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Transcripción
En nuestra última sesión, vimos las circunstancias que rodearon el nacimiento de Moisés y su rescate del decreto de Faraón en el que, los niños varones recién nacidos de los hebreos serían ejecutados. A medida que retomamos la narrativa que ahora conduce al episodio de la zarza ardiente, vemos lo que sucede después de que Moisés ha sido adoptado por la hija de Faraón y llevado a casa de Faraón y de su familia.
Leemos en el capítulo 2, versículo 11, «Y aconteció que en aquellos días, crecido ya Moisés,» – permítanme detenerme en esa coma. Eso pasa por encima de una enorme cantidad de información importante. Porque se nos dice, en otra parte de las Escrituras, que en esos años, los primeros años del desarrollo de este joven, fue criado como Príncipe de Egipto. Dada la educación más completa y extensa que estaba disponible en cualquier parte del mundo en ese momento. Así que, él era, de nuevo, un ejemplo de providencia extraordinaria. Se le dio la oportunidad de la educación avanzada más alta que cualquier joven podía recibir en ese momento de la historia. Y todo eso fue para preparar a Moisés, no para ser un príncipe en Egipto, sino para ser el mediador del Antiguo Pacto.
Entonces, leemos: «Crecido ya Moisés, salió a donde sus hermanos y vio sus duros trabajos», por lo que obviamente, en algún momento, se dio cuenta de que no era egipcio por origen o nacimiento, sino que era hebreo. Y así, esta relación de sangre con sus connacionales lo movió a ver cómo le estaba yendo a su gente, según la carne. «Vio sus duros trabajos. Vio a un egipcio golpeando a un hebreo», quizá un esclavo hebreo, uno de sus propios hermanos hebreos. Así que la Escritura nos dice: «Entonces miró alrededor y cuando vio que no había nadie, mató al egipcio …y lo escondió en la arena. Al día siguiente salió y vio a dos hebreos que reñían, y dijo al culpable: «¿Por qué golpeas a tu compañero?».».
Aquí, está tratando de mediar en una disputa entre dos esclavos. Él le dice al que fue el agresor en esta pelea: «¿Por qué le estás haciendo esto a tu hermano?» Él dijo: «¿Quién te ha puesto de príncipe o de juez sobre nosotros?» ¿Quién crees que eres, Moisés? «¿Estás pensando matarme como mataste al egipcio» ayer? Moisés dijo: «Oh, no. Pensé que hice eso en secreto, pero el secreto salió a la luz. Este hombre sabe que maté a un egipcio, y sabe dónde está enterrado el cuerpo. Por lo tanto, esta fue una señal para que Moisés se apresurara y huyera fuera de la jurisdicción de Egipto y buscara seguridad en otro lugar.
«Entonces Moisés tuvo miedo, y dijo: «Ciertamente se ha divulgado el asunto». Cuando Faraón se enteró del asunto, trató de matar a Moisés». Esta no es la primera vez que la intención de faraón era matar a Moisés. «Pero Moisés huyó de la presencia de Faraón y se fue a vivir a la tierra de Madián». Lejos en el desierto, muy muy lejos de las ciudades, y muy muy lejos del centro de la civilización. Y, cuando entró en Madián «se sentó junto a un pozo». Y se nos dice: «Y el sacerdote de Madián tenía siete hijas, las cuales fueron a sacar agua y llenaron las pilas para dar de beber al rebaño de su padre.
Entonces vinieron unos pastores y las echaron de allí». No era raro en la antigüedad, en estas tierras áridas, que hubiera guerras por los pastos y todo tipo de invasiones y batallas entre los pastores debido al derecho de agua. Aquí, el sacerdote de Madián tiene siete hijas, y están cuidando el rebaño de su padre en lugar de los hombres, y vienen al pozo a llenar las pilas a fin de dar a las ovejas el agua que necesitan para poder vivir. Y estos otros hombres entran y dicen: «Salgan de acá, queremos dar de beber a nuestras ovejas y las muchachas tendrán que esperar hasta que hayamos terminado». Así que Moisés ve esto.
Moisés, como ven, en estos breves pasajes que lo describen en los primeros años, es un hombre cuyo corazón arde por justicia. No tenía ni una pizca de paciencia para la injusticia ni para ver gente que es agredida y maltratada. Así que, su sangre hirvió al ver a estos pastores entrando y obligando a las mujeres a irse. «Pero Moisés se levantó y las defendió, y dio de beber a su rebaño. Aquí es donde la Biblia es la maestra de la sutileza. Aquí están todos estos pastores entrando y ahuyentando a las mujeres, y Moisés dice: «Esperen. Ellas llegaron primero. Vengan muchachas. Traigan sus ovejas. Vamos a dejarlas beber, y me pararé aquí y las defenderé. Ahora, no sé cuán imponente era la figura de Moisés, pero obviamente esos otros hombres no querían meterse con él.
Esta fue la respuesta del Antiguo Testamento a Temple de Acero. «Cuando ellas volvieron a Reuel, su padre, él dijo: ¿Por qué habéis vuelto tan pronto hoy?» Ustedes han regresado muy rápido de dar de beber al rebaño. Ellas dijeron: «Un egipcio nos ha librado de mano de los pastores; y además, nos sacó agua y dio de beber al rebaño». Reuel está interesado, «¿Y dónde está? ¿Por qué habéis dejado al hombre?» Llámenlo y tráiganlo a casa para que pueda comer pan, para que pueda pagarle por su bondad hacia ustedes. «Moisés accedió a morar con aquel hombre», y este le dio a su hija Séfora por mujer a Moisés. «Y ella dio a luz un hijo, y Moisés le puso por nombre Gersón, porque dijo: Peregrino soy en tierra extranjera».
Ahora, por casualidad, en coincidencia a la Providencia oculta de Dios, Moisés es adoptado en una nueva familia. En la familia de Reuel, quien es el sacerdote de Madián, se casa con su hija, tiene un hijo, y halla un hogar como un forastero en una tierra extranjera. «Y aconteció», se nos dice, «que pasado mucho tiempo, murió el rey de Egipto. Y los hijos de Israel gemían a causa de la servidumbre, y clamaron». Ahora, en este momento, Moisés tiene 40 años. Ya dejó de ser un niño, pero las mismas personas que fueron sometidas a esta enorme carga de esclavitud, impuesta sobre ellos por los egipcios, siguen siendo esclavos. Todavía están gimiendo, todavía están lamentándose, todavía están llorando, a medida que la carga de la esclavitud empeora más y más para ellos. «Y clamaron; y su clamor…subió a Dios».
Este es uno de los momentos más importantes en la historia del Antiguo Testamento, cuando Dios escuchó el gemir de este pueblo. Cuando Dios escuchó los gemidos de estos esclavos en Egipto. Y el Señor Dios, omnipotente, movió cielo y tierra a través de su siervo, Moisés, para hacer frente a esa tragedia de inhumanidad. «Oyó Dios su gemido, y se acordó Dios de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob». «Estos son los descendientes», dijo Dios, del hombre con quien hice este pacto y a quien dije que lo convertiría en el padre de una gran nación. Y que yo lo bendeciría y que a través de él todas las naciones del mundo serían bendecidas, y sus descendientes serían como la arena del mar y las estrellas del cielo. Y yo repetí esa promesa a su hijo, Isaac, y luego a su hijo, Jacob. Y observé cómo sus hijos bajaban a la tierra de Egipto, a la tierra de Gosén, pero nunca he olvidado esa promesa del pacto que hice a Abraham y a sus hijos.
Ahora escucho a los hijos y a las hijas de Abraham, Isaac y Jacob clamando. Sus gemidos están en mis oídos. «Y miró Dios a los hijos de Israel, y Dios los tuvo en cuenta». Avancemos. Pasan más años. Moisés tiene ahora 80 años, y todos los días de su vida, su trabajo es tomar los rebaños de su suegro y hacer que pasten hasta el borde del desierto, justo a las faldas de la montaña de Dios, el monte. Horeb. Y, durante 40 años, todos los días. Moisés no está disfrutando del rango y del privilegio en el palacio de Faraón, sino que es un pastor, asegurándose de que las ovejas estén siendo protegidas y nutridas todos los días. Es difícil imaginar una existencia… más aburrida… que esa.
Cuando estaba en la escuela secundaria, trabajé durante el verano en la fábrica de Latas Continentales de Pittsburgh, que era una de las fábricas más grandes del mundo. Hacía latas, y por eso se llamaba Latas Continentales. Latas de todo tipo que puedas imaginar. Latas de sopa, latas de Coca-Cola, latas de jugo de uva, latas de líquido de batería y todo lo demás. Pero mi trabajo como empleado de verano era reemplazar los turnos de empleados que tomaban una semana de vacaciones. Estábamos a medio tiempo y nos hacíamos cargo del trabajo. Tengo que contarles sobre este trabajo que tuve.
Tenía que ver con las tapas de las botellas de Coca-Cola; las viejas tapas que necesitabas un destapador para abrirlas. Te sientas en una mesa, y hay estos dos enormes contenedores. Y, los contenedores de la izquierda estaban llenos de estas tapas de botellas de metal, miles de ellas. Y, a la derecha, los contenedores estaban llenos de miles de piezas de corcho de este tamaño. Tenías que tomar un trozo del corcho y empujarlo en la base de la tapa de la botella, porque ese corcho aislaba la parte superior de la tapa de la botella.
Había personas que eran tan buenas en esto que podían tomar como cinco tapas en su mano izquierda y cinco corchos y juntarlos. Estaban trabajando a toda máquina, y trabajaban así todos los días durante ocho horas. En “la cueva” de esa fábrica, había personas que estaban haciendo ese mismo trabajo durante 15 años. Después de 15 minutos, pensé que iba a perder la cabeza tratando de encontrar satisfacción en mi vida rellenando trozos de corcho en tapas de botellas. Horrible. Bueno, Moisés no se quejó. Hizo su trabajo monótono día tras día; año tras año hasta la experiencia más increíble que tendría en su vida, en todos sus 80 años.
No voy a exponer el significado teológico de esto en este momento, pero solo quiero refrescar nuestra memoria de la narrativa en sí, que comienza en el capítulo 3 de Éxodo. «Y Moisés apacentaba el rebaño de Jetro su suegro». Ese es el otro nombre para Reuel, el sacerdote de Madián. «Y condujo el rebaño hacia el lado occidental del desierto y llegó a Horeb, el monte de Dios. Y se le apareció el ángel del Señor en una llama de fuego en medio de una zarza; y Moisés miró, y he aquí, la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía». Escucha la reacción de Moisés. Escucha lo que dijo cuando de repente está caminando por el desierto, y ve por el rabillo del ojo un fenómeno que nunca había presenciado en este desierto durante 40 años.
Mira hacia arriba, y ve esta zarza que parece estar en llamas, pero mientras lo mira, nota que la estructura de la zarza no disminuye nunca, que de ninguna manera se consume la zarza. Pero el fuego sigue ardiendo. Y así, se dice a sí mismo: «Me acercaré ahora para ver esta maravilla: por qué la zarza no se quema». Lo que vamos a hacer, si Dios quiere, en las próximas 10 semanas es tratar de responder a esa pregunta: «Voy a acercarme y mirar esta gran maravilla y tratar de averiguar por qué la zarza está ardiendo y no se consume».
Y eso es lo que quiero que veamos con mucho cuidado en lo que aprendemos el cómo en las próximas semanas y días. Porque, creo que la respuesta a esa pregunta, en un sentido muy real, abre toda la historia redentora, y además, encapsula la esencia misma de la auto-revelación de Dios en la historia y en su Palabra. Allí mismo, en ese momento en que Moisés se hace a un lado con la pregunta: «¿Por qué esta zarza arde y no se consume?». «Cuando el Señor vio que él se acercaba para mirar, Dios lo llamó de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés!
Así que además de esta visión, de este extraño fenómeno de la zarza que está ardiendo y no se consume, ahora la zarza comienza a hablar con él. Oye una voz que sale de esta zarza llamándolo por su nombre, y por cierto, usando la repetición de su nombre, que es el método hebreo para dirigirse a alguien en términos íntimos de afecto. «¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí. Entonces Él dijo: No te acerques aquí; quítate las sandalias de los pies, porque el lugar donde estás parado es tierra santa». Además, dijo: «Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tenía temor de mirar a Dios».
¿Recuerdas cómo años más tarde cuando sube a la montaña, y le dice a Dios: «Muéstrame tu rostro. Déjame contemplar tu gloria. Pero en el primer encuentro con el Dios vivo, esconde su rostro. Tú también lo harías si estuvieras de pie en ese lugar de tierra santa. No podía atreverse a mirar lo que estaba justo frente a él. «Y el Señor dijo: Ciertamente he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he escuchado su clamor a causa de sus capataces, pues estoy consciente de sus sufrimientos. Y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y para sacarlos de aquella tierra a un tierra buena y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel, al lugar de los cananeos, los hititas, de los amorreos, de los ferezeos, de los heveos y de los jebuseos.
Y ahora, he aquí, el clamor de los hijos de Israel ha llegado hasta mí, y además he visto la opresión con que los egipcios los oprimen. Ahora pues, ven y te enviaré a Faraón para que saques a mi pueblo, los hijos de Israel, de Egipto. Pero Moisés dijo a Dios». Moisés tiene una pregunta para Dios. Él hace dos preguntas en este encuentro que son de suma importancia. La primera pregunta es una pregunta que todos debemos hacer cuando estamos en la presencia de Dios, «¿Quién soy yo?» ¿Acabo de escucharte decir que se supone que debo ir y sacar a estas personas de la esclavitud del Faraón? Dios, ¿quién soy yo?
Una cosa es para mí enfrentarme a unos pocos pastores en el desierto que le están quitando el agua a las hijas de mi suegro. Una cosa es para mí enfrentarme a un egipcio que está golpeando a uno de los esclavos, pero quién soy yo para ir al Faraón y decirle: Deja ir a mi pueblo. Esa es su primera pregunta. Dios dijo: Te diré quién eres, Moisés. Tú eres con quien ciertamente estaré. Y esta es una «señal para ti de soy yo el que te ha enviado: cuando hayas sacado al pueblo de Egipto adoraréis a Dios en este monte. Entonces dijo Moisés a Dios: He aquí, si voy a los hijos de Israel, y les digo: «El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros» tal vez me digan: «¿Cuál es su nombre?», ¿qué les responderé?»
Él está diciendo: Ahora, «¿Quién eres?» Y aquí viene. «Y dijo Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY». «Así dirás a los hijos de Israel: «YO SOY me ha enviado a vosotros». Dijo además Dios a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: «El Señor, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre, y con él se hará memoria de mí de generación en generación. «YO SOY EL QUE SOY». En esa auto-revelación, no encontramos una revelación más honda o profunda de la naturaleza y el carácter de Dios que la que encontraremos en cualquier parte de la Sagrada Escritura.
Así que nuestra tarea en las próximas semanas es explorar la importancia de estas cosas que acabamos de escuchar en forma narrativa. ¿Qué significan estas cosas? ¿Por qué la zarza ardiente? ¿Por qué el nombre memorable – YO SOY EL QUE SOY? ¿Quién es este Dios que se revela a Moisés en este momento de la historia?