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Transcripción
En esta sesión, vamos a ver la parábola de Jesús que se llama: La parábola del rico insensato y la encontramos en el capítulo 12 del Evangelio de Lucas, empezando en el versículo 13. Leeré la parábola, es breve y luego la comentaré. «Uno de la multitud le dijo: “Maestro, dile a mi hermano que divida la herencia conmigo”. “¡Hombre!”, le dijo Jesús, “¿Quién me ha puesto por juez o árbitro sobre ustedes?”. También les dijo: “Estén atentos y cuídense de toda forma de avaricia; porque aun cuando alguien tenga abundancia, su vida no consiste en sus bienes”.
Entonces les contó una parábola: “La tierra de cierto hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí: ‘¿Qué haré, ya que no tengo dónde almacenar mis cosechas?’. Entonces dijo: ‘Esto haré: derribaré mis graneros y edificaré otros más grandes, y allí almacenaré todo mi grano y mis bienes. Y diré a mi alma: alma, tienes muchos bienes depositados para muchos años; descansa, come, bebe, diviértete’. Pero Dios le dijo: ‘¡Necio! Esta misma noche te reclaman el alma; y ahora, ¿para quién será lo que has provisto?’. Así es el que acumula tesoro para sí, y no es rico para con Dios”».
Bueno, esta es una especie de parábola contundente que nos llega de los labios de Jesús y fue motivada por este joven que se acercó a Él diciéndole: «Maestro, dile a mi hermano que divida la herencia conmigo». De acuerdo con la ley de Deuteronomio en el Antiguo Testamento, si había una disputa sobre la división de una herencia, un juicio sobre tal asunto podría ser hecho por un rabino, quien en este caso serviría tanto como maestro y como abogado.
En esta ocasión, este joven viene a Jesús pidiéndole a Jesús que arbitre su situación y que actúe, en este caso, no como un maestro, sino como un abogado para representar los intereses personales de un hermano contra el otro y obviamente, Jesús se decepciona con la petición de este hombre. He aquí un caso en el que no solo tienes a Dios encarnado, sino a la verdad encarnada, enseñando, y reconocido como un rabino de suprema importancia, y el interés central de este hombre no está en lo que pueda aprender de Jesús, sino en lo que pudiera ganar financieramente si Jesús estuviera de su lado en este caso particular.
Él no viene y pide una evaluación clara del testamento o legado, ni le pide que haga un juicio justo. Él dice: «Dile a mi hermano que divida la herencia conmigo». Él quiere reclutar a Jesús como su representante en este caso. Entonces Jesús respondió diciendo: «“¡Hombre! ¿Quién me ha puesto por juez o árbitro sobre ustedes?”. También les dijo: “Estén atentos y cuídense de toda forma de avaricia; porque aun cuando alguien tenga abundancia, su vida no consiste en sus bienes”». Así que antes de contar la parábola, Jesús da una advertencia de peso a los que lo rodean, a la luz de la petición que este joven le hacía. Él dice: «Estén atentos». Tengan cuidado. Presten atención. «Cuídense». ¿De qué? De la codicia.
He dicho en varias ocasiones que le entregué la siguiente responsabilidad a mis alumnos del seminario. Les dije, supongamos que el gobierno de los Estados Unidos cayera y que la constitución fuera destruida y ustedes fueran reclutados para escribir una nueva constitución, una nueva declaración de derechos y ustedes, sin embargo, tienen esta restricción: solo pueden incluir diez leyes que representen la base de la nueva constitución para la nueva nación. ¿Qué diez leyes incluirían?
Obviamente, querrán prohibir el asesinato. Es de igual forma obvio, debería serlo, al menos, que harían algo para proteger los derechos de propiedad privada y tener una ley contra el robo y contra el hurto a tu prójimo. Pero ¿cuántos de ustedes incluirían, entre los diez primeros, algo como honrar a su padre y a su madre o santificar el día de reposo? ¿Y quién de ustedes enumeraría como una de las diez principales prohibiciones, para gobernar esta nueva nación, una ley contra la codicia?
Muy pocas personas pensarían en poner eso entre los diez primeros, pero cuando Dios escribió una constitución para Su pueblo, se incluyó una ley contra la codicia. Me pregunto por qué. ¿Tienen alguna idea de cuán destructivo es el pecado de la codicia para una comunidad, para una familia, para una nación? Lebensraum es lo que Hitler quería, y justificó su guerra relámpago entre las naciones circundantes durante la Segunda Guerra Mundial, porque quería lo que ellos tenían. Esa guerra fue iniciada por un espíritu de codicia.
Se hace mucho daño por celos, por resentimiento, porque tienes algo que alguien más no tiene. Así que esa esa persona puede levantarse en celos y odio hacia ti, porque codicia lo que posees. La gente miente. Roba. Hace trampa. Calumnia. Participa en todo tipo de prácticas perjudiciales, porque sus corazones están codiciando lo que alguien más tiene. Si escuchan atentamente a la retórica durante cada elección presidencial, verán cómo los fanáticos o apasionados de la lucha de clases son enardecidos por los candidatos que prometen que tomarán de tu vecino y te darán lo que te falta.
Los cristianos incluso irán a las urnas y votarán por políticas como esas, pidiendo que el poder del gobierno se use para tomar de tu vecino lo que tú codicias y dártelo. Eso es una violación de una de las diez leyes principales de Dios y Dios está diciendo aquí: «Estén muy atentos. Cuídense. Presten atención. Cuidado con la codicia, porque aun cuando alguien tenga abundancia, su vida no consiste en sus bienes». Hay calcomanías en los autos que dicen: «El que muere con más juguetes, gana». Es muy difícil encontrar una manera de ser más cínico que eso. Es terrible.
Pero esa idea ha sido predominante entre los seres humanos mucho antes de nuestra propia cultura contemporánea. Así que Jesús, con esta advertencia, lanza junto a ella una historia, una parábola, para enseñar Su punto. Así es como dice la parábola: «La tierra de cierto hombre rico había producido mucho». En primer lugar, la razón por la que este hombre tiene tanta riqueza en este momento es por lo que la tierra le ha producido a él. Es a través de la providencia de Dios que él tiene esta cosecha abundante como agricultor.
Las Escrituras nos dicen que “toda buena dádiva y todo don perfecto” que recibimos, lo recibimos de las manos de Dios. La Escritura también nos dice en Romanos 1 que los dos pecados más básicos de la raza humana caída son estos dos: Uno, el rechazo a honrar a Dios como Dios y segundo, el rechazo a ser agradecido. El deshonrar a Dios, la irreverencia hacia Dios, la ingratitud hacia Dios, esos son los pecados más fundamentales y básicos que definen las vidas de la humanidad caída.
Pablo nos dice en el Nuevo Testamento que cuando oremos, debemos hacer todas nuestras oraciones con acción de gracias, pero si nos presentamos ante Dios en un espíritu de acción de gracias, estamos reconociendo que no somos los héroes, en términos de producir los beneficios que hemos recibido, sino que hemos sido beneficiarios de Su tierna misericordia y de Su abundante gracia. Pero este hombre, si acaso hizo algo, dio gracias a la madre tierra. Tenía buena tierra, tuvo una buena temporada de lluvias. En lugar de sequía, hambruna, una cosecha abundante, ya era rico y ahora sus riquezas aumentaron exponencialmente por esta magnífica y abundante cosecha.
Luego empieza a hablar consigo mismo. Tiene preguntas. «¿Qué hago ahora?». La pregunta no era «¿Cómo puedo usar esta riqueza que he recibido para enriquecer a mi prójimo, mi comunidad, mi iglesia?», sino más bien, «¿cómo puedo encontrar un lugar para almacenar toda esta riqueza que acabo de recibir? Voy a derribar mis graneros y construir graneros más grandes». Lo último que tenía en mente, damas y caballeros, era agradecer a Dios. No tenía ninguna preocupación de seguir la ley del Antiguo Testamento de dar a Dios las primicias que recibió de Dios.
En otras palabras, para aplicarlo a nuestra cultura contemporánea, este hombre ni siquiera consideró la posibilidad de diezmar, de devolver a Dios una décima parte de lo que Dios le había dado como lo requería la ley de Dios. He hablado de esto antes. Y, sé que la abrumadora mayoría de quienes profesan ser cristianos en nuestros días no diezman. Son como este tipo. Están totalmente absortos con sus riquezas, con sus posesiones. Sus posesiones son tan importantes para ellos que estarían dispuestos aun a retener la porción de Dios, que verían como nada hasta el robar a Dios mismo.
Si los confrontas al respecto, te darán una serie de razones de por qué lo hacen. Dirán: «Eso es el Antiguo Testamento. No se aplica hoy». Les digo: «Es el Antiguo Testamento, pero no es parte de la ley ceremonial. No es parte de la ley de propiedad. Es parte de la ley moral del Antiguo Testamento, que nunca fue abrogada. Pero si no quieres leer el Antiguo Testamento, lee el Nuevo Testamento, que dice que estás en un pacto mucho mejor de lo que estaban antes y las obligaciones de los beneficios son aún mayores.
Así que la gente del Antiguo Testamento la tuvo fácil. Solo tenían que dar el 10 %. Nosotros comenzamos con el 10 % y vamos mucho más allá que eso. Dirán: «Bueno, no me puedo dar ese lujo». Les digo: «Están viviendo mejor, su nivel de vida es mejor que el de 99% de los seres humanos que alguna vez han vivido sobre la faz de la tierra. Quiero que te presentes ante el Dios Todopoderoso que te ha dado lo que tienes y le digas: «No me puedo dar ese lujo». La realidad es que no diezmas porque estás obsesionado con lo que tienes y no quieres separarte de nada de eso. Esto es serio.
Les voy a decir algo. Puede ser que nunca quieras volver a escucharme. Me preocupo por nuestra congregación. Porque sé que hay personas en nuestra congregación que profesan ser cristianos que no diezman y yo simplemente no lo entiendo. Estoy claro, teológicamente hablando, de que los cristianos son capaces de cualquier pecado. Por tanto, ¿por qué no podrían ser capaces también de robarle a Dios? Puede ser. Pero realmente no sé cómo una persona cristiana puede verse en el espejo y negarse a traer sus primicias al Señor.
En algún momento, me gustaría que alguien en nuestra iglesia que no diezme y que profese ser cristiano diga: «Déjame decirte por qué no lo hago». Me gustaría escuchar cuál es su pensamiento, porque realmente no puedo entenderlo. Creo que es posible diezmar el 10%, el 20% y el 30% y no ser creyente y no ser salvo. Creo que es posible ser salvo y no diezmar. Casi imposible. ¡Apenas! ¡Remotamente! Pero yo diría que lo más probable es que si no lo haces, hay una muy buena probabilidad de que seas como esta persona, alguien que realmente no es creyente cuando vamos al fondo de esto.
Este hombre es descrito de dos maneras. En primer lugar, se nos dice que él es rico y Jesús no dice que ser rico es inherentemente algo malo. Lo que es malo es cuando tu corazón y tu alma están atados a tu riqueza y a tus posesiones materiales. Lo otro que se dice sobre este hombre es mucho más importante. Es la parábola del hombre rico, pero también se llama la parábola del rico, ¿qué? Insensato. Ahora, no confundamos esa palabra. Ser un insensato, en las categorías bíblicas, no significa que no sea inteligente o que no sea educado. Incluso Aristóteles hizo la observación de que en el cerebro del hombre más brillante reside la esquina del insensato. Hay una diferencia entre la estupidez y la necedad. En las categorías bíblicas, estimados, el juicio de ser un necio no es un juicio de inteligencia. Es un juicio moral.
Los Salmos nos dicen que es el necio quien dice en su corazón, no lo dice con la boca, pero lo dice en su corazón, que no hay Dios. Como este hombre. Obtiene la cosecha abundante y empieza a hablar consigo mismo. Lo último que le preocupa es Dios. No tiene el menor interés en asuntos espirituales. Siempre preocupado por, «¿Qué voy a hacer con mi excedente? Bueno, es simple. Voy a derribar los graneros que tengo y voy a construir graneros más grandes, y graneros más grandes, para poder almacenar todas mis provisiones contra el día lluvioso y luego poder decirme a mí mismo: “Oye, relájate, tómalo con calma. Tienes toda la riqueza almacenada ahora en estos graneros más grandes, para que puedas comer, beber y ser feliz”».
Una fórmula pagana. Pablo lo menciona, con cinismo, en 1 Corintios 15, cuando dice: «Si Cristo no resucita de entre los muertos, entonces nosotros, así como el mundo, podemos comer, beber y ser felices». El apóstol dice: «¿Por qué? Porque mañana moriremos». Así que también podríamos tener nuestra fiesta esta noche, porque todo terminará mañana. Aquí viene el remate final: «Pero Dios le dijo». Aquí tenemos dos interlocutores: el hombre hablándose a sí mismo: «Quédate tranquilo. Come, bebe y sé feliz. Derriba tus graneros y construye algo más grande».
El interlocutor siguiente en la parábola es Dios. Dios ve a este hombre y le dice: «Tú, ¡necio! ¿No entiendes que la necedad es la antítesis de la sabiduría y que el principio de la sabiduría es el temor del Señor? Es reverencia a Dios». Pero este hombre no tenía reverencia por Dios en lo absoluto. Dios mismo dijo: «Necio, esta noche», no la próxima semana, no el próximo mes, no en diez años, pero «esta misma noche te reclaman el alma» Obviamente, este hombre no estaba listo. Jesús, en otra parte, dijo: «¿Qué dará un hombre a cambio de su alma?». Este hombre le dijo a Dios: «Oh, Dios, no te preocupes por mi alma. Déjame decirte. Puedes tener todo lo que he almacenado en estos graneros. Te daré toda mi riqueza ahora». Dios dice: «Es demasiado tarde. No quiero tu dinero. No quiero tus posesiones. Quiero tu alma ahora mismo». Así que el que acumula tesoros para sí mismo y no es rico para Dios es como este hombre.
¿Saben lo que me pregunto? Ese hombre que se acercó a Jesús dijo: «¿Resolverás esta situación con la herencia? Dile a mi hermano que me dé mi herencia». Me pregunto qué estaría pensando después de escuchar la parábola. ¿Sabes lo que pienso? Me parece que trató de escaparse. No creo que quisiera insistir más en el asunto, porque Jesús, justo en ese momento, lo identificó frente a todo el grupo de personas como un necio.