Recibe la guía de estudio de esta serie por email
Suscríbete para recibir notificaciones por correo electrónico cada vez que salga un nuevo programa y para recibir la guía de estudio de la serie en curso.
Transcripción
Creo que es seguro decir que la misión más grande que se haya cumplido jamás en la historia del mundo es la misión que fue cumplida por el Señor Jesucristo y la redención de Su pueblo del pecado. Pero tendría que decir que, el segundo acto de redención más importante jamás realizado en la historia y la segunda misión más difícil jamás dada por Dios a un ser humano, es la misión que Dios le dio a Moisés para que llevara a cabo. Es decir, estamos tan familiarizados con la historia que no creo que entendamos la profundidad de la agonía existencial que Moisés tuvo que experimentar en carne propia cuando la magnitud de la tarea que Dios le había encomendado golpeó su conciencia y su corazón. Volvamos una vez más a ese intercambio en la zarza ardiente donde, después que Dios revela Su nombre sagrado a Moisés, diciéndole: «Este es mi nombre para siempre. Este es mi memorial a todas las generaciones». Aún estamos en el capítulo 3 de Éxodo.
Entonces Dios dijo: «Ve y reúne a los ancianos de Israel, y diles: “El Señor, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, se me ha aparecido, diciendo: ‘Ciertamente os he visitado y he visto lo que se os ha hecho en Egipto. Y he dicho: Os sacaré de la aflicción de Egipto a la tierra del cananeo, del hitita, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo, a una tierra que mana leche y miel’”». «Y ellos escucharán tu voz; y tú irás con los ancianos de Israel al rey de Egipto, y le diréis: “El Señor, el Dios de los hebreos, nos ha salido al encuentro. Ahora pues, permite que vayamos tres días de camino al desierto para ofrecer sacrificios al Señor nuestro Dios”».
Dios todavía le está hablando a Moisés y le dice: «Pero yo sé que el rey de Egipto no os dejará ir, si no es por la fuerza. Pero yo extenderé mi mano y heriré a Egipto con todos los prodigios que haré en medio de él, y después de esto, os dejará ir. Y daré a este pueblo gracia ante los ojos de los egipcios; y sucederá que cuando os vayáis, no os iréis con las manos vacías, sino que cada mujer pedirá a su vecina y a la que vive en su casa objetos de plata, objetos de oro y vestidos; y los pondréis sobre vuestros hijos y sobre vuestras hijas. Así despojaréis a los egipcios».
Si estoy parado allí escuchando ese mensaje que sale de la zarza ardiente, lo que pasaría por mi mente sería: «¿Eso es lo que tengo que hacer? Me estás diciendo que vaya a decirle a estas personas que te apareciste ante mí en esta zarza ardiente y que se supone que deben seguirme en la huelga ilegal más grande de la historia del mundo en contra del rey más poderoso sobre la faz de la tierra. ¿Y que ellos van a seguirme?». Eso es lo que estoy pensando y no creo que esté tan lejos de lo que Moisés estaba pensando, incluso después de que Dios se lo garantizó: «Sé que Faraón no te dejará ir. Sé que se va a resistir hasta el final. Pero revelaré mi poder contra Faraón hasta el punto en que te deje ir para que puedas salir al monte y adorarme allí».
De nuevo, no te pierdas esto; el objetivo del éxodo no era tan solo redimir a la gente de la opresión, no era redimirla solo de algo sino para algo. De la esclavitud a la adoración. Y eso es cierto de una forma aún más sublime en la obra redentora de Cristo en el Nuevo Testamento. No somos salvos solo por la gracia de Dios para nuestras necesidades, sino que somos suyos, llamados a adorarlo. Ese es el objetivo. Esa es la razón de tu salvación: adorar al Señor, tu Dios. Es por eso que, por ejemplo, el autor de Hebreos dice que, «Nunca debemos descuidar la reunión de los santos» y sin embargo, las estadísticas nos dicen que en un domingo cualquiera, una cuarta parte del pueblo de Dios no estará en la iglesia. ¿Por qué? No vamos a la iglesia solo para que nos tomen asistencia.
Vamos a la iglesia porque Él nos ha redimido y se supone que el pueblo del Señor debe decirlo. Y, vamos con nuestros corazones llenos de reverencia y adoración, entramos en la reunión corporativa del pueblo de Dios para adorarlo. Pero Moisés oye esto y lucha con ello, como vemos al principio del capítulo 4. Escucha lo que leemos. «Moisés respondió, y dijo: ¿Y si no me creen, ni escuchan mi voz? Porque quizá digan: “No se te ha aparecido el Señor”». Ahora, qué interrogatorio es este. Moisés le está pidiendo a Dios que considere algunas posibilidades en las que tal vez no había pensado hasta ese momento. «Supongamos, Dios, que estas personas no me escuchan y me dicen: “Si claro, Moisés. ¿Qué has estado fumando allá en el desierto madianita?”».
Y, Moisés está pensando: «¿qué voy a hacer? Se supone que debo ir donde estas personas y decirles: “Nos vamos. Vamos a ir a una tierra maravillosa que nos dará leche y miel. No nos tratarán más como esclavos. Vamos a ser libres”. Y ellos van a decir: “¿Cómo sabes eso?” y yo diré: “Bueno, se los diré…” Y luego, se supone que debo ir a Faraón y tocar la puerta de su palacio y cuando el guardián venga y me diga: “¿Quién eres?” Yo le diré: “Mi nombre es Moisés”. Él me dirá: “No te conozco, excepto que escuché la historia de un fugitivo con ese nombre que todavía anda suelto. ¿Tienes una cita?”, “No”. “¿Qué te hace pensar que puedes venir aquí y hablar con el Faraón?”, “Bueno, verás, estaba hablando con esta zarza en Madián”».
Así que Moisés está tratando de lidiar con todo esto y le dice a Dios: «Piensa en esto. Supongamos que la gente no me crea o que no escuche mi voz. Supongamos que dicen: “El Señor no se te ha aparecido”». Ahora, esta es la pregunta que Moisés hace: «¿Cómo voy a convencer a alguien, al pueblo de Israel y al Faraón, de que estoy hablando tu Palabra? ¿Cómo puedo probar que este mensaje no es algo que soñé en el calor de la tarde en el desierto, sino que estoy diciendo la verdad tal cual me la diste?» ¿Cómo responderías a eso?
Acaso Moisés debe decirle al pueblo: «Bueno, esa es la experiencia que tuve, ustedes, compañeros, tienen que creerlo por fe». O, «Faraón, puede que no creas esto, pero solo respira hondo y salta al vacío, al abismo, da un salto de fe y tal vez llegues a la conclusión de que, de hecho, el Señor Dios omnipotente es el autor de este mensaje». Eso no es lo que Dios le dijo a Moisés que hiciera. Creo que es muy importante para nosotros entender cómo Dios respondió a esta pregunta que Moisés tenía.
Escuchen el versículo 2: «Y el Señor le dijo: ¿Qué es eso que tienes en la mano? Y él respondió: Una vara. Entonces Él dijo: Échala en tierra. Y él la echó en tierra y se convirtió en una serpiente; y Moisés vio la transformación de la vara en una serpiente y huyó tan rápido como pudo de la serpiente. Pero el Señor dijo a Moisés: Extiende tu mano y agárrala por la cola». ¿Qué? «Dios, esa es una serpiente venenosa. ¿Quieres que la recoja?», Dios dijo: «Eso es lo que dije. Extiende tu mano. Saca la mano. Acércate a esa serpiente y agárrala por la cola». «Ok».
Así que extendió su mano y la recogió. Una vez más, se convirtió en una vara en su mano. Dios dijo: «Con eso creerán que el Señor Dios de sus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, se te ha aparecido. Te estoy dando esta habilidad de convertir esta vara en una serpiente para que estas personas puedan creer que realmente estás comunicando mi Palabra». ¿Saben lo que escucho todo el tiempo entre la gente? Dicen: «Si pudiera ver un milagro, eso me demostraría que Dios existe». Como saben, los milagros en la Biblia no fueron dados para persuadir a la gente de la existencia de Dios.
La existencia de Dios ya ha quedado establecida mucho antes de que hubiera algún tipo de episodio milagroso. El propósito del milagro en la Biblia no es probar la existencia de Dios, sino probar la legitimidad y la validez de un agente de revelación. De alguien a quien Dios ha comisionado para que hable su Palabra. El propósito del milagro es validar al mensajero de la Palabra de Dios. Vean eso a lo largo de las Escrituras. Saben que tenemos la tendencia a leer la Biblia como si los milagros estuvieran ocurriendo detrás de cada zarza, un día sí y otro día no, y por cada persona en la historia. Pero en realidad, si vemos la aparición de los milagros en la Biblia, estos están agrupados.
Vemos todos estos milagros que asisten a Moisés en su oficio mediador. Y luego, vemos muy poca actividad milagrosa aparecer durante siglos. ¿Hasta cuándo? No hasta Jesús. Elías. Ese es el próximo período histórico redentor que tiene un cúmulo de milagros. ¿No es interesante que Dios valida la ley y luego los profetas a través de la entrega de poderes milagrosos? No has oído hablar de milagros hechos por Jonás, Habacuc, por Ezequiel o los profetas del Antiguo Testamento hasta que, de nuevo, el mundo otra vez arde en milagros con la aparición de Jesús. Así que, noten que hay un punto focal especial para el cúmulo de milagros en la historia bíblica, todos giran en torno al tema de la Palabra de Dios. Y así, después de este milagro que Dios le da a Moisés, él agrega esto: «Y añadió el Señor: Ahora mete la mano en tu seno. Y él metió la mano en su seno» (como Napoleón), «y cuando la sacó, he aquí, su mano estaba leprosa, blanca como la nieve».
«Entonces Él dijo: Vuelve a meter la mano en tu seno». Así que Moisés lo hace. Cuando lo hizo está vez y luego la sacó de su seno, he aquí, se había vuelto como el resto de su carne. «Y acontecerá que si no te creen, ni obedecen el testimonio de la primera señal, quizá crean el testimonio de la segunda señal». «Y sucederá que si todavía no creen estas dos señales, ni escuchan tu voz, entonces sacarás agua del Nilo y la derramarás sobre la tierra seca; y el agua que saques del Nilo se convertirá en sangre sobre la tierra seca». Eso es exactamente lo que sucede con una serie de plagas que caen sobre los egipcios, diseñadas para demostrarle a Faraón que Moisés no es un soñador con una idea disparatada, sino que Moisés está hablando las palabras del Señor Dios omnipotente.
Llegamos al Nuevo Testamento, donde el resplandor más grande de milagros jamás registrado en la historia ocurre durante el ministerio de Jesús. Y, el propósito de los ministerios de Jesús no eran probar la existencia de Dios, por el contrario. ¿Saben quién entendió realmente por qué Jesús hizo los milagros que hizo, la razón principal? Este hombre vino a él por la noche. Su nombre era Nicodemo. Y le dijo: «Buen maestro, sabemos que eres un maestro enviado por Dios o de lo contrario no podrías hacer estas cosas». Ahora, en ese punto, la teología de Nicodemo, al menos en ese punto, porque más tarde se vuelve muy sospechosa, pero en ese punto, su teología era absolutamente sana. Mucho más sana que la de los enemigos de Jesús, como los fariseos quienes no negaron los milagros de Cristo, pero se acercaron peligrosamente a la blasfemia contra el Espíritu Santo cuando atribuyeron el poder de los milagros de Jesús no a Dios, sino a Satanás. Como si Satanás obrara contra Satanás.
Una de las discusiones que tengo todo el tiempo con la gente es si Satanás realmente puede hacer milagros. Y yo digo: «No, no, no. Mil veces no». Satanás nunca realizó un milagro en su vida. Pero ¿no nos advierte la Biblia en contra de las señales que Satanás hará engañando si es posible, incluso, a los elegidos? Pero ¿cómo se describen esos signos? Señales y maravillas mentirosas. Eso no significa que sean verdaderos milagros realizados al servicio de propósitos satánicos. No. No son señales verdaderas utilizadas por una mala razón. Son señales falsas, obras falsas, trucos, más asombrosos que los mejores magos que puedas encontrar en este mundo, pero aún así, trucos. Porque esto es algo que nunca, nunca podremos olvidar: Satanás no es Dios. Satanás no puede hacer lo que Dios puede hacer.
Los milagros reales que Dios usa para validar a Sus mensajeros y validar a los agentes de las revelaciones, son actos que solo Dios puede hacer. Como sacar algo de la nada. Como resucitar a la gente de entre los muertos. Satanás no puede hacer eso. Satanás no puede crear algo de la nada. Satanás no puede hacer flotar la cabeza de un hacha. Satanás no puede controlar las leyes de la naturaleza. Es solo un mago. Uno bueno, pero uno malvado. Es bueno en su oficio, pero todo su oficio es malo. Y vemos que eso sucede en la confrontación que Moisés tiene con los magos de la corte de Faraón. ¿Qué sucede? Moisés toma esa vara que Dios le dio y la tira al suelo. La convierte en una serpiente y los magos de Faraón tan solo bostezan. Ellos dicen: «¿Eso es lo mejor que puedes hacer?».
Así que todos tiraron sus varas al suelo y se volvieron serpientes. ¿Cómo lo hicieron? El truco más antiguo de la historia, toda una artimaña. Todos tenían sus varas y dentro de cada vara una serpiente. Las serpientes estuvieron ahí todo el tiempo. No convirtieron las varas en serpientes. Se rompieron y las serpientes, que ya estaban allí, pudieron salir. Y pensaron que eso era todo lo que Moisés estaba haciendo, que tenía su serpiente escondida dentro de esa vara. No, no. La de Moisés era real. Ellos traían sus serpientes. Moisés arrojaba la suya y su serpiente se comía a todas sus serpientes y ese era el final del juego. No eran rivales para Moisés porque no eran rivales para Dios. Y todos los trucos y maquinaciones que los magos de la corte de Faraón tenían, no pudieron realmente convertir el Nilo en sangre o provocar las plagas y ciertamente no tenían el poder de la Pascua.
Y así, vemos estos milagros en el Nuevo Testamento que tuvieron un propósito inmediato de sanar a las personas que estaban enfermas, resucitar personas de entre los muertos, ministrar al que sufre. Todos estos fueron actos de compasión. Pero a final de cuentas, esos milagros validan y reivindican que Jesús es la Palabra de Dios, que Jesús habla la verdad, que ningún demonio puede siquiera duplicar. Así que vemos en esta zarza ardiente la revelación de la persona de Dios, la revelación del poder de Dios, la revelación de la eternidad de Dios, la revelación de la compasión de Dios, la revelación de la redención de Dios y ahora finalmente la revelación de la verdad de Dios.