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Transcripción
Continuamos ahora con nuestro estudio de la obra de Cristo. En nuestra primera sesión vimos el principio de esa obra que estaba enraizada en la eternidad en el pacto de redención y vimos que en la encarnación Jesús se sometió voluntariamente a la humillación, viniendo como alguien sin reputación. Lo que quiero ver hoy es una porción de la narración bíblica del nacimiento de Jesús y aspectos del mismo. Sabemos que en el evangelio de Mateo y en el evangelio de Lucas se nos narra el relato del nacimiento de Jesús. Pero antes de que Él naciera, en primer lugar, está el registro de lo que llamamos «la anunciación», que es el anuncio que el ángel Gabriel le hace a María sobre el embarazo que tendría cuando fuera cubierta por el poder del Espíritu Santo.
Ahora, en el evangelio de Lucas tenemos, como parte del registro, el relato de tres cánticos que se dan bajo la inspiración del Espíritu Santo y creo que ese es un aspecto muy importante que a menudo se pasa por alto con respecto a la obra de Cristo. Durante siglos, en la tradición del Antiguo Testamento, cada vez que Dios realizaba una obra particularmente importante de liberación o rescate de redención, esa acción de Dios, en nombre de Su pueblo, era celebrada con cánticos: el cántico de Moisés, el cántico de Miriam, el cántico de Débora, y otros más, hasta el final del Nuevo Testamento donde en el libro de Apocalipsis se nos dice que en algún momento el Señor le dará a Su pueblo un cántico nuevo, cuando nuestra redención sea completada.
Pero Lucas registra para nosotros tres cánticos compuestos con la celebración de la encarnación. Uno es el cántico de María, otro es el cántico de Zacarías a quien el ángel se le apareció y le anunció el nacimiento de Juan el Bautista y el tercer cántico es el cántico de Simeón que ocurre cuando el niño Jesús es traído para la dedicación en el templo. Veamos brevemente estos cánticos porque su contenido nos revela dimensiones importantes de la obra de Jesús. Empecemos con el cántico de María, y quizás el más famoso de los tres. Y, por cierto, estos cánticos en, en nuestra tradición se conocen por la primera palabra del cántico en latín. Así que, la primera palabra del cántico de María en latín es la palabra Magnificat, cuando ella dice: «Mi alma engrandece al Señor, Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador».
Ella está cantando este cántico después de haber contemplado la importancia de la visita que experimentó de Gabriel y también de su encuentro con su prima Elisabet. Ahora ¿Por qué está engrandeciendo a Dios? Lo primero que dice es esto: «Porque ha mirado la humilde condición de esta su sierva». Pueden sentir cómo María está abrumada porque de todas las mujeres en la historia del mundo, esta campesina ha sido seleccionada por Dios para ser la madre del Mesías y es como si estuviera diciendo: «No puedo entenderlo. Se ha fijado en mí. Se ha dirigido a mí, en mi humilde condición». Esta es la historia original de la Cenicienta, donde por fin Cenicienta es descubierta como aquella que se ganó el corazón del príncipe.
Y María canta este cántico bajo la guía del Espíritu Santo y dice: «Pues desde ahora en adelante todas las generaciones me tendrán por bienaventurada. Porque grandes cosas me ha hecho el Poderoso; y santo es Su nombre». Fue el Santo quien se fijó en mí. Fue el Santo quien me dio este privilegio indescriptible. Fue el Santo en todo Su poder y majestad. ¿Recuerdas cuando el ángel le dijo que iba a concebir a este bebé y ella dijo: ¿Cómo puede ser esto posible, «puesto que soy virgen?». Y el ángel respondió: «María, ninguna cosa será imposible para Dios». Aquel que trae vida y universos de la nada, vida de la muerte, puede traer vida a tu vientre. Así como el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas al principio de la creación, ese mismo Espíritu estará sobre ti, para que lo que concibas en tu vientre sea considerado como santo.
Así que ella está celebrando el impresionante poder de Dios. «Y de generación en generación es Su misericordia para los que le temen. Ha hecho proezas con Su brazo; Ha esparcido a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Ha quitado a los poderosos de sus tronos; Y ha exaltado a los humildes». Pienso en una mesa donde todas las armas del mundo están colocadas en oposición a Dios y Dios con la fuerza de Su brazo derecho simplemente las barre con un solo ademán. Así es como María lo ve. Ha dispersado a los poderosos. Ha derribado a los poderosos y a los orgullosos de sus asientos de poder, los despojó de su poder, y exaltó a los humildes. «A los hambrientos ha colmado de bienes y ha despedido a los ricos con las manos vacías. Ha ayudado a Israel, Su siervo».
Ahora, vean que al final de este cántico, ella une lo que ha escuchado del ángel y de Elisabet con la nación de Israel. Ella entiende que este bebé, que ha sido concebido en su vientre, no es para un propósito aislado en la historia, sino que está vinculado a todo el Antiguo Testamento, a toda la expectativa de la nación de Israel. Y ella menciona al final: «Tal como dijo a nuestros padres, a Abraham y a su descendencia para siempre». Cuando el Nuevo Testamento habla del nacimiento de Jesús, habla de que es nacido en el pleroma, una palabra griega que, perdón si no suena bien, está llena de significado. El pleroma se refiere a y se traduce con la frase «el cumplimiento de los tiempos», que la encarnación de Cristo en este mundo no fue un segundo pensamiento ni un acto impulsivo que Dios tuvo y que lo hizo nacer de novo como Atenea salió de la cabeza de Zeus. No.
Este era el plan de Dios y Él había prometido a Su pueblo una redención, todo bien unido al pacto que hizo con el patriarca Abraham. Y el pleroma sugiere que Jesús nació en la plenitud del tiempo. Y cuando vemos personas en nuestras vidas que quedan embarazadas, mujeres que quedan embarazadas y cuentan los meses y las semanas y los días hasta que llega ese momento para que el bebé nazca. Recuerdo que nuestro primer hijo nació diez días después de la fecha de parto que nos dio su médico y yo estaba a punto de perder la cabeza porque quería que el momento llegara y poder ver a nuestro hijo. Pero hay una expectativa en la que toda la historia ha estado esperando y gimiendo y anhelando el nacimiento de este niño, de modo que cuando este niño viene, el niño llega cuando el tiempo ya ha sido completado.
La idea del pleroma… me gusta pensar en un vaso, cuando tratas de llenar un vaso con agua y no lo llenas hasta el tope del vaso porque entonces no podrás levantarlo o cargarlo porque lo derramarías, por lo que siempre dejamos un pequeño espacio vacío en la parte superior del vaso.
Pero eso no es pleroma. Pleroma no es ni siquiera cuando el vaso está completamente lleno. Me gusta pensar en el vaso debajo de la llave y dejar abierta la llave y llenar el vaso y a medida que el agua llega a la parte superior, empieza a desbordarse porque el vaso no puede contener otra gota más. Y esa es la idea aquí, que la historia ha estado tan preparada por Dios que en el momento exacto que Él ha decretado, el momento perfecto, el pleroma, la plenitud del tiempo, Jesús nace de la virgen María.
Hay temas similares que se encuentran en la profecía de Zacarías, quien fue el padre de Juan el Bautista, cuando fue lleno del Espíritu Santo y cantó el Benedictus. Escuchen las palabras del Benedictus. «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, Porque nos ha visitado y ha traído redención para Su pueblo, y nos ha levantado un cuerno de salvación en la casa de David Su siervo, tal como lo anunció por boca de Sus santos profetas desde los tiempos antiguos». Permítanme hacer una pausa aquí. El punto principal de esta celebración en el cántico de Zacarías, en el Benedictus, se centra en la visitación de Dios. Y si nos fijamos en el lenguaje de eso, se basa en un verbo del que obtenemos el sustantivo que es la palabra griega para obispo, episkopos. Escuchamos hablar de la iglesia episcopal y se llama así porque su gobierno implica un gobierno por obispos.
Pero en el mundo antiguo el obispo era el episkopos. La palabra raíz skopos es la palabra que traducimos en español como «ver», de ahí que telescopio, microscopio, cistoscopio, todos los tipos de visores que tenemos, y un visor es algo que usas para ver algo que normalmente no serías capaz de poder ver a simple vista. El microscopio observa cosas diminutas que no se pueden ver a simple vista. El telescopio ve a grandes distancias para ver las estrellas en el cielo y más. Entonces, el visor es algo a través del cual se observa. Cuando pones el prefijo, epi, e-p-i, en él, lo que hace es intensificar el significado de la raíz. Así que, un episcopio es algo que ve con atención, con energía y a cabalidad lo que se está examinando.
En el mundo griego antiguo, el episkopos era el general de los ejércitos, que venía a las bases militares y revisaba las tropas. Los inspeccionaba para ver si estaban listos para la batalla, si estaban preparados de forma adecuada para llevar a cabo la guerra. Y si las tropas no estaban listas, entonces se imponían castigos. Si estaban listos durante la revisión, entonces las tropas eran elogiadas y beneficiadas por los episkopos. El Nuevo Testamento más tarde se refiere a Jesús como el «obispo» de nuestras almas, que Él es nuestro súper visor. Él ve o contempla de gran manera todo lo que está sucediendo en medio de Su pueblo. Por tanto, los judíos anhelaban el día del Señor cuando el Señor mismo visitaría este planeta.
Ellos temían que la visita viniera a ser un día de oscuridad, si Él venía y Su pueblo no estaba listo, y fuera un tiempo de crisis, un tiempo de juicio, pero también estaba la esperanza de la visita de Dios a Su pueblo para redimirlos. Y aquí, en el lenguaje de Zacarías, dice: «Porque nos ha visitado y ha traído redención para Su pueblo y nos ha levantado un cuerno de salvación en la casa de David Su siervo». Así que ahora está celebrando, no las malas noticias de un juicio inminente, sino la gran noticia de una visita redentora de Dios. Recuerda que a Jesús se le da el nombre de Emanuel, Dios con nosotros. Y así este himno celebra la visitación de Dios en la encarnación.
Luego continúa diciendo que debemos ser salvos «de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos aborrecen; para mostrar misericordia a nuestros padres, y para recordar Su santo pacto, el juramento que hizo a nuestro padre Abraham: Concedernos que, librados de la mano de nuestros enemigos, le sirvamos sin temor, en santidad y justicia delante de Él, todos nuestros días». ¿Ves de nuevo, cómo, al igual que en el Magnificat, el Benedictus vincula la venida de Cristo al pacto que Dios hizo con Abraham? La gente esperaba siglo tras siglo tras siglo y María lo reconoció y dijo que la espera había terminado. Dios lo ha recordado. No lo olvidó. Él nunca olvida Sus promesas. Él nunca olvida Sus pactos.
Esa es la base sobre la cual vivimos. Es la base de las promesas que Dios nos hace. Nunca las olvida. Nosotros las olvidamos, pero Él no. Y así, ambos himnos celebran el cumplimiento de ese pacto que se le hizo a Abraham. Y luego habla de Juan el Bautista: «Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo; porque irás delante del Señor para preparar Sus caminos; para dar a Su pueblo el conocimiento de la salvación por el perdón de sus pecados». Ahora tenemos una pista de cómo se va a llevar a cabo esta obra de salvación. Puede que incluya otras cosas, , pero ciertamente incluirá la remisión de los pecados, el traslado de nuestros pecados lejos de nosotros, la eliminación de nuestras transgresiones de nosotros tan lejos como el este está del oeste.
Y esto es , «Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, con que la Aurora nos visitará desde lo alto». Este es otro título para Jesús, la Aurora desde lo alto, la estrella que ilumina el amanecer, Él nos ha visitado en Cristo. «Para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pies en el camino de paz». Un himno más que quiero ver antes de concluir hoy, me refiero al brevísimo himno que pronunció Simeón, cuando Simeón ve a José y María llevar al niño Jesús al templo para la consagración. Según el texto, a este venerable hombre, Simeón, el Espíritu Santo le había prometido que no moriría hasta ver al Ungido del Señor. Él no moriría hasta que él personalmente viera al Cristo que vendría.
No sabemos cómo vivió sus días alrededor del templo, pero sospecho que vino todos los días buscando al Mesías, pero la promesa no se cumplía día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año. Todos los días Simeón estaba allí. Él no veía al Mesías. Pero Dios había prometido que no moriría hasta ver al Ungido del Señor, y se estaba haciendo cada vez más viejo… y viejo, más débil… y débil, y finalmente «movido por el Espíritu fue al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron para cumplir por Él el rito de la ley, Simeón tomó al niño en sus brazos». Simeón levantó al bebé, y se pueden imaginar a José y María entrando en el templo y viendo a Simeón, este anciano, quien se les acerca y toma a su bebé de sus manos.
Y empieza a cantar bajo la inspiración del Espíritu Santo el Nunc Dimittis: «Ahora, Señor, permite que Tu siervo se vaya en paz, conforme a Tu palabra; Porque mis ojos han visto Tu salvación la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; Luz de revelación a los gentiles, y gloria de Tu pueblo Israel». Él lo está viendo con sus propios ojos, como se nos dice en el versículo 25, a Aquel que es descrito como la consolación de Israel. Israel había gemido de dolor y de guerra y de lucha y de servidumbre y buscaban a Dios para ser consolados. Y el consuelo que Dios había preparado para Su pueblo era el Mesías y este es otro título para Jesús, la consolación de Israel, Aquel que traerá la paz, el que traerá en Su propia obra la tierna misericordia de Dios, que todas las esperanzas, todos los sueños, todas las promesas que habían sido para y a través de los profetas se encontrarían en Él, una tremenda celebración.
Pero tiene una nota de pie de página premonitoria adjunta porque también ese día estaba la profetisa Ana y cuando Simeón estaba ocupado bendiciendo al niño y a José, se le dijo a María: «Este Niño ha sido puesto para caída y levantamiento de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción, y una espada traspasará aun tu propia alma, a fin de que sean revelados los pensamientos de muchos corazones». Y así, junto con Ana y Simeón, se da este mensaje mixto de que este niño ha sido preparado para el ascenso y la caída de muchos en Israel, pero a María se le dijo: «Pero una espada traspasará aun tu propia alma». Y se dice que María contemplaba todo esto. Estoy seguro de que muchas veces en su vida, veía a su hijo. ¿Qué quisieron decir? ¿Cómo es que Él va a ser el Redentor y el Mesías, pero que mi alma será traspasada?