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En este segmento queremos considerar el tema de la vida después de la muerte y tengo que confesar, desde ya, que soy una persona muy sentimental y encuentro que cuanto más mayor soy, más sentimental me vuelvo. Y sospecho que muchos de ustedes son también así. Y creo que todos deberían tener en su familia una tía Jenny.
Tengo una tía Jenny, una tía Jenny de verdad. La tía Jenny nació en 1900. Yo tuve la oportunidad de visitarla el verano pasado. En ese momento tenía 87 años, esperando su cumpleaños 88. Y no la había visto en años y la encontré tan lúcida como siempre.
Y cada vez que tengo la oportunidad de visitarla, por supuesto que me vienen todo tipo de preguntas sobre mi propio historial familiar.
Cuando nos encontramos, me senté y le pregunté a tía Jenny sobre mi padre. Le pregunté a tía Jenny sobre mi abuelo y ella me contó todas las historias sobre cómo mi abuela había venido en un barco de vapor por el río Ohio, desde Ohio hasta Pittsburgh, y mi abuelo había venido de Mt. Washington, la conoció y se casó y mucho más.
Y fue muy interesante escuchar eso. Luego empecé a preguntar un poco más profundamente por los antecedentes familiares y dije: “Bueno, tía Jenny, ¿conociste al bisabuelo Sproul?” Ella dijo: “Claro que sí”.
Me dijo: “El bisabuelo Sproul nació en Donegal, Irlanda y a algunos de ustedes simplemente se les va a caer la mandíbula al escuchar esto. En Donegal, Irlanda, en 1825; él besó la piedra de Blarney ese año, la leyenda dice que eso da el don de la oratoria, parece que quedó en sus genes”.
Ella continuó y pasó a hablar sobre Charles Sproul nacido en 1824, quien vino a este país en 1843; se distinguió como de la Unión en la guerra civil, y lo dejaremos allí para otro día. Muy peligrosa, muy peligrosa esa historia durante la batalla de Vicksburg. Pero sobrevivió y murió en 1910 a la edad de 86 años.
Los últimos 10 años de su vida los pasó en la casa de mi abuelo y mi abuela, de modo que durante los primeros 10 años de la vida de mi tía ella conoció a este caballero ya anciano.
Y ahora, 70 años después, me está contando sus recuerdos de infancia de la vida de Charles Sproul, que se remontan hasta 1824. Entonces, empezamos a hablar de ello y me dice, “Sabes, James Monroe fue el presidente de los Estados Unidos cuando nació tu bisabuelo”.
Abraham Lincoln— nadie había oído hablar de Abraham Lincoln. No había habido una guerra civil. No había habido un ferrocarril transcontinental. No había habido radio ni televisión ni todas las comodidades modernas que son tan comunes en la vida en el siglo XX.
Y cuando pienso en ese período de la historia de Estados Unidos, pienso en algo que sucedió hace tanto tiempo que el único registro de eso se encontraría en las páginas de los libros de historia.
Pero en cambio, estoy hablando con un miembro de mi familia que me está contando lo que sabe de primera mano, de alguien que vivió hace tanto tiempo. Y luego empecé a preguntarme y a proyectar esto hacia el futuro. Pensé, ¿me pregunto si estaré vivo en el año 2024 y qué de mi hijo y de mi nieto?
Poco después de tener esta discusión muy interesante con mi tía, nos reunimos con un consultor de negocios quien me estaba dando toda esta información deslumbrante de lo que estaba pasando en Japón en términos de planificación a largo plazo por los gigantes emprendedores de la industria japonesa quienes estaban estableciendo sus objetivos industriales no por tres años o por cinco años o incluso por diez años, sino que algunas de estas personas establecieron planes de operación comercial de cien años y doscientos años para sus corporaciones. Y dije, bueno, es una tontería planear para cien años en el futuro porque, en primer lugar, no sabemos cuáles serán los cambios que habrá en la tecnología y no solo eso, sino que no vamos a estar aquí.
Pero luego me hice la pregunta ¿qué voy a estar haciendo en tres años? ¿Qué voy a estar haciendo en cinco años? ¿Dónde voy a estar dentro de diez años? La verdad, ¡no lo sé! Pero luego la pregunta se tornó más insistente y dije ¿dónde voy a estar dentro de cien años? ¿Alguna vez te has hecho esa pregunta?
Porque tan pronto como extendemos el calendario más allá del futuro inmediato y lo estiramos hasta cien años, estamos haciendo la pregunta que Job hizo: “Si un hombre muere, ¿volverá a vivir?”
Es una pregunta con la que la raza humana parece estar preocupada. No es simplemente un asunto planteado por personas religiosas, sino que en nuestra propia cultura hemos visto la atención que los medios han dado a personas como Shirley McLaine quien especuló sobre la reencarnación y encarnaciones anteriores que dice haber tenido. Mientras conducimos por las ciudades de Estados Unidos, vemos el símbolo de una mano en el patio de alguien, donde la Adivina Tal y Tal ofrecerá una tarifa por leer tu palma y decirte qué pasará con tu historia.
¿Alguna vez has notado estos pequeños lugares que tienen el signo de la palma, que suelen estar en partes deterioradas del sector, con casas muy maltrechas, y me pregunto, ¿por qué la adivina no aplica su arte en la bolsa de valores si realmente tiene esa habilidad de leer el futuro? Pero la gente pagará dinero por eso. Leerán sus horóscopos todos los días para tratar de descubrir lo que el futuro traerá para ellos.
En cada cultura hay una sensación de expectativa de vida después de la muerte, ya sea el Valhalla nórdico, sea el Paraíso o el Más allá de los indígenas o el concepto judeocristiano del cielo. Pareciera que está integrado en nuestra humanidad el abrazar esta esperanza de que después de morir hay algo que sucede, cierta continuidad de la existencia personal.
Ahora, como dije, se ha especulado mucho sobre este asunto en la historia del mundo, no solo a través de la charlatanería o la adivinación y similares, sino que pensadores serios han investigado el tema de la vida después de la muerte.Pero de una forma poética y dramática recordamos las famosas palabras de Hamlet en su soliloquio.
Recuerdan cuando él empieza con ese dilema, ¿“Ser o no ser”? Él dijo “He ahí el dilema”. ¿Qué quiere decir cuando dice: “Ser o no ser”? Luego él dice, vivir, seguir existiendo, continuar con esta vida, “ser” o más bien, no ser, terminarla. El suicidio es lo que está en la mente de Hamlet en ese discurso. Y mientras considera las alternativas de vida y muerte, y el vaivén entre los dos puntos, experimenta sentimientos encontrados.
Anoche después de nuestro seminario, un miembro de nuestro directorio se sentó conmigo y me miró a los ojos (es un ex paciente de cáncer) y me dijo: “RC”. Yo dije: “¿qué?” Él dijo: “¿Cuál es el significado de la vida?” Pensé que estaba bromeando. ¿Qué quieres decir con cuál es el sentido de la vida? Sabes, ¿quién te crees que eres? Poncio Pilato preguntando a Jesús ¿qué es la verdad? ¿Cuál es el significado? “¿Qué quieres decir con cuál es el significado de la vida?”
El dijo: “Bueno, mira de qué trata la vida”. Me dijo: “Experimentamos tanto dolor, tanta tragedia que a veces me pregunto si estaríamos mejor si nunca hubiéramos nacido”.
Empezamos a hablar de eso. Y dije: “A veces parece que la vida nos da más fracasos que éxitos, más dolor que placer, más tristezas que felicidad, más una sensación de pérdida que una sensación de ganancia”.
Eso es lo que parece ser. Sin embargo, a pesar de todo eso, vemos cómo las personas se sujetarían y lucharían con uñas y dientes para aferrarse a lo que sea que llamamos vida por cinco minutos más.
De modo que, a pesar del dolor, a pesar de las frustraciones que acompañan a la vida, de alguna manera todavía la valoramos lo suficiente como para seguir experimentándola.
Bueno, eso es lo que Hamlet estaba experimentando. Ustedes saben: “Vivir, morir. Morir, dormir, tal vez soñar…” él dijo. Estaba desconcertado por la realidad; dijo: “no sé lo que hay del otro lado”. Además: “es una tierra de la cual… ningún viajero ha regresado.
Lo dijo porque el otro lado está envuelto en oscuridad y nunca hemos estado allí para ver cómo es realmente el otro lado. Dijo: “Preferiríamos sufrir esos males que tenemos, antes de ir a buscar otros que no conocemos”.
Así que, la conciencia”, dijo, “nos hace cobardes a todos”. Mejor aferrarse al dolor de este mundo que cruzar el umbral hacia un mundo del que sabemos poco o nada.
Tan pronto como nos acercamos a la muerte, parece haber una acentuación del miedo, no tanto para aquellos que están preparados para morir, sino para aquellos que viajan con ellos camino a la tumba.
Si alguna vez has leído los diálogos de Platón y has leído el diálogo que incluye la escena de la muerte de Sócrates, sabes que todos los estudiantes y amigos de Sócrates están reunidos alrededor de la prisión, ya que él ha sido sentenciado a muerte y en ese día se ha determinado que él beba de la poción fatal como la aplicación de su ejecución y a sus amigos se les permitió visitarlo por última vez; Ellos entran y tienen esta nube gris sobre sus cabezas y cuando llegan a la celda de Sócrates lo encuentran tranquilo. Lo encuentran relajado, lo encuentran incluso en un estado de expectativa ansiosa.
No lo pueden creer. Ellos preguntaron a su maestro, “¿cómo es posible que puedas estar en este estado de expectativa gozosa cuando sabes que este es el último día de tu vida?”
Luego Sócrates empieza a enseñarles filosóficamente su conjetura de todo lo que ha aprendido del estudio de la naturaleza, del estudio de la ciencia que lo ha convencido de que este no es el último día de su vida, sino que es el inicio de una existencia eterna que es mucho mejor de la que él experimenta aquí.
Ahora, encuentro consuelo al leer la especulación de Platón. Me reconforta leer la reflexión filosófica de Emmanuel Kant cuando dice que, para todos los efectos prácticos, tenemos que creer en la vida después de la muerte porque si no hay vida después de la muerte, esta vida no tiene sentido.
Alguien me hizo una pregunta anoche sobre el holocausto, uno de los momentos más oscuros, si no el más oscuro en la historia de la raza humana, la extinción sistemática de seis millones de personas, el genocidio en la Segunda Guerra Mundial.
La pregunta era: “¿Dónde estaba Dios en todo eso?” Realmente no dije lo que estaba pasando por mi mente. Pero he escuchado de gente que observa esta tragedia y dice: “¿Cómo puede haber un Dios y al mismo tiempo realizarse un genocidio”?
Pienso en eso y le doy vueltas y digo que si no hay un Dios no puede ser posible que haya un holocausto. Dirán, espera un minuto, ¿por qué? Miren, porque si no hay Dios, damas y caballeros, entonces la vida humana no importa.
Realmente no podemos protestar por la pérdida de la vida de seis millones de piezas de protoplasma indiferenciadas que surgieron por accidente del fango y ahora solo están regresando al abismo del que gratuitamente salieron.
No se puede llamar a eso un holocausto. Porque para que algo sea trágico, primero debe tener valor. Primero tiene que haber una base para el significado último. Y eso es lo que Kant estaba diciendo.
Pero, de nuevo, todo eso que me da una medida secundaria de comodidad permanece en el nivel de la pura especulación. El mayor consuelo que he encontrado con respecto al tema de la vida después de la muerte proviene de dos fuentes.
Una fuente es la enseñanza de Jesús, las palabras de Jesús. La otra fuente es el ejemplo de Jesús, la obra de Jesús. Y lo que quiero hacer en este segmento de nuestro tiempo juntos es mirar a algunas de estas cosas que Jesús dijo sobre la vida después de la muerte.
No hace mucho tiempo se realizó una encuesta entre los miembros de la iglesia en Estados Unidos y se les pidió que identificaran su capítulo favorito de la Biblia.
Ahora, todos, estoy seguro, han oído hablar de 1 Corintios 13, el capítulo del amor. 1 corintios 13 quedó segundo. ¿Qué? 1 Corintios 15, que estaba después. Vamos a ver 1 Corintios 15 más adelante. El capítulo que quedó en primer lugar en términos de popularidad entre la gente de la iglesia estadounidense fue el capítulo 14 del evangelio según San Juan. Tomemos un par de minutos para mirar ese relato conocido de las palabras de Jesús.
Ustedes entienden la escena. Jesús está con sus discípulos ahora en el aposento alto la noche antes de morir, y empieza este discurso, bueno, no es realmente donde empieza el discurso, es donde empieza el capítulo.
Cuando Jesús estaba hablando con sus discípulos, no había un secretario que dividiera sus palabras en capítulos y versículos. Creo que fue un predicador metodista itinerante a caballo quien hizo estas divisiones de capítulos y versículos en algún momento.
Parece que tuvo un mal día esta vez…… porque el capítulo 14 empieza con estas palabras: “No se turbe vuestro corazón; creed en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas” y sigue. Todos han escuchado ese texto. Si no lo han escuchado estando en la iglesia, lo han escuchado en el cementerio, porque este texto se lee en casi todos los funerales en Estados Unidos. “No se turbe vuestro corazón”.