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Transcripción
Vamos a continuar con nuestra serie sobre la seguridad de la salvación. En nuestra última sesión, vimos los cuatro grupos diferentes de personas en el mundo: aquellos que no son salvos y saben que no son salvos; vimos a los que son salvos y saben que son salvos; aquellos que son salvos y aún no saben que son salvos y luego, lo arruina todo, la cuarta categoría de aquellos que no son salvos pero que tienen la seguridad de que son salvos. Entonces, lo que complica nuestra búsqueda de la seguridad de salvación es que vemos que hay dos categorías de personas aquí que están seguras de que están en un estado de salvación. El único problema es que uno de ellos, de hecho, no está en un estado de salvación, por lo que aquellos que están en un estado de salvación ahora tienen que hacer la pregunta, ¿cómo puedo estar seguro de que mi seguridad no es como la seguridad falsa de aquellos que piensan que están siendo salvos, pero no lo son?
Eso nos lleva de vuelta a la primera sesión donde vimos la advertencia de Jesús en el Sermón del monte, cuando Él dijo que muchos vendrían a Él en el último día diciendo: «Señor, Señor, ¿no hicimos esto?», y demás. Obviamente, estas personas acuden a Jesús plenamente seguras de que le pertenecen a Él y Él las rechaza, exponiendo así su seguridad como un engaño, como falsa. Entonces, lo que quiero hacer en esta sesión es hacer la pregunta, ¿cómo es posible, o qué diferentes formas hay que conducen a una falsa percepción de seguridad? Vamos a ver varios problemas distintos que encontramos, pero todos se reducen, básicamente, a dos aspectos.
El primero es que las personas tienen una falsa percepción de seguridad de salvación porque no entienden los requisitos para la salvación; tienen un malentendido de lo que implica la salvación. Si tienes una mala teología de salvación, eso puede llevarte a una falsa seguridad. El segundo gran problema es que si tienes una teología correcta, entonces tienes que ver que también es posible que una persona tenga una teología sólida, una comprensión sólida de qué es lo que se requiere, pero están equivocados en términos de si personalmente han cumplido verdadera y auténticamente esos requisitos. Así que esto complica las cosas doblemente, por lo que veremos esto en la perspectiva más amplia a partir de ahora. El primer error importante que conduce a una falsa percepción de seguridad de salvación es el error del universalismo.
El universalismo enseña que todos son salvos; todo el mundo va al cielo. Si estoy convencido de esta doctrina de salvación, es un simple silogismo para mí pasar de la doctrina de la salvación universal al estado de mi destino como individuo en particular. Puedo hacerlo de esta manera silogísticamente: todos están salvados. Soy parte de todos; por tanto, soy salvo. Obviamente, si todas las personas son salvas y yo soy una persona, entonces puedo estar seguro de que yo también seré salvo. Esto también lleva consigo la idea de lo que yo llamo la doctrina de la justificación por la muerte, que creo que es la doctrina más frecuente de la justificación en nuestra cultura hoy. La mayor controversia en la historia de la iglesia tuvo lugar en el siglo XVI entre la Iglesia católica romana y los reformadores protestantes sobre este mismo aspecto de cómo se lleva a cabo la justificación. Este tema de la justificación por la fe sola o por algún otro medio se convirtió en la disputa teológica más explosiva de la historia, y hoy, sin embargo, este no es el tema predominante en nuestra cultura, sino más bien, la doctrina que más compite con la doctrina bíblica de la justificación por la fe sola es la doctrina de la justificación por la muerte.
Ya he hecho referencia a las preguntas de diagnóstico del Evangelismo Explosivo, donde hay dos de ellas. Mencioné una, en el que en la discusión para el evangelismo, se le pregunta a la persona: «¿Has llegado a ese punto en tu vida espiritual o en tu pensamiento donde sabes con certeza que cuando mueras, vas a ir al cielo?». Luego esa pregunta es seguida por la segunda pregunta: «Bueno, supongamos que tú murieras esta noche, y estuvieras delante de Dios, y Dios te dijera: “¿Por qué debería dejarte entrar en Mi cielo?” ¿Qué le dirías?». He hecho esa pregunta a muchas, muchas, muchas personas y, francamente, la mayoría de las respuestas que obtenemos, la más frecuente a esa pregunta, es lo que llamamos respuesta de justicia por obras, donde las personas le dicen a Dios: «Viví una buena vida» o, «Hice lo mejor que pude», etc. Pero hablaremos de eso más adelante.
Le pregunté esto a mi hijo cuando era niño, y le dije: «Hijo, si murieras esta noche y estuvieras delante de Dios y Dios te dijera: “¿Por qué debería dejarte entrar en mi cielo?”», le dije: «¿Qué le dirías a Dios?». Mi hijo me miró como si esa fuera la pregunta más tonta que alguien pueda imaginar, y luego dijo: «Bueno, yo diría: “Porque estoy muerto”», como, ¿qué podría ser más obvio? Y yo pensé, aquí está él siendo criado en un hogar que está comprometido con la teología bíblica y no solo no le he podido comunicar la justificación por la fe sola a mi propio hijo, sino que ya ha sido capturado por la postura generalizada en nuestra cultura de que todos van al cielo, y que todo lo que tienes que hacer para llegar allí es morir. Hemos eliminado de tal forma el juicio final de nuestro pensamiento y eliminado cualquier noción de castigo divino o de infierno de nuestro pensamiento y del pensamiento de la iglesia que ahora se asume que todo lo que tienes que hacer para ir al cielo es morir.
De hecho, el medio más poderoso de gracia para la santificación que existe en nuestra cultura es morir, porque el pecador marcado por el pecado se transforma automáticamente entre la morgue y el cementerio, de modo que cuando tenemos el servicio funerario, esta persona se nos presenta como un modelo de virtud, y de repente, los pecados se eliminan porque ha muerto. Es un asunto muy peligroso, porque las Escrituras nos advierten una y otra vez que está establecido que cada persona muera una vez y luego el juicio. A la gente le gusta pensar que la amenaza de un juicio final es algo inventado por evangelistas clásicos como Billy Sunday o Dwight Moody o Billy Graham o Jonathan Edwards o George Whitfield, y no, no, no, no. Nadie enseña más con más claridad sobre un juicio final y una división entre el cielo y el infierno que Jesús mismo. Jesús habló más sobre el infierno que sobre el cielo, y con frecuencia advirtió a sus oyentes que en ese último día, cada palabra ociosa sería juzgada. Pero si hay algo que queremos reprimir psicológicamente, es esa amenaza, porque ninguno de nosotros quiere ser responsabilizado por nuestros pecados. Esa es nuestra naturaleza, por lo que no hay nada más atractivo para los seres humanos que el universalismo. La idea es que todos son salvos.
Ahora, la segunda base falsa para la seguridad es lo que yo llamaría legalismo, lo que significa que esto es, otra forma de llamarse justicia por obras. Este punto de vista enseña que lo que tienes que hacer para entrar al cielo es obedecer la ley de Dios y vivir una buena vida. Es decir, que tus obras y tus buenas acciones te llevarán al cielo. Las personas piensan que han cumplido con el estándar que Dios ha establecido, y sobre la base de la autoevaluación de su carácter y de su desempeño, tienen la confianza de que van a aprobar el examen, que cumplirán con los requisitos y cumplirán con los estándares para entrar al cielo. Como dije hace unos momentos, en el programa de Evangelismo Explosivo, no solo le hice esas preguntas a multitudes de personas, sino que había entrenado a más de doscientas personas que iban una o dos veces por semana a la comunidad y hablaban con la gente y hacían este tipo de preguntas, y guardábamos las respuestas. El noventa por ciento de las respuestas cayeron en la categoría de justicia por obras. Cuando le decíamos a alguien: «Si murieras esta noche y comparecieras ante Dios y Dios te dijera: “¿Por qué debería dejarte entrar en mi cielo?”, ¿qué dirías?». Y la gente decía: «He vivido una buena vida», o «Le di el diezmo a la iglesia», o «trabajé con los boy scouts», o «hice esto», o «hice aquello», y demás. Pero su confianza descansaba en algún tipo de desempeño que habían logrado en su vida.
Ahora, esto, de nuevo, es una base falsa para la seguridad porque las Escrituras dejan muy claro, las Escrituras dejan muy claro que por las obras de la ley nadie será justificado. Si alguien encarna esta falsa comprensión de la salvación, sería el joven rico que se encontró con Jesús durante el ministerio terrenal de Jesús. Recuerdan esa historia cuando el hombre rico vino a Jesús, y vino lleno de cumplidos que salían de sus labios; él dice: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?». Él está haciendo una pregunta sobre lo que se requiere para la salvación, pero él llama a Jesús «bueno», y antes de que Jesús responda a su pregunta sobre los requisitos para ser salvo, Él detiene al hombre en su camino, y lo desafía diciéndole: «¿Por qué me llamas “bueno”? ¿No sabes que nadie es bueno sino Dios?».
Ahora, debido a esa respuesta, algunos críticos dicen, bueno, Jesús claramente está negando Su propia bondad aquí y Su propia deidad aquí. No, no, no, no. Jesús sabe muy bien que este hombre no tiene ni idea de la persona con la que está hablando; no sabe quién es Jesús; no sabe que le está haciendo esta pregunta al Dios encarnado. Todo lo que el hombre rico sabe, o el joven rico sabe, es que está hablando con un rabino itinerante, y está haciendo la pregunta teológica, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Jesús se detiene y dice: «Un momento. Esta es una especie de mirada superficial de la bondad, la que estás usando aquí. ¿Por qué me llamas bueno? ¿No has leído los salmos? Sé que no has leído la carta de Pablo a los Romanos porque aún no ha sido escrita, pero en esta carta, Pablo, citando el Antiguo Testamento, dice de nuevo: “No hay justo, ni aun uno. No hay quien haga lo bueno”». ¡Espera un momento! Eso parece absurdo. Todo el tiempo vemos personas no creyentes haciendo el bien.
De nuevo, depende de lo que quieras decir con bueno. El estándar bíblico de bondad es la justicia de Dios, y somos juzgados de dos maneras: una, por nuestra conformidad conductual a la ley de Dios, y dos, por la motivación interna o el deseo de obedecer la ley de Dios. Puedo ver a alguien por fuera, y ver personas a mi alrededor que no son creyentes que están realizando lo que Juan Calvino llamó virtud cívica; hacen obras buenas, donan su dinero para buenas obras, ayudan a los pobres, incluso pueden sacrificarse por alguien más, y hacen todo tipo de obras maravillosas a nivel horizontal; conducen su automóvil según el límite de velocidad, pero no lo hacen porque sus corazones tienen un amor puro y completo de Dios. Puede haber, lo que Jonathan Edwards llamó, un interés propio iluminado funcionando aquí.
Una vez escuché la historia de un hombre que es un incrédulo que está parado afuera en la calle cuando este edificio se incendió, y hubo prisa por rescatar a las personas que estaban en el incendio, y los bomberos entraron y sacaron a tanta gente como pudieron, pero ahora era demasiado peligroso para volver al edificio. Luego se dieron cuenta de que todavía había un niño atrapado en el edificio, y de la multitud de transeúntes, este hombre, ignorando las llamas e ignorando el incendio, corrió hacia el edificio, y todos en la calle lo aclamaron, y unos momentos después, regresó vivo y a salvo con un bulto en sus brazos, y la gente continuó aclamando hasta que se dieron cuenta de que había sacado los ahorros de su vida y había dejado morir al niño.
Ahora, la pregunta es esta: Supongamos que el hombre hubiera perecido en las llamas. Habría sido un héroe local porque la suposición sería que había arriesgado su vida para salvar a un niño, no para salvar su fortuna. Pero tenemos que ir aún más allá de eso. Creo que es posible que los incrédulos corran para entrar a ese edificio para salvar del fuego la vida de un niño, y pierdan su vida en el intento. Eso es justicia civil; es la preocupación natural que tenemos unos por otros. Pero cuando Dios mira el acto, Él está diciendo: «¿Esta obra procede de un corazón que ama a Dios totalmente?». Recuerden el primer mandamiento: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente», y si obedezco la ley externamente, mientras mi corazón no está completamente entregado a Dios, entonces tenemos que, mi virtud ha sido manchada.
Es por eso que Agustín dijo que incluso nuestras mejores virtudes no son más que vicios espléndidos, porque mientras estemos en este cuerpo de carne, habrá pecado que se adherirá a todo lo que hacemos. De nuevo, esto es lo que el joven rico no entendió. Pensó que había cumplido con el estándar. De nuevo, Pablo advierte en el Nuevo Testamento que aquellos que se comparan a sí mismos y se comparan a sí mismos entre ellos, no son sabios, porque así es como lo hacemos. Vemos el desempeño del otro, y pensamos que Dios califica por promedio, y si me guardo del adulterio o me guardo del asesinato o de ser un malversador y cometer algún pecado atroz como ese, siempre puedo encontrar personas que son más pecadoras que yo, y pienso, «bueno, en comparación con ellos, lo estoy haciendo bastante bien». Esa es la mentalidad de este hombre que viene a Jesús. Él piensa que Jesús es un buen hombre; y entonces lo detiene en seco, y dice: Tú conoces la ley: «No matarás; no robarás; no cometerás adulterio», y este hombre ahora revela su comprensión superficial de la ley, porque le dice a Jesús, como, ¿eso es todo? «Todas esas cosas las he guardado desde mi juventud; he guardado los Diez Mandamientos toda mi vida».
Lo que Jesús podría haber hecho con ese joven es decir: «Veo que no estabas en el Sermón del monte cuando expliqué las implicaciones más profundas de estas leyes. Te perdiste esa prédica»; pero en vez de eso, usó un hermoso método pedagógico para enseñarle a este hombre su error. Él dijo: «Oh, ¿has guardado todo?». Podría haberle dicho: «No has guardado nada desde que te levantaste de la cama esta mañana»; pero en cambio, Él dijo: «Está bien, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres, entonces ven y sígueme». En ese momento, Jesús no estaba dando un nuevo camino de salvación, donde puedes ser salvo donando tus bienes a los pobres, ni Jesús estaba implementando un mandato universal para que las personas se despojaran de toda su propiedad privada. Estaba tratando con este hombre, y este hombre era un hombre rico, y era obvio que el corazón de este hombre estaba completamente capturado por su riqueza; para él, su dinero era su dios, era su ídolo. Jesús le dijo: «¿Has guardado todos los Diez Mandamientos?
Muy bien, verifiquemos el número uno: no tendrás otros dioses delante de mí. Ve a vender todo lo que tienes», y el hombre que había estado tan entusiasmado solo unos momentos antes, nos dicen, empezó a mover su cabeza. Se alejó con tristeza porque era dueño de muchos bienes. De lo que se trataba este encuentro, era de la bondad. ¿Tenemos suficiente justicia para satisfacer las demandas de un Dios santo? El Nuevo Testamento, en cada página desmiente esa premisa. Dice que toda nuestra justicia es como trapos de inmundicia y la persona que confía en su justicia para ser salva tiene una falsa seguridad. No hay suficientes obras en el mundo que puedas hacer para ser salvo. Eres un siervo inútil. De eso se trataba la Reforma del siglo XVI.
Bueno, hay otro método falso de salvación, que llamaré sacerdotalismo. El sacerdotalismo significa que la salvación se logra a través del sacerdocio, a través de los sacramentos y/o a través de la iglesia. Y así la gente puede decir: «Oye, fui bautizado», o, «tuve el sacramento de la penitencia», o, «tomé la Cena del Señor», o, «recibí la extremaunción», lo que sea. «He tenido estos sacramentos y estos sacramentos son medios de gracia. Me salvan, y así obtengo mi confianza o mi seguridad de haber experimentado los sacramentos». Ese es el mismo error que los fariseos cometieron en los días bíblicos porque asumieron que porque estaban circuncidados, es decir, que habían tenido los sacramentos del Antiguo Testamento, que por lo tanto tenían garantizado un lugar en el reino de Dios. Los sacramentos son muy importantes; los sacramentos nos comunican las promesas de Dios para nuestra salvación.
Los sacramentos son medios de gracia, pero ningún sacramento ha salvado a nadie, y si pones tu confianza en los sacramentos, entonces tienes una falsa seguridad de salvación, porque estás confiando en algo para salvarte que ni te salva ni puede salvarte. Ahora, estrechamente relacionado a esto está la idea de, y muchas personas lo tienen, es que todo lo que tienen que hacer para ser salvos es unirse a una iglesia. Si se unen a una iglesia, piensan que están dentro; están en el cuerpo visible de Cristo, y asumen que si están en el cuerpo visible, también deben estar en la iglesia invisible. Entonces, su confianza está depositada en ser miembros. Entonces, si son miembros de la iglesia, ya saben, ¿eres salvo? «Ciertamente. Soy metodista», ¿o eres salvo? «Claro, soy episcopal». ¿Eres salvo? «Bueno, soy presbiteriano, por supuesto». De nuevo, la membresía de una iglesia no justifica a nadie, y por lo tanto tenemos otra forma falsa de tener seguridad, que es una base ilegítima para la seguridad en general.
Ahora, finalmente, como mencioné antes, en el llamado mundo evangélico, tenemos otras formas: hacer la oración del pecador, levantar la mano en la reunión evangelística, pasar al frente en un llamado al altar, hacer una decisión por Jesús. Todas estas son técnicas o métodos que se usan para llamar a las personas al arrepentimiento, para llamar a las personas a la fe, y están bien, pero el peligro es que si dices la oración, levantas la mano, pasas al frente, tomas una decisión, terminas confiando en eso. Cuando ya hemos visto que esas profesiones externas pueden ser engañosas y que realmente no estás poseyendo los pasos necesarios para la salvación. Bueno, veremos en la próxima sesión cómo podemos encontrar caminos verdaderos hacia la salvación y cómo se pueden sortear estos caminos falsos.