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Transcripción
En nuestra última sesión, vimos las implicancias del ser de Dios que se revelan en su nombre «Yo Soy el que Soy». Y vimos el primer versículo del libro de Génesis que inicia diciendo: «En el principio Dios…» y vimos la importancia de eso, que Dios es eterno y que todo lo demás que es creado por Él tiene un inicio en el tiempo y manifiesta los atributos de cambio o mutabilidad.
El contexto en el que hemos estado viendo el encuentro de Moisés con Dios en el desierto madianita, tiene que ver no solo con la creación, sino con el mismo Dios que crea y se involucra en la historia, en su obra de redención. Y eso es algo que a menudo olvidamos, porque el mismo Dios que tiene el poder de traer un universo a existencia por el puro poder de Su Palabra, lo que Agustín llamó «El imperativo divino», en el cual Dios tan solo dijo: «Sea la luz» y así fue. Él habló a través de Su Palabra y todo el universo vino a la existencia.
El que podamos contemplar la magnitud de ese poder va más allá de nuestra capacidad intelectual, pero lo que necesitamos entender, es que el mismo Dios, con ese mismo poder y con esa misma Palabra, es el Dios que por toda la eternidad se propuso un plan de redención para sus criaturas caídas. Y, notamos en la discusión que Moisés tuvo con Dios, que cuando Dios se reveló a sí mismo con el nombre sagrado que dijo en el versículo 14.
«Y dijo Dios a Moisés: yo soy el que soy. Y añadió: Así dirás a los hijos de Israel: “yo soy me ha enviado a vosotros”. Dijo además Dios a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: “El Señor, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros”». Y luego instruyó a Moisés: «Ve y reúne a los ancianos de Israel, y diles: “El Señor, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, se me ha aparecido”».
Es importante que veamos la continuidad entre aquel que se identifica como el Dios de sus padres, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob que es el mismo que ahora está revelando su nombre conmemorativo, «yo soy el que soy». Tenemos que retroceder un poco en la historia pasada del Antiguo Testamento y hacer las preguntas: ¿Por qué Dios se llama a sí mismo el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? ¿Y cómo es que el pueblo de Israel llegó a esta situación que Dios está abordando ahora con Moisés?
Se remonta a Abraham, a quien Dios llamó de una tierra pagana, idólatra y oscura. Y lo llamó fuera de Mesopotamia, de Ur de los Caldeos y le dijo que se levantara y dejara la tierra de su nacimiento, que dejara a sus amigos, a su familia, a su doctor, a su dentista y a todo lo que era importante para él. «Levántate y ve a una tierra que te mostraré». Y, se nos dice que, por fe, Abraham obedeció este mandato de Dios y salió en búsqueda de una tierra prometida que él no sabía dónde estaba.
Ustedes saben cómo fue su historia con la promesa de un niño en su vejez y que, a través de este niño, todo el universo sería bendecido, que los descendientes de Abraham serían como las estrellas del cielo y la arena del mar. Pero Abraham no vivió para ver esa multiplicación de su simiente. Vivió para ver al hijo prometido, Isaac, pero nunca vio realmente la Tierra Prometida. La única propiedad inmobiliaria que terminó poseyendo fue Macpela, que fue su tumba.
Pero al final de su vida, le contó a Isaac sobre esta promesa y la bendición patriarcal fue transferida de Abraham a Isaac. Y de la misma manera, al final de la vida de Isaac, él le dio la bendición patriarcal no a Esaú, sino a Jacob. Luego, como leemos en los últimos capítulos del libro de Génesis, uno de los hijos de Jacob, cuyo nombre era José, fue traicionado por sus hermanos y vendido como esclavo y luego arrojado en una prisión.
Y mientras esa historia se desarrolla, él podía interpretar los sueños, así encontró el favor del faraón reinante. Debido a sus habilidades administrativas, ascendió al nivel de primer ministro de todo Egipto. Y así ocurrió en los vaivenes y eventos comunes de la historia, lo que llamaríamos las vicisitudes, que una hambruna llegó a la tierra del padre y de los hermanos de José. Entre tanto, a José se le había puesto a cargo de la organización de los almacenes en Egipto. Así que mientras la gente de otros países a su alrededor se moría de hambre, la gente en Egipto, bajo el liderazgo de José, había sido preparada para la posibilidad de tal hambruna.
Y ya saben cómo pasó la historia, cómo Jacob envió a sus hijos a Egipto para preguntar cómo conseguir comida para poder alimentar a su familia y todas las maquinaciones que se desarrollan allí, que terminaron con la reunión entre los otros hijos de Jacob y José. Y José invitó a su padre, Jacob, a emigrar a Egipto, donde tendrían abundancia de alimentos y evitarían cualquier problema de hambre. Una parcela especial de tierra, la tierra de Gosén, fue dada a Jacob y a su familia. Así es como los israelitas llegaron a Egipto en primer lugar.
Pero luego tenemos ese ominoso informe en las Escrituras: «Vino un faraón que no había conocido a José». Y, en lugar de tratar a los hijos de Israel como invitados en la tierra, con privilegios especiales, en lugar de eso, el faraón los esclavizó y los usó como la mano de obra masiva principal. Y ese es el contexto en el que esta sección del Éxodo está ocurriendo, donde, el propósito de la reunión entre Dios y Moisés era abordar el problema de la esclavitud judía.
Y pueden recordar que Dios le dijo a Moisés: «He escuchado el clamor de mi pueblo. Su clamor ha llegado hasta mí y ahora Moisés, he descendido para liberarlos, liberarlos de la esclavitud. Para que salgan de esta tierra y vengan a mi monte santo, para adorarme allí». Así que esa es toda la razón para este encuentro en la zarza ardiente, que como he dicho, fue un momento decisivo no solo para Israel, sino para toda la historia del mundo.
Ahora, en ese contexto, Dios promete redención, liberación y no va a suceder sin una gran lucha y grandes consideraciones que incluirían a Moisés. Si vamos al Nuevo Testamento, al libro de Hebreos, vemos algo en el Nuevo Testamento sobre la evaluación de Moisés. En Hebreos capítulo 3, leemos estas palabras: «Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad a Jesús, el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe. El cual fue fiel al que le designó, como también lo fue Moisés en toda la casa de Dios».
Lo que encontramos aquí en los primeros capítulos de Hebreos es que el autor de Hebreos compara y contrasta a Jesús con los ángeles. «¿Porque ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: …yo te he engendrado hoy? ¿A cuál de los ángeles Dios ha prometido que se siente a su diestra?». Ninguno, por supuesto. De modo que vemos la superioridad de Cristo sobre los ángeles. ¿Y qué sigue después? Una comparación y contraste entre Jesús y Moisés. No queremos perder el significado de eso, porque, en primer lugar, Moisés fue el mediador del antiguo pacto.
Y, como dije al principio de esta serie de sesiones, esa tarea particular que se le dio a Moisés lo convirtió quizás en la persona más importante y extraordinaria de todo el Antiguo Testamento. Fue a través de la obra mediadora de Moisés que la nación de Israel fue establecida. Fue a través de la obra de Moisés que los 10 Mandamientos del Sinaí fueron entregados al pueblo. Y, como mediador, él era el intermediario entre Dios y el pueblo de Israel.
Ahora, lo que es más importante sobre el hecho de que Moisés era el mediador del antiguo pacto, en cierto sentido, es que él prefiguraba al mayor mediador que vendría más tarde: el mediador del nuevo pacto, Cristo mismo. Y, hay muchas declaraciones que se refieren a la relación entre Moisés y Jesús escritas por los apóstoles del Nuevo Testamento. Ya saben, «La ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo».
Entonces, lo que quiero que veamos en esta sesión, brevemente, es ese análisis comparativo entre los dos mediadores. Es interesante que el Nuevo Testamento dijo en una ocasión que solo había un mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús. Y, por supuesto, lo que eso significaba era que solo hay un Mediador Supremo que en su ministerio de mediación reúne tanto su humanidad como su deidad.
Moisés podía ser el mediador para el pueblo de Israel como ser humano, pero Moisés no era Dios encarnado. Ahora, leemos en Hebreos esta comparación, «Jesús… El cual fue fiel al que le designó, como también lo fue Moisés en toda la casa de Dios». En toda la casa de Dios. «Porque Él ha sido considerado digno de más gloria que Moisés», es decir, Jesús, «así como el constructor de la casa tiene más honra que la casa. Porque toda casa es hecha por alguno, pero el que hace todas las cosas es Dios.
Y Moisés fue fiel en toda la casa de Dios como siervo, para testimonio de lo que se iba a decir más tarde; pero Cristo fue fiel como Hijo sobre la casa de Dios, cuya casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin nuestra confianza y la gloria de nuestra esperanza». Así que vemos en esta comparación que Moisés fue fiel como siervo. Era un sirviente en la casa, pero no era el dueño de la casa. Él no poseía la casa. La casa no fue construida por él. Sirvió en ella.
Pero en el nuevo pacto, tenemos una casa cuyo arquitecto y constructor es Cristo y esa casa es su pueblo. Somos esa casa y aquí, la casa es propiedad del Hijo y Él no es un siervo sino el dueño de la casa. Ahora, más adelante en el listado de los santos y los testigos que se enumeran en el capítulo 11, en el llamado salón de los santos de Hebreos, leemos estos comentarios sobre Moisés.
«Por la fe Moisés, cuando nació, fue escondido por sus padres durante tres meses, porque vieron que era un niño hermoso y no temieron el edicto del rey. Por la fe Moisés, cuando era ya grande, rehusó ser llamado hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los placeres temporales del pecado, considerando como mayores riquezas el oprobio de Cristo que los tesoros de Egipto; porque tenía la mirada puesta en la recompensa».
Una vez más, no puedes dejar de pensar que Moisés tiene 80 años caminando por el desierto madianita. Es un ser humano. No es un santo de papel. Tiene que estar haciéndose la pregunta una y otra vez: «¿Por qué estoy aquí? ¿Es mi vida solo una pérdida de tiempo? Todo ese entrenamiento que tuve en la casa de faraón, la educación que aprendí en Egipto estudiando idiomas, artes, medicina y todo lo demás. Caminar de un lado a otro en esta tierra estéril en el desierto madianita. ¿Dónde estás, Dios? ¿Por qué estoy aquí?».
Es decir, esa es una pregunta que la gente se hace en cada generación. Ciertamente, es una pregunta que te has hecho de vez en cuando: «¿Qué estoy haciendo aquí, en este lugar? Mi vida parece no tener gran importancia». Creo que cada ser humano nacido a imagen de Dios tiene una necesidad de ser significativo. Queremos que nuestras vidas cuenten. Queremos que la gente diga, cuando morimos, algo más que solo la fecha de nuestro nacimiento y muerte.
Queremos dejar un legado que sea de beneficio para otras personas, para que nuestras vidas no se desperdicien, sino que valgan la pena. Tiene 80 años, se rasca la cabeza, se hace la pregunta día tras día, hasta que vio esa zarza que ardía y no se consumía. Dios le estaba diciendo: «Moisés. Esta es tierra santa. Y te hablo porque tengo una misión santa. Podría gritar desde los cielos. Podría hablar directamente con faraón y decirle: “Oye, faraón, deja que mi pueblo se vaya”. Pero así no es como hago las cosas. Te estoy dando esa responsabilidad. Esta es la meta de tu vida. Este es tu destino, para que yo pueda obrar a través tuyo para redimir a tu pueblo».
Es algo increíble. Luego, el autor de Hebreos continúa diciendo: «Por la fe salió de Egipto sin temer la ira del rey, porque se mantuvo firme como viendo al Invisible. Por la fe celebró la Pascua y el rociamiento de la sangre, para que el exterminador de los primogénitos no los tocara. Por la fe pasaron el mar Rojo como por tierra seca, y cuando los egipcios lo intentaron hacer, se ahogaron».
Toda esta saga, es una saga de fe y la fe de un hombre con el llamado de Dios sobre su vida. Pero como dije, él solo prefigura débilmente al mediador del nuevo pacto que es el dueño de su casa, cuya obra de liberación y salvación hace que la obra de Moisés palidezca sin importancia. Solo que esta vez, no es Faraón, es Satanás. Dios se está dirigiendo a Satanás a través del ministerio de su hijo unigénito y el mensaje que le está dando a Satanás a través del hijo, a través del Verbo encarnado es este: Deja ir a mi pueblo.
Por la palabra de su poder, el mayor éxodo imaginable en la historia humana tiene lugar cuando Cristo cautiva al cautiverio y libera a sus santos de la esclavitud del pecado. Y recibe la recompensa de que se sentaría a la diestra de Dios Padre, manifestando que su misión superaba con creces la misión de Moisés. Este es el que ha de venir como Moisés, pero más grande que Moisés, porque su obra de liberación y salvación estaba en la forma más suprema de liberación.
Como saben, aquellas personas que abandonaron la tierra de Egipto bajo el mandato de Dios nunca llegaron a la Tierra Prometida. A final de cuentas, eran infieles. Pero todos los que Jesús redime llegan a la Tierra Prometida. Él los lleva a la Tierra Prometida. Él les reserva un lugar en el cielo para que la obra mediadora que ha realizado no pueda ser avergonzada o quede sin hacerse. Porque Él es la encarnación de Yo Soy.
Estas mismas palabras se usan en todo el evangelio de Juan. «Antes de que Abraham naciera», Jesús dijo, «Ego Eimi, Yo Soy». «Yo soy el buen pastor». «Yo soy la puerta por la que los hombres deben entrar». «Yo soy la resurrección y la vida». «Yo soy el camino, la verdad y la vida». El mismo nombre por el cual Dios se revela en esa zarza es usado por el Hijo de Dios en su encarnación.