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Polvo al polvo
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El aniquilacionismo es la postura que plantea que los perdidos en el infierno serán exterminados después de pagar la pena por sus pecados. Sus partidarios ofrecen seis argumentos principales.
El primer argumento se basa en el uso bíblico de la imagen del fuego para describir el infierno. Se nos dice que el fuego consume las cosas que arrojamos a él, y lo mismo ocurrirá con el lago de fuego (Ap 19:20; 20:10, 14, 15; 21:8): consumirá a los impíos hasta que ya no existan más.

El segundo argumento se basa en los pasajes que dicen que los perdidos perecerán o serán destruidos. Por ejemplo, los versículos que afirman que los incrédulos perecerán (Jn 3:16) y sufrirán «el castigo de eterna destrucción» (2 Tes 1:9).
El tercer argumento se basa en el significado de la palabra eterno. En los pasajes que hablan del infierno, afirman ellos, eterno solo significa relativo al «siglo venidero», no «interminable».
El cuarto argumento se basa en una distinción entre el tiempo y la eternidad. Los aniquilacionistas preguntan: ¿cómo puede ser justo que Dios castigue a los pecadores por la eternidad cuando sus delitos se cometieron en el tiempo?
El quinto argumento es uno emocional, y plantea que Dios mismo y Sus santos jamás podrían disfrutar del cielo si supieran que algunos seres humanos (por no mencionar a sus seres queridos y amigos) están perpetuamente en el infierno.
El sexto argumento afirma que la existencia de un infierno eterno empañaría la victoria de Dios sobre el mal. La Escritura sostiene que Dios será victorioso al final: será «todo en todos» (1 Co 15:28). Se nos dice que parece difícil reconciliar esta idea con el hecho de que seres humanos sufran infinitamente en el infierno.
Responderé a cada uno de estos argumentos de forma individual. En primer lugar, tenemos el argumento que se basa en el fuego del infierno. Hay muchos pasajes que usan ese lenguaje sin interpretarlo. Por lo tanto, es posible leer varias posturas en tales pasajes, entre ellas el aniquilacionismo. Sin embargo, no queremos interpretar la Biblia según nuestras ideas, sino extraer nuestras ideas de la Biblia. Y cuando hacemos eso, descubrimos que hay ciertos pasajes que descartan la interpretación aniquilacionista del fuego del infierno. Por ejemplo, en la parábola del rico y Lázaro, Jesús describe el infierno como un «lugar de tormento» (Lc 16:28) que conlleva «agonía en esta llama» (v. 24).
Cuando el último libro de la Biblia describe las llamas del infierno, no dice que ellas consumirán, sino que afirma que los perdidos serán atormentados «con fuego y azufre delante de los santos ángeles y en presencia del Cordero. Y el humo de su tormento asciende por los siglos de los siglos; y no tienen reposo, ni de día ni de noche» (Ap 14:10-11).
El segundo argumento se deriva de los pasajes que usan las palabras destrucción o perecer. Reitero, cuando la Escritura solo usa estas palabras sin interpretarlas, es posible leer varias posturas en ellas. Pero, una vez más, queremos extraer el significado de la Escritura. Además, algunos pasajes resultan irreconciliables con el aniquilacionismo. Pablo señala que el destino de los perdidos es sufrir «el castigo de eterna destrucción» (2 Tes 1:9). También es revelador el destino de la bestia en Apocalipsis. Se profetiza su «destrucción» en 17:8, 11. La bestia (junto al falso profeta) es arrojada al «lago de fuego que arde con azufre» (19:20). La Escritura no es ambigua cuando describe el destino del diablo, de la bestia y del falso profeta en el lago de fuego: «serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos» (20:10). Por consiguiente, la «destrucción» de la bestia es su tormento infinito en el lago de fuego.
En tercer lugar, está el argumento que se basa en la palabra eterno. Los aniquilacionistas afirman que, en los pasajes sobre el infierno, la palabra eterno solo significa relativo al «siglo venidero», y no «interminable». Es cierto que, en el Nuevo Testamento, eterno significa «por toda una era», con el contexto definiendo esa era. Además, en los pasajes que hablan sobre los destinos eternos, la palabra eterno efectivamente alude al siglo venidero. Pero el siglo venidero dura tanto como la vida del mismísimo Dios eterno. Ya que Él es eterno ―vive «por los siglos de los siglos» (Ap 4:9, 10; 10:6; 15:7)―, también lo es el siglo venidero. Jesús expone esto claramente en Su mensaje sobre las ovejas y los cabritos: «Y estos irán al castigo eterno, pero los justos a la vida eterna» (Mt 25:46; cursivas añadidas). El castigo de los perdidos en el infierno tiene la misma extensión que la dicha de los justos en el cielo: ambos son eternos.
El cuarto argumento alega que es injusto que Dios castigue eternamente a los pecadores por pecados temporales. Me parece que es presuntuoso que los humanos le digan a Dios qué es justo y qué es injusto. Sería mejor que determinemos a partir de Su Santa Palabra qué es lo que Él considera justo e injusto.
Jesús no deja ninguna duda. Les dirá a los salvados: «Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo» (Mt 25:34). Les dirá a los perdidos: «Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno que ha sido preparado para el diablo y sus ángeles» (v. 41). Ya hemos visto que Juan define ese fuego como un castigo eterno y consciente en el lago de fuego para el caso del diablo (Ap 20:10). Unos versículos después, leemos que los humanos inconversos correrán la misma suerte (vv. 14-15). Es evidente que Dios piensa que es justo castigar en el infierno eterno a los humanos que se rebelan contra Él y Su santidad. ¿De verdad nos corresponde a nosotros decir que eso es injusto?
Voy a lidiar en conjunto con el quinto y el sexto argumento. El quinto es el argumento emocional que afirma que Dios y Sus santos jamás podrían disfrutar del cielo si supieran que sus seres queridos y amigos estarán para siempre en el infierno. El sexto es el argumento que sostiene que la existencia de un infierno eterno empañaría la victoria de Dios sobre el mal. Es notable que los universalistas usen estos mismos argumentos para insistir en que Dios finalmente salvará a todos los seres humanos. Dios y Su pueblo, afirman ellos, no podrían disfrutar de la dicha del cielo si una sola alma permaneciera en el infierno. Al final, todos serán salvos. Además, Dios sufriría una derrota si cualquiera de las criaturas hechas a Su imagen pereciera para siempre.
Considero que estos argumentos a favor del aniquilacionismo y el universalismo (que se derivan de las emociones y de la victoria de Dios) reescriben la historia bíblica, algo que no tenemos ningún derecho a hacer. Digo esto porque los tres últimos capítulos de la Biblia presentan cómo serán las cosas en la eternidad. Los santos resucitados recibirán la bendición de la presencia eterna de Dios en la tierra nueva (Ap 21:1-4). Además, los tres últimos capítulos de la Escritura nos muestran por separado el destino de los inconversos, lo que resulta interesante para esta discusión:
Y el diablo que los engañaba fue arrojado al lago de fuego y azufre, donde también están la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos (20:10).
Y la Muerte y el Hades fueron arrojados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda: el lago de fuego. Y el que no se encontraba inscrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego (vv. 14-15).
Pero los cobardes, incrédulos, abominables, asesinos, inmorales, hechiceros, idólatras y todos los mentirosos tendrán su herencia en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda (21:8).
Bienaventurados los que lavan sus vestiduras para tener derecho al árbol de la vida y para entrar por las puertas a la ciudad. Afuera están los perros, los hechiceros, los inmorales, los asesinos, los idólatras y todo el que ama y practica la mentira (22:14-15).
La historia bíblica no termina diciendo: «Y los injustos fueron destruidos y ya no existen más». Tampoco dice: «Y, al final, todas las personas serán reunidas en el amor de Dios y salvadas». En cambio, cuando Dios cierra Su historia, Su pueblo se regocija con dicha infinita junto a Él en la tierra nueva. Pero los impíos sufrirán tormento infinito en el lago de fuego y quedarán excluidos de la ciudad santa, la Nueva Jerusalén, que es la morada gozosa de Dios y Su pueblo para siempre.
No tenemos derecho a reescribir la historia bíblica. Más bien, debemos dejar que Dios defina lo que es justo e injusto y lo que armoniza con que Él sea «todo en todo». Él no nos deja dudas respecto al infierno porque ama a los pecadores y quiere que crean el evangelio durante esta vida.
Qué bueno y misericordioso es que Él incluya la siguiente invitación al final de Su historia: «Y el Espíritu y la esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que desea, que tome gratuitamente del agua de la vida» (Ap 22:17). Todos los que confían en que Jesús los rescatará del infierno por Su muerte y resurrección tendrán parte en el árbol de la vida y la ciudad santa de Dios. Todos los que lo hagan pueden decir esto ahora y lo dirán para siempre con todos los santos:
¡Aleluya!
La salvación y la gloria y el poder pertenecen a nuestro Dios,
PORQUE SUS JUICIOS SON VERDADEROS Y JUSTOS (Ap 19:1-2).