
¿Quién es mi prójimo y por qué debería amarlo?
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18 junio, 2018Amándonos a nosotros mismos

Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie «Amando a nuestro prójimo», publicada por la Tabletalk Magazine.
Cuando el fariseo le pregunta: “¿Cuál es el gran mandamiento de la ley?” Jesús responde: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mat 22:37). Y luego agrega: “Y el segundo es semejante a éste, Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mat 22:39). Nota la frase al final del versículo 39: ”como a ti mismo”. ¿Por qué Jesús agrega estas cuatro palabras? Es porque instintivamente buscamos hacernos el bien; nadie nos obliga a cuidar de nosotros mismos. El amor propio es natural, normal, se da por sentado. Así como el amor propio es un hecho, Jesús dice que debemos amar a nuestro prójimo. Sin embargo, a causa de mi pecado, no quiero hacer el trabajo difícil de amarlo. No obstante, si yo amo a Cristo, debo amar a mi prójimo tanto como me amo a mí mismo, como si mi prójimo fuese yo mismo.
En un mundo donde la gente es egoísta y se preocupa muy poco por los demás, cualquier conversación que trate del amor propio puede hacer sentir incómodo a un cristiano. ¿Acaso la Biblia no me llama a negarme a mí mismo y a poner a los demás primero? Sí, lo hace. ¿Acaso la Biblia no dice que el propósito de la vida es glorificar a Dios? Sí, lo dice. Pero estas verdades no pueden descartar la intención de Jesús en Mateo 22:39: Ya que siempre buscas tu propio bien, busca el bien de tu prójimo con la misma intensidad.
Jesús presupone que nos amamos a nosotros mismos, y no condena todas las formas de hacerlo, por lo tanto debe haber una manera bíblica de pensar en el amor propio. Es entendible que el cristiano se sienta incómodo al hablar del amor a sí mismo; nuestro mundo está repleto de personas que son fundamentalmente egoístas. Pero hay una manera correcta (bíblica) y una manera incorrecta (anti-bíblica) de amarnos a nosotros mismos.
Cuando confiamos en Jesús, no perdemos la perspectiva, sino más bien obtenemos la perspectiva propia que debemos tener.
La manera incorrecta
Un amor propio que exalta mis necesidades, mis deseos y mis esperanzas por encima de Dios u otros está mal. Es como un tirano manipulando a los demás para conseguir lo que él quiere. Por ejemplo, Jennifer está soltera y desesperadamente quiere un esposo. Ella cambia la manera de vestirse y comienza a coquetear para llamar la atención de los hombres. Cuando es crudamente honesta, su deseo de casarse le resta valor a la vida que Dios le ha dado. Otro ejemplo, Pedro está frustrado porque su esposa se entrega por completo a los hijos y lo tiene a él descuidado. A él le importa más su necesidad de sexo y atención que el obedecer a Dios y amar a su esposa.
Un amor propio que pone a Dios en segundo plano en relación a mis necesidades y mis deseos es común pero inaceptable para los cristianos. Toda versión del amor propio que me pone en el centro de mi universo (ignorando a Dios) me lleva a enfocarme demasiado en mí mismo. Jennifer está más preocupada por su deseo de obtener la felicidad que por confiar en Dios. Pedro quiere sexo y atención por encima de todo lo demás y manipula a su esposa para obtenerlo.
Un amor propio que me cega a mis errores y minimiza mi pecado es peligroso. Solo cuando Dios abre mis ojos a mi pecado es que llego a comprenderme adecuadamente. Un concepto adecuado de nosotros mismos nos hace ver que somos completamente depravados, en todos los aspectos: nuestras mentes, corazones y cuerpos.
Un amor propio cuyo objetivo es hacerme sentir mejor acerca de mí mismo no está bien. El movimiento de la autoestima nos susurra al oído: “¡Eres asombroso, por lo tanto siéntete bien contigo mismo!”, o: “¡No te sientas mal, lo estás haciendo genial!” Como creyentes, nuestra confianza no está arraigada en nosotros mismos, nuestras habilidades, o nuestro autodiscurso motivacional, sino en el Dios que en Su misericordia nos salva a través de Su Hijo.
La manera correcta
Un correcto amor propio exalta a Dios y nos pone en segundo plano (Ex 20:1-6; Sal 40:8; Mat 6:9-10,33). Dios ajusta nuestras prioridades de tal manera que no podemos hacernos “rey del universo”. Una vida de rey es peligrosa porque la auto-exaltación y el egocentrismo suelen seguirle los pasos. Solo el Dios Todopoderoso tiene derecho de sentarse en el trono. Cuando nos sometemos a Su reinado, Él nos coloca en nuestro lugar, y nuestro amor propio no se sale de control. La intensidad de la búsqueda de un esposo por parte de Jennifer se disminuye a medida que ella va creciendo en su fe, confiando en que el amor de Dios es mejor para ella que cualquier otra cosa. La vida de soltera ya no es intolerable. Una vida centrada en el evangelio le da ojos para ver más allá de su propio interés.
Un correcto amor propio nos facilita el negarnos a nosotros mismos (Mat 16:24). Negarnos a nosotros mismos no es odiarnos a nosotros mismos. Más bien es poner nuestras necesidades a un lado para reorganizar nuestras vidas conforme a los valores del reino, usando la fuerza que Dios nos da. Pedro se siente olvidado por su esposa, pero su fe le ayuda a confiar en que teniendo conversaciones honestas con ella y una actitud humilde como la de Cristo, y poniéndola a ella por encima de sus propias necesidades, honrará a Dios y ayudará a la recuperación de su matrimonio.
Un correcto amor propio incluye el cuidarnos física, espiritual y relacionalmente (I Cor 6:19-20). Negarse a uno mismo no es un pretexto para descuidarnos. Hay un tipo de autocuidado que es normal y saludable para los cristianos. Ejercitarse no se trata simplemente de mantenerse en forma, pero aún más importante que eso, es ser un buen mayordomo del cuerpo que Dios nos ha dado. Pasar tiempo regularmente en la Palabra y recibiendo una prédica semanal en una iglesia nos mantiene espiritualmente en forma. Cuando regularmente empapamos nuestros corazones con la Palabra, vamos creciendo en una esperanza centrada en Cristo. Y porque Dios nos ha hecho dependientes los unos de los otros, aislarnos no es una opción. Dios nos hizo para hallar satisfacción y crecimiento en el crisol de relaciones que exaltan Su nombre. La salud física, espiritual y relacional nos da la fuerza para demostrarle amor a otros.
Un correcto amor propio reconoce nuestras limitaciones y nuestra necesidad de volvernos a Jesús (2 Cor 5). El orgullo nos hace pensar que podemos sobrevivir solos. Peor aún, nos engaña de tal modo que intentamos autorescatarnos (“¿Quién necesita a Jesús? Yo me puedo encargar de esto”.) El orgullo nos hace pensar más de nosotros mismos y de nuestras destrezas de lo que deberíamos pensar. El apóstol Pablo le rogó a los Corintios para que “ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor 5:15). Esta misma advertencia aplica para nosotros. Cuando nuestros sentimientos están orientados alrededor de Cristo y no de nosotros mismos, todo cambia. Los mandamientos de Cristo ya no nos pesan y son un gozo cumplirlos. Cuando confiamos en Jesús, no perdemos la perspectiva, sino más bien obtenemos la perspectiva propia que debemos tener. Cuando amamos a Jesús, nos amamos mejor a nosotros mismos . Cuando solo nos amamos a nosotros mismos e ignoramos a Jesús, hacemos de nuestras vidas un desastre.
Amando al prójimo como a ti mismo
Hay un amor propio tan preocupado y centrado en sí mismo que no nos ayuda a tener un buen punto de comparación con lo que dice Mateo 22:39. Este es un amor que nos exalta, minimiza nuestro pecado y nos hace altaneros. No puede ser la clase de amor propio que Jesús tenía en mente.
Un amor que honra a Jesús, que se niega a sí mismo y que es sensible al pecado es radicalmente diferente. No se ocupa tanto de sí mismo que ignora a los demás. Nos enfoca en el evangelio y no exclusivamente en nosotros mismos. Logra ver los valores de Dios y los atesora. Encuentra descanso en Cristo. Evita los autorescates diarios y se vuelve a Jesús por ayuda.
Jesús nos dice que debemos atender las necesidades de nuestro prójimo como lo hacemos con nosotros mismos. Como es normal amarnos a nosotros mismos, pero no es normal hacerlo correctamente (porque todos somos pecadores), démosle gracias a Dios que Jesús nos da la sabiduría y la fuerza de amarnos a nosotros mismos bíblicamente y de amar a nuestro prójimo con sabiduría.