tratar de entender la importancia de lo que sucedió en el 70 d. C. Josefo estaba muy familiarizado con los escritos de los profetas del Antiguo Testamento y él mismo vio la destrucción de Jerusalén en términos del cumplimiento de la profecía del Antiguo Testamento. De hecho, hay algunos de los aspectos de los propios escritos de Josefo donde uno podría decir que él se veía a sí mismo como una especie de profeta. Pero si uno no estuviera interesado en la importancia religiosa de lo que sucedió en Jerusalén en aquellos días, solo para tener una perspectiva de la fuerza militar romana, su armamento, sus tácticas y estrategia, los escritos de Josefo son un tesoro en ese sentido. Da estas descripciones detalladas, por ejemplo, del ariete y cómo se usó, la catapulta y otras formas de armamento que los romanos perfeccionaron en el mundo antiguo y solían tener bastante éxito en sus conquistas militares.
Ahora, la destrucción de Jerusalén no ocurrió de la noche a la mañana. Empezó antes con la invasión de Palestina por los romanos a finales de los años sesenta bajo el liderazgo de uno de sus más grandes generales cuyo nombre era Vespasiano. El año 68 d. C. fue el año en que murió el emperador Nerón y tras la muerte de Nerón hubo un tremendo período de conflicto interno, de hecho una guerra civil que continuó en Roma y hubo una rápida sucesión de emperadores para ascender al trono después de la muerte de Nerón.
Inmediatamente después de Nerón vino un hombre llamado Galba que solo duró unos meses hasta que fue asesinado y luego Galba fue reemplazado por Otón y también Otón duró poco tiempo; en el año sesenta y nueve fue asesinado y luego fue sucedido por Vitelio. Vitelio fue seleccionado por el senado de Roma para ser el emperador en la línea de sucesión. Pero los militares de entonces rechazaron a Vitelio y llamaron a Vespasiano, su general favorito, para que volviera de su invasión de Palestina con el fin de convertirse en el emperador.
Así lo hizo Vespasiano. Dejó el campo de batalla, regresó y fue aclamado emperador de Roma y trajo algo de estabilidad una vez más al imperio romano y reinó como emperador desde el año 69 d. C. hasta el año 79 d. C., después de lo cual fue sucedido por su hijo Tito. Cuando abandonó el campo de batalla después de las etapas iniciales de la invasión de Palestina y fue llamado a Roma, Vespasiano entregó la autoridad de la invasión a su hijo, Tito. Así que fue Tito quien presidió la conquista de Jerusalén.
Pero lo que sucedió fue que cuando los romanos invadieron, entraron en Palestina y sistemáticamente sitiaron y conquistaron pueblo tras pueblo tras pueblo y aldea tras aldea mientras se dirigían a la ciudadela principal de la fuerza judía, que estaba, por supuesto, en Jerusalén. Ahora, uno de los previos conflictos clave, previo a la invasión mientras Vespasiano todavía estaba al mando, fue la conquista de la ciudad de Jotapata, que estaba en la parte norte del país y que fue gobernada por el general Josefo.
Según los registros de Josefo, más de cuarenta mil de sus compatriotas fueron asesinados en la destrucción total de Jotapata y parte de esto se debió a la feroz resistencia que sus soldados y su gente pusieron contra la invasión romana y este es un aspecto de la historia que es extremadamente fascinante. Se lee como una novela, porque obviamente los judíos, en esta pequeña ciudad, no eran rival alguno para el ejército romano invasor, pero utilizaron todo tipo de tácticas ingeniosas y creativas para repeler a los invasores y al final solo hubo uno o dos sobrevivientes de toda la ciudad, uno de los cuales era Josefo que se escondía como en un pozo o en una fosa. Él fue traicionado y entregado a los enemigos y se suponía que sería ejecutado de forma sumaria, pero según, al menos, el propio testimonio de Josefo, fue librado por Vespasiano porque Vespasiano tenía una gran estima y respeto por el valor que Josefo había mostrado en la defensa de Jotapata.
Lo que pasó ahora fue que Josefo, en cierto sentido, fue tomado como rehén. Fue tomado cautivo por Vespasiano y estuvo más o menos en arresto domiciliario en los cuarteles del propio Vespasiano. Esto planteó todo tipo de preguntas a las generaciones futuras porque ahora que Josefo se había salvado, muchos lo consideraron algo así como un traidor o colaborador de los romanos porque fue interrogado constantemente por Vespasiano y sus subalternos. Pero lo que nos llega a través de los escritos de Josefo es que Josefo tenía una pasión desenfrenada, amor y afecto por Jerusalén. Él era el judío consumado. Amaba la ciudad santa. Lo último que quería que sucediera era su destrucción, por no mencionar además la destrucción del templo de Jerusalén.
De manera que primero Vespasiano, antes de ser llamado de regreso a Roma, y luego Tito, usaron a Josefo como negociador, como mediador, que bajo una bandera de tregua enviaría a Josefo a la ciudad para hablar con los ancianos que resistían cuando Jerusalén estaba bajo asedio y este asedio duró por mucho, tiempo. Josefo intentó todo lo que sabía para persuadir a los líderes de la ciudad para que se rindieran, porque estaba convencido de que no había manera de que el cuartel allí en Jerusalén pudiera resistir el asedio continuo por parte de los romanos. Él prefería ver la ciudad rendida y al mismo tiempo le suplicaría a Tito que perdonara el templo y perdonara a la ciudad si los soldados que estaban acuartelados allí en Jerusalén se rendían.
Así que Josefo se dedicó a la tarea de tratar de negociar una rendición y por esa razón algunos de los judíos creían que estaba siendo un traidor, porque él, como judío, estaba pidiendo la rendición de la ciudad santa, pero su motivación, obviamente, era preservar el templo y la ciudad de la destrucción que, por supuesto, sobrevino. De nuevo, también en sus escritos y en su descripción de los acontecimientos que rodearon la destrucción de Jerusalén, Josefo vio la mano de la providencia en toda esta catástrofe. Estaba advirtiendo a su propio pueblo que estaban a punto de caer bajo el juicio de Dios.
Eso es fascinante a la luz de la forma en que hemos estado abordando estas preguntas sobre las referencias temporales del discurso del monte de los Olivos, porque he sostenido el punto de que el fin del siglo del que Jesús habla en el discurso del monte de los Olivos no se refiere al fin del mundo sino al fin de la era judía y estaba advirtiendo al pueblo de su generación del inminente juicio venidero de Dios contra Jerusalén y contra el templo. Y, desde una perspectiva judía, Josefo estaba haciendo el mismo tipo de advertencia a su pueblo, viendo los pasajes del Antiguo Testamento y de los profetas del Antiguo Testamento, para advertir a la gente que este era el juicio prometido contra la impiedad de esa generación.
También es significativo al leer esto, y ver algunos de los detalles, que cuando Jesús habló de esa generación particular de israelitas, habló de ellos como malvados en un grado sin precedentes. Josefo hace la misma evaluación contra sus contemporáneos diciendo que eran los más malvados de todos. Ahora, me gustaría tomarme un tiempo para ver algunas de las profecías específicas o declaraciones y descripciones que surgieron de los escritos de Josefo y no solo los de Josefo sino también del historiador romano Tácito, y Tácito en muchos casos confirma, desde la perspectiva romana, los relatos que Josefo preservó para nosotros.
Uno de los informes extraños en este relato se encuentra en el Libro V de Josefo: Las guerras de los judíos y tiene que ver con el ataque a los muros de Jerusalén que ocurrió mediante el uso de piedras, grandes piedras blancas, enormes, que fueron empujadas fuera de la catapulta y de los artefactos, que luego fueron arrojados contra las paredes, y las paredes eran tan gruesas que pudieron resistir este asalto de enormes rocas lanzadas contra ellas, así como de los arietes durante mucho, mucho tiempo.
Como comentario a esto, recordemos que las paredes del templo estaban hechas de lo que ahora los historiadores llaman «piedras herodianas». Este era el templo herodiano y las piedras, las piedras individuales, que componían ese templo eran absolutamente enormes. Eran de tamaño gigante. Si echas un vistazo a tu sala y ves toda tu pared en términos de su ancho y alto e imaginas eso como una piedra en una pared de unos trece a veinte metros de profundidad y grosor, entonces tienes una idea de las piedras inmensas que se utilizaron para la construcción de los muros de Jerusalén y del templo.
Por lo tanto, no es sorprendente que estos muros se mantuvieran tan firmes contra los ataques de los romanos. Por supuesto, estas piedras que fueron lanzadas por los artefactos no solo fueron lanzadas contra las paredes, sino que también fueron arrojadas sobre las paredes y ahí hicieron daños considerables a las estructuras dentro de la ciudad e incluso muchas víctimas que resultaron heridas o murieron por estas piedras. Ahora, en el fascinante aluvión de piedras que vino según la descripción de Josefo de que eran como piedras de granizo, rocas blancas, según su relato. Dijo que los judíos al principio vieron la llegada de las piedras, porque eran de color blanco, y que no solo podían ser percibidas por el gran ruido que hacían, sino que podían ser vistas antes de caer por su brillo.
En ese sentido, los guardias que estaban sentados en las torres avisaban cuando los artefactos las lanzaban y una piedra salía de ellos, y gritaban en voz alta como una advertencia a los que estaban allí: «La piedra viene». Es una simple advertencia: La piedra viene. «Así que los que estaban en su camino se levantaban y se arrojaban al suelo como les era posible y se protegían de esa manera, la piedra caía y no les hacía daño». Ahora, un estudioso descubrió que hay una variante en la traducción de este registro y que ciertos manuscritos en lugar de leer las palabras «la piedra, la piedra viene», que las palabras que se usaron fueron «El Hijo viene». Otra vez, el Hijo viene.
Había quienes creían que esto se relacionaba con una tradición que se había desarrollado desde tiempos pasados, según un historiador, que el apóstol Jacobo, quien era hermano de Cristo, testificó públicamente en el templo y cito: «Que el Hijo del Hombre estaba a punto de venir en nubes del cielo y selló este testimonio con su propia sangre». «Parece altamente probable», escribe un historiador, «que los judíos, en su blasfemia desafiante y desesperada, al ver esta masa blanca que se precipitaba por el aire levantaron el grito: “El Hijo viene” como burla de los cristianos que habían predicho el regreso de Jesús». Entonces, puedes tomar eso por lo que es, ciertamente hay controversia al respecto. Pero, además de estos detalles, Josefo nos habla de una severa hambruna que vino sobre los habitantes en la que muchas personas murieron de hambre en Jerusalén debido al prolongado asedio.
Si alguna vez has estado en Palestina, tal vez has visitado el monte de los Olivos y el monte de los Olivos se llamaba el monte de los Olivos, donde estaba el huerto de Getsemaní, que es el huerto del lagar donde Jesús fue para su agonía en oración la noche en la que fue traicionado. Que en toda esa ladera a lo largo del valle de Jerusalén justo al otro lado de Betania había un enorme bosque denso con estos enormes y gigantes olivos que tendrían trescientos o cuatrocientos años. Si vas allí hoy, no verás un solo olivo en el monte de los Olivos y eso es porque durante el asedio que duró mucho tiempo, los romanos cortaron sistemáticamente cada árbol en esa ladera y usaron la madera como leña para mantenerse caliente. Ese es otro de los detalles que aprendemos del relato de Josefo.
Pero, por supuesto, cuando la hambruna se volvió tan severa, la gente recurrió al canibalismo y Josefo cuenta la historia de una mujer que estaba amamantando a su bebé y ella, en un momento de gran inanición, asó a su propio bebé y se lo comió y fue ese tipo de sucesos que él registró como parte de las atrocidades que ocurrieron. Pero una vez más, quizás el problema más difícil que hemos enfrentado ya con el discurso del monte de los Olivos y su aplicación a la destrucción de Jerusalén fueron las predicciones de Jesús con respecto a las señales en el cielo, las perturbaciones astronómicas. Una de las partes fascinantes del registro histórico de lo que sucedió se encuentra tanto en los escritos de Josefo como en los escritos de Tácito.
Tácito nos dice, por ejemplo, que hubo señales que ocurrieron en el cielo con respecto a un cometa que había ocurrido antes. Alrededor del año 60 d. C., durante el reinado de Nerón, se observó un cometa durante algún período de tiempo, en el cielo, y para el público en ese momento, vieron esto como un presagio, como un presagio de un cambio radical que pronto ocurriría en la escena política. Tácito dice: «Como si Nerón ya estuviera destronado, los hombres empezaron a preguntar quién podría ser su sucesor». Y Nerón tomó en serio la amenaza del cometa. No se arriesgó como Suetonio también relató. «Todos los hijos de hombres condenados fueron desterrados de Roma y muertos de hambre o envenenados bajo Nerón y Nerón sobrevivió al cometa por varios años». Luego apareció el cometa Halley en el año 66 d. C., después de lo cual Nerón se suicidó. Muchos historiadores han vinculado esa aparición del cometa Halley con el suicidio de Nerón.
Ahora, tal vez el registro más extraño de todo lo que nos llega de la pluma de Josefo está en un párrafo con el que concluiré esta serie o esta sección, leyéndola, porque es muy extraordinaria. Josefo escribe estas palabras: «Además de estas cosas (refiriéndose a los cometas y demás) unos días después de esa fiesta en el primer y vigésimo día del mes de Artemisa, apareció un cierto fenómeno prodigioso e increíble. Supongo que ese relato parecería ser una fábula si no lo relataran quienes lo vieron y si los eventos que le siguieron no fueran de una naturaleza tan considerable como para merecer tales señales. Porque antes de la puesta del sol, se vieron carros y tropas de soldados con su armadura corriendo entre las nubes y rodeando las ciudades.
Además, en esa fiesta que llamamos Pentecostés, cuando los sacerdotes iban de noche al atrio interior del templo, como era su costumbre realizar sus sagradas ministraciones, dijeron que en primer lugar sintieron un temblor y oyeron un gran ruido y después de eso oyeron el sonido de una gran multitud diciendo, cito: “Eliminémoslos de aquí”». Ahora, lo que Josefo informa allí sigue casi un patrón idéntico con lo que el profeta Eliseo experimentó en Dotán, cuando los ojos de su siervo se abrieron y vieron todas las miríadas de ángeles y los carros de fuego alrededor de Eliseo. Y, los juicios en Ezequiel, de la partida del Espíritu Santo de la ciudad de Jerusalén y las palabras de juicio de Dios, «Icabod» sobre irse. «Nos vamos». Lo que me parece fascinante de este breve informe de Josefo es su propia reticencia obvia a informarlo, porque siente que es tan extraordinario que la gente pensará que está loco por contar esta historia. Pero como él dice, se vio obligado a contarlo por dos razones. Uno, porque mucha gente fue testigo de ello y dos, porque era coherente con la gravedad de ese momento histórico. Entonces así ve en la caída de Jerusalén y en la destrucción del templo un acto divino de venganza contra su propio pueblo.