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Transcripción
Llegamos a nuestra sesión final en esta serie sobre la seguridad de la salvación, y en la última sesión, vimos cuán crítico es tener una teología sólida de la salvación, una teología sólida de la elección sobre la cual basamos nuestra seguridad; y al final de esa sesión, mencioné que lo más crítico de todo este asunto es la comprensión de la obra del Espíritu dentro de nosotros, que llamamos regeneración o nuevo nacimiento. En las encuestas que se realizan con frecuencia en Gallup y en George Barna y otros, parece que más de sesenta millones de estadounidenses afirman ser «cristianos nacidos de nuevo».
Bueno, si eres uno de esos sesenta millones de personas, déjame hacerte una pregunta: ¿Qué crees que significa nacer de nuevo? Hacemos esa pregunta a los que profesan ser cristianos, muchos de ellos dirán: «Bueno, un cristiano nacido de nuevo es alguien que hizo una decisión en un evento evangelístico», o, «la persona nacida de nuevo es la persona que ha hecho la oración del pecador». No, es posible hacer una profesión de fe sin nacer de nuevo. Eso es lo que aprendimos al inicio de este estudio, que Jesús dijo que muchas personas afirmarán ser de Él, afirmarán conocerlo; lo honrarán con sus labios, pero sus corazones están lejos de Él. Nacer de nuevo significa haber sido cambiado por la obra u operación sobrenatural de Dios el Espíritu Santo.
Vimos en Efesios 2 este contraste fuerte entre la vida antes de ser vivificados por el Espíritu y la vida después de haber sido vivificados por el Espíritu. Antes de la regeneración, caminamos según la corriente de este mundo, según el príncipe de la potestad del aire, satisfaciendo por naturaleza los deseos de la carne; esa es la vida de la persona caída que no ha nacido de nuevo. Ahora tenemos que hacer la pregunta, ¿qué es lo que sucede? ¿Cuál es el cambio que se efectúa por la obra del Espíritu en nuestras almas o en nuestros corazones? De nuevo, parte del debate sobre la regeneración se centra en las diferencias de nuestra comprensión del pecado original.
Todos los que profesan ser cristianos creen que hubo algún tipo de caída y que hay algo malo con nuestra naturaleza fundamental: que, en verdad, somos criaturas caídas y corrompidas; pero hay diferencias masivas, hay diferencias masivas con respecto al grado de esa caída, al grado de esa corrupción moral que aparece como resultado de la caída. Hay cristianos que creen que, sí, el hombre ha caído, pero aún queda en el alma, por depravada que sea, lo que yo llamo una pequeña isla de justicia, que no se ve afectada por la caída, y debido a esta isla de justicia, la persona aún tiene el poder de cooperar con la oferta de gracia de Dios o no, incluso antes de que sean regenerados, incluso antes de que esta vivificación ocurra, aún tienen esta isla de poder en ellos, y no veo esto en ninguna parte de las Escrituras.
Cuando leo las Escrituras hablando del estado de nuestra naturaleza, la Biblia usa palabras como: «estamos muertos en pecado», «somos esclavos del pecado», «somos por naturaleza hijos de ira», no queremos a Dios en nuestro pensamiento y la forma en que hemos entendido eso históricamente es esta: Que la persona no regenerada tiene una corrupción moral, un sesgo contra Dios. Por naturaleza, las Escrituras nos dicen que estamos en enemistad, y la enemistad es la descripción de una actitud que es hostil. En la carne, que no puede producir nada más que el pecado, estamos en enemistad con Dios. Eso describe no solo nuestras acciones, sino que también describe las actitudes más profundas de nuestros corazones, lo que llamamos en teología la inclinación o disposición del alma, de modo que antes de ser regenerados, antes de nacer de nuevo, no tenemos inclinación alguna hacia las cosas de Dios. Estamos indispuestos hacia las cosas de Dios. No tenemos un afecto genuino por Cristo; no hay amor por Dios en nuestros corazones.
En un nivel práctico, la gente viene a mí todo el tiempo luchando con su seguridad de salvación, y en otras series ya he mencionado esto pero lo diré de nuevo. La gente me dice: «¿Cómo puedo saber si soy salvo?». Les digo: haré tres preguntas. «En primer lugar, ¿amas a Jesús perfectamente?». Cada persona a la que le he hecho esa pregunta es sincera y dicen: «No, no lo hago». Es por eso que no están seguros del estado de su alma; saben que hay deficiencias en su afecto por Cristo porque saben que si amaran a Cristo perfectamente, lo obedecerían perfectamente. «Si ustedes me aman», Jesús dice, «guarden Mis mandamientos». Así que tan pronto como desobedezco uno de Sus mandamientos, para mí es una señal de que no lo estoy amando perfectamente, así que no me sorprende cuando un cristiano verdadero me dice: «No, no lo amo perfectamente». Y digo: «Bueno, ¿lo amas tanto como deberías?». Me ven con cara de asombro y dicen: «Bueno, no, por supuesto, que no».
Si la respuesta a la primera pregunta es no, la respuesta a la segunda tiene que ser no, porque se supone que debemos amarlo perfectamente, pero no lo hacemos. Ahí está la tensión que experimentamos sobre nuestra salvación. Permítanme pasar a la tercera pregunta. Escuchen: «¿Lo amas en realidad? ¿Lo amas en realidad? Antes de que respondas a esa pregunta, te pregunto, ¿amas al Cristo bíblico, el Cristo que encuentras en las páginas de la Sagrada Escritura?». Lo digo por esta razón: Hace muchos, muchos años, enseñé en el instituto Young Life en Colorado Springs, Colorado, e hice mucho trabajo en esos días con y para Young Life y tenía un enorme respeto por el ministerio de alcance de esa organización. Cuando estuve allí, entrenando al personal en Colorado, les dije: «Permítanme advertirles sobre un grave peligro de este ministerio.
Permítanme decir, en primer lugar, que no conozco personalmente ningún ministerio para gente joven, en el mundo, que sea más efectivo para acercarse a los muchachos, participar en sus asuntos, participar en sus problemas, ministrar a los jóvenes donde están y saber cómo lograr que respondan». Y dije: «Esa es la mayor fortaleza de esta organización, y también es su mayor debilidad», les dije, «porque Young Life, como ministerio, hace que el cristianismo sea tan atractivo para los muchachos que es fácil para los jóvenes convertirse a Young Life sin nunca convertirse a Cristo». Es por eso que dije cuando pregunté, ¿amas a Cristo en realidad? No estoy preguntando si amas al Cristo que es un héroe para los muchachos o amas al Cristo que es el símbolo de la teología de la liberación o el maestro moral que tienen los liberales. Pregunto, ¿amas al Cristo que aparece en las Escrituras? Si te preguntara si amas a tus hijos, sabrías si lo haces o no; te estoy preguntando algo sobre tus afectos. Estoy preguntando sobre tu inclinación; estoy preguntando sobre tu disposición. Estoy preguntando sobre la inclinación de tu corazón. Es lo mismo si les digo: «¿Tienes algún afecto por Cristo?». Ahora, si dices que sí a esa pregunta, aquí es donde entra la teología.
Estoy diciendo, ¿es posible que una persona no regenerada tenga algún afecto verdadero por Cristo? Mi respuesta es no, que el afecto por Cristo es el resultado de la obra del Espíritu, porque esto es lo que el Espíritu hace al vivificar, de esto se trata la regeneración: que Dios el Espíritu Santo, cambia la disposición de tu alma, cambia la disposición y la inclinación de tu corazón, donde antes, eras frío a los asuntos de Dios, hostil o indiferente, que es el peor tipo de hostilidad; no tenías un verdadero y honesto afecto por los asuntos de Dios, porque estabas en la carne y la carne no ama los asuntos de Dios. El amor de Dios es encendido por el poder regenerador del Espíritu Santo que derrama en tu corazón el amor de Dios. Entonces, si puedo responder sí a la pregunta de tener afecto por Cristo, aunque me doy cuenta de que no lo amo tanto como debería; no lo amo perfectamente. Si lo amo en realidad, eso me asegura que el Espíritu ha hecho esta obra transformadora en mi alma, porque no tengo el poder en mi carne para evocar ningún afecto verdadero por Jesucristo. Por ahí hay puntos de vista sobre la regeneración que no les darán ese tipo de seguridad.
Una de las posturas más populares de la regeneración en todo el mundo evangélico de hoy es la que dice que lo que pasa en la regeneración es tan solo que el Espíritu Santo entra en tu vida; Él mora en ti. Pero incluso después de eso, después de la regeneración, tienes que responder al Espíritu, tienes que cooperar con el Espíritu, tienes que pedirle que te llene y esté a cargo de tu vida, porque es posible que seas regenerado, habitado por el Espíritu Santo, eres cristiano, pero puedes ser lo que se llama un cristiano carnal que nunca produce ningún fruto de obediencia, que, desde nuestra perspectiva teológica, diríamos que esa es la descripción de un cristiano carnal. Cuando el Nuevo Testamento habla de ser carnales, eso significa que empezamos siendo puramente carnales. Estamos en la carne, cuando Dios, el Espíritu Santo, cambia la disposición de nuestro corazón. Él no aniquila la carne; la dimensión carnal todavía lucha con nosotros. La carne lucha con el Espíritu toda nuestra vida, y hay momentos en que somos más o menos carnales. No hay debate al respecto.
Pero si te refieres a «cristiano carnal» como alguien que no experimenta ningún cambio con la presencia del Espíritu Santo, no estás hablando de un cristiano; estás hablando de una persona no regenerada. Así que, esta postura de regeneración la rechazo totalmente por no incluir regeneración, porque aunque el Espíritu entra en la vida de la persona, no hace su obra sobrenatural de gracia que cambia la inclinación y la disposición del alma. Es decir, la persona sigue siendo la misma en su alma como era antes de que esto sucediera. Por eso es fundamental entender que la regeneración es algo que el Espíritu Santo hace, que real y verdaderamente te cambia; cambia la disposición de tu corazón; cambia la disposición de tu alma. Si una persona es regenerada de verdad y manifiesta fe, es imposible que esa persona no produzca algún fruto, no produzca alguna forma de obediencia.
En todo este tiempo, hemos visto que la regeneración es la obra del Espíritu Santo, por la cual se cambia la inclinación del alma, pero no solo el Espíritu Santo nos cambia en términos de esta obra de regeneración, sino que obra en otros aspectos que son importantes para nuestra seguridad, y permítanme ver algunas de ellas. Veamos 2 Corintios, capítulo 5, versículo 5; permítanme incluso retroceder y empezar al inicio del capítulo: «Porque sabemos que si la tienda terrenal que es nuestra morada, es destruida, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha por manos, eterna en los cielos. Pues, en verdad, en esta morada gemimos, anhelando ser vestidos con nuestra habitación celestial; y una vez vestidos, no seremos hallados desnudos. Porque asimismo, los que estamos en esta tienda, gemimos agobiados, pues no queremos ser desvestidos, sino vestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida». Escuchen esto: «Y el que nos preparó para esto mismo es Dios, quien nos dio el Espíritu como garantía». Ahora, en otras traducciones de la Biblia, los autores hablan no solo de la garantía del Espíritu, sino de lo que se llama «las arras del Espíritu», y el lenguaje aquí proviene del mundo comercial de los antiguos griegos.
Hoy únicamente escuchamos esto, de esta manera, en el negocio de bienes raíces; si estás interesado en comprar una casa y quieres firmar el contrato inicial para que las personas retiren la casa del mercado, te pedirán que des lo que algunas personas llaman una prenda, y otras personas lo llaman dinero de garantía. Es decir, no quieren tratar con personas que solo están jugando con la compra de una casa, sino que quieren personas que sean sinceros al respecto, personas que se tomen en serio la transacción. La idea aquí en las Escrituras es que el Espíritu, cuando nos regenera, no solo cambia la disposición de nuestros corazones y la inclinación de nuestras almas, sino que nos da las arras o la garantía, del pago completo y final. Cuando compro algo a plazos, tengo que hacer un pago inicial. Sabemos que hay personas todos los días que firman contratos, que hacen un primer pago y luego, después de que se realizan algunos pagos, incumplen sus pagos.
Tal vez tengan su casa embargada o su automóvil reclamado y se lo quitan porque no cumplieron con los términos del contrato. Con el pago inicial, prometen pagar el monto total, pero no siempre hacemos eso. Pero cuando Dios hace un pago inicial sobre algo, ese pago inicial es Su palabra, es Su promesa de que, verdaderamente, pagará la cantidad total. Este es el lenguaje que Pablo está usando en el Nuevo Testamento cuando dice: «Cuando nacemos del Espíritu, no solo el Espíritu cambia nuestros corazones y cambia nuestras almas y voluntad y todo, sino que luego nos da la promesa, la garantía, de que la plenitud de nuestra salvación se realizará». Ese es el problema de la gente que dice: «Bueno, puedo ser salvo hoy, pero mañana, puedo perderla», es ignorar, ignorar estas promesas de que lo que Dios empieza, Él termina; Él hace un pago inicial, puedes estar seguro, porque está garantizado que el resto será pagado. Ahí está la base de nuestra seguridad. Otra vez, esta es la obra de Dios, el Espíritu Santo.
Tomemos otro ejemplo de esto que lo encontramos en 2 Corintios, capítulo 1. Empezando en el versículo 15, «Y con esta confianza me propuse ir primero a ustedes para que dos veces recibieran bendición, es decir, quería visitarlos de paso a Macedonia, y de Macedonia ir de nuevo a ustedes y ser encaminado por ustedes en mi viaje a Judea. Por tanto, cuando me propuse esto, ¿acaso obré precipitadamente? O lo que me propongo, ¿me lo propongo conforme a la carne, para que en mí haya al mismo tiempo el sí, sí, y el no, no? Pero como Dios es fiel, nuestra palabra a ustedes no es sí y no. Porque el Hijo de Dios, Cristo Jesús, que fue predicado entre ustedes por nosotros, por mí, Silvano y Timoteo, no fue sí y no». No dice: «Tal vez esto, tal vez no». «Sino que ha sido sí en Él. Pues tantas como sean las promesas de Dios, en Él todas son sí». Y en Él Amén, para la gloria de Dios […]». Todas las promesas de Dios para nosotros son «sí» y «amén»; Dios no duda en Sus promesas; Dios no dice «sí» y «no» o «tal vez». Todas Sus promesas, el apóstol dice aquí, están firmemente establecidas por la afirmación divina, por un SÍ divino: «Puedes llevar eso al banco».
Luego continúa y dice: «Ahora bien, el que nos confirma con ustedes en Cristo y el que nos ungió, es Dios», escucha esto, «quien también nos selló y nos dio el Espíritu en nuestro corazón como garantía». Ahí está de nuevo. No solo tenemos la garantía o las arras del Espíritu, sino que también, Pablo nos dice, y repite esta idea más adelante en Efesios, que somos sellados por el Espíritu Santo. La palabra griega allí es sphragis, y este sello del Espíritu Santo…, has visto las películas de la Edad Media y de las monarquías y la realeza, cuando sale un decreto del rey y es llevado a ser publicado en el pueblo, que en la parte inferior de la proclamación, hay un sello encerado pegado a la proclamación en el que está el signo del rey, donde el signo del rey que se basa en el anillo del sello, el monarca tiene un anillo con un diseño dentro de él, grabado en su interior con una cierta forma o figura que es el signo de su firma. Así, si un documento o una proclamación o un edicto lleva el sello en cera del anillo de sello del rey, eso significa que este es el testimonio irrefutable de su autenticidad. Aquí, el Rey del universo pone Su marca indeleble en el alma de cada uno de Su pueblo; Él nos da no solo la garantía, no solo el cambio en la disposición de nuestros corazones, sino que nos sella para el día de la redención.
Finalmente, en Romanos 8, leemos las palabras alentadoras en el versículo 9 donde Pablo escribe: «Ustedes no están en la carne sino en el Espíritu, si en verdad el Espíritu de Dios habita en ustedes. Pero si alguien no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de Él. Y si Cristo está en ustedes, aunque el cuerpo esté muerto a causa del pecado, sin embargo, el espíritu está vivo a causa de la justicia. Pero si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, el mismo que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos, también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de Su Espíritu que habita en ustedes. Así que, [dice] somos deudores, no a la carne, para vivir conforme a la carne. Porque si ustedes viven conforme a la carne, habrán de morir; pero si por el Espíritu hacen morir las obras de la carne, vivirán». Esto es lo que dijo: «Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios. Pues ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino que han recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos: “¡Abba, Padre!”. El Espíritu mismo, el Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si en verdad padecemos con Él a fin de que también seamos glorificados con Él».
Aquí, lo que buscamos aprender a través del estudio de nuestras propias vidas, de nuestros propios corazones, el fruto del Espíritu, midiendo el cambio en nuestra vida, aquellos aspectos en los que tratamos de ser honestos en la evaluación de lo que está sucediendo en nosotros y a través de nosotros, a las finales, la base sólida de nuestra seguridad proviene del testimonio interno de Dios el Espíritu Santo. Donde este don de gracia añadido por el Espíritu es que el Espíritu da testimonio a nuestro espíritu; esto ocurre dentro, que somos los hijos de Dios. Lo último, ¿cómo sabemos que ese testimonio del Espíritu a nuestro espíritu proviene del Espíritu y no de un espíritu maligno? ¿Cómo confirma el Espíritu Santo en nuestros corazones que somos hijos de Dios? El Espíritu da testimonio a nuestro espíritu a través de la Palabra; cuanto más te alejes de la Palabra, menos seguridad tendrás en tu vida; cuanto más estés en la Palabra, al leer la Palabra de Dios, el Espíritu que inspiró la Palabra, el Espíritu que ilumina la Palabra para ti, ahora usa esa Palabra para confirmar en tu alma que eres Suyo, que realmente eres hijo de Dios.