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Anteriormente en nuestro estudio del Nuevo Testamento en “Del polvo a la gloria”, mencioné que el progreso de la vida de Cristo por lo general es entendido por los teólogos para indicar un movimiento progresivo de la humillación a la exaltación.
Pero en esa ocasión, mencioné que el movimiento no es de manera monótona o uniforme. Hay momentos en la vida de Jesús, donde su exaltación brilla, como vimos en el caso de la Transfiguración.
Pero hay una disputa entre los estudiosos en cuanto a dónde tiene lugar el punto básico de transición entre el movimiento básico de la humillación a la exaltación. Y muy a menudo, la respuesta que se da es que la exaltación de Jesús empieza en su resurrección.
Pero no creo que eso es lo que el Nuevo Testamento indica, en especial cuando el Nuevo Testamento entiende la muerte de Cristo según la profecía de Isaías 53. Porque, por supuesto, el punto más bajo de la humillación de Jesús tiene lugar mientras él aún sigue en la cruz, pero algo sucede cuando se consuma, que interrumpe el proceso normal de la ejecución romana.
El procedimiento normal en el Imperio Romano para un criminal condenado que había sido ejecutado por un crimen capital era que su cuerpo tenía que ser, sin ceremonias, desechado en el basurero que ardía perpetuamente en las afueras de la ciudad.
Ahora, fuera de la ciudad de Jerusalén hay un valle, y en ese valle hay un lugar llamado Gehena, y Gehena llegó a estar asociada en términos de su simbolismo con la idea judía del infierno, como un lugar donde el gusano no muere y el fuego nunca se apaga, porque cada día la basura de la ciudad se depositaba en este vertedero y los fuegos siempre ardían de continuo.
Y nos damos cuenta de que cuando Jesús murió, dos cosas no sucedieron. Bueno, algo que se nos dice es que ni un solo hueso de su cuerpo fue roto, lo cual también era habitual, ya que para asegurarse de que el prisionero había muerto le quebraban los huesos.
Y al cuerpo de Jesús no se le permitió ver corrupción. Y en vez de ser arrojado al Gehena, en el vertedero de desechos ardientes, los seguidores de Jesús intercedieron, para que pudieran dar a Jesús un entierro apropiado. Y Pilato accede a esa petición, y Jesús no es enterrado en el Gehena, sino en la tumba prestada de un hombre rico, José de Arimatea.
Y su cuerpo está envuelto en lino fino y ungido con finas especias. A él se le dio prácticamente el entierro de un rey, y es por eso que el profeta Isaías, cuando describe al siervo sufriente de Israel, dijo que después de pasar por este estado abismal de humillación; sin embargo, aunque no había falta en Él, «con el rico fue en su muerte”.
Y así, de una manera muy pequeña, empezamos a ver la transición de la humillación a la exaltación en las circunstancias que rodearon el entierro de Jesús. Pero no tendemos a notar eso, por razones obvias, porque la exaltación que sigue, en solo cuestión de horas, es tan magnífica, de una magnitud tan brillante, que ese elemento más pequeño de la exaltación parece palidecer en insignificancia, y estoy hablando por supuesto de la manifestación resplandeciente de la gloria de su resurrección.
Ahora, veamos lo que el Nuevo Testamento dice brevemente sobre eso. En la versión de Lucas, capítulo 24, leemos esto, «Pero el primer día de la semana, al rayar el alba, las mujeres vinieron al sepulcro trayendo las especias aromáticas que habían preparado. Y encontraron que la piedra había sido removida del sepulcro, y cuando entraron, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús».
Permítanme hacer un alto ahí. Es muy importante que nosotros entendamos que la fe de la iglesia en la resurrección de Jesús no se basa en inferencias extraídas por un cuerpo perdido. No se trata simplemente de que las personas encontraron una tumba vacía y luego hicieron la suposición arbitraria de que la única razón que podría explicar el vacío de la tumba era que Jesús había resucitado de entre los muertos.
La fe de la Iglesia no descansa en ese tipo de especulaciones, sino que se basa en el testimonio de las Escrituras, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, de los autores del Nuevo Testamento que dijeron que ellos están proclamándonos lo que han visto con sus ojos y oído con sus oídos.
No es simplemente la tumba vacía, sino que son las apariciones de Jesús, después de la resurrección, donde Pablo nos dice que se apareció a las mujeres, se apareció a los doce, se apareció a Tomás que era escéptico, y como Él, en una ocasión, se le apareció a 500 personas al mismo tiempo, y Pablo dice: «Y al último de todos, como a uno nacido fuera de tiempo, se me apareció también a mí».
Así que el testimonio del Nuevo Testamento de la resurrección de Jesús, es el testimonio de los que lo vieron, que lo tocaron, que comieron con él y que hablaron con él. Pero aquí, hasta ahora, todo lo que hemos leído en el texto es el descubrimiento de una tumba vacía.
«Y cuando entraron, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Y aconteció que estando ellas perplejas por esto, de pronto se pusieron junto a ellas dos varones en vestiduras resplandecientes; y estando ellas aterrorizadas e inclinados sus rostros a tierra, ellos les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado».
No hay confesión más dramática de fe en todas las Escrituras que esa. Es la confesión que exclamamos cada Pascua cuando decimos entre nosotros, «Ha resucitado». Y respondemos a ese anuncio, diciendo ¿qué?: «Ciertamente ha resucitado».
Bueno, el primer anuncio vino de los ángeles de Dios, este era un mensaje cuya fuente era Dios, ‘Ha resucitado’. “Acordaos cómo os habló cuando estaba aún en Galilea, diciendo que el Hijo del Hombre debía ser entregado en manos de hombres pecadores, y ser crucificado, y al tercer día resucitar.
Entonces ellas se acordaron de sus palabras, y regresando del sepulcro, anunciaron todas estas cosas a los once y a todos los demás. Eran María Magdalena y Juana y María, la madre de Jacobo; también las demás mujeres con ellas referían estas cosas a los apóstoles.
A ellos estas palabras les parecieron como disparates, y no las creyeron». Saben, una de las cosas que ya he mencionado que me molesta acerca de nuestra actitud, cerca de fines del siglo 20, cuando leemos el testimonio de escritores bíblicos, es que tenemos esta suposición arrogante de que la gente que vivió en el siglo I era ingenua, no crítica, precientífica, sin educación, bufones o que eran personas tan supersticiosas que era fácil para ellos creer todo tipo de historias de eventos asombrosos, maravillosos y milagrosos; eventos como la historia de la resurrección.
Bueno, dudo que la gente de esa época fuera más supersticiosa que nosotros. No creo que sus periódicos publicaran a diario el horóscopo, ni que tampoco hubieran quedado impresionados por los elementos mágicos del pensamiento de la Nueva Era.
Pero amados, era tan raro en el primer siglo que algún muerto volviera a la vida, tal como lo sería hoy en día. Y se nos dice que estas mujeres que aún no habían visto al Cristo resucitado, al menos de acuerdo con este relato, aunque María lo había visto en el jardín, corrieron hacia los discípulos para contarles y los discípulos no creyeron.
Los discípulos consideran increíble el anuncio, pero, sin embargo, no podían desestimarlo. Obviamente estaban confundidos por el comportamiento de estas mujeres, y se nos dice que: «Pedro se levantó y corrió al sepulcro; e inclinándose para mirar adentro, vio solo las envolturas de lino; y se fue a su casa, maravillado de lo que había acontecido». Ahora, lo que sigue en la versión de Lucas, solo se encuentra en el Evangelio de Lucas, y me parece una de las historias más fascinantes con respecto a la resurrección que no existe en ningún otro lugar de la sagrada Escritura.
Se nos dice en el versículo 13 del capítulo 24: «Aquel mismo día dos de ellos iban a una aldea llamada Emaús, que estaba como a once kilómetros de Jerusalén. Y conversaban entre sí acerca de todas estas cosas que habían acontecido. Y sucedió que mientras conversaban y discutían, Jesús mismo se acercó y caminaba con ellos. Pero sus ojos estaban velados».
Noten que no dice que había algo demasiado irreconocible de Jesús en forma inherente. Esa no es la razón por la que no lo reconocieron, sino que el Espíritu de Dios veló los ojos de estos testigos para que no lo reconocieran. Si esto no fuera una de esas cosas tan santas, sería cómico, porque ustedes ven a estos dos amigos andando por el camino, haciendo un viaje de 11 kilómetros de Jerusalén a Emaús. Y están animados en su conversación, y todavía están, evidentemente, en un estado de confusión y de pena.
Recuerden, todas las esperanzas de los seguidores de Jesús estaban completamente destruidas cuando vieron al centurión perforar su costado y vieron la sangre y el agua fluyendo de allí y vieron a los soldados tomar este cuerpo sin vida y bajarlo de la cruz.
Todas las expectativas de una liberación mesiánica fueron aplastadas en ese momento. Y así, supuestamente, estos dos hombres que habían invertido su esperanza personal en Jesús, están hablando entre ellos de eso mientras van por el camino. Y Jesús camina detrás de ellos. Al parecer, no estaban yendo muy rápido, quizá estaban en ese modo de arrastrar los pies que usualmente usan las personas cuando están desanimadas.
Y Jesús se junta con ellos y empieza a escuchar de lado la conversación, y él se hace el desinteresado. Les pregunto, ¿No les hubiera gustado ese día oír a escondidas para poder escuchar esta conversación que se estaba llevando a cabo en ese momento? Creo que sería increíble.
Y Jesús les habla y les dice: “¿Qué discusiones son estas que tenéis entre vosotros mientras vais andando? Y ellos se detuvieron, con semblante triste. Respondiendo uno de ellos llamado Cleofas, le dijo: ¿Eres tú el único visitante en Jerusalén que no sabe las cosas que en ella han acontecido en estos días?”
Le dicen a Jesús: ‘Tú debes ser la única persona en toda la ciudad que no sabe lo que pasó el otro día en Jerusalén’. ¿Pueden imaginarse cómo se sintió Jesús cuando escuchó esto? Es decir, Él pudo haber dicho allí mismo, ‘¡Esperen muchachos! Déjenme decirles quién soy yo’ y abrirles los ojos y decir: ‘Creo que sí sé algo sobre lo que ha sucedido en los últimos días’. Pero ellos lo reprenden, y “Él les dijo”, -me encanta- “¿Qué cosas?” “Y ellos le dijeron: Las referentes a Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo; y cómo los principales sacerdotes y nuestros gobernantes le entregaron a sentencia de muerte y le crucificaron. Pero nosotros esperábamos que Él era el que iba a redimir a Israel”.
Bien, una de las cosas más difíciles que la gente sufre es la expectativa frustrada. Y hablamos de ira. Uno de los principios que uso todo el tiempo es el principio de que, detrás de cada tipo de ira hay algún tipo de dolor. La ira puede ser real, pero solo es tan real como el dolor.
Y una de las cosas más dolorosas que experimentamos como seres humanos es el dolor de la decepción, tener nuestros corazones puestos en algo, estar esperándolo y luego que ese algo no suceda, que nunca pase. Y eso, eso es lo que estos hombres le están diciendo a Jesús aquí. Ellos dicen: «Nosotros esperábamos que Él era quien iba a redimir a Israel. Pero además de todo esto, este es el tercer día desde que estas cosas acontecieron. Y también algunas mujeres de entre nosotros nos asombraron; pues cuando fueron de madrugada al sepulcro, y al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que también habían visto una aparición de ángeles que decían que Él vivía”. Algunos de los que estaban con nosotros fueron al sepulcro, y lo hallaron tal como también las mujeres habían dicho”.
Estaban emocionados, pero, pero, pero, insertaron un “pero», «Pero a Él no lo vieron». Bueno, dijeron que vieron ángeles, dijeron que habían visto la tumba vacía, pero no lo vieron a Él. «Entonces Jesús les dijo: ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera todas estas cosas y entrara en su gloria? Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les explicó lo referente a Él en todas las Escrituras».
La mayor exposición de literatura bíblica jamás registrada fue este sermón en el camino a Emaús. Jesús inicia en Génesis 3. Jesús empieza con el Proto Evangelio. Jesús empieza con la formación del polvo a la imagen de Dios y pasa por el Pentateuco, y pasa por el libro de Deuteronomio. Pasa por los profetas, Él pasa por la ley y empieza a entretejer todos los hilos de la enseñanza mesiánica del Antiguo Testamento, diciendo: ‘¿No leyeron las Escrituras? ¿No sabían que el Mesías tenía que ser un Mesías sufriente? Oh, qué lentos son para creer’.
«Se acercaron a la aldea adonde iban, y Él hizo como que iba más lejos. Y ellos le insistieron, diciendo: Quédate con nosotros, porque está atardeciendo, y el día ya ha declinado. Y entró a quedarse con ellos.
Y sucedió que al sentarse a la mesa con ellos, tomó pan, y lo bendijo; y partiéndolo, les dio. Entonces les fueron abiertos los ojos y lo reconocieron; pero Él desapareció de la presencia de ellos».
La primera vez en que Cristo manifestó su persona resucitada a esta gente fue cuando estuvo partiendo el pan al sentarse a la mesa con Él, cuando le oyeron orar, cuando bendijo la comida. Dios abrió sus ojos y por una fracción de segundo lo vieron, lo reconocieron y Él desapareció. Y escuchen lo que dicen, -me encanta- «Y se dijeron el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba en el camino, cuando nos abría las Escrituras?
Y levantándose en esa misma hora, regresaron a Jerusalén, y hallaron reunidos a los once y a los que estaban con ellos, que decían: Es verdad que el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón. Y ellos contaban sus experiencias en el camino, y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Mientras ellos relataban estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo esto: Paz a vosotros». Cuando nos fijamos en esto desde el punto de vista del siglo 20 y las cosas que oímos todo el tiempo de la gente es: ‘Esto es imposible’.
Lo único que sabemos de las leyes de la naturaleza es que no hay una palingénesis, una vez que la persona está muerta, realmente muerta, permanece muerta.
Esto es demasiado sorprendente para que una persona sobria en nuestros días lo crea, y la opinión es esta: es imposible. Sin embargo, la Escritura en otros lugares nos dice que la muerte entra en el mundo por el pecado, y que la muerte de Jesús de Nazaret era una muerte impuesta sobre Él, no por algún pecado propio de Él, sino por los pecados que Él llevó por imputación.
Y así las Escrituras tienen una perspectiva diferente sobre esto y dicen: Era imposible que la muerte lo retuviera, tan imposible como lo sería que Dios fuera injusto y no fuera recto, que Dios permitiera que su hijo inocente se quedara muerto.
Se nos dice que Jesús fue resucitado para nuestra justificación, que al igual que la muerte no pudo retenerlo, Dios no pudo ocultarlo, sino que demostró al mundo la satisfacción de la obra de su escogido, habiéndolo levantado de los muertos. Y como Pablo luego declaró a los filósofos atenienses, que ésta es la prueba que Dios mismo ha dado, de que éste es el Cristo y es aquel por quien toda la gente en este mundo será juzgada.
«Él ha resucitado», dijo el ángel. Y los hombres de Emaús, cuando volvieron al grupo de los discípulos, dijeron: ‘¡Ha resucitado ciertamente!’