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A menudo hemos oído afirmaciones como «la guerra es un infierno» o «pasé por un infierno». Desde luego, no interpretamos esas expresiones de forma literal. Más bien, ellas reflejan nuestra tendencia a usar la palabra infierno para describir las experiencias humanas más terribles. Sin embargo, en realidad ninguna experiencia humana en este mundo es comparable al infierno. Aunque intentemos imaginarnos el peor sufrimiento posible en el aquí y ahora, todavía no hemos estirado lo suficiente nuestra imaginación como para asimilar la realidad horrible del infierno.
El infierno se trivializa cuando lo utilizamos como un término común para expresar enfado. Es posible que usar la palabra a la ligera sea un intento poco entusiasta del ser humano por interpretar livianamente el concepto o tratarlo de forma jocosa. Tendemos a bromear sobre las cosas que más nos aterran en un intento vano por quitarles las garras y los colmillos, reduciendo así su poder amenazante.
No hay ningún concepto bíblico que sea más sombrío o evoque más terror que la idea del infierno. Es tan impopular entre nosotros que pocos creerían en él si no viniera en la enseñanza del mismo Cristo.
Casi todo lo que la Biblia enseña sobre el infierno viene de los labios de Jesús. Esta doctrina es, quizás más que cualquier otra, la que pone a prueba incluso la lealtad del cristiano a la enseñanza de Cristo. Los cristianos modernos han minimizado el infierno tanto como han podido, en un esfuerzo por eludir o suavizar la doctrina del propio Jesús. La Biblia describe el infierno como el lugar de las tinieblas de afuera, un lago de fuego, un lugar de llanto y crujir de dientes, un lugar de separación eterna de las bendiciones de Dios, una prisión, un lugar de tormento donde el gusano no se aparta ni muere. Estas imágenes gráficas del tormento eterno dan lugar a la siguiente pregunta: ¿debemos interpretar estas descripciones de forma literal o son meros símbolos?
Yo sospecho que son símbolos, pero eso no me alivia. No debemos pensar que son meros símbolos. Probablemente, el pecador que está en el infierno preferiría morar eternamente en un lago de fuego literal antes que en la realidad del infierno que está representada en la imagen del lago de fuego. Si estas imágenes efectivamente son símbolos, debemos concluir que la realidad es peor que la sugerida por dichos símbolos. La función de los símbolos es apuntar más allá de ellos mismos, a un estado de realidad que es más intenso que el que el símbolo puede contener en sí mismo. El hecho de que Jesús usara los símbolos más horribles que podemos imaginar para describir el infierno no es ningún consuelo para quienes los ven como meros símbolos.
Por lo general, hay un suspiro de alivio cuando alguien afirma: «El infierno es un símbolo de la separación de Dios». Estar separado de Dios por toda la eternidad no es una gran amenaza para la persona impenitente. Lo que más quieren los impíos es estar separados de Dios. Su problema en el infierno no será la separación de Dios; la presencia de Dios será lo que los atormentará. En el infierno, Dios estará presente en la plenitud de Su ira divina. Estará allí para ejercer Su justo castigo sobre los condenados. Ellos lo conocerán como fuego consumidor.
Más allá de cómo analicemos el concepto del infierno, suele sonarnos como un lugar de castigo cruel e inusual. Sin embargo, si podemos hallar algún consuelo en el concepto del infierno, lo hallamos en la plena certidumbre de que allí no habrá crueldad. Es imposible que Dios sea cruel. La crueldad implica infligir un castigo que es más severo o duro que el delito. En este sentido, la crueldad es injusta. Dios es incapaz de infligir un castigo injusto. El Juez de toda la tierra ciertamente hará justicia. Ninguna persona inocente jamás sufrirá bajo Su mano.
Tal vez el aspecto más aterrador del infierno sea su eternidad. La gente puede soportar la mayor de las agonías si sabe que, a la postre, terminará. En el infierno no hay una esperanza como esa. La Biblia enseña claramente que el castigo es eterno. La misma palabra se utiliza para hablar de la vida eterna y de la muerte eterna. El castigo implica dolor. La mera aniquilación, que algunos han promovido, no conlleva dolor. Jonathan Edwards, predicando sobre Apocalipsis 6:15-16, dijo: «A partir de entonces, los impíos desearán ardientemente ser reducidos a nada y dejar de existir para siempre a fin de poder escapar de la ira de Dios».
El infierno, entonces, es una eternidad frente a la justa y siempre ardiente ira de Dios, un tormento de sufrimiento para el cual no hay escape ni alivio. Entender esto es crucial para motivarnos a valorar la obra de Cristo y predicar Su evangelio.