Recibe la guía de estudio de esta serie por email
Suscríbete para recibir notificaciones por correo electrónico cada vez que salga un nuevo programa y para recibir la guía de estudio de la serie en curso.
Transcripción
Vamos a continuar con nuestro estudio de la experiencia de Moisés en el desierto madianita, cuando se encontró con Dios en la zarza ardiente y Dios se reveló a sí mismo de una manera extraordinaria a él. Ya hemos visto algunas de las implicancias de lo que Dios le había revelado a Moisés en esa breve conversación, pero quiero explorar más a fondo en esta sesión, el significado del nombre por el cual Dios se revela a sí mismo cuando se llama a sí mismo solo como: «Yo soy el que soy».
Así que veamos esa parte del texto. Estamos en el capítulo 3 de Éxodo, versículo 13. «Entonces dijo Moisés a Dios: He aquí, si voy a los hijos de Israel, y les digo: “El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros”, tal vez me digan: “¿Cuál es su nombre?”, ¿qué les responderé? Y dijo Dios a Moisés: yo soy el que soy. Y añadió: Así dirás a los hijos de Israel: “yo soy me ha enviado a vosotros”. Dijo además Dios a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: “El Señor, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros”. Este es mi nombre para siempre, y con él se hará memoria de mí de generación en generación».
Algunos críticos, cuando leen este relato y ven que Moisés le pide a Dios que le dé su nombre y Dios responde de esta forma muy extraña y misteriosa diciendo: «yo soy el que soy», algunos de los críticos dicen que lo que Dios está haciendo aquí es, básicamente, negarse a revelar su nombre, diciendo: «No es asunto tuyo cuál es mi nombre. yo soy el que soy y vamos a dejarlo así». Pero creo que el contexto en el que Dios se llama a sí mismo: «yo soy el que soy», prohíbe esa interpretación crítica, porque Dios deja en claro que no se niega a revelar Su nombre, sino que le está dando un nombre, Su nombre, a Moisés, el cual será Su nombre para siempre, por todas las generaciones y con él se hará memoria.
Y, vimos al principio en nuestras sesiones de este tema, que, en las categorías hebreas, en el Antiguo Testamento, los nombres de las personas se dan para revelar algo sobre la persona. Incluso a Moisés se le dio el nombre de «Moisés» porque fue sacado del agua. Recordamos que Jacob se convirtió en Israel porque luchó con Dios y forcejeó. Así que, a lo largo de las Escrituras, vemos los nombres de las personas que nos dicen algo importante sobre su ser o su carácter. Y no hay otro lugar en la Sagrada Escritura donde eso sea más profundamente cierto que aquí, cuando Dios se revela a sí mismo de esta manera extraordinaria diciendo: «yo soy el que soy».
Antes de seguir adelante, permítanme hacer esta simple pregunta: ¿Por qué ustedes adoran a Dios? ¿Por qué le dan una reverencia y un sentido de adoración que difiere de cualquier estima que le dan a cualquier cosa en el mundo creado? Es fácil para nosotros amar a Dios, estar agradecidos con Dios y adorar a Dios por todas las maravillas que ha hecho en la historia y en nuestra propia historia para nosotros mismos. Pero no creo que el cristiano llegue a la verdadera adoración hasta que el cristiano comience a adorar a Dios no por lo que Él ha hecho, sino por quien Él es. En su majestad trascendente. Cuando nos damos cuenta, como han dicho los teólogos del pasado, que Dios es el ser más perfecto.
Difiero un poco con esa definición porque, realmente, la perfección no admite grados, pero los padres de la iglesia querían llamar nuestra atención con esta redundancia intencional, para decir que Él es el ser más perfecto, para que no subestimemos el significado de la perfección de Dios. Todo lo que es, todos sus atributos: Su omnisciencia, Su omnipresencia, Su eternidad, Su simplicidad. Todos los atributos que iluminan nuestra comprensión de Dios son sin defecto, sin ninguna pizca de imperfección. Así que hagamos la pregunta ahora, la pregunta más antigua que los científicos y filósofos hacían en la antigüedad. Es una pregunta muy provocativa y, sin embargo, en su expresión, es bastante simple. Cualquiera puede entenderla.
La pregunta es esta: ¿Por qué hay algo en lugar de nada? ¿Por qué existe algo en este universo? Ya saben, el salmista, sin entender las inmensidades de las galaxias y los billones de estrellas de las que oímos hablar a los astrónomos de hoy, solo en su observación a simple vista del mundo que lo rodeaba, miró a las estrellas y dijo: «Cuando veo las estrellas y la luna y todo lo que has establecido, me veo obligado a hacer la pregunta: “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?”». Incluso desde la perspectiva del hombre antiguo, la inmensidad del universo parecía abrumarlo y lo hacía sentir completamente insignificante a la luz de la enormidad de la realidad tal como la percibimos.
Y, por supuesto, cuando David pronunció esas palabras, no tenía ni idea de la extensión del universo, como tampoco tenemos nosotros comprensión del significado de esto. La estrella más cercana a nosotros de esos billones y billones y billones de estrellas que existen, es nuestro propio sol. Y ese sol está a 150 millones de kilómetros de distancia. Y luego se va más lejos todavía, es incomprensible. Sin embargo, nos vemos obligados a hacer la pregunta: ¿por qué? ¿Por qué este universo? ¿Por qué hay algo en lugar de nada? ¿Por qué el universo no es un mero espacio vacío o un agujero negro sin nada en él?
Bueno, la respuesta a esa pregunta, en realidad, es fácil. Debe ser tan sencilla, tan evidente, que nunca incite ningún tipo de debate o argumento. Y esa respuesta se encuentra en el primer versículo de la Biblia donde leemos: «En el principio Dios…». Permítanme empezar por ahí. «En el principio Dios…», luego continúa, «creó los cielos y la tierra». Entonces, ¿qué se plantea en la declaración inicial de la Sagrada Escritura? Lo primero que nos está diciendo es esto: hubo un principio. Hubo un tiempo en que todas estas estrellas, todos los árboles, todos los peces, todos los animales y todas las personas no existían en absoluto.
Todo en el universo tiene un principio. Empieza en un momento particular en el espacio y el tiempo. Antes de eso, todo lo que existía, en realidad, era Dios. Ni siquiera la nada, sino Dios. Porque al principio, estaba Dios, y el principio sucedió porque este Dios, que no tiene un principio, este Dios que es eterno, creó todo lo que hay en este mundo. Hemos escuchado siempre sobre las investigaciones y los debates de los orígenes del universo y escuchamos con frecuencia sobre la teoría del Big Bang de la cosmogonía, sobre cómo el universo ocurrió. Una simple recapitulación de esto nos dice que, en un momento dado, esto no es un chiste, toda la materia, toda la energía de este vasto universo fue comprimida en este pequeño, ínfimo lo que se llama «punto de singularidad».
Y, este «punto de singularidad» estaba totalmente organizado en esta realidad comprimida por la eternidad. Y en la eternidad pasada, obedeció metódicamente la ley de la inercia. La ley de la inercia dice que aquellas cosas que están en reposo tienden a permanecer en reposo hasta que una fuerza externa actúe sobre ellas. Y aquellas cosas que están en movimiento tienden a permanecer en movimiento a menos que una fuerza externa actúe sobre ellas. Los secularistas, en este punto, dicen que tenemos un origen del universo que desafía la ley de la inercia porque por toda la eternidad, este «punto de singularidad» permaneció en este estado organizado, sin un ápice de mutación o cambio.
Y luego, un jueves por la tarde a las 3:15, boom. Explotó. Y las repercusiones de esa explosión todavía se están buscando en la inmensidad del universo, ya que el universo actual parece estar expandiéndose desde esa explosión original. Hace un tiempo, estaba conversando con Carl Sagan sobre esto y dijo, «podemos volver al primer nanosegundo antes del Big Bang, todo ese camino de regreso». Y le dije: «¿Y por qué sólo hasta allí?», él dijo: «No sentimos la necesidad de volver antes de eso». Le dije: «No hay duda de que algo grita más fuerte que la necesidad de regresar allí». Si eres un científico, por el amor de Dios, tienes que hacerte la pregunta: ¿Por qué el Big Bang? ¿Cómo pasó el Big Bang? ¿Qué había antes del Big Bang?
Bueno, lo que había antes del Big Bang era una manifestación del verbo «ser». Nuestro lenguaje no puede funcionar sin este simple verbo, «ser», ese verbo, que está en el medio del nombre de Dios. Dios no le dice a Moisés: «Así es mi nombre. Mi nombre es “Una vez, yo fui. Ahora lo soy y todavía voy a estar por aquí mañana porque tengo un futuro”». No es así como se presenta, sino que se presenta en términos del eterno presente. «yo soy el que soy». Yo soy la personificación del verbo «ser». De nuevo, en el mundo antiguo, mientras los filósofos trataban de averiguar cómo surgió el universo y cómo el universo podría entenderse de una manera inteligible, Platón quería salvar el fenómeno.
Es decir, mirar toda la realidad de las cosas que vemos: los pájaros, los árboles, los grillos y las flores. Todas esas cosas. ¿Cómo podemos darles sentido? ¿Cómo encaja toda esa diversidad en un todo coherente y con sentido? El filósofo Parménides dijo: «Fundamentalmente, lo más importante que debemos entender al tratar de examinar la realidad, es esto: que lo que sea que es, ¿es?». Lo que estaba diciendo es que nada puede existir aparte del ser el ser puro, el ser perfecto, sin ninguna sombra de variación.
Ahora, él fue desafiado por Heráclito, quien vino a decir: «No, no, no. Todo lo que investigamos en el mundo que nos rodea tiene algo en común. El oso difiere radicalmente de las flores, pero lo único que cada oso tiene en común con cada flor, es que todo en el mundo de lo creado está en un “estado de transformación”». Heráclito dijo: «No puedes entrar en el mismo río dos veces. Todo está en constante movimiento». ¿Qué quiso decir con eso? Él dijo: «Bueno, el río está fluyendo por su canal. Pones un pie, mojas los dedos de los pies en el río. Luego quieres poner el siguiente dedo del pie, pero el río ha seguido fluyendo. El río ha cambiado. Y no solo eso, sino que tú has cambiado».
Hoy, Vesta estaba sacando varias fotografías del pasado, históricas, de hace 40 años del Ministerio Ligonier y un montón de fotografías mías. A simple vista se percibe con mucha facilidad los grandes cambios a lo largo de esos 40 años. Saben, hoy soy diferente a lo que era ayer. Tan solo un día más viejo, un cabello más gris, una molécula más débil, un paso más cerca de mi propia muerte. Y lo que es cierto de mí en ese punto también es cierto sobre ti. El único elemento en común, entre todo lo que está en un «estado de trasformación» con cada cosa que también está en «estado de transformación» es una palabra clave: cambio.
Cada cuatro años, cuando hay una elección para el presidente de los Estados Unidos, algún candidato ejecuta su campaña con la promesa de traer un cambio. Es hora de un cambio. La suposición es que cualquier cambio que se produzca será bueno, pero ese no es el caso. Todos sabemos que todo cambia en nuestras vidas y no siempre cambia para lo mejor. A veces es para lo peor. Entonces, somos definidos como criaturas debido al cambio y esa es la diferencia entre yo y Dios. Decimos que la diferencia está en que «Dios es el Ser Supremo y nosotros somos seres humanos», por lo que pensamos que la diferencia entre Dios y nosotros tiene que ver con esos adjetivos que califican el concepto del «ser».
Él es supremo; nosotros somos humanos. Pero ¿sabes cuál es la verdadera diferencia entre Dios y yo? Es el ser. Solo Él tiene vida en y por sí mismo. Solo Él es un ser eterno. Todo lo que soy es transitorio. Todo lo que soy es dependiente. Es contingente. Se deriva. Se deriva del ser puro. Eso es lo que el apóstol Pablo dijo a los filósofos atenienses con respecto a Dios: en Él «Vivimos, nos movemos y existimos». Permítanme decirlo de otra manera. Sin Él, no podríamos vivir. Nuestra existencia sería estática, inerte. No podríamos movernos. Las estrellas se congelarían en sus recorridos, porque su movimiento no es independiente. Comenzó en esta vasta organización en inercia estática.
Aristóteles entendió eso. Para que algo se mueva en este mundo, tiene que ser movido por algo más que sí mismo. Así que incluso nuestro movimiento depende del ser de Dios. En Él, vivimos y nos movemos y existimos. Permítanme decir esto. Debatimos todo el tiempo sobre: ¿Podemos probar la existencia de Dios? Si definimos a Dios como un ser eterno de quien provienen todas las cosas y de quien dependen todas las cosas, creo que esa proposición puede ser probada indudable y convincentemente en unos 10 segundos.
Diez segundos. No tenemos que saltar a un abismo de oscuridad y simplemente abrazar a Dios con un salto de fe. Es racionalmente convincente. ¿Cómo podría ser eso? Si algo existe, lo que sea: estos lentes. Algo en alguna parte, de alguna manera debe tener el poder de existir en sí mismo. Sin eso, nada puede existir. Una vez más, si alguna vez hubo un momento en que no hubo nada, imagínese un vasto vacío en el universo. Pura oscuridad. Nada. Sin estrellas. Sin personas. Sin océanos. ¿Qué podría haber ahora? Nada. Veremos eso más de cerca, si Dios quiere, en nuestra próxima sesión.