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Transcripción
En esta sesión, vamos a ver una de las parábolas más populares que encontramos en el Nuevo Testamento, una que es muy popular entre las personas de la iglesia en todas partes. Se llama, por lo general, la parábola del hijo pródigo, aunque en algunos pasajes de la Escritura, es presentada con otro nombre; es llamada la parábola del hijo perdido. En el Evangelio de Lucas, el capítulo 15, esta parábola no está sola, sino que está vinculada con otras dos parábolas, mucho más cortas en alcance: La parábola de la moneda perdida y la parábola de la oveja perdida.
Pero el contexto de estas tres parábolas es prácticamente el mismo y antes de leer la parábola, permítanme leer el texto que introduce estas tres parábolas. «Todos los recaudadores de impuestos y los pecadores se acercaban para oír a Jesús. Y los fariseos y los escribas murmuraban: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”. Entonces Jesús les dijo esta parábola». Aquí tenemos el contexto en el que Jesús da la parábola del hijo pródigo junto con la moneda perdida y la oveja perdida. Fue en respuesta a la queja de los escribas y fariseos por Jesús relacionarse con pecadores y recaudadores de impuestos. Teniendo esto como el trasfondo, veamos la parábola.
Jesús añadió: «Cierto hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos le dijo al padre: «Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde». Y él les repartió sus bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntándolo todo, partió a un país lejano, y allí malgastó su hacienda viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino una gran hambre en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces fue y se acercó a uno de los ciudadanos de aquel país, y él lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Y deseaba llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada. Entonces, volviendo en sí, dijo: «¡Cuántos de los trabajadores de mi padre tienen pan de sobra, pero yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: ‘Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; hazme como uno de tus trabajadores'»».
«Levantándose, fue a su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión por él, y corrió, se echó sobre su cuello y lo besó. Y el hijo le dijo: «Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo». Pero el padre dijo a sus siervos: «Pronto; traigan la mejor ropa y vístanlo; pónganle un anillo en su mano y sandalias en los pies. Traigan el becerro engordado, mátenlo, y comamos y regocijémonos; porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado». Y comenzaron a regocijarse. Su hijo mayor estaba en el campo, y cuando vino y se acercó a la casa, oyó música y danzas. Llamando a uno de los criados, le preguntó qué era todo aquello. Y él le dijo: «Tu hermano ha venido, y tu padre ha matado el becerro engordado, porque lo ha recibido sano y salvo». Entonces él se enojó y no quería entrar. Salió su padre y le rogaba que entrara.
Pero él le dijo al padre: «Mira, por tantos años te he servido y nunca he desobedecido ninguna orden tuya, y sin embargo, nunca me has dado un cabrito para regocijarme con mis amigos; pero cuando vino este hijo tuyo, que ha consumido tus bienes con rameras, mataste para él el becerro engordado». Y su padre le dijo: «Hijo mío, tú siempre has estado conmigo, y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este, tu hermano, estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado»». Una historia corta, pero qué historia. En esta historia, tenemos una parábola del evangelio en todo su majestuoso esplendor, hermosura y gracia.
La historia empieza con uno de los dos hijos que quiere tener su herencia ahora. La idea de la gratificación tardía no estaba en su vocabulario. Quería tener en sus manos ese dinero tan pronto como pudiera. Entonces le rogó a su padre por ese regalo y su padre le permitió tenerlo. Se nos dice que, en un período muy corto de tiempo, este muchacho tomó este tesoro y se fue a un país lejano. Tenemos que detenernos ahí mismo. ¿Por qué no se quedó donde estaba? ¿Por qué no gastó el dinero en una vida desenfrenada todas las noches, y regresando cada vez a la casa de su padre? Esa no es la forma en que funciona el pecado, amigos. Se nos dice que somos por naturaleza los hijos, hijos de las tinieblas, que no nos gusta estar en la luz. Preferimos la oscuridad sobre la luz porque nuestras obras son malas.
Cada vez que leo esta parábola o la escucho esta parábola, ¿saben lo que pienso sobre vivir aquí en la Florida central? Pienso en un evento que ocurre cada año, cerca de aquí, las vacaciones de primavera. Justo al final de la carretera, en Daytona Beach, donde los medios de comunicación pasan imágenes por televisión del comportamiento desenfrenado de estos estudiantes universitarios que pasan este tiempo básicamente usando drogas, alcohol y participando en actividades sexuales desenfrenadas. Y cuando veo estas escenas en la televisión, pienso en los padres de esos jóvenes. ¿Cómo se sentirían si en las noticias de las 9:00 p. m., vieran a su hija o a su hijo participando de este libertinaje? ¿Por qué los estudiantes siguen haciendo esto en Daytona?
Están lejos de casa. Están donde nadie los conoce. Y así, sus inhibiciones, sus lazos familiares, sus tabúes culturales han quedado atrás de donde vinieron y ahora son tan libres como el viento para vivir de la manera más escandalosa que puedan elegir. Eso fue lo que hizo este joven. Se fue a un país lejano donde nadie lo conocía, donde su padre no lo vería, donde sus hermanos no lo verían, donde los sirvientes de la familia no lo verían. Allí, desperdició sus posesiones con una vida pródiga. Se gastó su herencia, en un segundo, malgastándola, actuando como un pródigo, desperdiciando todo lo que su padre le había dado. Esa historia sólo hasta ahí, sin elaborar, debería conmovernos profundamente. Porque hay pocas acciones en este mundo más vanas que el desperdicio: tomar un buen regalo, un regalo hermoso y desperdiciarlo.
Piensa en las formas en que desperdiciamos los dones que Dios nos ha dado, los hemos desechado, los hemos gastado tontamente. Este joven era el epítome de ese tipo de vida. Es por eso que se le llama: pródigo. Pero cuando su dinero se había ido, cuando lo había gastado todo, al mismo tiempo, no llegó una recesión sino una hambruna, una gran hambruna. Por lo que este hombre no tenía nada para comer y empezó a tener necesidad. Fue y se unió a un ciudadano de ese país, quien lo mandó a sus campos para apacentar a los cerdos. Este es un joven judío y ahora tiene que ser un sirviente de los cerdos, este animal detestable para el pueblo judío. No solo tiene que cuidar a los cerdos, tiene que vivir con los cerdos. Está viviendo en un corral de cerdos y está tan hambriento, está tan miserable, que está tratando de tomar la comida que está destinada a los cerdos para que no prezca de hambre.
Con mucho gusto habría llenado su estómago con las algarrobas que comían los cerdos. Pero nadie le dio nada. Ahora, todo cambia en el versículo 17, con el versículo que creo que es extremadamente importante. Leemos: «Entonces, volviendo en sí, dijo: “¡Cuántos de los trabajadores de mi padre tienen pan de sobra, pero yo aquí perezco de hambre!”». En el siglo XVIII, en Estados Unidos, el mayor avivamiento que alguna vez haya tocado a esta nación ocurrió en Nueva Inglaterra y se llamó «el gran despertar». No «el gran avivamiento», no «la gran conversión», sino «el gran despertar», porque la gente fue despertada de su letargo. La gente fue despertada de su vida inconsciente de pecado desenfrenado. Sus conciencias se despertaron.
Empezaron a darse cuenta de que estaban pereciendo, por lo que las conversiones que tuvieron lugar bajo el ministerio de Wesley y Edwards y otros allí en Nueva Inglaterra fueron denominadas: un despertar. Eso es lo que le sucedió al hijo pródigo. Él volvió en sí. Se despertó. Vino en sí. Pero quiero dejar esto claro, que no vino a sí mismo por sí mismo. Nadie viene a sí mismo por sí mismo. Nadie es despertado al llamado de Dios por un despertador. Solo Dios puede despertar a un pecador aletargado de su letargo. Así que, en parte, este es un mensaje de cómo Dios salva a las personas que viven en corrales de cerdos. Volvió en sí y cuando despertó, dijo: «Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y ante ti”».
Esto es lo que sucede cuando un pecador es despertado por la gracia. Cada pecador que alguna vez ha sido despertado por gracia, cuando vienen a sí mismos no por sí mismos, dicen: «Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y he pecado ante ti, hazme uno de tus trabajadores. Padre, yo era un hijo en tu casa y me fui, pero ahora todo lo que quiero es ser un esclavo en tu casa”». Ese es el corazón de una persona convertida, ¿cierto?
«Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. No te pido que me llames hijo. Hazme como uno de tus trabajadores». Así que se levantó y fue a su padre. Ahora, el enfoque de la historia cambia del hijo pródigo a su padre. Leemos que cuando todavía estaba muy lejos, su padre lo vio y sintió compasión por él y corrió. Ustedes saben que muy a menudo en la Biblia se nos dice que nos ciñamos los lomos para la batalla o para el trabajo, y esas imágenes que se usan en el Nuevo Testamento hablaban de manera vívida a alguien de la antigüedad, porque no usaban jeans, no usaban pantalones. Llevaban túnicas que se parecían mucho a los vestidos y llegaban por debajo de las rodillas.
Entonces, si están vestidos con ese atuendo y quieren correr, tenían que subirse la falda por encima de las rodillas y luego ponerse un cinturón alrededor para evitar que esa falda les hiciera tropezar, y para que las piernas estuvieran libres para correr, y vemos al padre del pródigo mirando a lo lejos y ve esa figura que se acerca y ve a lo lejos y reconoce la forma de caminar. Hay algo familiar en esa figura que viene, y esperando contra toda esperanza, piensa que tal vez se trata de su hijo que se había ido y que pensó que nunca volvería a ver. Se sube la falda. Pone el cinturón alrededor de él y este hombre empieza a correr por la calle para darle la bienvenida a su hijo.
Corrió y cayó sobre su cuello y lo besó. Sin reproches. Sin regaños. Ninguna amonestación, solo amor filial, expresado con el abrazo y el beso de un padre gozoso y el hijo dijo: «Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo». «No quiero escucharlo», le dijo, y dijo a sus siervos: «Traigan la mejor ropa. Encuentren la mejor ropa en la casa y póngansela. Pónganle un anillo en su mano». ¡El anillo familiar! ¡El anillo del sello! ¡El anillo de autoridad! «“Eso dirá que es mi hijo y tiene plena membresía en esta familia y en esta casa. Pónganle sandalias en los pies y traigan al becerro engordado y mátenlo, porque vamos a tener una fiesta. Comamos y regocijémonos. Porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado”. Y comenzaron a regocijarse».
Ahora, la atención va al otro hijo, quien representa, claramente, a los fariseos, en esta parábola. «El hijo mayor estaba en el campo y cuando vino y se acercó a la casa, oyó música y danzas. Llamando a uno de los criados le preguntó qué era todo aquello». «¿Qué está pasando?». «Y él le dijo: “Tu hermano ha venido, y tu padre ha matado el becerro engordado, porque lo ha recibido sano y salvo”». «¿Qué? ¿Mi hermano inservible e inútil que tomó la herencia y se fue y me dejó aquí para hacer todo el trabajo? ¿Ha vuelto? ¡¿Y vamos a tener una fiesta?!». Estaba enojado y no quería entrar y el padre notó que no estaba.
Entonces el padre salió y le rogaba, pero él respondió, le dijo a su padre: «Mira, por tantos años te he servido y nunca he desobedecido ninguna orden tuya, y sin embargo, nunca me has dado un cabrito para regocijarme con mis amigos. Pero cuando vino este hijo tuyo». No tan pronto vino mi hermano, sino: «Pero cuando vino este hijo tuyo, que ha consumido tus bienes con rameras, nunca he desobedecido tu mandamiento. ¡Te he estado sirviendo fielmente todo este tiempo! ¡¿Y este muchacho sale y vive con rameras y tiene el descaro de regresar?! ¡¿Y le haces una fiesta?!». Él dijo: «Hijo mío, tú siempre has estado conmigo, y todo lo mío es tuyo. Era correcto hacer una fiesta. Era correcto que nos regocijáramos. Tu hermano, estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado». Hijo, él es tu hermano. Estaba muerto. Ahora está vivo. ¡Estaba perdido! ¡No sabíamos dónde estaba! ¡No podíamos encontrarlo! ¡Nadie sabía nada de él! y ahora, lo hemos encontrado».
En otro pasaje, el Nuevo Testamento nos dice que hay una fiesta en el cielo cada vez que un pecador se convierte. Los ángeles se regocijaron, pero los fariseos se enojaron. Los fariseos odiaban a los pecadores. Algo que les gustaba de los pecadores, era que pensaban que eran peores pecadores que ellos mismos, y no podían soportar ver a un pecador recibir una bendición del Dios todopoderoso. Si ese es el corazón del fariseo, es el corazón de una persona no convertida. Es el corazón de una persona que no entiende la gracia en lo absoluto. Porque si entiendo la gracia de la gracia, ¿cómo puedo hacer otra cosa que no sea regocijarme en que alguien reciba esa gracia de Dios, incluso si es mi peor enemigo?
Qué tremenda historia dio Jesús. Qué narración. Es una historia que necesitamos escuchar y escuchar una y otra vez, porque esa persona se ha convertido a Cristo, es alguien que estaba muerto en delitos y pecados y ahora ha sido vivificado. Esa persona se perdió como una oveja perdida o una moneda perdida, pero ahora, ha sido encontrada. Ése es el evangelio, dicho en pocas palabras.