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Transcripción
En nuestra última sesión, vimos de forma breve la transfiguración de Cristo. Y señalamos que este fue un momento insuperable de gloria y gozo para aquellos que lo vieron, es decir, Pedro, Jacobo y Juan. Pero también el texto dice que ese gozo se convirtió muy rápido en desesperación cuando Jesús les anunció que dejarían el monte de la transfiguración e irían a Jerusalén. Y nuestro Señor les dijo que, en Jerusalén, Él sería traicionado y experimentaría sufrimiento y muerte. Entonces hicieron el viaje y cuando Jesús estaba listo para ir a la ciudad, Él vino haciendo arreglos especiales para Su entrada.
Y tenemos el registro de eso en Mateo 21 y me gustaría leerlo de forma breve desde el primer versículo. «Cuando se acercaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos, Jesús entonces envió a dos discípulos, diciéndoles: “Vayan a la aldea que está enfrente de ustedes enseguida encontrarán un asna atada y un pollino con ella; desátenla y tráiganlos a Mí. Y si alguien les dice algo, digan: ‘El Señor los necesita’; y enseguida los enviará”». Nos hacemos, en este punto, la pregunta que Mateo está por responder, la cual es, ¿por qué hace estos planes elaborados? ¿Por qué Jesús en cierto sentido escenificó Su gran entrada a Jerusalén de esta forma?
La respuesta a esa pregunta se encuentra en el siguiente pasaje del texto, donde Mateo cita una profecía del Antiguo Testamento de Zacarías y dice: «Esto sucedió para que se cumpliera lo que fue dicho por medio del profeta, cuando dijo: “Digan a la hija de Sión: ‘Mira, tu Rey viene a ti, Humilde y montado en un asna, Y en un pollino, hijo de bestia de carga’”. Entonces fueron los discípulos e hicieron tal como Jesús les había mandado, y trajeron el asna y el pollino. Pusieron sobre ellos sus mantos y Jesús se sentó encima. La mayoría de la multitud tendió sus mantos en el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino. Y las multitudes que iban delante de Él y las que iban detrás, gritaban: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito Aquel que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!”. Cuando Jesús entró en Jerusalén, toda la ciudad se agitó, y decían: “¿Quién es Este?”. Y las multitudes contestaban: “Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea”».
Lo que quiero que veamos en este relato particular del domingo de ramos y de la entrada triunfal de Jesús es que dos oficios judíos distintos están presentes. En primer lugar, el oficio de un rey y, en segundo lugar, el oficio de un profeta. Cuando Jesús entra en la ciudad, entra con el aspecto de realeza, humilde sin duda, en humillación sin duda, pero cumpliendo conscientemente el anuncio del Antiguo Testamento a través de Zacarías de que el rey de los judíos vendría a Jerusalén montado en un asna. Ahora, en este punto, un secreto guardado con cuidado y que Jesús había mantenido en secreto con sus discípulos, ahora se hizo público. Cada vez que Jesús mencionaba durante Su ministerio terrenal que Él era el Mesías, instruía a Sus discípulos como lo había hecho en la transfiguración: «No se lo digan a nadie». Llamamos a esto el secreto mesiánico. Y tenemos que adivinar por qué Jesús insistió en el carácter secreto de su vocación mesiánica, y la suposición obvia es que Él sabía que la gente tenía una comprensión incorrecta de lo que el Mesías en realidad haría.
La esperanza popular, la expectativa popular del Mesías que estaba por venir, era la de un gran guerrero que derrocaría la opresión romana y liberaría al pueblo de Israel del yugo de Roma. Pero la comprensión que Jesús tenía del Mesías era mucho más profunda. Tomó todas las pistas de expectativa en las profecías del Antiguo Testamento y las unió en un retrato complejo de lo que significaría ser el Mesías. Y el elemento que era el más importante ahí era el elemento de ser un siervo humilde que sufriría. El retrato de Isaías del Mesías en los últimos capítulos de ese libro era el retrato del siervo sufriente. Y eso no era popular ni atractivo para el público, por lo que Jesús había mantenido su identidad en secreto hasta ahora.
Ahora, el manto que lo ocultaba es quitado y Jesús ahora, cumpliendo claramente la profecía del Antiguo Testamento, entra en la ciudad en una procesión triunfal que indica Su posición de realeza. Y cuando la gente dijo: «¿Quién es este que viene de esta manera?», cuando la gente gritaba: «Bendito Aquel que viene en el nombre del Señor». Una de las respuestas que se dio fue: «Este es el profeta Jesús, de Nazaret en Galilea». Así que vemos dos elementos de la obra de Jesús que se mencionan en este pasaje en particular: Su obra como rey y Su obra como profeta. Pero si vemos más allá en el Nuevo Testamento, entendemos que no hay solo dos oficios que Jesús cumple, sino que hay tres. Y esos tres oficios los llamamos en teología el munus triplex, es decir, el triple oficio de Jesús.
Y los tres oficios que Él está llamado a cumplir en Su obra son los oficios de profeta, sacerdote y rey. Los tres oficios se cumplen en Su persona y en Su obra. Y me gustaría tomarme unos momentos ahora para hacer la distinción entre estos tres oficios, para que podamos entender lo que está sucediendo aquí en este momento particular de Su vida en la entrada triunfal. En primera instancia, los tres oficios: profeta, sacerdote y rey, son oficios desempeñados por algún tipo de mediador, y estoy usando el término mediador con una «m» minúscula no con una «M» mayúscula porque la Biblia nos dice que en última instancia solo hay un Mediador entre Dios y el hombre, y ese es Jesús.
Cuando las Escrituras dicen eso y hablan de la singularidad de Cristo como el Mediador entre la humanidad y Dios, eso no excluye las formas inferiores de servicio mediador que funcionaban en los días del Antiguo Testamento en el oficio del profeta, el sacerdote y el rey. Lo que los hizo mediadores fue que de alguna manera se colocaban entre el pueblo y Dios. Me gusta decir que la diferencia básica entre el profeta y el sacerdote era esta: que el profeta era el portavoz de Dios. El profeta anunciaba Sus declaraciones con el prefacio: «Así dice el Señor». Los profetas fueron agentes de revelación. Dios puso Su palabra en sus bocas y así ellos fueron los portavoces de Dios para el pueblo.
Los sacerdotes, por otro lado, servían en un oficio regular y no en un oficio especial designado a través de un don como lo eran los profetas, y tenían la función de llevar a cabo los deberes normales de la organización religiosa de Israel. Y las dos funciones, más que cualquier otra que realizaban, eran en primer lugar ofrecer sacrificios y, en segundo lugar, ofrecer oraciones. Por eso, el sacerdote era el mediador del pueblo ante Dios. Si observan cómo funciona la actividad en la liturgia católica romana, verán que hay un momento en que el sacerdote le da la espalda a la gente. ¿Y cuándo es eso? Cuando está ofreciendo el sacrificio. Y cuando se dirige a la gente desde el púlpito, está hablando de parte de Dios a la gente.
En la iglesia de hoy, sin embargo, los roles y los oficios del profeta y sacerdote se han combinado. Si nos fijamos en la liturgia de un servicio de adoración protestante, hay ciertos elementos en ella que son sacerdotales y otros elementos que son proféticos. Cuando el pastor hace la oración pastoral y ora por la gente, está realizando una actividad sacerdotal. Cuando lee la Escritura y da el sermón, está realizando un oficio profético en ese momento. Pero vemos esa distinción básica.
Ahora, en lo que respecta a los profetas, en las categorías del Nuevo Testamento, el profeta supremo de todos los tiempos es Jesús. Jesús no solo habla la Palabra de Dios. Él es la Palabra de Dios. Él es la encarnación misma de la Palabra de Dios. Y habla con la plena autoridad del Padre, cuando habla. Él también hace profecías sobre el futuro y ese fue también el caso de los profetas del Antiguo Testamento. Pero la asombrosa diferencia entre los profetas del Antiguo Testamento y el profeta del Nuevo Testamento, Jesús, tiene que ver con lo que yo llamo el sujeto y los elementos objetivos de la profecía.
Los elementos subjetivos de la profecía se refieren a los profetas mismos como seres humanos. Ellos decían Sus mensajes, y tenían un contenido de predicción futura que era una descripción de Aquel que habría de venir. El objeto de su profecía en última instancia era Jesús. Jesús en su personalidad subjetiva también fue un profeta, pero la diferencia entre Jesús y el resto de los profetas es que Jesús era tanto el sujeto como el objeto de la profecía. Es decir, la mayoría de las declaraciones proféticas que hizo fueron sobre sí mismo.
Uno de los aspectos que a menudo se ignora en los estudios, por ejemplo de las bienaventuranzas en el Evangelio de Mateo, cuando algunas personas quieren reducir el cristianismo a un conjunto de pautas morales y limitan a Jesús al papel de un maestro ético o moralista, es que no observan que gran parte de lo que Jesús dice en el sermón del monte y en las bienaventuranzas es sobre sí mismo. Cuando Él habla de aquellos que recibirán las bendiciones, las bendiciones encuentran su expresión más plena en Él y en Su reino. De modo que, incluso allí, en las bienaventuranzas, Jesús está haciendo declaraciones sobre Su propia obra personal en el reino de Dios.
También vemos el sacerdocio y vemos que los sacerdotes también tenían una dimensión subjetiva y objetiva en su trabajo. Como personas que realizaban diversas tareas, tenían su propia participación subjetiva en ella, pero cuál era el objeto de su trabajo. El objetivo principal de la tarea sacerdotal era ofrecer sacrificios en favor del pueblo. Pero en Jesús el sacerdocio encuentra una vez más la unión del sujeto y del objeto, porque cuando Jesús ofrece el sacrificio, el sacrificio que Él ofrece es el sacrificio de sí mismo. Y todos los sacrificios que habían sido ofrecidos por los sacerdotes en el Antiguo Testamento eran en realidad simbólicos y eran meras sombras del sacrificio completo y perfecto que estaba por venir y que se ofrecería de una vez por todas. No repetimos los sacrificios de animales en la Iglesia cristiana de hoy porque todo lo que el sacrificio de animales señaló, se cumplió en el sacrificio perfecto de Jesús.
De nuevo, Jesús no solo fue la persona o el sujeto que ofreció el sacrificio perfecto, sino que Él fue el objeto de Su propio sacrificio porque se estaba sacrificando a sí mismo. Es muy importante que entendamos la obra de Jesús en este sentido porque el libro de Hebreos entra en gran detalle para hablar de Cristo como nuestro gran Sumo Sacerdote. Hablaremos con más profundidad sobre eso con respecto a la cruz y también con respecto a la ascensión y Su sesión en el cielo, pero les recuerdo que este fue un problema difícil para los contemporáneos de Jesús porque dijeron: «¿Cómo puede ser sacerdote y ser rey?», porque en la profecía del Antiguo Testamento, la realeza del Mesías estaba relacionada con la tribu de Judá.
La promesa que Dios había hecho al pueblo de Israel de su futuro y perfecto Rey, cuyo reino reinaría para siempre, era un rey que vendría de los lomos de David y que vendría de la tribu de Judá. Ya en las bendiciones de Jacob en el Antiguo Testamento, dijo que el cetro no se apartaría de Judá hasta que Siloh viniera, por lo que el oficio de rey no fue dado a Simeón o Isacar o Dan o Leví, sino más bien a la tribu de Judá. Y el Nuevo Testamento hace todo lo posible para demostrar que Jesús era de la tribu de Judá, para que Él fuera calificado para ser rey.
Pero también se le llama sacerdote. ¿Cómo puede ser sacerdote y rey al mismo tiempo? Porque los sacerdotes eran de la tribu de Leví en el sacerdocio aarónico. Y por esto se nos da la respuesta en el libro de Hebreos cuando se nos dice que Jesús era un sacerdote según el orden de Melquisedec. Y el argumento que hace el autor de Hebreos es que el orden sacerdotal de Melquisedec era un orden de sacerdocio superior al del sacerdocio levítico.
¿Cómo hicieron ese argumento? Bueno, el autor de Hebreos dice que cuando Abraham conoció a este extraño hombre llamado Melquisedec, que era el rey de Salem y su nombre significa rey, rey de justicia y Salem significa paz, para que pudiera ser conocido como el rey de paz y el rey de justicia, que Melquisedec bendijo a Abraham y recibió diezmos de Abraham.
En las categorías del Antiguo Testamento, era el mayor quien bendecía al menor, y el menor pagaba los diezmos al mayor. Y el autor de Hebreos dice: «Bueno, Leví ni siquiera había nacido todavía y si Melquisedec es más grande que Abraham, y Leví es un descendiente de Abraham, haciendo a Abraham más grande que Leví, hagan los cálculos, sigan la lógica, asunto comprobado, Melquisedec es superior a Leví». Así que, el oficio sacerdotal que Jesús cumple supera todo en el sacerdocio aarónico o levítico del Antiguo Testamento.
Pero en esta ocasión con la entrada triunfal, el énfasis está en el tercer oficio, que es el oficio de rey. Y de nuevo, menciono el término mediador porque en la economía del Antiguo Testamento, el rey no era autónomo. El rey no tenía autoridad suprema, sino que el rey mismo estaba sujeto a la ley del rey, que se suponía que el rey debía mediar la ley justa de Dios para el pueblo. Y el rey mismo era responsable ante Dios por cómo llevaba a cabo su oficio. Por cierto, el Nuevo Testamento deja en claro que todos los funcionarios en el gobierno y la autoridad también están subordinados a la autoridad de Dios y serán juzgados por Dios por cómo llevan a cabo su oficio.
Pero eso debía de haberse entendido con el Antiguo Testamento, y lo que era tan atroz sobre la corrupción de los reyes, en particular en el reino del norte, era que buscaban la autoridad suprema para sí mismos y desobedecían de forma flagrante la ley del rey.
Pero el rey que ahora viene a Jerusalén en la entrada triunfal, que es aclamado como el rey de los judíos, e incluso el epíteto «Rey de los judíos» se coloca en Su cruz, en Su ejecución, es Aquel que es el hijo de David y al mismo tiempo el Señor de David. Y Él es el que cumple todas las promesas del Antiguo Testamento del rey venidero, que restauraría la simiente caída de David y que marcaría el inicio del reino de Dios mismo. Y a este Rey, Dios le daría toda autoridad en el cielo y en la tierra y la extensión de Su reinado sería eterno.
No habría sucesión dinástica después de Él donde Él tuviera que nombrar a Su Hijo o Su nieto o Su hija o nieta para asumir Su trono. Su trono está establecido para todas las generaciones, ya que ahora Él no solo es un rey, sino que es el Rey, que es el Rey de los Reyes y el Señor de los Señores. De modo que aquí vemos en este momento cuando Jesús entra en Jerusalén, este momento de crisis, la culminación de quién Él es y lo que hace como profeta, como el profeta supremo, como el sacerdote supremo que da el sacrificio supremo y perfecto y el rey que cumple la profecía que Dios hizo en el Salmo 110, «Dice el Señor a mi Señor: “Siéntate a Mi diestra”».