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Transcripción
Continuando con nuestro estudio de los Diez Mandamientos, dirigiremos nuestra atención al quinto mandamiento, que es el primer mandamiento que se da con una promesa adjunta y que dice lo siguiente en Éxodo 20, versículo 12: «Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días sean prolongados en la tierra que el Señor tu Dios te da».
He dicho que cuando vemos el Decálogo, cuando vemos los Diez Mandamientos, que es el código de ley fundacional para una nación que fue establecida por Dios mismo, esta era la declaración de derechos de Israel y aunque había más de mil leyes que gobernaban la sociedad en esta nación que Dios había establecido, leyes presentadas en forma de jurisprudencia, como ya he mencionado, sin embargo, los preceptos fundacionales sobre los cuales todo el resto de la legislación fue establecida, fueron estos Diez Mandamientos.
Como he dicho, cuando vemos estos mandamientos desde el punto de vista del siglo XX y desde nuestra cultura y nuestra sociedad, es obvio que nos encontramos con algunas sorpresas en ellos. He dicho a mis estudiantes del seminario: «Si el gobierno de los Estados Unidos se derrumbara mañana y a ustedes se les diera la tarea de escribir una nueva constitución y se les restringiera a solo diez leyes en las cuales basar toda la estructura de una nueva sociedad, ¿qué leyes elegirían?». Quizá tendrías una ley que protegiera la santidad de la vida y prohibiera el asesinato. Quizá protegerías la propiedad privada prohibiendo el robo.
Pero ¿quién incluiría en sus diez leyes principales, elementos como la prohibición de codiciar o la prohibición de abusar del nombre de Dios? También me pregunto, cuando llegamos al quinto mandamiento, ¿cuántas personas incluirían entre las diez leyes más importantes del país una ley que ordena honrar a los padres? Sin embargo, observamos nuestra sociedad actual y es inevitable que, al tomar el periódico o al escuchar un debate político que venga de Washington o ver una campaña electoral, no encontremos a alguien que hable de la crisis de valores familiares en Estados Unidos.
Entendemos desde una perspectiva secular, sociológica, que de todas las unidades organizativas que forman la red social que llamamos sociedad o civilización, la más fundamental es la unidad familiar. Si examináramos las realidades de las civilizaciones de manera transcultural, veríamos que la unidad familiar no es algo exclusivo de la civilización occidental, sino que forma parte de la fibra y del fundamento de la humanidad a través de los tiempos.
Sin embargo, estamos viviendo en una época en que la pantalla del radar de la historia está parpadeando más que nunca porque la unidad fundacional fundamental de la vida organizada está en peligro, es decir, la familia en sí misma, pues cada vez más las personas abandonan el matrimonio y abandonan las responsabilidades paternas y maternas, y estamos viendo un profundo sentido de alienación dentro de la familia, no solo dentro de las relaciones conyugales de maridos y esposas, sino también una grave alienación que existe entre padres e hijos.
No es por accidente, en mi opinión, que uno de los ministerios paraeclesiásticos más grandes en la cristiandad en nuestros días es ese ministerio encabezado por el Dr. James Dobson llamado Enfoque a la Familia y el Dr. Dobson tiene una tarea de tiempo completo en este ministerio. Parte de la razón por la que el ministerio tiene tanto alcance es porque los problemas son muy severos y profundos en nuestra sociedad.
No me sorprende que Dios, en Su infinita sabiduría, cuando está sentando las bases y estableciendo los cimientos para una nación santa, incluya en Sus mandamientos un mandato con respecto a la manera en que se deben relacionar los miembros de la familia. No solo eso, a veces los teólogos dividen los Diez Mandamientos en las dos tablas de la ley, refiriéndose al primer segmento de mandamientos que gobiernan nuestra relación con Dios y luego se hace referencia a la segunda tabla de la ley como la que está enfocada en las relaciones humanas y las interrelaciones.
No es irrelevante que el primer mandamiento de la denominada «segunda tabla de la ley», el primer mandamiento que Dios da para gobernar las relaciones interpersonales entre las personas se centre en la familia. Pero el mandamiento que se da utiliza una palabra que hoy, como he mencionado en otros contextos, puede ser vista como un arcaísmo. Un arcaísmo es una palabra que es antigua, que es vieja y que parece haber pasado de moda, que ya no es relevante en la escena moderna y esa palabra que encontramos aquí es la palabra «honor». Es una palabra que está desapareciendo rápidamente de nuestro vocabulario.
Me parece interesante que en el período de la Ilustración el filósofo francés Montesquieu aplicara las técnicas de la metodología científica moderna utilizando el llamado «método analítico», que aportó avances muy asombrosos en los campos de la astronomía, la biología, la física y la química. Montesquieu trató de aplicar el mismo método científico a un análisis de los gobiernos y observó a lo largo de la historia todo tipo de clases y variedades de gobiernos que se han utilizado y probado en diversos pueblos y redujo todos los diferentes gobiernos de este mundo a fundamentalmente tres tipos de gobierno.
Esos tres tipos de gobierno que enumeró fueron uno, algún tipo de tiranía o gobierno totalitario; en segundo lugar, lo que él llamó monárquico o monarquías; y el tercero, se refería a algún tipo de gobierno democrático. Dijo: «Estas son básicamente las tres formas de gobierno: la primera es una dictadura, la segunda es una monarquía y la tercera es una forma representativa de gobierno, algo así como una democracia». La manera en que esto se relaciona con el quinto mandamiento, lo verás en un momento.
Al analizar históricamente estos diferentes tipos de gobierno, buscó cuáles fueron las condiciones necesarias más importantes para mantener tales gobiernos, y dijo que el ingrediente más importante para que una dictadura sobreviva es el ingrediente del miedo. El miedo es la base del tirano, porque el dictador siempre es superado en número por el pueblo y en su mayor parte es despreciado por el pueblo y no gobierna por el consentimiento de los gobernados.
La única forma que tiene el dictador de mantenerse en el poder es mediante algún tipo de reinado de terror, con el que intimida tanto a sus súbditos que no se atreven a levantarse en contra suya. Por eso los dictadores suelen recurrir a las purgas y al estado policial y mantienen sus cárceles abarrotadas, gente como Hitler y Stalin e Idi Amin y otros.
En una democracia, según Montesquieu, la característica más importante por la que se sostiene una democracia y cuya pérdida conduce inevitablemente a la destrucción de la democracia, según Montesquieu, era el principio de la virtud cívica. Sostenía que, dado que tanto poder y autoridad recaen en el pueblo, debe existir un alto sentido de la ética y la moral para que la democracia funcione. Pero eso no nos interesa aquí tanto como el concepto de monarquía, porque recordemos que cuando Israel se organizó en el Antiguo Testamento, era una monarquía y el primer y supremo rey de Israel debía ser Dios mismo.
Montesquieu, abordando esto desde una perspectiva secular, examinando las monarquías que han ido y venido en el plano de la historia del mundo, argumentó que la característica más importante por la que la monarquía sobrevivió fue el concepto de honor, el concepto de honor. Por eso, en la época medieval, existía toda esta cortesía, que es la forma abreviada para decir: «Etiqueta de la corte», en la que había damas y caballeros; era la forma en que se enseñaba a la gente a rendir pleitesía y lealtad a la realeza que los gobernaba; se les enseñaba a inclinarse ante el rey y hacer reverencias ante los duques y las duquesas; a usar los títulos adecuados y el protocolo que formaba parte del sistema medieval. Dijo que toda esta idea del honor es lo que impulsa la monarquía y cuando la gente pierde el sentido de honor por el rey y por la reina, entonces la monarquía se derrumba.
Hoy en día estamos viendo esta crisis en los restos vestigiales de la monarquía de Inglaterra, en cómo la gente está perdiendo el respeto por la corona y todos los escándalos que han acompañado a la casa real de Windsor y cómo ha causado esta decadencia de la fuerza de la realeza. Pero Dios entiende que para que este tipo de estructura se cohesione, permanezca unida, se mantenga, en su raíz misma tiene que haber un sentido de honor.
¿Qué significa honrar a nuestros padres y a nuestras madres? A lo largo de las Escrituras observamos que este concepto de honor es tan importante que estamos llamados a honrar al rey. Estamos llamados a honrar a nuestros pastores. Estamos llamados a honrarnos unos a otros. Es decir, en el centro de esta idea está la dimensión del respeto.
Cuando volví a Pittsburgh hace varios años, solía trabajar con un hombre llamado Wayne Alderson, cuya vida relaté en el libro Stronger Than Steel [Más fuerte que el acero], y trabajamos juntos en debates laborales y patronales y en todos estos temas. Wayne Alderson había desarrollado un principio para la gestión y el trabajo llamado el valor de la persona, donde se centralizaban tres virtudes: amor, dignidad y respeto.
Solíamos organizar conferencias y seminarios en los sindicatos del oeste de Pensilvania, en la industria siderúrgica y recuerdo haber impartido estos seminarios y haber preguntado a grandes grupos de trabajadores siderúrgicos: «¿Cuántos de ustedes quieren ser tratados con dignidad?». Cada uno de ellos levantaba la mano. Creo que jamás he conseguido que, en ningún otro tema, una multitud tan grande estuviera completamente de acuerdo. Algunos eran republicanos, otros demócratas. Algunos eran fans de los Piratas de Pittsburgh, otros no lo eran.
Pero lo que todos querían era ser tratados con dignidad y respeto. A nadie le gusta que lo insulten. A nadie le gusta ser humillado, y de lo que estamos hablando aquí es de honor, porque honrar a alguien es ser respetuoso con él, mostrarle respeto. Este respeto que se establece en el Decálogo empieza con las responsabilidades de los hijos en cuanto a cómo deben comportarse con sus padres: «Honra a tu padre y a tu madre». Ahí es donde empieza todo el concepto de mostrar respeto a los seres humanos y mostrar respeto a los niveles de autoridad divinamente constituidos, porque este honrar es, en primer lugar, un reconocimiento de que Dios ha delegado en los padres cierta autoridad por la que se debe regir el hogar.
Por eso en el Nuevo Testamento, tenemos el mandato dado a los hijos: «Hijos, obedezcan a sus padres en el Señor». Es parte de la estructura de autoridad que Dios ha puesto en Su universo. Los hijos no deben gobernar el hogar. Los hijos deben estar en sumisión a la autoridad de sus padres y no solo deben rendir sumisión y obediencia a sus padres, sino que deben hacerlo con respeto. Deben honrar a sus padres.
Recuerdo que cuando era niño, me metí en problemas más de una vez con mi madre y mi padre, pero no sentí que mis padres fueran particularmente estrictos o severos en su disciplina mientras crecíamos, pero también recuerdo que había una regla absoluta en nuestra casa. Nunca se le contestaba a los padres. Nunca se permitía hacer lo que llamábamos ser insolente con tus padres porque sería irrespetuoso y deshonroso para ellos como padres. Así que eso no se toleraba.
Recuerdo a mi mejor amigo de la infancia, la primera vez que estuve con él en su casa y su padre y su madre le hablaban. Él siempre les respondía diciendo: «Sí señora» o «Sí señor» y yo nunca había oído eso antes porque esa no era la forma en que hablábamos en nuestra casa y no fue hasta años más tarde que empecé a trabajar en el sur que me di cuenta de que esto era endémico de la cultura en el sur y que ese es el único segmento de nuestra sociedad que ha preservado esa forma particular de relación, donde a los niños sureños se les enseña a decir: «Sí señora» y «sí señor».
Pero al mismo tiempo, cuando yo estaba en octavo grado, teníamos un entrenador que también era nuestro profesor de educación física y él imponía el respeto de los chicos. Recuerdo la primera vez que me llamó en una clase de educación física y me preguntó algo, si quería hacer algo y le dije: «Sí» y se puso furioso. Me dijo: «¿Qué dijiste?». Le dije: «Dije que sí». Me dijo: «No quiero volver a oírte decir eso en mi clase. Nunca respondas a mi pregunta diciendo: “Sí”, responde diciendo: “Sí, señor”». Nunca lo olvidaré.
Camino a casa, los chicos estábamos hablando y bromeando, «Sí señor», ya sabes, ¿qué es esto, el ejército? «Señor, sí, señor», pero te diré lo que pasó. Nunca más alguien le dijo «Sí» a ese profesor de educación física y entrenador de baloncesto desde ese día en adelante. Lo que hizo fue imponer respeto, ¿y adivinen qué? Hubiéramos dado la vida por ese entrenador porque sí lo respetábamos. No era una cáscara vacía de honor, él era digno de nuestro respeto y digno de nuestro honor.
En el tiempo que me queda, permítanme decir esto: es el deber del hijo ante Dios honrar a sus padres. Es el deber de los padres enseñar al niño lo que significa el honor y el respeto y si el niño crece de una manera irrespetuosa, lo más probable es que los padres no lo han instruido ni exigido ese tipo de patrón de comportamiento en el hogar. Sabemos que llega un momento en que el hijo ya no vive bajo el techo de los padres y no está llamado a rendir obediencia servil a los padres, pero ¿en qué momento de nuestras vidas termina el mandato de honrar a nuestro padre y a nuestra madre? Jamás.
Si vemos a Israel y vemos la forma en que las familias muestran respeto a la matriarca o al patriarca, en Israel, cada vez que el padre, el cabeza de familia, entraba en una habitación, era costumbre de todos los hijos, incluso de los hijos adultos, levantarse en presencia del padre o de la madre para evidenciar, de forma visible, su respeto y su honor.
CORAM DEO
¿Cómo respondes de lo profundo de tu ser a la palabra «honor»? Puede que la gente se ría de nosotros por seguir considerándolo una virtud, pero no creo que tengamos que ser religiosos para comprender el valor de la dignidad humana y el valor de mostrar respeto a los demás, a quienes tienen autoridad sobre nosotros y, en particular, dentro de los límites de la familia.
Si eres padre, ¿no quieres el respeto de tus hijos? ¿No te sientes avergonzado por no haber honrado a tus propios padres? Puede que digas: «Pero mi padre no era un hombre honorable» o «mi madre no era una mujer honorable», pero Dios no dice: «Honra a tu padre y a tu madre solo cuando sean honorables», sino que es por la posición que tienen. Ellos tienen un cargo y aunque no sean dignos de ese cargo, el cargo en sí debe ser honrado. Así que el cristiano debe ser escrupuloso en mostrar honor, dignidad y respeto a cada padre.