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Nota del editor: Este es el quinto capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: Sabiduría y necedad
¿Qué quiere decir la Biblia cuando habla de la verdadera sabiduría? Podemos hablar de esta como una comprensión piadosa y una orientación fiel para vivir (1) ante el Dios al que tememos, (2) por el Dios al que amamos y (3) para el beneficio duradero de las demás criaturas de Dios, a las que desde el principio se propuso bendecir. La sabiduría es un patrón de vida que se caracteriza por andar «en la sinceridad que viene de Dios, no en sabiduría carnal sino en la gracia de Dios» (2 Co 1:12). Todos necesitamos esto.
La Escritura hace más que solo alentarnos en este ámbito; emite un imperativo: «Adquiere sabiduría» (Pr 4:5, 7). Esta sabiduría es un «deber», y se le dice al pueblo de Dios que haga de su búsqueda una responsabilidad principal en la vida. Para los propósitos de este artículo, entenderemos «adquirir sabiduría» en dos sentidos: primero, adquirirla, y luego, crecer en ella.
Como primer principio, todo cristiano debe comprender que la sabiduría procede de Dios. No nos pertenece, sino que es «de lo alto» (Stg 3:17). Dios nos hace conocer la sabiduría (Sal 51:6). Digamos entonces que la verdadera sabiduría es enseñada por Dios, enseña sobre Dios y conduce a Dios (mis disculpas a Tomás de Aquino por adaptar su aforismo sobre la teología). Por otro lado, la sabiduría mundana nunca nos conducirá a Dios (1 Co 1:21) y tiende a la necedad al suprimir la verdad sobre Dios (Ro 1:18-23).
Tal como el Antiguo Testamento utiliza el término, la sabiduría tiene muchos matices y aspectos prácticos. De forma más general, puede significar «aprendizaje», «ingenio» o «sentido común». Puede significar «habilidad» o conocimientos técnicos (Éx 28:3; 31:6; 1 Cr 28:21; Sal 107:27; Is 10:13), como los que posee un artesano tras una larga experiencia laboral. La Biblia asocia la sabiduría con el buen carácter y la disciplina personal. La presenta como diligencia, decir la verdad, hacer la paz, saber escuchar, tener dominio propio y tener compasión. La sabiduría se ha definido como «el arte de conducirse» por la vida, con sus obstáculos, incertidumbres, tentaciones e injusticias. Implica evitar los caminos equivocados (los callejones sin salida de la vida) y dar marcha atrás cuando cometemos errores. Sin embargo, este artículo se refiere específicamente a la sabiduría de Dios que obtenemos en comunión con Él a través del evangelio. En otras palabras, nuestra pregunta es: ¿Cómo espera Dios que «traigamos al corazón sabiduría» (Sal 90:12) en Jesucristo?
Tiembla ante Dios
El temor del Señor es lo más básico para adquirir y crecer en sabiduría. «El principio de la sabiduría es el temor del SEÑOR» (Sal 111:10; Pr 9:10; ver también Job 28:28). Sin una profunda reverencia hacia nuestro Creador y un temor a ofenderle, carecemos de sabiduría. Sin temor de Dios, no hemos ni siquiera empezado. Si perdemos un temor adecuado al Señor, debemos volver al principio y empezar de nuevo.
Si «el temor del SEÑOR es instrucción de sabiduría» (Pr 15:33), debemos inducir y ejercer un temor adecuado. Mantener nuestra mente centrada en Dios y en las verdades sobre Dios —Él nos creó para Sí y para cumplir Su voluntad; Sus ojos están siempre sobre nosotros; Él ordena nuestros pasos; Él es nuestro Juez; y bajo Su soberanía volvemos al polvo (Sal 90:3)— fomentará un temor adecuado que, a su vez, nos instruirá. Meditar sobre la verdad de un juicio final (Ec 12:13-14; Ro 14:10, 12; 2 Co 5:10) contribuye en gran medida a inculcar y fortalecer ese temor del Señor que instruye en sabiduría.
Siente tu necesidad de lo que está fuera de ti
En muchos aspectos la sabiduría puede equipararse a la madurez espiritual, al crecimiento en Cristo, quien es la sabiduría de Dios. Ciertamente, el Nuevo Testamento nos llama a un arduo esfuerzo en la vida cristiana (1 Co 9:27; Col 3:23; 2 P 1:5-10). En efecto, debemos aplicarnos seriamente al objetivo de crecer en conocimiento y sabiduría. Sin embargo, como en todo el proceso de santificación, nunca debemos perder de vista la verdad de que, en última instancia, es Dios quien obra en nosotros tanto el querer como el hacer, para Su buena intención (Fil 2:13). No obtenemos la sabiduría de Dios —de lo que trata este artículo— mediante esfuerzo y estudio o por una determinación incesante de llegar a ser como el Salvador. En última instancia, pedimos a Dios Padre que nos conceda sabiduría. Él nos enseña la sabiduría. Recibimos Su sabiduría cuando Dios Hijo, Jesucristo, habita en nuestros corazones por la fe. Del mismo modo que sobre el Hijo encarnado reposó el Espíritu de Dios, Espíritu de sabiduría y de inteligencia (Is 11:2), si queremos llegar a ser sabios, el Espíritu debe reposar sobre nosotros. El evangelio no solo consiste en llegar a conocer en Cristo una «justicia ajena» (una justicia fuera de nosotros, no propia), como tan maravillosamente explica Pablo en Romanos, Filipenses y otros pasajes, sino también en recibir lo que podríamos llamar una «sabiduría ajena». Existe una justicia y una sabiduría que nunca podremos alcanzar por nosotros mismos. Nunca obtendremos esta sabiduría sin reconocer nuestra necesidad de ella y buscar al Dador de este buen don. «Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes» para darles Su sabiduría (Stg 4:8).
Relaciono este punto con la enseñanza bíblica de la unión con Cristo. ¡De qué manera tan gloriosa Jesús mismo es nuestra salvación! Los creyentes no tenemos vida en nosotros mismos, sino que la obtenemos continuamente del Señor Jesús en nuestra unión de fe con Él. No tenemos justicia propia, pero somos considerados como justos y empezamos a progresar en santidad cuando nos unimos a Cristo. Él es nuestra vida, nuestra justicia, nuestra santificación. De la misma manera, Jesucristo mismo es nuestra sabiduría (1 Co 1:24, 30; ver también Col 2:3).
Desea la sabiduría como un don inestimable
Para obtener sabiduría, debemos buscarla, y para buscarla, primero debemos desearla. No es de extrañar, pues, que la Escritura nos incite repetidamente a considerar la sabiduría no solo como lo más deseable, sino como algo que no se puede comprar. «Mejor es la sabiduría que las joyas, / Y todas las cosas deseables no pueden compararse con ella» (Pr 8:11; ver también 3:15). El que posiblemente sea el poema más elocuente de la Biblia, Job 28, habla de los arduos y peligrosos esfuerzos de los mineros que excavan en las montañas para encontrar oro y piedras preciosas. Pero la sabiduría es totalmente inaccesible para el hombre; «[no] se encuentra en la tierra de los vivientes» (v. 13). «No se puede dar oro puro por ella, / Ni peso de plata por su precio» (v. 15). Los que buscan y adquieren sabiduría serán siempre aquellos que la estiman (Pr 4:8).
Pide a Dios sabiduría
Los que estiman y aman la sabiduría orarán, como Salomón, pidiendo sabiduría (2 Cr 1:10-12). «Si a alguno de vosotros le falta sabiduría, que se la pida a Dios» (Stg 1:5), con una fe firme en que Dios se complace en escuchar y responder a tal oración —Recuerda cómo se deleitó Dios de que Salomón le hubiera hecho esa petición—. Quien obtiene sabiduría, la obtiene en respuesta a la oración.
Pienso que los cristianos, incluyéndome, a menudo no oran por la sabiduría como deberían. Sí, de vez en cuando oramos fervientemente para pedir orientación y sabiduría en la toma de decisiones. ¿Pero imploramos a Dios que nos dé un corazón sabio cuando no hay que tomar decisiones cruciales? ¿No deberíamos pedir continuamente la sabiduría y la comprensión divinas para que Él responda a nuestras oraciones y nos prepare tanto para las deliberaciones más mundanas y cotidianas como para las crisis repentinas que exigen decisiones urgentes y que pueden alterar la vida? Sin duda, este es un ámbito al que se aplica el mandato del apóstol Pablo: «Oren sin cesar» (1 Ts 5:17). La oración humilde y constante, en la que nos apoyamos decididamente en Dios, indica que no nos estamos apoyando neciamente en nuestro propio entendimiento (Pr 3:5).
Estudia diligentemente la Palabra de Dios
Aunque la verdadera sabiduría nunca debe confundirse con la inteligencia y la educación innatas, es necesario estudiar y reflexionar si queremos adquirir sabiduría. La Escritura nos recomienda estudiar el «libro de la naturaleza» hasta en sus más mínimos detalles: «Ve, mira la hormiga […] / Observa sus caminos, y sé sabio» (Pr 6:6). La sabiduría bíblica implica una percepción del orden, la finalidad y el significado que Dios ha dado a la creación. Incluso podríamos decir que la sabiduría está incrustada en el orden creado, como obra del «único y sabio Dios» (Ro 16:27). Para que «[seamos] llenos del conocimiento de Su voluntad en toda sabiduría y comprensión espiritual» (Col 1:9), estudiamos el orden de la creación, ya que revela la gloria de Cristo (vv. 15-20), por Quien «fueron creadas todas las cosas… y en [Quien] todas las cosas permanecen», y «por medio de [Quien Dios quiso] reconciliar todas las cosas consigo» mediante la cruz.
El «libro de la Escritura» es de suma importancia para adquirir sabiduría. Proverbios lo establece como un principio establecido: «El SEÑOR da sabiduría» (2:6), y el resto de ese versículo señala cómo lo hace Dios. «De Su boca vienen el conocimiento y la inteligencia». El profeta Jeremías refuerza esta verdad en una profecía de juicio devastador. Pregunta: «¿Quién es el hombre sabio que entienda esto? ¿A quién ha hablado la boca del SEÑOR que pueda declararlo?» (Jr 9:12). Estas líneas paralelas dejan claro que la sabiduría solo la adquieren quienes escuchan y atienden la Palabra de Dios. Es «la ley del SEÑOR [en hebreo la torah: la instrucción, la enseñanza]… / El testimonio del Señor que hace sabio al sencillo» (Sal 19:7). Nunca encontrarás a un cristiano verdaderamente sabio, instruido por el cielo, que no estudie la Escritura detenidamente y medite en ella. Esto tiene mucho sentido, pues solo en la Biblia llegamos a conocer al Salvador, quien es la sabiduría de Dios personificada.
Busca el consejo de creyentes maduros
La sabiduría es algo que Dios nos enseña (en Su Palabra), en nuestra comunión con Cristo, quien es la sabiduría de Dios. El papel de enseñanza del Espíritu Santo es fundamental, como se enfatiza en 1 Corintios 2:10-13. Añadamos rápidamente que también nos la enseña otros que son «espirituales» y han crecido en sabiduría. Rechazar el consejo de otros creyentes maduros es el camino de la insensatez, no de la sabiduría. Rechazar la reprensión de personas piadosas no solo es insensato, sino autodestructivo (Pr 15:31-32). Es de sabios pedir crítica y corrección.
Sin embargo, hacer esto puede ser muy arriesgado si le pides corrección a una persona orgullosa y poco piadosa. Algunos te derribarán y tendrán poco interés en edificarte en la piedad. Cuando vean defectos y fallas en ti, ellos mismos pueden caer en la tentación del orgullo y la arrogancia; pueden olvidar «la aflicción de su corazón» y ser duros contigo (ver 1 R 8:38). Como bromeó una vez un amigo del seminario, ellos tienen «el ministerio de condenación» (ver 2 Co 3:9). Por tanto, no solo se requiere una sabia humildad por tu parte para pedir esta crítica y corrección, sino también verdadera sabiduría a la hora de elegir a quién pedirla.
Si Dios te guía hacia la persona adecuada —después de orar pidiendo Su sabia dirección—, puede que descubras que es una de las experiencias más instructivas de tu vida. Pero también puede ser una de las experiencias más duras. ¿Quién podría ser la persona adecuada para ti? Yo sugeriría un amigo conocido por ser manso y veraz en igual medida (Ef 4:15). Supongo que habrás conocido a quienes tienen un espíritu cristiano tan tierno y cariñoso que te hacen fácil recibir su palabra de corrección. Dios habla a tu corazón a través de ellos.
Proverbios hace hincapié en aprender de los padres: «Hijo mío, presta atención a mi sabiduría» (5:1). Pero hay muchos otros de quienes podemos aprender, incluidos los santos de siglos pasados. Amigo, anda con los sabios para llegar a ser sabio (13:20).
Estudia la humildad
Como afirma la Biblia, las personas que se creen sabias, que se tienen a sí mismas por sabias, son peores que los necios (Pr 26:12; ver también Ro 12:16; 1 Co 3:18-20). El orgullo nos ciega ante nuestros defectos y nos impide aprender sabiduría. Juan Calvino escribió:
Siempre me ha gustado mucho una frase de Crisóstomo que dice que el fundamento de nuestra filosofía es la humildad. Pero la de Agustín me agrada aún más: «Así pues, si me preguntas sobre los preceptos de la religión cristiana, primero, segundo, tercero y siempre respondería: humildad» (Institución, 2.2.11).
El orgullo nos conduce a toda locura y vicio, cosas que Dios detesta. Él quiere derribarlo de un mazazo, y esto lo hace mediante el evangelio del Siervo Sufriente. Estudia «la sabia mansedumbre» (Stg 3:13).
Aprende de las pruebas
Proponte tener una visión a largo plazo —y con esto me refiero a tener presentes tus bendiciones en Cristo y tu esperanza en el cielo— cuando te enfrentes a la adversidad o al sufrimiento. Eso es sabiduría. Dios está haciendo algo verdaderamente maravilloso en tu corazón y en tu vida: glorificándose en ti, haciéndote más semejante a Cristo y preparándote para tu hogar eterno. Pienso en una cita reciente, bastante optimista, de mi esposa sobre las dificultades de la vida y que ilustra esta sabiduría: «Ningún hombre puede quitarnos el tesoro que llevamos dentro ni la relación eterna que tenemos con nuestro Padre de arriba. ¿Cómo podemos sentirnos ansiosos, desdichados o derrotados?».
Considera la brevedad de la vida
El salmo de oración de Moisés habla elocuentemente de nuestra mortalidad: «Acabamos nuestros años como un suspiro. / Los días de nuestra vida llegan a setenta años; / Y en caso de mayor vigor, a ochenta años […] pronto pasa, y volamos» (Sal 90:9-10). ¿Qué lección debemos extraer? «Enséñanos a contar de tal modo nuestros días, / Que traigamos al corazón sabiduría» (v. 12). Parece que casi todas las metáforas bíblicas utilizadas para describir la vida humana destacan su brevedad. Somos el rocío de la mañana, una sombra pasajera, un soplo, la hierba, una flor del campo: un día estamos aquí y al siguiente nos hemos ido. Al meditar en esta verdad, obtendremos sabiduría para vivir para Dios y no para nosotros mismos; para vivir para lo que es eterno y no para la moda pasajera y el consumismo; para vivir para edificar a los demás por amor a Jesús y no para impresionarlos. La sabiduría contradice el viejo y tonto lema: «El que se queda con más cartas, gana». Dios llama necio al hombre que no tiene en cuenta su mortalidad y acumula tesoros para sí mismo (Lc 12:20).
Teniendo en cuenta la brevedad de la vida, tendremos más cuidado en seguir progresando en sabiduría todos nuestros días. Calvino escribió en su comentario sobre Zacarías 4:13: «Esta es nuestra sabiduría, ser aprendices hasta el fin».
Una bendición de despedida
En conclusión, recibimos una motivación adicional para buscar la sabiduría en Dios. Mucho antes de que Jesús nos diera ocho bienaventuranzas en Su Sermón del monte, existían las bienaventuranzas del Antiguo Testamento. He aquí una para todos nosotros: «Bienaventurado el hombre que halla sabiduría» (Pr 3:13).