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Este artículo forma parte de la colección 3 cosas que debes saber.
El libro de Romanos ha dejado una huella indeleble en la vida del pueblo de Dios a lo largo de los siglos. Agustín, el teólogo de la Iglesia primitiva, huyó de Dios durante toda su vida, pero Dios lo persiguió sin descanso. Un día, estaba sentado en su jardín y oyó a unos niños cantar: «Tolle lege», «toma y lee». Agustín abrió la Biblia en Romanos 13:13-14: «Andemos decentemente, como de día, no en orgías y borracheras, no en promiscuidad sexual y lujurias, no en pleitos y envidias. Antes bien, vístanse del Señor Jesucristo, y no piensen en proveer para las lujurias de la carne».
Una vez, a Martín Lutero, el reformador del siglo XVI, le preguntaron si amaba a Dios. «¿Amar a Dios?», respondió Lutero. «A veces lo odio». Lutero temía que Dios lo castigara por más que se esforzara en agradarle. Dios abrió sus ojos mediante el Espíritu para que entendiera la famosa afirmación del apóstol Pablo: «Porque no me avergüenzo del evangelio, pues es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree, del judío primeramente y también del griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá» (Ro 1:16-17). Lutero se dio cuenta de que cuando Pablo escribió sobre la justicia de Dios, no estaba hablando de la justicia del propio Dios, sino del don de la justicia que llega a los pecadores mediante la fe en Cristo. Cuando Dios abrió los ojos de Lutero, dijo: «Aquí sentí que había nacido totalmente de nuevo y que las mismas puertas del paraíso se abrían ante mí».
John Wesley, el predicador del siglo XVIII, tenía poco interés en el evangelio hasta que asistió a una reunión donde alguien leyó el prefacio del comentario de Lutero sobre la Epístola a los Romanos:
Mientras describía el cambio que Dios obra en el corazón mediante la fe en Cristo, sentí una extraña calidez en el corazón. Sentí que confiaba en Cristo, solo en Cristo para la salvación, y recibí la seguridad de que Él había quitado mis pecados, sí, los míos, y que me había salvado de la ley del pecado y de la muerte.
Estos encuentros con el libro destacan tres cosas que debemos saber sobre la Epístola a los Romanos.
1. El evangelio es un regalo gratuito de Dios.
En primer lugar, la salvación es un regalo gratuito. La historia está repleta de religiones que predican un mensaje de redención basado en un quid pro quo (un intercambio de favores): debes hacer actos de bondad para ser salvo. Esa fue la carga que creó angustia e incluso animosidad hacia Dios en el corazón de Lutero. Sabía que Dios era justo y que Su ley era exigente; no había manera de que pudiera realizar suficientes buenas obras para compensar sus pecados. Como clamó el rey David: «No entres en juicio con Tu siervo, / Porque no es justo delante de Ti ningún ser humano» (Sal 143:2). El mismo sentimiento aparece en un salmo de ascenso gradual: «Señor, si Tú tuvieras en cuenta las iniquidades, / ¿Quién, oh Señor, podría permanecer?» (Sal 130:3). Lutero estaba muy consciente de esta verdad, pero luego, en Su misericordia, Dios le abrió los ojos para que viera que Él ha dado la obediencia perfecta y el sufrimiento de Cristo en nuestro lugar. Esta efusión de gracia es, como dice Pablo, «la dádiva de Dios» (Ro 6:23; 5:15-17).
2. La salvación se recibe por la gracia sola, mediante la fe sola, en Cristo solo.
En segundo lugar, al igual que Lutero, por la gracia soberana de Dios, Wesley se dio cuenta de que la única manera de recibir el don de la salvación era confiar únicamente en Cristo para la salvación. Como escribe Pablo: «Pero ahora, aparte de la ley, la justicia de Dios ha sido manifestada, confirmada por la ley y los profetas. Esta justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo es para todos los que creen» (Ro 3:21-22; cp. 5:1; 10:6, 17). Pablo también profundiza en esta verdad en su Epístola a los Efesios, donde escribe: «Porque por gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe, y esto no procede de ustedes, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Ef 2:8-9).
3.El evangelio nos ha librado de Satanás, del pecado y de la muerte para que podamos andar en novedad de vida.
En tercer lugar, cuando Dios nos salva por la gracia sola, mediante la fe sola, en Cristo solo, lo hace con la meta de que andemos en novedad de vida, es decir, que vivamos en santidad y justicia. Los regalos del evangelio y la fe en Cristo no son una licencia para pecar, como lo niega enfáticamente Pablo:
¿Qué diremos, entonces? ¿Continuaremos en pecado para que la gracia abunde? ¡De ningún modo!… Hemos sido sepultados con Él por medio del bautismo para muerte, a fin de que como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida (Ro 6:1-4). Dios confrontó a Agustín con esta verdad cuando oyó a los niños cantar «toma y lee» y abrió la Biblia en Romanos 13:13-14. Agustín sabía que necesitaba arrepentirse de sus pecados y que solo la gracia de Dios en Cristo podía capacitarlo para hacerlo y vivir santamente.
Las tres cosas que debes saber sobre Romanos son que (1) el evangelio es un regalo gratuito de Dios, (2) la salvación es un regalo que recibimos por la gracia sola, mediante la fe sola, en Cristo solo, y (3) que el evangelio nos ha librado de Satanás, del pecado y de la muerte para que podamos andar en novedad de vida. Agustín, Lutero y Wesley aprendieron estas verdades por la gracia de Dios, y nuestra oración debe ser que el Espíritu Santo de Dios también las imprima indeleblemente en nuestros corazones.