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Transcripción
Antes de ver la primera de las parábolas que he seleccionado para exponer, que es la parábola llamada, ya sea la parábola del juez injusto o, también, la parábola de la viuda persistente. Antes de empezar, quiero hacer otra observación adicional sobre la naturaleza de las parábolas y su interpretación. En los primeros siglos del cristianismo, los padres de la iglesia se deleitaban en adoptar lo que llamaron el «método alegórico» para interpretar las parábolas, así como toda la Biblia. En ese método de interpretación, trataron de encontrar algún significado oculto en cada elemento de las parábolas.
Así como pensamos en la alegoría de «El progreso del peregrino», cada persona que encuentra en el camino representaba de forma relevante a un tipo de persona con la que nos encontramos, así que los padres de la iglesia trataron de interpretar las parábolas de esa manera. Desde entonces, se ha aceptado casi universalmente que, en su mayor parte, no en todos y cada uno de los casos, sino en su mayor parte, el significado o la importancia de una parábola es un punto específico central y decisivo.
Hay algunas parábolas que pueden tener dos puntos centrales e incluso tres en términos de su complejidad, pero no deben manejarse como alegorías en las que tratamos de encontrar algún significado oculto para cada elemento contenido en ella; cuando hacemos eso, tropezamos con todo tipo de tonterías, en realidad. Así que la pregunta que tenemos y el problema que tratamos de desentrañar es descubrir el único punto central importante de la parábola. Dicho esto, veamos ahora la parábola del juez injusto. Lo encontramos en Lucas, capítulo 18 y antes de comentarlo, voy a leerlo en su totalidad para ustedes.
Lucas 18, empezando en el versículo 1. «Jesús les contó una parábola para enseñarles que ellos debían orar en todo tiempo, y no desfallecer: “Había en cierta ciudad un juez que ni temía a Dios ni respetaba a hombre alguno. También había en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él constantemente, diciendo: ‘Hágame usted justicia de mi adversario’. Por algún tiempo el juez no quiso, pero después dijo para sí: ‘Aunque ni temo a Dios, ni respeto a hombre alguno, sin embargo, porque esta viuda me molesta, le haré justicia; no sea que por venir continuamente me agote la paciencia’”.
El Señor dijo: “Escuchen lo que dijo el juez injusto. ¿Y no hará Dios justicia a Sus escogidos, que claman a Él día y noche? ¿Se tardará mucho en responderles? Les digo que pronto les hará justicia. No obstante, cuando el Hijo del Hombre venga, ¿hallará fe en la tierra?”». De todos los grandes discursos dados por Sir Winston Churchill al pueblo de Inglaterra durante la crisis de la Segunda Guerra Mundial, el discurso más corto que alguna vez dio fue uno de los más provocativos. Sucedió cuando fue invitado a hablar en su alma mater en Eaton, cuando después de ser presentado, Sir Winston se levantó y, en su manera inimitable, dijo a los estudiantes que estaban reunidos en esa ocasión: «¡Nunca, jamás, se rindan!». Y se sentó.
Tuvo que ser quizás el segundo mensaje más corto de toda la historia, ya que Jesús en la sinagoga dijo: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que han oído». Pero en todo caso, lo que Churchill estaba tratando de inculcar en estos estudiantes era este espíritu indomable de perseverancia, incluso en tiempos de dificultad, en tiempos de persecución, en tiempos de aparente derrota, cuando les arengaba después que Francia cayó ante los alemanes y dijera: «Lucharemos contra ellos en las playas. Lucharemos contra ellos en los mares. Lucharemos contra ellos en las aldeas. Lucharemos contra ellos dondequiera que nos encontremos con ellos…» etc., etc.
De nuevo, estaba llamando a la gente a persistir fielmente, para que, en tiempos de angustia, no desmayaran, no se rindieran a la desesperación. Aquí, tenemos la bendición de que, al inicio de esta parábola, Jesús nos dice Su punto central. Leemos aquí que: «Jesús les contó una parábola para enseñarles que ellos debían orar en todo tiempo, y no desfallecer». Así que, la parábola es sobre la oración persistente, la oración persistente en medio de la angustia, la oración persistente en medio de la dificultad, La persistencia en la oración incluso cuando parece que nuestras oraciones no van más allá del techo.
Por lo tanto, para comunicar esta verdad de oración constante, Jesús cuenta la historia de dos personas, una que es una viuda, que no tiene a nadie que la represente, nadie que la defienda en los tribunales, nadie que encuentre vindicación para ella contra su adversario. Creo que son conscientes de que, a lo largo de las Escrituras, hay un lugar especial, en el corazón de Dios, para las viudas, que parecen ser las más vulnerables de todas las personas en el mundo. Santiago nos dice que la religión pura es el cuidado de las viudas y los huérfanos, porque particularmente en el mundo antiguo, las viudas estaban indefensas.
Así que, para Su propósito y para Su historia, Jesús elige contar la historia de tal persona, una persona que es viuda, que ha sido tratada injustamente. Que ha sido agraviada, y ahora está sufriendo, y su única esperanza es encontrar justicia en manos de los tribunales, por lo que quiere presentar su caso ante el juez. Pero Jesús nos habla de este juez, que «Había en cierta ciudad un juez que ni temía a Dios ni respetaba a hombre». Había dos cosas que a este juez no le importaban. No le importaba Dios y no le importaban las personas. Entonces, si pones esos dos juntos, ¿cuánto crees que le importaba la justicia?
Una de las cosas que vemos en nuestra propia cultura, una y otra y otra vez y aparece en películas y en programas de televisión, en novelas, muy a menudo cuando una persona está en juicio, el resultado de ese juicio dependerá de la sofisticación de los abogados que están trabajando en el juicio. El debate seguirá y seguirá y seguirá con respecto a los aspectos del derecho. De nuevo, utilizando el derecho casuístico, es decir, la jurisprudencia, apela a precedentes que se habían establecido en decisiones judiciales similares. A veces en medio de ese complejo sistema de litigar los casos, lo que se pierde es el punto fundamental de la justicia.
Una vez tuve que participar en un caso teológico que involucraba cargos que fueron presentados contra un ministro por algunos ancianos de su iglesia. El presbiterio formó una comisión, vino el presidente de la comisión y entrevistamos al ministro, entrevistamos al ministro asistente, entrevistamos a los ancianos, entrevistamos a los miembros de la congregación en general y todos tenían una historia diferente. Entonces, cuando nos reunimos, después de la audiencia, el presidente del comité dijo: «Bueno, tenemos que ser muy cuidadosos aquí, necesitamos la sabiduría de Salomón, porque tenemos que encontrar una manera de vindicar a este ministro. Tenemos que encontrar una manera de mantener la dignidad de los ancianos y tenemos que mantener a la congregación unificada y unida sobre este asunto».
Después de él explicar todo esto que necesitábamos lograr como comisión, dijo: «¿Hay algo más de lo que debamos preocuparnos?». Levanté la mano. Él dijo: «¿Qué sería?». Le dije: «¿Qué tal la justicia? Porque estamos aquí para discernir quién tiene la culpa y no solo asumir que todos tienen la culpa por igual y tenemos que lidiar con eso». Pero nadie quiere lidiar con eso y me temo que hemos llegado con frecuencia en nuestra cultura al punto donde tenemos jueces que realmente no se preocupan por la justicia y no se preocupan por Dios y no se preocupan por las personas. Lo que les importa es su propio cargo, su propio prestigio, su propia seguridad laboral.
Ese es el tipo de hombre que Jesús describe aquí, que está sentado en el estrado, que se supone que está trayendo justicia a esta pobre viuda que no tenía a nadie para defender su caso, por lo que viene y le pide al juez que escuche su caso. Y vayamos por un momento al capítulo 16 de Lucas. Pero ella dijo: «Hágame usted justicia de mi adversario». «El juez no quiso», dijo Jesús, «por algún tiempo». La primera vez que ella le preguntó, él la ignoró. «¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? Largo de aquí. No pierdas mi tiempo. No me importa tu situación, tu sufrimiento. Váyase, señora, me molesta».
Pero ella no se cansaba. Ella no se rendiría. Ella regresó por segunda vez. Ella dijo: «Su Señoría, no tengo a nadie que defienda mi caso ante mi adversario. ¿Podría escuchar mi caso?». «¿No lo entiende señora? No me importas. No estoy interesado en Dios. No me importa la justicia. ¡Salga de aquí!». Durante un tiempo, esta mujer no aceptó un no por respuesta. Después, el juez dijo, dentro de sí mismo: «Aunque ni temo a Dios, ni respeto a hombre alguno, sin embargo, porque esta viuda me molesta, le haré justicia; no sea que por venir continuamente me agote la paciencia».
Esta mujer era la viuda que importunaba. No la viuda importante o sin importancia, sino la que importunaba. Importunar significa solicitar con insistencia. Esta mujer no se dio por vencida, por lo que siguió golpeando y golpeando y golpeando en la puerta del juez injusto hasta que finalmente, por pura conveniencia, no por una conversión a la legitimidad de la justicia, él tan solo se hartó y se cansó de esto. Él dijo: «Ella me está cansando, me he cansado de eso, escucharé su caso. La reivindicaré, para que deje de golpear la puerta». Jesús dice que Él está contando esta historia de que siempre debemos orar y no desfallecer.
Ahora, uno de los elementos más importantes que encontramos en parábola tras parábola, no en todas las parábolas, es un contraste entre cómo se comportan las criaturas caídas y cómo se comporta Dios. Muy a menudo, ese contraste se explica en términos de la frase, «¿Cuánto más? ¿Cuánto más?». Y Jesús usa ese principio aquí. Escuchen lo que dice. «El Señor dijo: “Escuchen lo que dijo el juez injusto. ¿Y no hará Dios […]”», bueno, la traducción en inglés que prefiero dice «¿No vindicará Dios a Sus propios elegidos que claman a él día y noche?». El Dios al que servimos es un Dios que reivindica a Su pueblo, un Dios que venga a Su pueblo.
Ahora, tengan en cuenta que la Biblia nos dice que somos agraviados cuando somos explotados, si somos perseguidos y tratados con maldad e injusticia, y que lo que no se nos permite hacer en lo absoluto es buscar venganza. La venganza no está en la agenda del cristiano. Entonces, ¿qué dice Dios sobre eso? «La venganza es algo malo». No, Él no dijo eso. Él dice: «La venganza es mía. No es tuya. Es mía. Yo retribuiré». Nuestro Dios es un Dios vengador. Nuestro Dios corregirá todo mal que Su pueblo haya experimentado.
Vemos esto en el gran ejemplo del éxodo, donde el pueblo de Dios clamó día tras día tras día, mezclando sus gritos y sus súplicas con sus gemidos, hasta que Dios dijo: «He escuchado los gemidos que subían a Mí de Mi pueblo, por lo tanto, Faraón», quien era un juez injusto de Egipto, que no consideraba a Dios ni al hombre, «vas a dejar ir a Mi pueblo para que puedan venir y adorarme en Mi monte».
El éxodo es un anticipo de un éxodo mayor que sucede en el Nuevo Testamento cuando Dios libera a Su pueblo del mundo, de la carne y del diablo y de todos aquellos que nos usan con desprecio. Es por eso que Jesús dirá, en las Bienaventuranzas: «Bienaventurados serán cuando los insulten y persigan, y digan todo género de mal contra ustedes falsamente, por causa de Mí».
Cuando era estudiante de seminario, en un seminario que era hostil al cristianismo ortodoxo, fui seleccionado para predicar el sermón principal ante todo el cuerpo estudiantil, toda la facultad y también el presbiterio, que se reunió allí ese día. Yo prediqué ese día sobre el pecado. E hice referencia a algunas de las definiciones de pecado que habíamos aprendido en el seminario, que el pecado era existencial, existencia inauténtica. O que el pecado era una especie de neurosis y todas esas definiciones tontas del pecado y dije:
«Saben que podemos ser neuróticos y podemos hacer todo lo que sabemos para destruir la autenticidad de existencia que tengamos; pero compañeros y hermanos, el significado del pecado en las Escrituras, como bien lo dice nuestra propia confesión, es cualquier falta de conformidad o transgresión a la ley de Dios. Pecamos porque quebrantamos Su ley y caemos bajo Su acusación».
Bueno, el cuerpo estudiantil que era en gran parte liberal, cuando terminé, se levantó de sus asientos, se me acercaron y me felicitaron y fueron muy positivos. Me voy a la parte de atrás de la iglesia y el decano de la institución se me acerca y estaba furioso. Estaba tan enojado conmigo que me empujó contra la pared, literalmente. Me dijo: «¡Distorsionaste las Escrituras!» y ya saben, todo ese tipo de palabras. Y yo, wow, ¿hice eso?
Así que subí directamente a la oficina del Dr. Gerstner, quien era mi mentor y le dije: «Dr. Gerstner, ¿distorsioné la verdad de Dios?». Me miró y dijo: «Bendito eres, Roberto», como me llamaba. Él dijo: «Cada cristiano en el cielo desde Pablo hasta BB Warfield se regocija por el sermón que predicaste a esta casa hoy» y me sentí vindicado. Me sentí tan aliviado al escuchar su evaluación. ¿No vindicará Dios a Sus elegidos, que claman a Él día y noche? Esta es una promesa fantástica de nuestro Señor.
Esto debería darnos un tremendo consuelo y tranquilidad al saber que, aunque a veces pensemos que Él no escucha nuestras oraciones o no le importa cómo somos perseguidos y sufrimos, Sus ojos miran a los pajarillos, Él cuenta cada cabello de nuestra cabeza y Él promete vindicar a Su pueblo que, como esta viuda indefensa e inoportuna, clama a Él día y noche. Así que no debemos desmayar, no debemos perder la fe, como si sirviéramos a un Dios que no nos escucha y a quien no le importa y, por lo tanto, Jesús termina la parábola de esta manera. «Les digo que les hará justicia» o los reivindicará «pronto».
«No obstante», extraño final para una parábola, «No obstante», dijo Jesús, «cuando el Hijo del Hombre venga, ¿hallará fe en la tierra?», ¿encontrará fe en Su iglesia? ¿O todo se desintegrará en la incredulidad, porque la gente ha dejado de orar y en medio de la adversidad, ha desmayado? Esa es una pregunta que nuestro Señor hace. Obviamente Él sabía la respuesta a esa pregunta. Él sabe que cuando regrese encontrará fe en la tierra, no porque seamos muy fieles, sino porque Él es fiel para guardar a aquellos a quienes el Padre le ha dado.