Cómo adquirir sabiduría
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Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: Las pruebas, tentaciones y la prueba de nuestra fe
A veces, nuestro propio pecado produce pruebas, tentaciones y pone a prueba nuestra fe (por ejemplo, el Salmo 106). La Confesión de Fe de Westminster 18.4 deja claro que nuestro pecado puede hacer disminuir nuestra confianza en la seguridad de la salvación.
Sin embargo, el pecado no siempre es la causa directa de las pruebas y tentaciones. Nuestro reto a la hora de comprender las pruebas, tentaciones y la puesta a prueba de nuestra fe, se hace más doloroso cuando nuestra experiencia personal no se corresponde con nuestra expectativa habitual de coherencia moral y de justicia. A veces, nuestras pruebas no vienen solo a causa de nuestro pecado personal. Los libros de Eclesiastés y de Job dejan claro este punto. Cuando los malvados no reciben su merecido y los justos sufren de forma indescriptible, la gente clama al cielo. «¡Cómo mueren tanto el sabio como el necio!» (Ec 2:16). ¿Cómo es que «hay justos a quienes les sucede conforme a las obras de los impíos, y hay impíos a quienes les sucede conforme a las obras de los justos»? (Ec 8:14). Los «amigos» de Job asumieron que, considerando su sufrimiento, él debió haber pecado. Dedujeron erróneamente, basándose en el principio de que los justos prosperan y los malvados sufren, que Job debió haber sido un malvado. Sin embargo, en la vida no todo es siempre blanco y negro. Santiago, Pablo y Pedro nos ayudan con estas dificultades.
Santiago expone algunas de las enseñanzas más relevantes de la Escritura sobre las pruebas, las tentaciones y la prueba de la fe del cristiano. Él escribe: «Tengan por sumo gozo, hermanos míos, cuando se hallen en diversas pruebas» (1:2). Las «pruebas» que él tiene en mente son tanto internas como externas, vistas en el hecho de que utiliza la misma palabra griega en el versículo 12 y los siguientes para referirse a las tentaciones internas. Además, nota que Santiago se refiere a «diversas pruebas». En resumen, Santiago se dirige a todos los que sufren pruebas y tentaciones.
Santiago quiere que tengamos la actitud correcta ante las pruebas. Al considerar cuál debe ser nuestra reacción ante las pruebas, su respuesta es sencilla y sorprendente: debemos recibirlas con agrado porque fortalecen nuestra fe y perfeccionan nuestro carácter cristiano. En pocas palabras, las pruebas harán que crezcamos en nuestra vida de piedad.
De manera concreta, Santiago dice que debemos tener «por sumo gozo» cuando nos enfrentemos a estas diversas pruebas. Pero él quiere que definamos ese gozo. Es uno que viene de arriba, no de abajo. Es el gozo de quien tiene una perspectiva con el fin en mente, es decir, una perspectiva celestial.
Santiago declara que la razón por la que un cristiano puede tener esa perspectiva durante las pruebas y tribulaciones es porque sabemos algo sobre ellas, algo que el mundo no sabe. Él le puede ordenar a su audiencia que tenga gozo porque estas pruebas producen algo que debemos tener en nuestro carácter: la paciencia. Esta es una cualidad activa.
Pero el apóstol no se detiene aquí. Esta cualidad del carácter, la paciencia, conduce a algo más. Santiago no se preocupa solo por el desarrollo de una virtud, sino por el desarrollo del carácter mismo. Él continúa diciendo: «Y que la paciencia tenga su perfecto resultado, para que sean perfectos y completos, sin que nada les falte» (1:4). El Nuevo Testamento no enseña perfeccionismo, ni que un simple ser humano puede alcanzar la perfección. Nuestros logros en la virtud siempre serán inestables y se quedarán cortos. Entonces, ¿qué quiere decir Santiago?
Creo que él dirige nuestra atención hacia Cristo. Recuerda lo que dijo el escritor de Hebreos:
Aunque era Hijo, aprendió obediencia por lo que padeció; y habiendo sido hecho perfecto, vino a ser fuente de eterna salvación para todos los que le obedecen (He 5:8-9).
Este pasaje de Hebreos se enfoca en la preparación de Jesús para ser el Sumo Sacerdote supremo a nuestro favor. Aquí en Hebreos, el foco no está en resistir la tentación; en cambio, «perfecto» quiere decir «apto» para el oficio de Sumo Sacerdote mediante el ejercicio de la fuerza y la rectitud positiva. Piensa en esto: nuestro Señor superó esa aversión natural al sufrimiento que todos tenemos como humanos. Nuestro Salvador y compasivo Sumo Sacerdote se negó a escoger lo fácil; en lugar de ello, contendió por nosotros, sufriendo en Su obediencia para que pudiéramos tener por sumo gozo cuando nos enfrentemos a pruebas y tentaciones. Él está produciendo un carácter paciente en nosotros.
Parece que algunos miembros de las iglesias a las que Santiago escribió pudieron haber asumido erróneamente que, como Dios es soberano, entonces Él debe ser el único responsable de sus tentaciones (ver Stg 1:13). Más bien, Santiago quiere que reconozcan que la tentación tiene su génesis en nuestro interior. Además, Dios, nuestro Padre celestial, solo quiere buenas dádivas para los que le aman (vv. 17-18).
Al parecer, estas verdades también causaron una impresión profunda y duradera en el apóstol Pablo. Él proclamó con entusiasmo —tras describir tanto sus visiones y revelaciones del Señor como las dificultades del aguijón de su carne— que «[se complace] en las debilidades, en insultos, en privaciones, en persecuciones y en angustias por amor a Cristo, porque cuando [es] débil, entonces [es] fuerte» (2 Co 12:10). Él y sus compañeros habían sufrido muchas aflicciones y declararon: «Fuimos abrumados sobremanera, más allá de nuestras fuerzas, de modo que hasta perdimos la esperanza de salir con vida. De hecho, dentro de nosotros mismos ya teníamos la sentencia de muerte». Sin embargo, Pablo afirmó que esto fue así «a fin de que no confiáramos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos» (1:8-9).
Pedro, al inicio de su primera epístola, también hace algunas afirmaciones interesantes sobre las pruebas que son muy parecidas a las de Santiago (ver 1 P 1:6-7). ¿Cómo puede Pedro hacer afirmaciones tan audaces y atrevidas? Las respuestas, que son dos, pueden encontrarse en el contexto más amplio. Primero, Pedro afirma que los cristianos son el nuevo pueblo adquirido por Dios (2:9-10). Segundo, Pedro dirige nuestra atención a la historia suprema de nuestras vidas: nuestra liberación en Cristo, que se basa en el éxodo original del pueblo de Dios que fue sacado de Egipto pero va más allá hasta lograr la liberación del pueblo de Dios de una esclavitud al pecado, lo cual es algo aún mayor, un segundo éxodo que nuestro Señor ha procurado para Su pueblo escogido.
En los dos primeros capítulos de 1 Pedro, el éxodo es sin duda una metáfora dominante. Las imágenes del éxodo de Egipto son predominantes (ver de manera especial 1:3 – 2:10). Estas alusiones incluyen la Pascua, la demanda de ser santos, el becerro de oro, las vidas rescatadas (es decir, redimidas) y un cordero inmaculado (ver Éx 12; 15:13; 32; Lv 11:44; 19:2). Los cristianos a los que se dirige Pedro no deben mirar atrás (como hicieron los israelitas), sino seguir adelante hacia su «herencia incorruptible» (1 P 1:4). ¿Por qué Pedro pintaría su lienzo con los matices del éxodo? Probablemente porque el público original había sido catequizado en su Biblia hebrea. Estas imágenes proporcionan la base para que su audiencia establezca analogías entre el antiguo pueblo de Dios y la nueva comunidad elegida de cristianos, con miras a una conformidad ética marcada por la santidad y el amor (vv. 13-25).
En estos pasajes de 1 Pedro surge un principio importante: el indicativo de lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo precede al imperativo de lo que debemos hacer en respuesta. En 1 Pedro 1:13-21, Pedro comienza por el final de la historia, donde la «revelación» del versículo 13 probablemente se refiere a la segunda venida de Cristo. Además, el fundamento centrado en la esperanza de Cristo de los versículos 17-21 es la base de los mandatos y exhortaciones a la santidad de los versículos 14-16. O toma otro ejemplo: el mandato de amarse unos a otros del versículo 22 se fundamenta en el hecho de que su audiencia ha nacido de nuevo (v. 23), «no de una simiente corruptible, sino de una que es incorruptible, es decir, mediante la palabra de Dios que vive y permanece». El verbo traducido aquí como «nacido de nuevo» es intencionalmente un eco del versículo 3.
En resumen, Pedro quiere que nuestras mentes sean transformadas, y para ello utiliza metáforas poderosas: en este caso, el éxodo. Pero él también quiere que pensemos en nuestra nueva identidad como peregrinos elegidos por Dios. Al fundamentarnos en los indicativos de nuestra fe, él puede exhortar a su audiencia a perseguir una mayor santidad. Una de las maneras en que lo hace al comienzo de su epístola, es ayudando a estos cristianos a reflexionar adecuadamente sobre sus pruebas:
En lo cual ustedes se regocijan grandemente, aunque ahora, por un poco de tiempo si es necesario, sean afligidos con diversas pruebas, para que la prueba de la fe de ustedes, más preciosa que el oro que perece, aunque probado por fuego, sea hallada que resulta en alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo (vv. 6-7).