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Transcripción
En nuestra última sesión, vimos la parábola del rico insensato y lo peligroso que es poner nuestra confianza en las riquezas y estar obsesionados con nuestras posesiones. Así que quería pasar a un tema más ligero hoy día. Así que, en esta sesión, quiero que hablemos de una parábola que trata sobre el infierno. Vamos a leer la parábola que en inglés a menudo se llama la parábola de Dives y Lázaro o a veces tan solo se llama la parábola del rico y Lázaro.
La razón por la que la palabra Dives se usa allí no es porque sea un nombre propio. No es que tengamos un hombre llamado Lázaro y otro llamado Dives, sino que Dives en ciertas formas en latín simplemente significa «un hombre rico». En realidad, él no tiene nombre en esta parábola. Tomemos un momento para ver esta parábola que Jesús nos dio. La encontramos en el capítulo 16 del Evangelio de Lucas, empezando en el versículo 19.
«Había cierto hombre rico que se vestía de púrpura y lino fino, celebrando cada día fiestas con esplendidez. Y un pobre llamado Lázaro que se tiraba en el suelo a su puerta cubierto de llagas, ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; además, hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico y fue sepultado. En el Hades el rico alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio a Abraham a lo lejos, y a Lázaro en su seno.
Y gritando, dijo: “Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, pues estoy en agonía en esta llama”. Pero Abraham le dijo: “Hijo, recuerda que durante tu vida recibiste tus bienes, y Lázaro, igualmente, males; pero ahora él es consolado aquí, y tú estás en agonía. Además de todo esto, hay un gran abismo puesto entre nosotros y ustedes, de modo que los que quieran pasar de aquí a ustedes no pueden, y tampoco nadie puede cruzar de allá a nosotros”.
Entonces él dijo: “Te ruego, pues, padre, que lo envíes a la casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos, de modo que él los prevenga, para que ellos no vengan también a este lugar de tormento”. Pero Abraham dijo: “Ellos tienen a Moisés y a los profetas; que los oigan a ellos”. Y el rico contestó: “No, padre Abraham, sino que si alguien va a ellos de entre los muertos, se arrepentirán”. Pero Abraham le contestó: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán si alguien se levanta de entre los muertos”».
Esta es una parábola aterradora. Es una parábola que centra la atención en contrastes severos. Los personajes de la parábola incluyen, en primera instancia, al hombre rico, llamado Dives y al mendigo, llamado Lázaro. El hombre rico es descrito en los términos más opulentos. Se viste como la realeza, en púrpura y lino fino y ostenta con esplendor no una vez al año o una vez al mes, sino que ostenta su estilo de vida todos los días. Pero en contraste a él, había un mendigo llamado Lázaro, que obviamente tenía algún tipo de enfermedad incurable y crónica de la piel que dejaba su cuerpo cubierto de llagas. Ni siquiera pudo moverse hasta la puerta del hombre rico, sino que tuvo que ser llevado allí, quizás por amigos. Allí, fue acostado en la puerta, deseando ser alimentado con las migajas que caían de la mesa del hombre rico. Estaba dispuesto a vivir de los restos de basura, las sobras que se tiraban de la espléndida fiesta del rico. Además, los perros venían y lamían sus llagas.
Permítanme recordarles que en Israel y Palestina, el perro no era el mejor amigo del hombre. El perro no era una mascota doméstica. Los perros eran básicamente salvajes y eran vistos como los peores carroñeros y eran odiados por la gente. Sin embargo, los perros fueron más amables con este mendigo, de lo que fue el rico. No sé si se han dado cuenta de esto, pero tengo que tomar medicamentos que involucran anticoagulantes y como resultado, a la más mínima protuberancia en mi piel empiezo a sangrar y tengo ronchas y manchas en todos mis brazos. Tanto es así que mi esposa, uno de sus apodos cariñosos para mí es Spot, como el perro de aquel libro para niños. Vean correr a Spot.
Bueno, Vesta está preocupada por eso. Ella siempre está poniendo curitas en mis brazos. Nuestra pastor alemán todas las noches, viene a mi lado y todo lo que quiere hacer es lamer mis heridas y tengo que alejarla de mí. Pero la perra está preocupada tratando de darme el tipo de tratamiento curativo que la perra se daría a sí misma, si tuviera una herida o una lesión de algún tipo. Así que estos perros carroñeros vienen y le dan el único alivio que este pobre mendigo pudo obtener, haciendo que los perros laman sus heridas. Se nos dice que el mendigo murió.
Tan pronto como murió, no fue acompañado por amigos o parientes, sino por los ángeles de Dios, de modo que, en sus últimos alientos, mientras sus párpados se cerraban a la vida en este mundo, lo primero que Lázaro vio después de morir fue la gloria refulgente de la hueste celestial, que recogió a este pobre mendigo triste en sus brazos y lo llevó al paraíso y colocó a Lázaro en el seno de Abraham. Probablemente no hay retrato más tierno de la misericordia del cielo, que encontremos en ninguna parte de la Biblia, que en esta ilustración de la muerte de Lázaro, quien fue transportado al cielo personalmente por ángeles.
No se dice nada de su entierro. No se dice nada de un monumento para él en este mundo. Pero leemos que el hombre rico también murió y fue enterrado y no fue llevado al seno de Abraham. No fue llevado en gloria por los ángeles de Dios, sino que fue enviado para ser atormentado en el infierno. Allí levantó los ojos y pudo ver en los cielos y pudo ver a este miserable mendigo que ahora estaba siendo sostenido en los brazos de Abraham, en gloria. Y él clamó. Noten que él no clama a Dios. No hay clamor de arrepentimiento. Él clama a Abraham y le pide a Abraham que haga algo para mejorar su condición.
Él dice: «Padre Abraham, ten piedad de mí. Envía a Lázaro. Conoces a Lázaro. Es solo un mendigo. Es un siervo y tú eres el gran patriarca Abraham. Tienes la autoridad para enviar siervos como este a donde quieras enviarlos, así que te lo pido, Abraham. Envíame a ese siervo, Lázaro, acá conmigo, para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, pues estoy en agonía en esta llama. Todo lo que quiero es solo la punta de su dedo sumergido en agua para que pueda tocar mi lengua y darme un poco de alivio».
Una vez tuve un profesor que me dijo que el pecador en el infierno daría todo lo que tuvo y haría todo lo posible para hacer que el número de sus pecados en esta vida fuera uno menos, solo para obtener una onza menos de tormento. Eso es más horrible de lo que cualquiera de nosotros puede contemplar. Pero aquí está el hombre que ostentó de su esplendor todos los días, mendigando una gota de agua. Una gota de agua. En su lengua.
Pero Abraham respondió: «Hijo, recuerda que durante tu vida recibiste tus bienes, y Lázaro, igualmente, males; pero ahora él es consolado aquí, y tú estás en agonía. La situación se ha invertido, ¿no es así, hijo? Pero hombre, es demasiado tarde. Debiste haber hecho eso mientras estabas vivo. ¿No te importaba en absoluto el sufrimiento de este hombre y ahora quieres que este hombre venga y te ministre en medio de tu tormento? ¡Es muy tarde!».
No solo eso, él dice, y esto creo que es quizás la parte más pesada de toda la parábola: «Además de todo esto, hay un gran abismo puesto entre nosotros y ustedes, de modo que los que quieran pasar de aquí a ustedes no pueden, y tampoco nadie puede cruzar de allá a nosotros». ¿No entiendes, que, entre tú, allá abajo y nosotros, aquí arriba, en el seno de Abraham, hay un abismo inconmensurable, un abismo insalvable? No hay material en el mundo lo suficientemente fuerte como para construir un puente sobre este abismo. Estás donde estás y estás allí para siempre y no hay forma de que puedas venir aquí desde allí o que Lázaro pueda irse de aquí e ir a ti. ¿No entiendes que, en tu lado de este abismo, en tu lado del abismo, no es posible la libertad condicional?
La sentencia que se te ha dado es para siempre. No hay esperanza de una libertad futura. Tuviste tu oportunidad. No hay esperanza de un tribunal de apelaciones que te saque de allí y te lleve hacia otro lugar. Ni siquiera consideres la idea de una segunda oportunidad». «¡Pero Abraham! ¿No tienen todos el derecho a una segunda oportunidad?». Abraham dice: «No veo en ninguna parte de las Escrituras que Dios le dé un programa de beneficios a alguien, y si lo hiciera, ¿hace cuánto tiempo que ya usaste el tuyo? Has estado viviendo en segundas, terceras y cuartas oportunidades toda tu vida y no has tenido arrepentimiento, ni compasión, totalmente ensimismado y egocéntrico y te burlaste de la idea de que podría haber un día de rendición de cuentas y que Dios, este Dios bueno, amoroso y misericordioso, podría ser tan malo y desagradable como para ponerte en este lugar de tormento.
Pero ¿no nos ha advertido Su Hijo unigénito una y otra y otra vez? ¿No sabes que Jesús enseñó más sobre el infierno que sobre el cielo? ¿No sabes que el Señor Jesucristo dijo que, en el juicio, cada palabra ociosa que hemos hablado, (no cada palabra sobria, no cada palabra bien usada, no solo cada palabra intencional, sino también aquellas que simplemente salen de nuestra lengua con facilidad, esas palabras ociosas y frívolas que decimos) cada una de esas palabras será llevada a juicio, y que nada escapará de la atención del padre? En ese juicio, toda lengua se detendrá y te darás cuenta de que cualquier excusa que intentaste dar será una pérdida de aire, porque no puedes discutir y debatir con un Juez perfecto que sabe todo lo que pasa. Pero lo siento, hijo mío, que no puedas llegar aquí desde allá».
El rico lo entendió y ahora se convierte en el mendigo. Esta parábola empezó identificando a Lázaro como el mendigo. Ahora, es el rico quien no solo hace una pregunta, sino que empieza a mendigar. Él dice: «Te ruego, pues, padre, que lo envíes», es decir a Lázaro, «a la casa de mi padre. Si no puedes enviármelo y si hay un abismo insalvable entre Tú y yo, y Lázaro no puede cruzarlo, al menos envíalo a la casa de mi padre. Tengo cinco hermanos. No quiero encontrarme con ellos aquí. Deja que Lázaro los prevenga, para que ellos no vengan también a este lugar de tormento».
Abraham dijo: «¿Quieres que envíe a Lázaro en un viaje misionero? ¿Desde el cielo? ¿Ir a tu casa y dar una revelación especial a tus hermanos? ¿Debería interrumpir la felicidad que disfruta aquí en el reino de su Padre? ¿Para que hable con tus hermanos? ¿Bromeas? ¿Para qué necesitan a Lázaro? Ellos tienen a Moisés. ¿O no tienes una Biblia en tu casa? Ellos tienen a los profetas. Deja que tus hermanos los oigan a ellos». El rico dice: «No, no, eso no es bueno. Eso no servirá. Eso no va a convencer a mis hermanos. ¿No sabes que mis hermanos son mundanos? Están endurecidos en su corazón. No están en sintonía con la vida espiritual. Piensan que la ley de Moisés y las profecías de los profetas del Antiguo Testamento son una tontería. No van a prestar atención a eso. Pero si alguien viene a ellos de entre los muertos, alguien que ha estado allí, como Lázaro, entonces tal vez lo escuchen y se arrepientan».
Obviamente entendió que sus hermanos necesitaban arrepentirse y que, si no se arrepentían, iban a terminar exactamente donde él estaba. Abraham le respondió y dijo: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán si alguien se levanta de entre los muertos». Jesús está diciendo a las personas que están escuchando esto: ustedes no escuchan a Moisés, no escuchan a los profetas y cuando mi Padre me resucite de entre los muertos, igual no escucharán. La razón por la que no escuchan es porque no quieren escuchar. No tienen oídos para oír. La razón por la que no tienen oídos para oír es porque no quieren tener oídos para oír. Porque no quieren a Dios en el pensamiento y ciertamente no quieren el infierno en el pensamiento.
Me muero de miedo. Esta es una de las advertencias más sobrias que hemos recibido de nuestro Señor en este pasaje, advirtiéndonos que ahora es el momento para que nosotros sellemos nuestra eternidad, porque una vez que morimos, es demasiado tarde y está demasiado lejos.
Oremos. Padre, ayúdanos a oír a Moisés y a los profetas, a oír a Jesús, porque lo pedimos en Su nombre, amén.