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Transcripción
Vamos a continuar con nuestro estudio de las parábolas de Jesús y en esta sesión, vamos a ver una de mis parábolas favoritas, una muy conocida entre las personas de la iglesia. Es la parábola del buen samaritano. La encontramos en el capítulo 10 del Evangelio según Lucas y para entender el impacto de esta parábola, tenemos que ver el contexto en el que Lucas ha colocado esta historia que Jesús cuenta.
Leemos en el capítulo 10 de Lucas, empezando en el versículo 25, estas palabras: «Cierto intérprete de la ley se levantó, y para poner a prueba a Jesús dijo: “Maestro, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”. Y Jesús le dijo: “¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?”. Respondiendo él, dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu fuerza, y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo”. Entonces Jesús le dijo: “Has respondido correctamente; haz esto y vivirás”. Pero queriendo él justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo?”. Jesús le respondió: “Cierto hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, los cuales después de despojarlo y de darle golpes, se fueron, dejándolo medio muerto.
Por casualidad cierto sacerdote bajaba por aquel camino, y cuando lo vio, pasó por el otro lado del camino. Del mismo modo, también un levita, cuando llegó al lugar y lo vio, pasó por el otro lado del camino. Pero cierto samaritano, que iba de viaje, llegó adonde él estaba; y cuando lo vio, tuvo compasión. Acercándose, le vendó sus heridas, derramando aceite y vino sobre ellas; y poniéndolo sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un mesón y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios se los dio al mesonero, y dijo: ‘Cuídelo, y todo lo demás que gaste, cuando yo regrese se lo pagaré’. ¿Cuál de estos tres piensas tú que demostró ser prójimo del que cayó en manos de los salteadores?”. El intérprete […] respondió: “El que tuvo misericordia de él”. “Ve y haz tú lo mismo”, le dijo Jesús».
El contexto en el que tenemos la parábola del buen samaritano es en el contexto de un breve interrogatorio que es provocado por este abogado que viene a Jesús y Lucas nos dice que su propósito de hacerle preguntas a Jesús no era porque estuviera buscando genuinamente sabiduría del Señor, sino que su propósito era poner a prueba a Jesús. Entonces fue a decirle: «Maestro, ¿qué haré para heredar la vida eterna?». Y Jesús, sabiendo que este hombre era abogado, le dijo: «Bueno, ¿qué está escrito en la ley?».
Como abogado en Israel, se suponía que era un maestro de la ley del Antiguo Testamento. Así que Jesús lo puso a prueba a él, y le dijo: «Si eres un abogado que practica con dominio la ley bíblica, ¿qué dice la ley que tienes que hacer para heredar la vida eterna?». El abogado responde recitando el gran mandamiento. Él dijo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu fuerza, y con toda tu mente» y creo que simplemente añadió esta posdata final no científica, «y a tu prójimo como a ti mismo».
Evidentemente, él había memorizado el gran mandamiento como todo estudiante de la ley lo había hecho en la antigüedad, por lo que no era una gran prueba responder a esta pregunta de Jesús. Le dio la respuesta correcta. Entonces Jesús le dijo: «Has respondido correctamente; haz esto y vivirás». Así que Jesús está ofreciendo la promesa de la vida eterna, en este punto, a una persona que todo lo que tenía que hacer era guardar el gran mandamiento o guardar la ley de Dios. Por supuesto, Jesús sabía que personas como los fariseos y personas como este escriba o abogado eran personas que pensaban que hacían un trabajo excelente al guardar la ley y que al guardar la ley merecerían entrar en el reino de Dios.
Sabemos, también, por la enseñanza de Jesús en otros pasajes, que Él estaba tratando de hacer que la gente viera que, si realmente entendían la ley, la ley los conduciría a otra vía de salvación que no fuera tratando de abrirse camino hacia el cielo por sus propias buenas obras, porque lo que la ley hace es exponer nuestro pecado y nuestra necesidad si la examinamos correctamente. Siempre he dicho que no es casualidad que los dos reformadores magisteriales más grandes de la Reforma del siglo XVI hayan sido estudiantes diligentes de la ley: Lutero y Calvino. Ambos, tenían entrenamiento en la ley, y el estudiar la ley de Dios los condujo al Evangelio, porque la ley los dejó en desesperación.
Pero no había tal experiencia en el corazón de este abogado. Él asumió que estaba guardando el gran mandamiento y Jesús dijo: «Adelante. Si lo guardas, vivirás, no tienes nada de qué preocuparte». Pero el abogado no había terminado con Jesús. Quiere indagar un poco más el asunto. ¿Saben? Es interesante cuando estamos en discusiones de teología y debatiendo ciertos temas, que una de las respuestas estándar que recibimos de la gente es: «Bueno, ¿qué quieres decir con esto? Bueno, define tus conceptos».
Por lo general, ese es un mecanismo de escape para evadir el asunto que está sobre la mesa, pero este abogado se apresuró a hacer ese tipo de argumento. Dijo: «Bueno, Jesús, ¿quién es mi prójimo? ¿Qué quiere decir la ley cuando afirma que estoy supuesto a amar a mi prójimo como a mí mismo? Entiendo lo que significa amar a Dios con todas mis fuerzas, todo mi corazón, toda mi mente y todo eso, pero ¿qué quieres decir con amar a mi prójimo como me amo a mí mismo? ¿Quién es mi prójimo?».
Jesús tenía una pregunta abstracta ante Él y podría haber dado una respuesta abstracta. Podría haber dicho: «Bueno, tu prójimo puede definirse como alguien que vive a tu lado o en la calle donde vives o, aún más general, se extiende a cualquiera que vive en tu vecindario. Cualquier persona en tu vecindario puede ser interpretada como tu prójimo». Entre los judíos y en particular entre los fariseos, tenían una definición muy estrecha de quién era el prójimo. Para ellos, sería un compañero judío y un compañero judío justo, probablemente muy similar al resto de los fariseos, y hacían distinción entre ellos y los hombres justos, y las personas del pueblo, la gente de clase baja.
Ciertamente, las personas que estaban fuera de la nación de Israel eran consideradas como estando fuera del vecindario de Dios y aquellas que estaban fuera del vecindario judío, quizás las más despreciadas, habrían sido los samaritanos, quienes, durante el cautiverio, algunos de los que permanecieron se casaron con paganos y produjeron lo que los judíos consideraban una raza, una raza mestiza de semi judíos. Los samaritanos tenían su propio templo en Gerizim que preferían antes que la adoración en el templo de Jerusalén, como recuerdan a Jesús conversando con la mujer de Sicar o la mujer en el pozo.
Además, cuando los judíos regresaron del cautiverio y trataron de reconstruir el templo, los samaritanos los hostigaron arrojando cerdos muertos al área de construcción. Acto que contaminaría y profanaría la tierra santa y tendrían que pasar por un par de semanas de re-santificación y detener la construcción mientras lidiaban con todo ese acoso por parte de los samaritanos. Así que había muy mala relación entre los judíos y los samaritanos y se nos dice en otro pasaje que los judíos no tenían tratos con los samaritanos y de hecho, Jesús sorprendió a la gente cuando viajó de Judea a Galilea y pasó por Samaria para llegar a donde iba, en lugar de ir bordeándola que era lo que los judíos acostumbraban a hacer.
Así que ahora, Jesús responde a la pregunta sobre el prójimo, contando esta historia. Cuenta la historia de un hombre, al parecer una persona judía, que ha ido de Jerusalén a Jericó. Este no es el Jericó del Antiguo Testamento donde los muros se derrumbaron. Este es el Jericó del Nuevo Testamento, a unos 27 kilómetros de la ciudad de Jerusalén y los 27 kilómetros son a través de un campo bastante desolado. Jericó del Nuevo Testamento, si alguna vez han estado allí, deben saber que es una ciudad que está construida alrededor de lo que llamamos o conocemos como Oasis, y ese era el punto atractivo.
Así que los comerciantes viajaban con frecuencia desde Jerusalén hasta Jericó para vender sus mercancías porque había personas viviendo en estos pedazos de oasis, pero también es, hasta el día de hoy, un lugar favorito para aquellos que eran salteadores de caminos o ladrones que esperaban a alguien que viajaba solo, quizás o a un pequeño grupo de comerciantes desprotegidos. Se escondían en las rocas y cuando llegaba la noche caían sobre ellos y les robaban sus mercancías. Entonces puede que Jesús esté contando una historia que realmente ocurrió. Esto puede no haber sido una parábola inventada e ilustrativa en este caso.
Pero él dijo: «El hombre estaba bajando a Jericó. En el camino, cayó entre salteadores que lo despojaron de su ropa, lo hirieron, evidentemente robaron todo lo que tenía valor y lo golpearon severamente» y lo dejaron, como dice la parábola, «medio muerto». Así que esta víctima de la paliza salvaje de los salteadores quedó en tal situación que obviamente si nadie le prestaba ayuda o si nadie venía a rescatarlo, seguramente moriría allí, desnudo, solo, golpeado hasta el punto de estar medio muerto. El resto de la historia habla de las personas que vieron a este pobre hombre tirado en la calle y de cuál fue su reacción.
«Por casualidad cierto sacerdote bajaba por aquel camino, y cuando lo vio, pasó por el otro lado del camino». No es que no lo haya visto. Vio al hombre. Lo vio acostado allí en un montículo y obviamente, desde el punto de vista del sacerdote, no podía decir con certeza si este hombre estaba vivo o muerto, así que le dio al hombre un amplio espacio, caminó hacia el otro lado del camino. ¿Por qué hizo eso? Había todas estas leyes entre los sacerdotes y entre los fariseos y los levitas y el resto, que tenían que ver con los rituales de contaminación y limpieza y una de esas leyes decía que no se te permitía tocar un cadáver y si tocabas un cadáver, entonces tendrías que pasar por todo tipo de rituales de limpieza para reanudar tus actividades sacerdotales. Así que este hombre, temiendo que el tipo que había sido atacado por los salteadores estuviera muerto, se alejó tanto como pudo de él. No quería tener que pasar por estos rituales de limpieza que interrumpirían el curso normal de sus actividades sacerdotales, por lo que se fue al otro lado del camino.
Luego leemos, «Del mismo modo, también un levita». Un levita, era consagrado en su tribu para hacer las obras de Dios y enseñar, «cuando llegó al lugar y lo vio, pasó por el otro lado del camino». Sabemos que estos dos hombres son miembros del clero, que han sido apartados para, entre otras cosas, realizar obras de misericordia. No solo no se detuvieron para ayudar a este hombre, lo vieron allí, lo miraron y cruzaron al otro lado. No le dieron ninguna ayuda. En lo que a ellos respecta, si el hombre no estaba muerto ya, ciertamente lo estaría como resultado de su negativa a darle alguna ministración.
Pero ahora, leemos, en la parábola, de un tercer hombre que viene y es identificado, no como sacerdote, ni como levita, —y Jesús eligió esto cuidadosamente— sino como samaritano. Él dijo: «Pero cierto samaritano». Esta parábola se llama la parábola del buen samaritano y si les dijeras a los judíos que les vas a contar una parábola de un buen samaritano, el judío diría que es una paradoja. No hay tal cosa como un buen samaritano, ¿o me vas a contar la historia de un samaritano muerto? Porque el único samaritano bueno es un samaritano muerto, en su opinión. Pero este hombre estaba muy vivo y viene y leemos: «llegó donde estaba el hombre».
Aquí tenemos quizás la oración más importante de toda la parábola, «y cuando lo vio, tuvo compasión». Eso fue precisamente lo que el sacerdote y el levita no tuvieron. No sintieron nada por este miserable desdichado que yacía desnudo en la calle, pero cuando el samaritano vio a este hombre, brutalmente golpeado, tuvo compasión. Permítanme detenerme aquí por un segundo. La historia podría haber sido así: El samaritano vio a este hombre en la calle, se sintió muy mal por este tipo, abrumado por una sensación de lástima y luego pasó hacia el otro lado y siguió su camino. No, no, no.
La compasión que tenía lo llevó a la acción. No solo dijo: «Diré una oración por ti, amigo, siento tu dolor» y continuó. Actuó para hacer todo lo que estaba a su alcance para mostrar misericordia a este enemigo que había caído entre ladrones. «Acercándose, le vendó sus heridas, derramando aceite y vino» y después de ungir a este hombre en su miseria, lo levantó. El hombre obviamente no podía caminar. Lo puso sobre su propio animal, sobre su propia bestia de carga, quizás quería decir que el samaritano caminaría junto al burro o camello o lo que fuera, renunciando a su asiento para que este hombre herido pudiera tener un lugar para montar. Y «Lo llevó a un mesón».
No solo fue al hospital, a la sala de emergencias y simplemente lo dejó allí y luego continuó con sus asuntos porque tenía una cita en Jericó. No. Todo su día, todo su viaje, todo su negocio fue dejado de lado, porque la máxima prioridad para este samaritano es: «Tengo que velar para que este hombre sea atendido». Así que lo llevó al mesón. Le consigue una habitación en el mesón. Se asegura de que el hombre reciba todo lo que necesita en el mesón, toda la comida y todos los cuidados. «Al día siguiente», se quedó toda la noche en el mesón solo por este pobre hombre. Cuando partió, sacó dos denarios que le dio al mesonero y le dijo: «Cuídalo. Cueste lo que cueste, cuídalo. Cueste lo que cueste, cuídalo. Me conoces, hago este viaje regularmente, volveré la próxima vez que esté en este vecindario y lo que te deba te lo pagaré en ese momento».
Después de la historia, Jesús le dice al abogado: «¿Cuál de estos tres piensas que fue el prójimo del que cayó en manos de los salteadores?». De nuevo, esto era teología básica. Esta fue la pregunta más fácil que le habían hecho a este abogado. ¿Cuál de los tres hombres crees que era el prójimo? El abogado no podía fallar. Él dijo: «El que mostró misericordia con él». No solo sintió compasión, mostró compasión. En esta historia, Jesús no está tan solo comunicando cómo tratar a las personas que están dañadas o heridas o necesitadas con misericordia y compasión.
De nuevo, el objetivo de la historia era responder a la pregunta: «¿Quién es mi prójimo?». No hay límites, dice Jesús. Sin límites étnicos, sin límites geográficos, en el vecindario del reino de Dios. Escuchamos de los liberales del siglo XIX que Dios es el padre de todos nosotros y que tenemos esta hermandad universal. No. No tenemos hermandad universal. En el Nuevo Testamento la hermandad está formada restrictivamente con todos los que están en Cristo. Cristo es el hijo unigénito del Padre y Él es nuestro hermano mayor. La única forma en que entramos en esta hermandad es a través de la adopción y las personas que no creen en Jesús no están en esta hermandad. No hay hermandad universal. Pero hay un vecindario universal.
Es decir, cada ser humano creado a imagen de Dios es mi prójimo, lo que significa que soy llamado (esto es algo radical), estoy llamado a amar a cada ser humano sobre la faz de esta tierra tanto como me amo a mí mismo, incluso si no es parte de la hermandad, incluso si no está en la familia de la fe. Sigue siendo mi prójimo. Mencioné esto hace poco en un sermón. Cuando vemos a personas necesitadas, no les preguntamos cómo llegaron a ese punto. Nuestro trabajo no es condenar a la persona que se ha caído en la zanja y decirle: «¿Cómo llegaste allí?». Si están en la zanja, es nuestro trabajo ayudarlos a salir de la zanja. ¿Por qué? Porque nos gustaría que nos ayudaran y esa persona es mi prójimo y se supone que debo amar a mi prójimo como me amo a mí mismo. Jesús dice: «Haz esto y vivirás».